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Alexandra Kollontai: Los fundamentos sociales de la cuestión femenina y otros escrito


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Alexandra Kollontai fue una de las figuras más destacadas del movimiento revolucionario ruso. Supo aunar, como pocas personas, la lucha por el socialismo y por la liberación de las mujeres.
La lectura de los textos que se incluyen en este folleto es fundamental para todas aquellas personas interesadas en la lucha por la emancipación real de las mujeres. Gran parte de sus análisis se aplica perfectamente hoy en día.
Kollontai pensaba que la liberación de las mujeres no vendría de la lucha heroica individual, tal y como defendían las feministas burguesas, sino que ésta sólo sería posible a través de la lucha conjunta de hombres y mujeres para conseguir el socialismo. A través de esta lucha conjunta de la clase trabajadora no sólo se conseguirían avances para las mujeres, sino que se acercarían más a su emancipación total a través de la revolución socialista.
Introducción
1. Extractos de Los fundamentos sociales de la cuestión femenina
2. Las relaciones sexuales y la lucha de clases
3. El comunismo y la familia
Para leer más
Este folleto recoge varios escritos de Alexandra Kollontai de las siguientes procedencias:
  • Extracto de Los fundamentos sociales de la cuestión femenina (1907): versión traducida por María Teresa García Banús en 1931, y revisada por Tamara Ruiz en 2011.
  • Las relaciones sexuales y la lucha de clases (1911): traducción de Tamara Ruiz en 2011 a partir de la versión inglesa de Alix Holt de 1977.
  • El comunismo y la familia (1918): versión en castellano publicada por primera vez en Editorial Marxista, Barcelona, en 1937. Revisada por Tamara Ruiz en 2011.
Primera edición de este folleto publicada por el grupo En lucha: marzo de 2011.


Introducción

Tamara Ruiz
Alexandra Kollontai fue una de las figuras más destacadas del movimiento revolucionario ruso, y una de los máximos exponentes de la lucha por la liberación de las mujeres, incluida la liberación sexual.
Nació en San Petersburgo en 1872 en el seno de una familia aristocrática aunque de ideas progresistas, y ya de joven comenzó a interesarse por los problemas políticos y sociales. En 1896 entra en contacto con los círculos de propaganda marxista de la ciudad y comienza a colaborar en las huelgas de las obreras del sector textil.
Tras participar activamente en el movimiento obrero ruso, y después de publicar el folleto Finlandia y el socialismo en el que anima a los soldados a sublevarse, las autoridades rusas ordenan su detención en 1908, por lo que debe salir del país. Desde entonces permanecerá nueve años en el exilio, durante los cuales se consolidará como una figura notable del socialismo ruso, colaborando con el Partido Socialdemócrata Alemán y viajando a numerosos países de Europa y a EEUU, donde intervendrá en numerosas conferencias.
En 1915, coincidiendo con su intensa actividad de propaganda antibelicista, se produce su acercamiento definitivo al partido bolchevique, al coincidir el análisis que realiza de las causas económicas de la guerra y sus implicaciones políticas con los planteamientos bolcheviques.
También es durante estos años cuando redacta la mayor parte de sus principales escritos sobre las condiciones de vida de las trabajadoras y la relación entre la emancipación de la mujer y la lucha por el socialismo.
Una de las cuestiones sobre las que Kollontai insistió más firmemente, y a la que le dedicó gran parte de su actividad como revolucionaria, fue la de que las mujeres trabajadoras se organizaran en base a su posición de clase, tanto en sindicatos como en organizaciones socialistas.
A pesar de que admitía que había una serie de demandas comunes a todas las mujeres, consideraba muy importante diferenciar cuáles eran los intereses específicos de las mujeres de clase trabajadora, de forma que rechazaba cualquier alianza entre éstas y las feministas burguesas, para quienes el enemigo común a abatir era el hombre. Según ella serían precisamente los intereses de clase los que llevarían a las mujeres burguesas a distanciarse cada vez más de las mujeres de clase trabajadora una vez que hubieran conseguido la igualdad de derechos con los hombres, con el fin de mantener su posición privilegiada como clase.
Pensaba que la liberación de las mujeres no vendría de lucha heroica individual de las mujeres como defendían las feministas burguesas, sino que ésta sólo sería posible a través de la lucha conjunta de hombres y mujeres por el socialismo. A través de esta lucha conjunta de la clase trabajadora no sólo se conseguirían avances para las mujeres, sino que se acercarían más a su emancipación total a través de la revolución socialista.
Todos estos argumentos, que desarrolla ampliamente en el libro Los fundamentos sociales de la cuestión femenina, escrito en 1907, siguen plenamente vigentes hoy día, y han formado parte de algunos de los más encendidos debates que se han dado en el seno del movimiento feminista en numerosas ocasiones.
Kollontai fue más lejos aún en lo que se refiere a la lucha por la liberación de las mujeres. Según ella, con eliminar las bases materiales que perpetuaban la opresión de las mujeres no era suficiente, sino que consideraba que era necesaria también una auténtica revolución en el ámbito de las relaciones sexuales. Pensaba que debían establecerse unas nuevas relaciones personales basadas en el compañerismo y en la igualdad entre los sexos, en la solidaridad fraternal de la clase trabajadora.
En el libro Las relaciones sexuales y la lucha de clases, que escribió en 1911, desarrolla esta idea y habla acerca de las nuevas formas de relaciones que están surgiendo entre la clase trabajadora, y de la crisis sexual que existe en el capitalismo y que según ella afecta a toda la sociedad. La crisis sexual de la que ella hablaba hace un siglo puede decirse que hoy no sólo no ha desaparecido, sino que se ha profundizado. Al igual que ocurre con otras facetas de la vida como el arte o la cultura, gran parte de las relaciones personales están también mediadas y condicionadas por el tipo de sociedad que genera el capitalismo. El hecho de que aun hoy siga existiendo la prostitución, los abusos sexuales, etc., son un síntoma más de la existencia de esta crisis sexual de la que ella habla.
En ese texto analiza cuáles son las causas que originan esta crisis sexual y cómo ésta se agrava debido a factores como el egoísmo, el sentimiento de posesividad hacia la pareja, o la subordinación de un sexo sobre el otro.
El problema de las relaciones personales y la sexualidad suele adquirir una gran centralidad durante las revoluciones, debido a la importancia que tienen junto con otros aspectos de la liberación humana, y debido a la distorsión que sufren bajo la sociedad de clases. Como ya apuntó Engels en el siglo XIX “es un hecho curioso que con cada gran movimiento revolucionario la cuestión del amor libre pase a un primer plano”.
Los derechos que consiguieron las mujeres rusas tras la revolución de octubre de 1917 supusieron un gran avance: se estableció el derecho al voto femenino, el aborto libre y gratuito, se simplificó el trámite de divorcio, se eliminó la distinción entre hijos legítimos e ile­gítimos, etc. Aunque la igualdad real aun no se había conseguido.
Con el objetivo de difundir las nuevas ideas y costumbres se impulsó desde el partido la creación de comisiones de agitación y propaganda entre las trabajadoras, que luego daría lugar a la formación del Zhenotdel o Departamento de Mujeres del Partido Bolchevique, que Kollontai dirigió entre 1920 y 1921. Fue en esa época, en 1920, cuando se publica por primera vez en Kommunistika1 el texto El comunismo y la familia, que recoge un discurso que dio durante el Congreso de Mujeres Trabajadoras y Campesinas en Moscú en 1918. En él describe los cambios que ha experimentado la sociedad, y habla acerca de las mujeres trabajadoras y la nueva moralidad, el matrimonio, la familia, la prostitución, etc.
Tras la derrota que sufre en 1921 la corriente izquierdista Oposición Obrera o Comunistas de Izquierda, a la que se había unido para criticar el proceso creciente de burocratización que se estaba desarrollado en el Estado soviético, no volvería a criticar abiertamente lo que estaba sucediendo. A pesar de que los elementos de corrupción que denunciaba siguieron aumentando y de que gran parte de las conquistas que se habían conseguido se perdieron durante la contrarrevolución estalinista, Kollontai entró a formar parte del cuerpo diplomático de la URSS y no continuó desarrollando una actividad como opositora. Puede decirse que fue la única miembro del Comité Central, y una de los pocos líderes bolcheviques que se salvó de las purgas de Stalin, muriendo por causas naturales en Moscú, en 1954, tras haber pasado una larga etapa como diplomática en el extranjero.
Sin embargo, y a pesar de que no volviera a ejercer una oposición activa a lo que estaba sucediendo en la Rusia soviética, sí puede verse una crítica a la NEP2 y a las nefastas consecuencias de su aplicación en los relatos que escribió en 1923, y que forman parte del libro “El amor de las abejas obreras”.
En estos relatos, que escribió estando ya en el exilio como diplomática, hace una magnífica descripción de algunos de los cambios que estaba experimentando la sociedad rusa durante los primeros años veinte, con la aparición de nuevas figuras sociales como los népmani3, y del retroceso ideológico y social que fue acompañando a muchos de estos cambios.

Notas de la introducción

1. Kommunistka o Mujer Comunista era el periódico mensual del Zhenotdel, que publicaba artículos sobre los grandes aspectos teóricos y prácticos de la cuestión de la mujer, y llegó a tener una tirada de 30.000 ejemplares.
2. La NEP o Nueva Política Económica, que fue decretada en Rusia en 1921, sustituyó a la política del “comunismo de guerra”, y consistía en una cantidad específica de productos agrícolas o materias primas que los granjeros debían dar al gobierno. Esta política supuso la introducción parcial de la propiedad privada, principalmente en la agricultura.
3. Los népmani o hombres de la NEP eran los miembros de la nueva clase comerciante de empresarios que habían emergido como consecuencia de la aplicación de la NEP.


1. Extractos de Los fundamentos sociales de la cuestión femenina

Dejando a los estudiosos burgueses absortos en el debate de la cuestión de la superioridad de un sexo sobre el otro, o en el peso de los cerebros y en la comparación de la estructura psicológica de hombres y mujeres, los seguidores del materialismo histórico aceptan plenamente las particularidades naturales de cada sexo y demandan sólo que cada persona, sea hombre o mujer, tenga una oportunidad real para su más completa y libre autodeterminación, y la mayor capacidad para el desarrollo y aplicación de todas sus aptitudes naturales. Los seguidores del materialismo histórico rechazan la existencia de una cuestión de la mujer específica separada de la cuestión social general de nuestros días. Tras la subordinación de la mujer se esconden factores económicos específicos, las características naturales han sido un factor secundario en este proceso. Sólo la desaparición completa de estos factores, sólo la evolución de aquellas fuerzas que en algún momento del pasado dieron lugar a la subordinación de la mujer, serán
capaces de influir y de hacer que cambie la posición social que ocupa actualmente de forma fundamental. En otras palabras, las mujeres pueden llegar a ser verdaderamente libres e iguales sólo en un mundo organizado mediante nuevas líneas sociales y productivas.
Sin embargo, esto no significa que la mejora parcial de la vida de la mujer dentro del marco del sistema actual no sea posible. La solución radical de la cuestión de los trabajadores sólo es posible con la completa reconstrucción de las relaciones productivas modernas. Pero, ¿debe esto impedirnos trabajar por reformas que sirvan para satisfacer los intereses más urgentes del proletariado? Por el contrario, cada nuevo objetivo de la clase trabajadora representa un paso que conduce a la humanidad hacia el reino de la libertad y la igualdad social: cada derecho que gana la mujer le acerca a la meta fijada de su emancipación total…
La socialdemocracia fue la primera en incluir en su programa la demanda de la igualdad de derechos de las mujeres con los de los hombres. El partido demanda siempre y en todas partes, en los discursos y en la prensa, la retirada de las limitaciones que afectan a las mujeres, es sólo la influencia del partido lo que ha forzado a otros partidos y gobiernos a llevar a cabo reformas en favor de las mujeres. Y, en Rusia, este partido no es sólo el defensor de las mujeres en relación a su posición teórica, sino que siempre y en todos lados se adhiere al principio de igualdad de la mujer.
¿Qué impide a nuestras defensoras de los “derechos de igualdad”, en este caso, aceptar el apoyo de este partido fuerte y experimentado? El hecho es que por “radicales” que pudieran ser las igualitaristas, siguen siendo fieles a su propia clase burguesa. Por el momento, la libertad política es un requisito previo esencial para el crecimiento y el poder de la burguesía rusa. Sin ella resultará que todo su bienestar económico se ha construido sobre arena. La demanda de igualdad política es una necesidad para las mujeres que surge de la vida en sí misma.
La consigna de “acceso a las profesiones” ha dejado de ser suficiente, y sólo la participación directa en el gobierno del país promete contribuir a mejorar la situación económica de la mujer. De ahí el deseo apasionado de las mujeres de la mediana burguesía por obtener el derecho al voto, y por lo tanto, su hostilidad hacia el sistema burocrático moderno.
Sin embargo, en sus demandas de igualdad política nuestras feministas son como sus hermanas extranjeras, los amplios horizontes abiertos por el aprendizaje socialdemócrata permanecen ajenos e incomprensibles para ellas. Las feministas buscan la igualdad en el marco de la sociedad de clases existente, de ninguna manera atacan la base de esta sociedad. Luchan por privilegios para ellas mismas, sin poner en entredicho las prerrogativas y privilegios existentes. No acusamos a las representantes del movimiento de mujeres burgués de no entender el asunto, su visión de las cosas mana inevitablemente de su posición de clase…

La lucha por la independencia económica

En primer lugar debemos preguntarnos si un movimiento unitario sólo de mujeres es posible en una sociedad basada en las contradicciones de clase. El hecho de que las mujeres que participan en el movimiento de liberación no representan a una masa homogénea es evidente para cualquier observador imparcial.
El mundo de las mujeres está dividido —al igual que lo está el de los hombres— en dos bandos. Los intereses y aspiraciones de un grupo de mujeres les acercan a la clase burguesa, mientras que el otro grupo tiene estrechas conexiones con el proletariado, y sus demandas de liberación abarcan una solución completa a la cuestión de la mujer. Así, aunque ambos bandos siguen el lema general de la “liberación de la mujer”, sus objetivos e intereses son diferentes. Cada uno de los grupos inconscientemente parte de los intereses de su propia clase, lo que da un colorido específico de clase a los objetivos y tareas que se fija para sí mismo…
A pesar de lo aparentemente radical de las demandas de las feministas, uno no debe perder de vista el hecho de que las feministas no pueden, en razón de su posición de clase, luchar por aquella transformación fundamental de la estructura económica y social contemporánea de la sociedad sin la cual la liberación de las mujeres no puede completarse.
Si en determinadas circunstancias las tareas a corto plazo de las mujeres de todas las clases coinciden los objetivos finales de los dos bandos, que a largo plazo determinan la dirección del movimiento y las estrategias a seguir, difieren mucho. Mientras que para las feministas la consecución de la igualdad de derechos con los hombres en el marco del mundo capitalista actual representa un fin lo suficientemente concreto en sí mismo, la igualdad de derechos en el momento actual para las mujeres proletarias, es sólo un medio para avanzar en la lucha contra la esclavitud económica de la clase trabajadora. Las feministas ven a los hombres como el principal enemigo, por los hombres que se han apropiado injustamente de todos los derechos y privilegios para sí mismos, dejando a las mujeres solamente cadenas y obligaciones. Para ellas, la victoria se gana cuando un privilegio que antes disfrutaba exclusivamente el sexo masculino se concede al “sexo débil”. Las mujeres trabajadoras tienen una postura diferente. Ellas
no ven a los hombres como el enemigo y el opresor, por el contrario, piensan en los hombres como sus compañeros, que comparten con ellas la monotonía de la rutina diaria y luchan con ellas por un futuro mejor. La mujer y su compañero masculino son esclavizados por las mismas condiciones sociales, las mismas odiadas cadenas del capitalismo oprimen su voluntad y les privan de los placeres y encantos de la vida. Es cierto que varios aspectos específicos del sistema contemporáneo yacen con un doble peso sobre las mujeres, como también es cierto que las condiciones de trabajo asalariado, a veces, convierten a las mujeres trabajadoras en competidoras y rivales de los hombres. Pero en estas situaciones desfavorables, la clase trabajadora sabe quién es el culpable…
La mujer trabajadora, no menos que su hermano en la adversidad, odia a ese monstruo insaciable de fauces doradas que, preocupado solamente en extraer toda la savia de sus víctimas y de crecer a expensas de millones de vidas humanas, se abalanza con igual codicia sobre hombres, mujeres y niños. Miles de hilos la acercan al hombre de clase trabajadora. Las aspiraciones de la mujer burguesa, por otro lado, parecen extrañas e incomprensibles. No simpatizan con el corazón del proletariado, no prometen a la mujer proletaria ese futuro brillante hacia el que se tornan los ojos de toda la humanidad explotada…
El objetivo final de las mujeres proletarias no evita, por supuesto, el deseo que tienen de mejorar su situación incluso dentro del marco del sistema burgués actual. Pero la realización de estos deseos está constantemente dificultada por los obstáculos que derivan de la naturaleza misma del capitalismo. Una mujer puede tener igualdad de derechos y ser verdaderamente libre sólo en un mundo de trabajo socializado, de armonía y justicia. Las feministas no están dispuestas a comprender esto y son incapaces de hacerlo. Les parece que cuando la igualdad sea formalmente aceptada por la letra de la ley serán capaces de conseguir un lugar cómodo para ellas en el viejo mundo de la opresión, la esclavitud y la servidumbre, de las lágrimas y las dificultades. Y esto es verdad hasta cierto punto. Para la mayoría de las mujeres del proletariado, la igualdad de derechos con los hombres significaría sólo una parte igual de la desigualdad, pero para las “pocas elegidas”, para las mujeres burguesas, de hecho, abriría las puertas a derechos y privilegios nuevos y sin precedentes que hasta ahora han sido sólo disfrutados por los hombres de clase burguesa. Pero, cada nueva concesión que consiga la mujer burguesa sería otra arma con la que explotar a su hermana menor y continuaría aumentando la división entre las mujeres de los dos campos sociales opuestos. Sus intereses se verían más claramente en conflicto, sus aspiraciones más evidentemente en contradicción.
¿Dónde, entonces, está la “cuestión femenina” general? ¿Dónde está la unidad de tareas y aspiraciones acerca de las cuales las feministas tienen tanto que decir? Una mirada fría a la realidad muestra que esa unidad no existe y no puede existir. En vano, las feministas tratan de convencerse a sí mismas de que la “cuestión femenina” no tiene nada que ver con aquella del partido político y que “su solución sólo es posible con la participación de todos los partidos y de todas las mujeres”. Como ha dicho una de las feministas radicales de Alemania, la lógica de los hechos nos obliga a rechazar esta ilusión reconfortante de las feministas…
Las condiciones y las formas de producción han subyugado a las mujeres durante toda la historia de la humanidad, y las han relegado gradualmente a la posición de opresión y dependencia en la que la mayoría de ellas ha permanecido hasta ahora.
Sería necesario un cataclismo colosal de toda la estructura social y económica antes de que las mujeres pudieran comenzar a recuperar la importancia y la independencia que han perdido. Las inanimadas pero todopoderosas condiciones de producción han resuelto los problemas que en un tiempo parecieron demasiado difíciles para los pensadores más destacados. Las mismas fuerzas que durante miles de años esclavizaron a las mujeres ahora, en una etapa posterior de desarrollo, las está conduciendo por el camino hacia la libertad y la independencia…
La cuestión de la mujer adquirió importancia para las mujeres de las clases burguesas aproximadamente en la mitad del siglo XIX: un tiempo considerable después de que la mujer proletaria hubiera llegado al campo del trabajo. Bajo el impacto de los monstruosos éxitos del capitalismo, las clases medias de la población fueron golpeadas por olas de necesidad. Los cambios económicos hicieron que la situación financiera de la pequeña y mediana burguesía se volviera inestable, y que las mujeres burguesas se enfrentaran a un dilema de proporciones alarmantes, o bien aceptar la pobreza o conseguir el derecho al trabajo. Las esposas y las hijas de estos grupos sociales comenzaron a golpear a las puertas de las universidades, los salones de arte, las casas editoriales, las oficinas, inundando las profesiones que estaban abiertas para ellas. El deseo de las mujeres burguesas de conseguir el acceso a la ciencia y los mayores beneficios de la cultura no fue el resultado de una necesidad repentina, madura, sino que provino de esa misma cuestión del “pan de cada día”.
Las mujeres de la burguesía se encontraron, desde el primer momento, con una dura resistencia por parte de los hombres. Se libró una batalla tenaz entre los hombres profesionales, apegados a sus “pequeños y cómodos puestos de trabajo”, y las mujeres que eran novatas en el asunto de ganarse su pan diario. Esta lucha dio lugar al “feminismo”: el intento de las mujeres burguesas de permanecer unidas y medir su fuerza común contra el enemigo, contra los hombres. Cuando estas mujeres entraron en el mundo laboral se referían a sí mismas con orgullo como la “vanguardia del movimiento de las mujeres”. Se olvidaron de que en este asunto de la conquista de la independencia económica, como en otros ámbitos, fueron recorriendo los pasos de sus hermanas menores y recogiendo los frutos de los esfuerzos de sus manos llenas de ampollas.
Entonces, ¿es realmente posible hablar de las feministas como las pioneras en el camino hacia el trabajo de las mujeres, cuando en cada país cientos de miles de mujeres proletarias habían inundado las fábricas y los talleres, apoderándose de una rama de la industria tras otra, antes de que el movimiento de las mujeres burguesas ni siquiera hubiera nacido? Sólo gracias al reconocimiento del trabajo de las mujeres trabajadoras en el mercado mundial las mujeres burguesas han podido ocupar la posición independiente en la sociedad de la que las feministas se enorgullecen tanto…
Nos resulta difícil señalar un solo hecho en la historia de la lucha de las mujeres proletarias por mejorar sus condiciones materiales en el que el movimiento feminista, en general, haya contribuido significativamente. Cualquiera que sea lo que las mujeres proletarias hayan conseguido para mejorar sus niveles de vida es el resultado de los esfuerzos de la clase trabajadora en general, y de ellas mismas en particular. La historia de la lucha de las mujeres trabajadoras por mejorar sus condiciones laborales y por una vida más digna es la historia de la lucha del proletariado por su liberación.
¿Qué fuerza a los propietarios de las fábricas a aumentar el precio del trabajo, a reducir horas e introducir mejores condiciones de trabajo, si no el temor a una grave explosión de insatisfacción del proletariado? ¿Qué, si no el miedo a los “conflictos laborales”, persuade al gobierno de establecer una legislación para limitar la explotación del trabajo por el capital?…
No hay un solo partido en el mundo que haya asumido la defensa de las mujeres como lo ha hecho la socialdemocracia. La mujer trabajadora es ante todo un miembro de la clase trabajadora, y cuanto más satisfactoria sea la posición y el bienestar general de cada miembro de la familia proletaria, mayor será el beneficio a largo plazo para el conjunto de la clase trabajadora…
En vista a las crecientes dificultades sociales, la devota luchadora por la causa debe pararse en triste desconcierto. Ella no puede si no ver lo poco que el movimiento general de las mujeres ha hecho por las mujeres proletarias, lo incapaz que es de mejorar las condiciones laborales y de vida de la clase trabajadora. El futuro de la humanidad debe parecer gris, apagado e incierto a aquellas mujeres que están luchando por la igualdad pero que aun no han adoptado la perspectiva mundial del proletariado o no han desarrollado una fe firme en la llegada de un sistema social más perfecto. Mientras el mundo capitalista actual permanezca inalterado, la liberación debe parecerles incompleta e imparcial. Que desesperación deben abrazar las más pensativas y sensibles de estas mujeres. Sólo la clase obrera es capaz de mantener la moral en el mundo moderno con sus relaciones sociales distorsionadas. Con paso firme y acompasado avanza firmemente hacia su objetivo. Atrae a las mujeres trabajadoras a sus filas. La mujer proletaria inicia valientemente el espinoso camino del trabajo asalariado. Sus piernas flaquean, su cuerpo se desgarra. Hay peligrosos precipicios a lo largo del camino, y los crueles predadores están acechando.
Pero sólo tomando este camino la mujer es capaz de lograr ese lejano pero atractivo objetivo: su verdadera liberación en un nuevo mundo del trabajo. Durante este difícil paso hacia el brillante futuro la mujer trabajadora, hasta hace poco una humillada, oprimida esclava sin derechos, aprende a desprenderse de la mentalidad de esclava a la que se ha aferrado, paso a paso se transforma a sí misma en una trabajadora independiente, una personalidad independiente, libre en el amor. Es ella, luchando en las filas del proletariado, quien consigue para las mujeres el derecho a trabajar, es ella, la “hermana menor”, quien prepara el terreno para la mujer “libre” e “igual” del futuro.
¿Por qué razón, entonces, debe la mujer trabajadora buscar una unión con las feministas burguesas? ¿Quién, en realidad, se beneficiaría en el caso de tal alianza? Ciertamente no la mujer trabajadora. Ella es su propia salvadora, su futuro está en sus propias manos. La mujer trabajadora protege sus intereses de clase y no se deja engañar por los grandes discursos sobre el “mundo que comparten todas las mujeres”. La mujer trabajadora no debe olvidar y no olvida que si bien el objetivo de las mujeres burguesas es asegurar su propio bienestar en el marco de una sociedad antagónica a nosotras, nuestro objetivo es construir, en el lugar del mundo viejo, obsoleto, un brillante templo de trabajo universal, solidaridad fraternal y alegre libertad…

El matrimonio y el problema de la familia

Dirijamos la atención a otro aspecto de la cuestión femenina, el problema de la familia. Es bien conocida la importancia que tiene para la auténtica emancipación de la mujer la solución de este problema ardiente y complejo. La aspiración de las mujeres a la igualdad de derechos no puede verse plenamente satisfecha mediante la lucha por la emancipación política, la obtención de un doctorado u otros títulos académicos, o un salario igual ante el mismo trabajo. Para llegar a ser verdaderamente libre, la mujer debe desprenderse de las cadenas que le arroja encima la forma actual, trasnochada y opresiva, de la familia. Para la mujer, la solución del problema familiar no es menos importante que la conquista de la igualdad política y el establecimiento de su plena independencia económica.
Las formas actuales, establecidas por la ley y la costumbre, de la estructura familiar hacen que la mujer esté oprimida no sólo como persona sino también como esposa y como madre. En la mayor parte de los países civilizados, el código civil coloca a la mujer en una situación de mayor o menor dependencia del hombre, y concede al marido, además del derecho de disponer de los bienes de su mujer, el de reinar sobre ella moral y físicamente…
Y allí donde acaba la esclavitud familiar oficial, legalizada, empieza la llamada “opinión pública” a ejercer sus derechos sobre la mujer. Esta opinión pública es creada y mantenida por la burguesía con el fin de proteger la “institución sagrada de la propiedad”. Sirve para reafirmar una hipócrita “doble moral”. La sociedad burguesa encierra a la mujer en un intolerable cepo económico, pagándole un salario ridículo por su trabajo. La mujer se ve privada del derecho que posee todo ciudadano de alzar su voz para defender sus intereses pisoteados, y tiene la inmensa bondad de ofrecerle esta alternativa: o bien el yugo conyugal, o bien las asfixias de la prostitución, abiertamente menospreciada y condenada, pero secretamente apoyada y sostenida.
¿Será preciso insistir acerca de los sombríos aspectos de la vida conyugal de hoy, acerca de los sufrimientos de la mujer que se ligan estrechamente a las actuales estructuras familiares. Ya se ha escrito y se ha dicho mucho sobre este tema. La literatura está llena de negros cuadros que pintan nuestro desorden conyugal y familiar. En este campo, ¡cuántas tragedias psicológicas, cuántas vidas mutiladas, cuántas existencias envenenadas! Por ahora, sólo nos importa resaltar que la estructura actual de la familia oprime a las mujeres de todas las clases y condiciones sociales. Las costumbres y las tradiciones persiguen a la madre soltera de idéntico modo, cualquiera que sea el sector de la población a la que pertenezca, las leyes colocan bajo la tutela del marido tanto a la burguesa como a la proletaria y a la campesina.
¿No hemos descubierto por fin ese aspecto de la cuestión femenina sobre el cual las mujeres de todas las clases pueden unirse? ¿No pueden luchar conjuntamente contra las condiciones que las oprimen? ¿Acaso los sufrimientos comunes, el dolor común borran el abismo del antagonismo de clases y crean una comunidad de aspiraciones y de tareas para las mujeres de diferentes planos? ¿Acaso es realizable, en cuanto a los deseos y objetivos comunes, una colaboración de burguesas y proletarias? Después de todo, las feministas luchan a la vez por conseguir formas más libres de matrimonio y por el “derecho a la maternidad”, levantan su voz en defensa de la prostituta a la que todo el mundo acosa. Observad cómo la literatura feminista es rica en búsquedas de nuevos estilos de unión del hombre y la mujer y de audaces esfuerzos encaminados a la “igualdad moral” entre los sexos. ¿No es cierto que, mientras en el terreno de la liberación económica las burguesas se sitúan en la cola del ejército de millones de proletarias que allanan la senda a la “mujer nueva”, en la lucha por resolver el problema de la familia los reconocimientos son para las feministas?
Aquí en Rusia, las mujeres de la mediana burguesía —es decir, este ejército de mujeres que, poseedoras de una situación independiente, se encontraron de golpe, en la década de 1860, arrojadas al mercado de trabajo— han resuelto en la práctica, a título individual, multitud de aspectos embarazosos de la cuestión matrimonial, saltando valientemente por encima del matrimonio religioso tradicional y reemplazando la forma consolidada de la familia por una unión fácil de romper, que se corresponde mejor con las necesidades de esa capa intelectual, móvil, de la población. Pero las soluciones individuales, subjetivas, de esta cuestión no cambian la situación y no mitigan el triste panorama general de la vida familiar. Si alguna fuerza está destruyendo la forma actual de familia, no es el titánico esfuerzo de los individuos más o menos fuertes por separado, sino las fuerzas inanimadas y poderosas de la producción, que están intransigentemente construyendo vida, sobre nuevos cimientos…
La heroica lucha de las jóvenes mujeres individuales del mundo burgués, que arrojan el guante y demandan de la sociedad el derecho a “atreverse a amar” sin órdenes ni cadenas, debe servir como ejemplo a todas las mujeres que languidecen bajo el peso de las cadenas familiares: esto es lo que predican las feministas extranjeras más emancipadas y también nuestras modernas defensoras de la igualdad aquí. En otros términos, según el espíritu que anima a las feministas, la cuestión del matrimonio se resolverá independientemente de las condiciones ambientales, independientemente de un cambio en la estructura económica de la sociedad, sencillamente merced a los esfuerzos heroicos individuales y aislados. Basta con que la mujer “se atreva”, y el problema del matrimonio caerá por su propia inercia.
Pero las mujeres menos heroicas mueven la cabeza con aire dubitativo: “está todo muy bien para las heroínas de las novelas que un previsor autor ha dotado de una cómoda renta, así como de amigos desinteresados y de un extraordinario encanto. Pero, ¿qué pueden hacer quienes carecen de rentas, de salario suficiente, de amigos, de atractivo extraordinario?” Y, en cuanto al problema de la maternidad, que se alza ante la ansiosa mirada de la mujer sedienta de libertad, ¿qué hay? El “amor libre”, ¿es posible, realizable no como hecho aislado y excepcional, sino como hecho normal en la estructura económica de la sociedad de hoy, es decir, como norma imperante y reconocida por todos? ¿Puede ser ignorado el elemento que determina la actual forma del matrimonio y de la familia, la propiedad privada? ¿Se puede, en este mundo individualista, abolir por entero la reglamentación del matrimonio sin que padezcan por ello los intereses de la mujer? ¿Puede abolirse la única garantía que posee de que no todo el peso de la maternidad caerá sobre ella? En caso de llevar a efecto tal abolición, ¿no ocurriría con la mujer lo que ha ocurrido con los obreros? La supresión de las trabas causadas por los reglamentos corporativos, sin que nuevas obligaciones hayan sido instituidas para los patronos, ha dejado a los obreros a merced del poder incontrolado capitalista, y la seductora consigna de “libre asociación del capital y del trabajo” se ha trocado en una forma desvergonzada de explotación del trabajo a manos del capital. El “amor libre”, introducido sistemáticamente en la sociedad de clases actual, en lugar de liberar a la mujer de las penurias de la vida familiar, ¿no la lastrará seguramente con una nueva carga: la tarea de cuidar, sola y sin ayuda, de sus hijos?
Únicamente una serie de reformas radicales en el ámbito de las relaciones sociales, reformas mediante las cuales las obligaciones de la familia recaerían sobre la sociedad y el Estado, crearía la situación favorable para que el principio del “amor libre” pudiera en cierta medida realizarse. Pero, ¿podemos contar seriamente con que el Estado clasista actual, por muy democrática que sea su forma, esté dispuesto a asumir todas las obligaciones referentes a la madre y, a la joven generación, es decir, aquellas obligaciones que atañen de momento a la familia en cuanto célula individualista? Tan sólo una transformación radical de las relaciones productivas puede crear las condiciones sociales indispensables para proteger a la mujer de los aspectos negativos derivados de la elástica fórmula del “amor libre”. ¿Realmente no vemos qué confusión y qué desórdenes de las costumbres sexuales se esconden, en las actuales circunstancias, a menudo en semejante fórmula? Observad a todos esos señores, empresarios y administradores de sociedades industriales: ¿no se aprovechan frecuentemente a su manera del “amor libre” al obligar a obreras, empleadas y criadas a someterse a sus caprichos sexuales, bajo la amenaza de despido? Esos patronos que envilecen a su doncella y después la ponen en la calle cuando ha quedado embarazada, ¿acaso no están aplicando ya la fórmula del “amor libre”?
“Pero no estamos hablando de ese tipo de “libertad”, objetan las defensoras de la unión libre. Por el contrario, exigimos la instauración de una “moral única”, igualmente obligatoria para el hombre y la mujer. Nos oponemos al desorden de las costumbres sexuales de hoy, proclamamos que sólo es pura una unión libre fundamentada sobre un amor verdadero”. Pero, ¿no pensáis, queridas amigas, que vuestro ideal de “unión libre “, llevado a la práctica en la situación económica y social actual, corre el riesgo de dar resultados que difieren muy poco de la forma distorsionada de la libertad sexual? El principio del “amor libre” no podrá entrar en vigor sin traer nuevos sufrimientos a la mujer más que cuando ella se haya librado de las cadenas materiales que hoy la hacen doblemente dependiente: del capital y de su marido. El acceso de las mujeres a un trabajo independiente y a la autonomía económica ha hecho aparecer una cierta posibilidad de “amor libre”, sobre todo para las intelectuales que ejercen las profesiones mejor retribuidas. Pero la dependencia de la mujer con respecto al capital sigue ahí, e incluso se agrava a medida que crece el número de mujeres de proletarios empujadas a vender su fuerza de trabajo. La consigna del “amor libre” ¿puede mejorar la triste suerte de estas mujeres que ganan justo lo mínimo para no morir de hambre? Y, además, el amor libre ¿no se practica ya ampliamente en la clase obrera, hasta tal punto que más de una vez la burguesía ha elevado la voz de alarma y ha denunciado la «depravación» y la «inmoralidad» del proletariado? Cabe señalar que cuando las feministas hablan con entusiasmo de nuevas formas de unión extramatrimoniales para las burguesas emancipadas, les dan el bonito nombre de “amor libre”. Pero cuando se trata de la clase obrera, esas mismas uniones extramatrimoniales son vituperadas con el término despectivo de “relaciones sexuales desordenadas”. Es bastante característico.
No obstante, para la proletaria, habida cuenta de las condiciones actuales, las consecuencias de la vida en común, ya sea ésta de origen libre o consagrada por la Iglesia, siguen siendo siempre igual de penosas. Para la esposa y la madre proletarias, la clave del problema conyugal y familiar no reside en sus formas exteriores, rituales o civiles, sino en las condiciones económicas y sociales que determinan esas complejas relaciones familiares a las que debe hacer frente la mujer de clase obrera. Por supuesto, también para ella es importante conocer si su marido puede disponer del salario que ella ha ganado, si como marido posee el derecho de obligarla a vivir con él aun en contra de su voluntad, si le puede quitar a los hijos por la fuerza, etc. Pero no son tales párrafos del código civil los que determinan la situación real de la mujer en la familia, y tampoco se resolverá en ellos el difícil problema familiar. Sea legalizada la unión ante notario, consagrada por la Iglesia o fundamentada en el principio de libre consentimiento, la cuestión del matrimonio llegaría a perder su relevancia para la mayoría de las mujeres si —y únicamente si tal ocurre— la sociedad les descargara de las mezquinas preocupaciones caseras, inevitables hoy en este sistema de economías domésticas individuales y dispersas. Es decir, si la sociedad asumiera el cuidado de la generación más joven, si estuviese capacitada para proteger la maternidad y dar una madre a cada niño, al menos durante los primeros meses.
Las feministas luchan contra un fetiche: el matrimonio legalizado y consagrado por la Iglesia. Las mujeres proletarias, por el contrario, arriman el hombro contra las causas que han ocasionado la forma actual del matrimonio y de la familia, y cuando se esfuerzan en cambiar estas condiciones de vida, saben que también están ayudando, por ende, a reformar las relaciones entre los sexos. Ahí es donde estriba la principal diferencia entre el enfoque de la burguesía y el del proletariado al abordar el complejo problema familiar.
Al creer ingenuamente en la posibilidad de crear nuevas formas de relaciones conyugales y familiares sobre el sombrío telón de fondo de la sociedad de clases contemporánea, las feministas y los reformadores sociales pertenecientes a la burguesía buscan penosamente tales formas nuevas. Y, puesto que la vida misma aún no las ha suscitado, precisan inventarlas a toda costa. Deberían ser, a su juicio, formas modernas de relaciones sexuales que sean capaces de resolver el complejo problema de la familia bajo el sistema social actual. Y los ideólogos del mundo burgués —periodistas, escritores, y destacadas mujeres que luchan por la emancipación— proponen, cada cual por su lado, su “panacea familiar”, su nueva “fórmula de matrimonio”.
¡Qué utópicas suenan estas fórmulas de matrimonio! ¡Qué débiles estos paliativos, cuando se considera a la luz de la penosa realidad de nuestra estructura moderna de familia! ¡La “unión libre”, el “amor libre”! Para que tales fórmulas puedan nacer, es preciso proceder a una reforma radical de todas las relaciones sociales entre las personas. Aún más, es preciso que las normas de la moral sexual, y con ellas toda la psicología humana, sufran una profunda evolución, una evolución fundamental. ¿Acaso la psicología humana actual está realmente dispuesta a admitir el principio del “amor libre”? ¿Y los celos, que consumen incluso a las mejores almas humanas? ¿Y ese sentimiento, tan hondamente enraizado, del derecho de propiedad no sólo sobre el cuerpo, sino también sobre el alma del compañero? ¿Y la incapacidad de inclinarse con simpatía ante una manifestación de la individualidad de la otra persona, la costumbre bien de “dominar” al ser amado o bien de hacerse su “esclavo”? ¿Y ese sentimiento amargo, mortalmente amargo, de abandono y de infinita soledad que se apodera de uno cuando el ser amado ya no nos quiere y nos deja? ¿Dónde puede encontrar consuelo la persona solitaria, individualista? La “colectividad”, en el mejor de los casos, es “un objetivo” hacia el cual dirigir las fuerzas morales e intelectuales. Pero, ¿es capaz la persona de hoy de comulgar con esa colectividad hasta el punto de sentir las influencias de interacción mutuamente? ¿La vida colectiva puede por sí sola sustituir las pequeñas alegrías personales del individuo? Sin un alma que esté cerca, una “única” alma gemela, incluso un socialista, incluso un colectivista está infinitamente solo en nuestro mundo hostil, y únicamente en la clase obrera podemos vislumbrar el pálido resplandor que anuncia nuevas relaciones, más armoniosas y de espíritu más social, entre las personas. El problema de la familia es tan complejo, embrollado y múltiple como la vida misma, y no será nuestro sistema social quien permita resolverlo.
Otras fórmulas de matrimonio se han propuesto. Varias mujeres progresistas y pensadores sociales consideran la unión matrimonial sólo como un método de producir descendencia. El matrimonio en sí mismo, sostienen, no tiene ningún valor especial para la mujer: la maternidad es su propósito, su objetivo sagrado, su misión en la vida. Gracias a tales inspiradas defensoras como Ruth Bray y Ellen Key, el ideal burgués que reconoce a la mujer como hembra antes que como persona ha adquirido una aureola especial de progresismo. La literatura extranjera ha aceptado con entusiasmo el lema propuesto por estas mujeres modernas. E incluso aquí, en Rusia, en el período anterior a la tormenta política (de 1905), antes de que los valores sociales fueron objeto de revisión, la cuestión de la maternidad había atraído la atención de la prensa diaria. El lema “el derecho a la maternidad” no puede evitar producir una viva respuesta en los círculos más amplios de la población femenina. Así, a pesar del hecho de que todas las propuestas de las feministas en este contexto fueran de índole utópico, el problema era demasiado importante y de actualidad como para no atraer a las mujeres.
El “derecho a la maternidad” es el tipo de cuestión que afecta no sólo a las mujeres de la clase burguesa, sino también, en mayor medida aún, a las mujeres proletarias. El derecho a ser madre -estas son bellas palabras que van directamente al “corazón de cualquier mujer” y que hacen que le lata más rápido. El derecho a alimentar al “propio” hijo con su leche, y asistir a las primeras señales del despertar de su conciencia, el derecho a cuidar su diminuto cuerpo y a proteger su delicada alma tierna de las espinas y los sufrimientos de los primeros pasos en la vida: ¿Qué madre no apoyaría estas demandas?
Parece que nos hemos topado de nuevo con un problema que podría servir como un momento de unidad entre mujeres de diferentes estratos sociales: podría parecer que hemos encontrado, por fin, el puente de unión entre las mujeres de los dos mundos hostiles. Echemos un vistazo más minucioso, para descubrir lo que las mujeres burguesas progresistas entienden como “el derecho a la maternidad”. Entonces podremos ver si las mujeres proletarias, de hecho, pueden estar de acuerdo con las soluciones al problema de la maternidad previstas por las igualitaristas burguesas. A los ojos de sus entusiastas apologistas, la maternidad tiene un carácter casi sagrado. Luchando por romper los falsos prejuicios que marcan a una mujer por dedicarse a una actividad natural —el dar a luz a un hijo— porque la actividad no ha sido santificada por la ley, las luchadoras por el derecho a la maternidad han doblado el palo en la otra dirección: para ellas, la maternidad se ha convertido en el objetivo de la vida de una mujer…
La devoción de Ellen Key por las obligaciones de la maternidad y la familia le obliga a ofrecer una garantía de que la unidad familiar aislada seguirá existiendo incluso en una sociedad transformada en términos socialistas. El único cambio, tal y como ella lo ve, será que todos los elementos accesorios que supongan una ventaja o un beneficio material serán excluidos de la unión matrimonial, que se celebrará conforme a las inclinaciones mutuas, sin ceremonias ni formalidades: el amor y el matrimonio serán verdaderamente equivalentes. Sin embargo, la célula familiar aislada es el resultado del mundo individualista moderno, con su lucha por la supervivencia, sus presiones, su soledad, la familia es un producto del monstruoso sistema capitalista. ¡Y Key espera legarle la familia a la sociedad socialista! La sangre y los lazos de parentesco en la actualidad sirven a menudo, es cierto, como el único sostén en la vida, como el único refugio en tiempos de penuria y desgracia. ¿Pero será moral o socialmente necesaria en el futuro? Key no responde a esta pregunta. Ella tiene demasiado en consideración a la “familia ideal”, esta unidad egoísta de la burguesía media a la que los devotos de la estructura burguesa de la sociedad miran con tal admiración.
Pero la talentosa aunque imprevisible Ellen Key no es la única que pierde el norte en las contradicciones sociales. Probablemente no haya otra cuestión como la del matrimonio y la familia sobre la que haya tan poco de acuerdo entre los socialistas. Si organizásemos una encuesta entre los socialistas, los resultados probablemente serían muy curiosos. ¿Se marchita la familia? ¿O hay motivos para creer que los problemas de la familia en la actualidad son sólo una crisis transitoria? ¿Se conservaría la forma actual de la familia en la futura sociedad, o será enterrada junto con el sistema capitalista moderno? Estas son preguntas que bien podrían recibir respuestas muy diferentes…
El paso de la función educativa desde la familia a la sociedad hará desaparecer los últimos lazos que mantenían unida la célula familiar aislada. La vieja familia burguesa empezará a desintegrarse aún más rápidamente y, en la atmósfera de cambio, veremos dibujarse con una nitidez cada vez mayor las siluetas todavía indefinidas de las futuras relaciones conyugales. ¿Qué siluetas confusas son esas, aún sumergidas en las brumas de las influencias actuales?
¿Hace falta repetir que la forma opresiva actual del matrimonio dejará sitio a la unión libre de individuos que se aman? El ideal del amor libre, que se presenta a la hambrienta imaginación de las mujeres que luchan por su emancipación, se corresponde sin duda hasta cierto punto con la pauta de relaciones entre los sexos que instaurará la sociedad colectivista. Sin embargo, las influencias sociales son tan complejas y sus interacciones tan diversas, que ahora mismo es imposible imaginar con precisión cómo serán las relaciones del futuro, cuando se haya cambiado todo el sistema radicalmente. Pero la lenta evolución de las relaciones entre los sexos que tiene lugar ante nuestros ojos atestigua claramente que el ritual del matrimonio y la familia cerrada y constrictiva están abocados a la desaparición.

La lucha por los derechos políticos

Las feministas responden a nuestras críticas diciendo: incluso si os parecen equivocados los argumentos que están detrás de nuestra defensa de los derechos políticos de las mujeres, ¿puede rebajarse la importancia de la demanda en sí, que es igual de urgente para las feministas y para las representantes de la clase trabajadora? ¿No pueden las mujeres de ambos bandos sociales, por el bien de sus aspiraciones políticas comunes, superar las barreras del antagonismo de clase que las separan? ¿No serán capaces seguramente de librar una lucha común contra las fuerzas hostiles que los las rodean? La división entre la burguesía y el proletariado es tan inevitable como otras cuestiones que nos atañen, pero en el caso de este asunto particular las feministas creen que las mujeres de las distintas clases sociales no tienen diferencias.
Las feministas continúan volviendo a estos argumentos con amargura y desconcierto, viendo nociones preconcebidas de lealtad partidista en la negativa de las representantes de la clase trabajadora a unir sus fuerzas con ellas en la lucha por los derechos políticos de las mujeres. ¿Es realmente éste el caso? ¿Existe una identificación total de las aspiraciones políticas o, en este caso, al igual que en todos los demás, el antagonismo la creación de un ejército de mujeres indivisible, por encima de las clases? Tenemos que responder a esta cuestión antes de que podamos definir las tácticas que las mujeres proletarias utilizarán para obtener derechos políticos para su sexo.
Las feministas declaran estar del lado de la reforma social, y algunas de ellas incluso dicen estar a favor del socialismo —en un futuro lejano, por supuesto— pero no tienen la intención de luchar entre las filas de la clase obrera para conseguir estos objetivos. Las mejores de ellas creen, con ingenua sinceridad, que una vez que los asientos de los diputados estén a su alcance serán capaces de curar las llagas sociales que se han formado, en su opinión, debido a que los hombres, con su egoísmo inherente, han sido los dueños de la situación. A pesar de las buenas intenciones de grupos individuales de feministas hacia el proletariado, siempre que se ha planteado la cuestión de la lucha de clases han dejado el campo de batalla con temor. Reconocen que no quieren interferir en causas ajenas, y prefieren retirarse a su liberalismo burgués que les es tan cómodamente familiar.
Por mucho que las feministas burguesas traten de reprimir el verdadero objetivo de sus deseos políticos, por mucho que aseguren a sus hermanas menores que la participación en la vida política promete beneficios inconmensurables para las mujeres de clase trabajadora, el espíritu burgués que impregna todo el movimiento feminista da un colorido de clase incluso a la demanda de igualdad de derechos políticos con los hombres, que podría parecer una demanda general de las mujeres. Diferentes objetivos e interpretaciones de cómo deben usarse los derechos políticos crea un abismo insalvable entre las mujeres burguesas y las proletarias. Esto no contradice el hecho de que las tareas inmediatas de los dos grupos de mujeres coincidan en cierta medida, puesto que los representantes de todas las clases que han accedido al poder político se esfuerzan sobre todo en lograr una revisión del Código Civil, que en cada país, en mayor o menor medida, discrimina a las mujeres. Las mujeres presionan por conseguir cambios legales que creen condiciones laborales más favorables para ellas, se mantienen unidas contra las regulaciones que legalizan la prostitución, etc. Sin embargo, la coincidencia de estas tareas inmediatas es de carácter puramente formal. Así, el interés de clase determina que la actitud de los dos grupos hacia estas reformas sea profundamente contradictoria…
El instinto de clase —digan lo que digan las feministas— siempre demuestra ser más poderoso que el noble entusiasmo de las políticas “por encima de las clases”. En tanto que las mujeres burguesas y sus “hermanas menores” son iguales en su desigualdad, las primeras pueden, con total sinceridad, hacer grandes esfuerzos en defender los intereses generales de las mujeres. Pero, una vez que se hayan superado estas barreras y las mujeres burguesas hayan accedido a la actividad política, las actuales defensoras de los “derechos de todas las mujeres” se convertirán en defensoras entusiastas de los privilegios de su clase, se contentarán con dejar a las hermanas menores sin ningún derecho. Así, cuando las feministas hablan con las mujeres trabajadoras acerca de la necesidad de una lucha común para conseguir algún principio “general de las mujeres”, las mujeres de la clase trabajadora están naturalmente recelosas.


2. Las relaciones sexuales y la lucha de clases

Entre los múltiples problemas que perturban la inteligencia y el corazón de la humanidad, el problema sexual ocupa indiscutiblemente uno de los primeros puestos. No hay una sola nación, un solo pueblo en el que la cuestión de las relaciones entre los sexos no adquiera de día en día un carácter más violento y doloroso. La humanidad contemporánea atraviesa por una crisis sexual aguda en la forma, una crisis que se prolonga y que, por tanto, es mucho más grave y más difícil de resolver.
En todo el curso de la historia de la humanidad no encontraremos seguramente otra época en la que los problemas sexuales hayan ocupado en la vida de la sociedad un lugar tan importante, otra época en la que las relaciones sexuales hayan acaparado, como por arte de magia, las miradas atormentadas de millones de personas. En nuestra época, más que en ninguna otra de la historia, los dramas sexuales constituyen fuente inagotable de inspiración para artistas de todos los géneros del arte.
Como la terrible crisis sexual se prolonga, su carácter crónico adquiere mayor gravedad y más insoluble nos parece la situación presente. Por esto la humanidad contemporánea se arroja anhelante sobre todos los medios que hacen entrever una posible solución del problema “maldito”. Pero a cada nueva tentativa de solución se complica más el enmarañado complejo de las relaciones entre los sexos, y parece como si fuera imposible descubrir el único hilo que nos ha de servir para desenredar el compacto nudo. La humanidad, atemorizada, se precipita desde un extremo al otro; pero el círculo mágico de la cuestión sexual permanece cerrado tan herméticamente como antes.
Los elementos conservadores de la sociedad llegan a la conclusión de que es imprescindible volver a los felices tiempos pasados, restablecer las viejas costumbres familiares, dar nuevo impulso a las normas tradicionales de la moral sexual. “Es preciso destruir todas las prohibiciones hipócritas prescritas por el código de la moral sexual corriente. Ha llegado el momento de arrojar a un lado ese vejestorio inútil e incómodo… La conciencia individual, la voluntad individual de cada ser es el único legislador en una cuestión de carácter tan íntimo”, se oye afirmar entre las filas del campo individualista burgués. “La solución de los problemas sexuales sólo podrá hallarse en el establecimiento de un orden social y económico nuevo, con una transformación fundamental de nuestra sociedad actual”, afirman los socialistas. Pero precisamente este esperar en el mañana, ¿no indica también que nosotros tampoco hemos logrado apoderarnos del “hilo conductor”? ¿No deberíamos encontrar o al menos localizar este “hilo conductor” que promete desenredar el nudo? ¿No deberíamos encontrarlo ahora, en este mismo momento? El camino que debemos seguir en esta investigación nos lo ofrece la historia misma de las sociedades humanas, nos lo ofrece la historia de la lucha ininterrumpida de las clases y de los diversos grupos sociales, opuestos por sus intereses y sus tendencias.
No es la primera vez que la humanidad atraviesa un período de crisis sexual aguda. No es la primera vez que las al parecer firmes y claras prescripciones de la moral al uso, en el campo de las relaciones sexuales, han sido destruidas por el aflujo de la corriente de nuevos valores e ideales sociales. La humanidad ha pasado por una época de “crisis sexual” verdaderamente aguda durante los períodos del Renacimiento y la Reforma, en el momento en que un formidable avance social relegaba a un segundo término a la aristocracia feudal, orgullosa de su nobleza, acostumbrada al dominio absoluto, y en su lugar se asentaba una nueva fuerza social, la burguesía ascendente, que crecía y se desarrollaba cada vez con mayor impulso y poder.
La moralidad sexual del mundo feudal se había desarrollado a partir de las profundidades de la “forma de vida tribal”: la economía colectiva y el liderazgo autoritario tribal que reprimía la voluntad individual de cada miembro. El viejo código moral chocaba con el nuevo código moral de principios opuestos que imponía la clase burguesa en ascenso. La moral sexual de la nueva burguesía estaba basada en principios radicalmente opuestos a los principios morales más esenciales del código feudal. El estricto individualismo y la exclusividad y el aislamiento de la “familia nuclear” sustituyen al énfasis en el “trabajo colectivo” que fue característico de la estructura económica tanto local como regional de la vida ancestral. Los últimos vestigios de ideas comunales propias, hasta cierto punto, de todas las formas de vida tribal fueron barridos por el principio de “competencia” bajo el capitalismo, por los principios triunfantes del individualismo y de la propiedad privada individualizada, aislada.
La humanidad, perdida durante el proceso de transición, titubeó durante todo un siglo entre los dos códigos sexuales de espíritu tan diverso, ansiosa de adaptarse a la situación, hasta el momento en que el laboratorio de la vida transformó las viejas normas en un molde nuevo y logró, cuando menos, una armonía en la forma, una solución en cuanto a su aspecto externo.
Pero durante esta época de transición, tan viva y llena de colorido, la crisis sexual, a pesar de revestir un carácter de gravedad, no se presentó en una forma tan grave y amenazadora como en nuestros tiempos. La principal razón de esto estriba en que durante los gloriosos días del Renacimiento, en la “nueva era” en la que la brillante luz de una nueva cultura espiritual inundó el moribundo mundo con sus vivos colores, inundó la vacía y monótona vida de la Edad Media, la crisis sexual sólo la experimentó una parte relativamente reducida de la sociedad. La capa social más considerable de la época, desde el punto de vista cuantitativo, el campesinado, no sufrió las consecuencias de la crisis sexual más que de una manera indirecta, cuando, lentamente, con el transcurso de los siglos, se transformaban las bases económicas en que estaba fundada esta clase social, es decir, únicamente en la medida en que evolucionaban las relaciones económicas del campo.
Las dos tendencias opuestas luchaban en las capas superiores de la sociedad. Allí era donde se enfrentaban los ideales y las normas de dos concepciones diferentes de la sociedad, y donde precisamente la crisis sexual, cada vez más grave y amenazadora, se apoderaba de sus víctimas. Los campesinos, reacios a toda innovación, clase apegada a sus principios, continuaban apoyándose en las viejas columnas de las tradiciones ancestrales, y no se transformaba, no dulcificaba ni adaptaba a las nuevas condiciones de su vida económica el código inconmovible de la moral sexual tradicional más que bajo la presión de una gran necesidad. La crisis sexual durante la época de lucha aguda entre el mundo burgués naciente y el mundo feudal no afectó a la “clase tributaria”.
Es más, mientras los estratos superiores de la sociedad rompían los viejos hábitos, la clase campesina se aferraba con mayor fuerza a sus ancestrales tradiciones. A pesar de todas las tempestades que se desencadenaban sobre su cabeza, que conmovían hasta el suelo que pisaba, la clase campesina en general, y particularmente los campesinos rusos, lograron conservar durante siglos y siglos, en su forma primitiva, los principios esenciales de su código moral sexual.
El problema de nuestra época presenta un aspecto totalmente distinto. La crisis sexual de nuestra época no perdona siquiera a la clase campesina. Como una enfermedad infecciosa, no reconoce “ni grados ni rangos”. Se extiende desde los palacios y mansiones hasta los barrios obreros más concurridos, entra en los apacibles hogares de la pequeña burguesía, y se abre camino hasta la miserable y solitaria aldea rusa. Elige sus víctimas lo mismo entre los habitantes de las mansiones de la burguesía europea, que en los húmedos sótanos donde se hacina la familia obrera y en la choza ahumada del campesino. Para la crisis sexual no hay “obstáculos ni cerrojos”. Es un profundo error creer que la crisis sexual sólo alcanza a los representantes de las clases que tienen una posición económica materialmente asegurada. La indefinida inquietud de la crisis sexual franquea cada vez con mayor frecuencia el umbral de las habitaciones obreras, y causa allí tristes dramas que por su intensidad dolorosa no tienen nada que envidiar a los conflictos psicológicos del “exquisito” mundo burgués.
Pero precisamente porque la crisis sexual no ataca sólo a los intereses de “quienes todo lo poseen”, precisamente porque estos problemas sexuales afectan también a una clase social tan extensa como el proletariado de nuestros tiempos, es incomprensible e imperdonable que esta cuestión vital, esencialmente violenta y trágica, sea considerada con tanta indiferencia. Entre las múltiples consignas fundamentales que la clase obrera debe tener en cuenta en su lucha para la conquista de la sociedad futura, tiene que incluirse necesariamente la de establecer relaciones sexuales más sanas y que, por tanto, hagan más feliz a la humanidad.
Es imperdonable nuestra actitud de indiferencia ante una de las tareas esenciales de la clase obrera. Es inexplicable e injustificable que el vital problema sexual se relegue hipócritamente al casillero de las cuestiones “puramente privadas”. ¿Por qué negamos a este problema el auxilio de la energía y de la atención de la colectividad? Las relaciones entre los sexos y la elaboración de un código sexual que rija estas relaciones aparecen en la historia de la humanidad, de una manera invariable, como uno de los factores esenciales de la lucha social. Nada más cierto que la influencia fundamental y decisiva de las relaciones sexuales de un grupo social determinado en el resultado de la lucha de esta clase con otra de intereses opuestos.
El drama de la sociedad actual es tan desesperado porque mientras ante nuestros ojos vemos cómo se desmoronan las formas corrientes de unión sexual y cómo son desechados los principios que las regían, desde las capas más bajas de la sociedad se alzan frescos aromas desconocidos que nos hacen concebir esperanzas risueñas sobre una nueva forma de vida, y llenan el alma humana con la nostalgia de ideales futuros, pero cuya realización no parece posible. Somos personas que vivimos en un mundo caracterizado por el dominio de la propiedad capitalista, un mundo de agudas contradicciones de clase e imbuidos de una moral individualista. Aún vivimos y pensamos bajo el funesto signo de un inevitable aislamiento espiritual. La terrible soledad que cada persona siente en las inmensas ciudades populosas, en las ciudades modernas, tan bulliciosas y tentadoras; la soledad, que no disipa la compañía de amigos y compañeros, es la que empuja a las personas a buscar, con avidez malsana, a su ilusoria “alma gemela” en un ser del sexo contrario, puesto que sólo el amor posee el mágico poder de ahuyentar, aunque sólo sea momentáneamente, las tinieblas de la soledad.
En ninguna otra época de la historia ha sentido la gente con tanta intensidad como en la nuestra la soledad espiritual. No podría ser de otra manera. La noche es mucho más impenetrable cuando a lo lejos vemos brillar una luz.
Las personas individualistas de nuestra época, unidas por débiles lazos a la comunidad o a otras individualidades, ven ya brillar en la lejanía una nueva luz: la transformación de las relaciones sexuales mediante la sustitución del ciego factor fisiológico por el nuevo factor creador de la solidaridad, de la camaradería. La moral de la propiedad individualista de nuestros tiempos empieza a ahogar a las personas. El hombre contemporáneo no se contenta criticando la calidad de las relaciones entre los sexos, negando las formas exteriores prescritas por el código de la moral corriente. Su alma solitaria anhela la renovación de la esencia misma de las relaciones sexuales, desea ardientemente encontrar el “amor verdadero”, esa gran fuerza confortadora y creativa que es la única que puede ahuyentar el frío fantasma de la soledad que padecen los individualistas contemporáneos.
Si es cierto que la crisis sexual está condicionada en sus tres cuartas partes por relaciones externas de carácter socioeconómico, no es menos cierto que la otra cuarta parte de su intensidad es debida a nuestra refinada psicología individualista, que con tanto cuidado ha cultivado la ideología burguesa dominante. La humanidad contemporánea, como dice acertadamente la escritora alemana Meisel-Hess, es muy pobre en “potencial de amor”. Cada uno de los sexos busca al otro con la única esperanza de lograr la mayor satisfacción posible de placeres espirituales y físicos para sí, utilizando como medio al otro. El amante o el novio no piensan para nada en los sentimientos, en la labor psicológica que se efectúa en el alma de la persona amada.
Quizá no haya ninguna otra relación humana como las relaciones entre los sexos en la que se manifieste con tanta intensidad el individualismo grosero que caracteriza nuestra época. Absurdamente se imagina la persona que para escapar de la soledad moral que le rodea le basta con amar, con exigir sus derechos sobre otra alma. Únicamente así espera obtener esa rara dicha: la armonía de la afinidad moral y la comprensión entre dos seres. Nosotros, los individualistas, hemos echado a perder nuestras emociones por el constante culto de nuestro “yo”. Creemos todavía que podemos conquistar sin ningún sacrificio la mayor de las dichas humanas, el “amor verdadero”, no sólo para nosotros, sino también para nuestros semejantes. Creemos lograr esto sin tener que dar, en cambio, los tesoros de nuestra propia alma.
Pretendemos conquistar la totalidad del alma del ser amado, pero, en cambio, somos incapaces de respetar la fórmula de amor más sencilla: acercarnos al alma de otro dispuestos a guardarle todo género de consideraciones. Esta sencilla fórmula nos será únicamente inculcada por las nuevas relaciones entre los sexos, relaciones que ya han comenzado a manifestarse y que están basadas en dos principios nuevos también: libertad absoluta, por un lado, e igualdad y verdadera solidaridad como entre compañeros, por otro. Sin embargo, por el momento, la humanidad tiene que sufrir todavía el frío de la soledad espiritual, y no le queda más remedio que soñar con una época mejor en la que todas las relaciones humanas se caractericen por sentimientos de solidaridad, que podrán ser posibles a causa de las nuevas condiciones de la existencia.
La crisis sexual no puede resolverse sin una transformación fundamental de la psicología humana, sólo puede ser vencida por la acumulación de “potencial de amor”. Pero esta transformación psíquica depende en absoluto de la reorganización fundamental de nuestras relaciones socioeconómicas sobre una base comunista. Si rechazamos esta “vieja verdad”, el problema sexual no tiene solución.
A pesar de todas las formas de unión sexual que ensaya la humanidad presente, la crisis sexual no se resuelve en ningún sitio.
No se han conocido en ninguna época de la historia tantas formas diversas de unión entre los sexos. Matrimonios indisolubles, con una familia firmemente constituida, y a su lado la unión libre pasajera; el adulterio conservado en el mayor secreto, al lado del matrimonio y de la vida en común de una muchacha soltera con su amante; el matrimonio “por la iglesia”, el matrimonio de dos y el matrimonio “de tres”, e incluso hasta la forma complicada del “matrimonio de cuatro”, sin contar las múltiples variantes de la prostitución. Al lado de estas formas de unión, entre los campesinos y la pequeña burguesía encontramos vestigios de las viejas costumbres tribales, mezclados con los principios en descomposición de la familia burguesa e individualista, la vergüenza del adulterio, la vida marital entre el suegro y la nuera y la libertad absoluta para la joven soltera. Siempre la misma “moral doble”.
Las formas actuales de unión entre los sexos son contradictorias y embrolladas, de tal modo que uno se ve obligado a interrogarse cómo es posible que el hombre que ha conservado en su alma la fe en la firmeza de los principios morales pueda continuar admitiendo estas contradicciones y salvar estos criterios morales irreconciliables, que necesariamente se destruyen el uno al otro. Tampoco resuelve la cuestión la justificación que se oye corrientemente: “Yo vivo conforme a los principios de una moral nueva”, puesto que esta “nueva moral” se encuentra todavía en proceso de formación. Precisamente la labor a realizar consiste en hacer que surja esta nueva moral, hay que extraer de entre el caos de las actuales normas sexuales contradictorias la forma, y aclarar los principios, de una moralidad que corresponda al espíritu de la clase revolucionaria ascendente.
Además del extremado individualismo, defecto fundamental de la psicología de la época actual, de un egocentrismo erigido en culto, la crisis sexual se agrava mucho más con otros dos factores de la psicología contemporánea: la idea del derecho de propiedad de un ser sobre el otro y el prejuicio secular de la desigualdad entre los sexos en todas las esferas de la vida, incluida la esfera sexual.
La moralidad burguesa, con su familia individualista encerrada en sí misma basada completamente en la propiedad privada, ha cultivado con esmero la idea de que un compañero debería “poseer” completamente al otro. La burguesía ha logrado a la perfección la inoculación de esta idea en la psicología humana. El concepto de propiedad dentro del matrimonio va hoy día mucho más allá que el concepto de la propiedad en las relaciones sexuales del código aristocrático. En el curso del largo período histórico que transcurrió bajo los auspicios de la “tribu”, la idea de la posesión de la mujer por el marido —la mujer carecía de derechos de propiedad sobre el marido— no se extendía más allá de la posesión física. La esposa estaba obligada a guardar al marido fidelidad física, pero su alma no le pertenecía en absoluto.
Los caballeros de la Edad Media llegaban incluso a reconocer a sus esposas el derecho de tener adoradores platónicos y a recibir el testimonio de esta adoración de caballeros y menestrales. El ideal de la posesión absoluta, de la posesión no sólo del “yo” físico, sino también del “yo” espiritual por parte del esposo, del ideal que admite una reivindicación de derechos de propiedad sobre el mundo espiritual y emocional del ser amado es un ideal que se ha formado totalmente, y que ha sido cultivado igualmente por la burguesía con el fin de reforzar los fundamentos de la familia, para asegurarse su estabilidad y su fuerza durante el período de lucha para la conquista de su predominio social. Este ideal no sólo lo hemos aceptado como herencia, sino que llegamos incluso a pretender que sea considerado “como un imperativo” moral indestructible.
La idea de propiedad se extiende mucho más allá del matrimonio legal. Es un factor inevitable que penetra hasta en la unión amorosa más “libre”. Los amantes de nuestra época, a pesar de su respeto “teórico” por la libertad, sólo se satisfacen con la conciencia de la fidelidad psicológica de la persona amada. Con el fin de ahuyentar de nosotros el fantasma amenazador de la soledad, penetramos de una manera violenta en el alma del ser “amado” con una crueldad y una falta de delicadeza que sería incomprensible a la humanidad futura. De la misma manera pretendemos hacer valer nuestros derechos sobre su “yo” espiritual más íntimo. El amante contemporáneo está dispuesto a perdonar más fácilmente al ser querido una infidelidad física que una infidelidad moral, y pretende que le pertenece cada partícula del alma de la persona amada, que se extiende más allá de los límites de su unión libre. Considera cualquier sentimiento experimentado fuera de los límites de la relación libre como un despilfarro, como un robo imperdonable de tesoros que le pertenecían exclusivamente y, por tanto, como un espolio cometido a sus expensas.
El mismo origen tiene la absurda indelicadeza que cometen constantemente dos amantes con respecto a una tercera persona. Todos hemos tenido ocasión de observar un hecho curioso que se repite continuamente. Dos amantes que apenas han tenido tiempo de conocerse en sus relaciones mutuas se apresuran a establecer sus derechos sobre las relaciones personales anteriores del otro y a intervenir en lo más sagrado y más íntimo de su vida. Dos seres que ayer eran extraños el uno para el otro, hoy, únicamente porque les unen sensaciones eróticas comunes, se apresuran a poner la mano sobre el alma del otro, a disponer del alma desconocida y misteriosa sobre la cual ha grabado el pasado imágenes imborrables y a instalarse en su interior como si estuvieran en su propia casa.
Esta idea de la posesión recíproca de una pareja amorosa extiende su dominio de tal forma que casi no nos sorprende un hecho tan anormal como el siguiente: dos recién casados vivían hasta ayer cada uno su propia vida, al día siguiente de su unión cada uno de ellos abre sin el menor escrúpulo la correspondencia del otro, y, consecuentemente, el contenido de la carta procedente de una tercera persona que sólo tiene relación con uno de ellos se convierte en propiedad común. Una “intimidad” de este tipo no puede adquirirse más que como resultado de una verdadera unión entre las almas en el curso de una larga vida común de amistad puesta a prueba. Lo que ocurre en general es que a esta intimidad se le busca un sustitutivo legítimo, que tiene por base la idea, totalmente equivocada, de que la intimidad física entre dos seres es una razón suficiente para extender el derecho de propiedad sobre el ser emocional de la persona amada.
El segundo factor que deforma la mentalidad del hombre contemporáneo, y que es una razón para que la crisis sexual se agudice, es la idea de desigualdad entre los sexos, desigualdad de derechos y desigualdad en la valoración de su experiencia física y emocional. La “doble moral”, inherente tanto a la sociedad burguesa como a la aristocrática, ha envenenado durante siglos la psicología de hombres y mujeres. Estas actitudes son tan parte de nosotros que es mucho más difícil librarse de su penetrante ponzoña que de las ideas tocantes a la propiedad de un esposo sobre el otro, heredadas de la ideología burguesa. La concepción de desigualdad entre los sexos, incluso en la esfera de la experiencia física y emocional, obliga a aplicar constantemente medidas diversas para actos idénticos, según el sexo que los haya realizado. Incluso la persona más “progresista” de la burguesía que haya sabido desde hace tiempo superar las prescripciones del código de la moral en uso, será incapaz de sustraerse a la influencia del medio ambiente y emitirá un juicio completamente distinto, según se trate de un hombre o de una mujer. Bastará un simple ejemplo: imaginemos que un intelectual burgués, un hombre de ciencia, un hombre que está involucrado en asuntos políticos y sociales, que es en definitiva “una personalidad”, e incluso, una figura pública, se enamora de su cocinera —hecho que, además, se da con bastante frecuencia— y llega, incluso, a casarse con ella. ¿Modificará la sociedad burguesa por este hecho su conducta con respecto a la “personalidad” de este hombre? ¿Pondrá acaso en cuestión su “personalidad”? ¿Dudará de sus cualidades morales?
Naturalmente, no. Ahora pongamos otro ejemplo: una mujer perteneciente a la sociedad burguesa, una mujer respetada, considerada, una profesora, médica o escritora. Una mujer, en suma, con “personalidad”, se enamora de un criado y colma el “escándalo” consolidando esta cuestión con un matrimonio legal. ¿Cuál será la actitud de la sociedad burguesa respecto a esta persona hasta ahora respetada? La sociedad, naturalmente, la mortificará con su “desprecio”. Pero todavía será mucho más terrible si su marido, el criado, posee una bella fisionomía u otros atractivos de carácter físico. Nuestra hipócrita sociedad burguesa juzgará su elección de la forma siguiente: “Es obvio de qué se ha enamorado”.
La sociedad burguesa no puede perdonar a la mujer que se atreve a dar a la elección del hombre amado un carácter demasiado individual. Según la tradición heredada de costumbres tribales, nuestra sociedad pretende todavía que la mujer continúe teniendo en cuenta, en el momento de entregar su corazón, una serie de consideraciones de grados y rangos sociales, que tenga en consideración el medio familiar y los intereses de la familia. La sociedad burguesa no puede considerar a la mujer como una persona independiente, separada de la célula familiar, le es completamente imposible apreciarla como una personalidad fuera del círculo estrecho de las virtudes y deberes familiares.
La sociedad contemporánea va mucho más lejos que el orden de la antigua sociedad tribal en la tutela que ejerce sobre la mujer. No sólo le prescribe casarse únicamente con hombres “dignos” de ella, sino que le prohíbe incluso que llegue a amar a un ser que es su “inferior”.
Estamos acostumbrados a ver cómo hombres de un nivel moral e intelectual muy elevado eligen como compañera de vida a una mujer insignificante y vacua, que de ninguna manera se corresponde con el valor espiritual del marido. Apreciamos este hecho como completamente normal y, por tanto, no merece siquiera nuestra consideración. Todo lo más que puede suceder es que los amigos “se lamenten de que Iván Ivanovitch se haya casado con una mujer insoportable”. El caso varía si se trata de una mujer. Entonces nuestra indignación no tiene límites, y la expresamos con frases como la siguiente: “¡Cómo es posible que una mujer tan inteligente como María Petrovna pueda amar a una nulidad así!… Tendremos que poner en duda su inteligencia…”
¿A qué obedece esta manera diferente de juzgar las cosas? ¿Qué causa determina una apreciación tan contraria? Esta diversidad de criterio no tiene otro origen que la idea de la desigualdad entre los sexos, idea que ha sido inoculada a la humanidad durante siglos y siglos y que ha acabado por apoderarse de nuestra mentalidad de una manera orgánica. Estamos acostumbrados a valorar a la mujer, no como una personalidad, con cualidades y defectos individuales, independientes de sus experiencias físicas y emocionales. Para nosotros la mujer no tiene valor más que como accesorio del hombre. El hombre, marido o amante, proyecta sobre la mujer su luz y, es a él, y no a ella misma, a quien tomamos en consideración como el verdadero elemento determinante de la estructura espiritual y moral de la mujer. En cambio, cuando valoramos la personalidad del hombre hacemos por anticipado una total abstracción de sus actos en relación a sus relaciones sexuales. La personalidad de la mujer, por el contrario, se valora casi exclusivamente en relación con su vida sexual. Este modo de apreciar el valor de una personalidad femenina se deriva del papel que ha representado la mujer durante tantos siglos y sólo ahora es cuando se está logrando poco a poco una reevaluación de estas actitudes, al menos en términos generales.
La atenuación de estas falsas e hipócritas concepciones sólo podrá realizarse con la transformación del papel económico de la mujer en la sociedad, y con su entrada independiente en la producción.
Los tres factores fundamentales que distorsionan nuestra mente, y que deben afrontarse si se pretende resolver el problema sexual, son: el egoísmo extremo, la idea del derecho de propiedad de los esposos entre sí y el concepto de desigualdad entre los sexos en el ámbito de sus experiencias físicas y emocionales. La humanidad no encontrará solución a este problema hasta que no haya acumulado en su psicología suficientes reservas de “sentimientos de consideración”, hasta que su capacidad de amar sea mayor, hasta que el concepto de libertad en el matrimonio y en la unión libre no sea un hecho consolidado. En suma, hasta que el principio de camaradería no haya triunfado sobre los conceptos tradicionales de desigualdad y de subordinación en las relaciones entre los sexos. Sin una reconstrucción total y fundamental de nuestra psicología el problema sexual es irresoluble.
¿Pero no será esta condición previa una utopía desprovista de base, utopía en la que basan sus consignas ingenuas los idealistas soñadores? Intentemos aumentar la “capacidad de amar” de la humanidad. ¿Acaso los sabios de todos los pueblos, desde Buda y Confucio hasta Cristo, no se han entregado desde tiempos remotos a esta tarea? Sin embargo, ¿hay alguien que crea que la “capacidad de amar” ha aumentado en la humanidad? Reducir la cuestión de la crisis sexual a utopías de este tipo, por muy bien intencionadas que sean, ¿no significará prácticamente un reconocimiento de debilidad y una renuncia a buscar la solución anhelada?
Veamos si esto es cierto. ¿Es la reeducación radical de nuestra psicología y nuestro enfoque de las relaciones sexuales algo tan improbable, tan alejado de la realidad? ¿No podríamos decir que, por el contrario, mientras que grandes cambios sociales y económicos están en curso, las condiciones que se están creando demandan y dan lugar a una nuevo fundamento para la experiencia psicológica que está en consonancia con lo que hemos estado hablando? Ya en nuestra sociedad avanza un nuevo grupo social que intenta ocupar el primer puesto y dejar de lado a la burguesía, con su ideología de clase y su código de moral sexual individualista. Esta clase ascendente, de vanguardia, lleva necesariamente en su seno los gérmenes de nuevas orientaciones entre los sexos, relaciones que forzosamente han de estar estrechamente unidas a sus objetivos sociales de clase.
La compleja evolución de las relaciones socioeconómicas que tiene lugar ante nuestros ojos, que pone en conmoción todas nuestras concepciones sobre el papel de la mujer en la vida social y destruye los fundamentos de la moral sexual burguesa, trae consigo dos hechos que a primera vista parecen contradictorios.
Por un lado, observamos los esfuerzos infatigables de la humanidad por adaptarse a las nuevas condiciones socioeconómicas cambiantes. Esto se manifiesta ya sea en un intento de conservar las “viejas formas”, dándoles un nuevo contenido (mantenimiento de la forma exterior del matrimonio indisoluble y monógamo, pero al mismo tiempo el reconocimiento de hecho de la libertad de los esposos), o, por el contrario, en la aceptación de nuevas formas que lleven en su interior, sin embargo, todos los elementos del código moral del matrimonio burgués (la unión libre en la que el derecho de propiedad de los dos esposos unidos “libremente” sobrepase los límites del derecho de propiedad del matrimonio legal).
Por otra parte, no podemos dejar de señalar la aparición lenta, pero constante, de nuevas formas de relaciones entre los sexos, que difieren de las formas externas tanto en la forma exterior como por el espíritu que anima sus normas vivificadoras.
La humanidad sondea con inquietud los nuevos ideales. Pero basta examinarlos un poco detenidamente para reconocer en ellos, a pesar de que sus límites no están todavía lo suficientemente marcados, los rasgos característicos merced a los cuales están estrechamente vinculados con las tareas del proletariado, como aquella clase social a la que le incumbe apoderarse de la fortaleza asediada del futuro. Quien quiera encontrar en el laberinto de las normas sexuales contradictorias los gérmenes de relaciones más sanas entre los sexos —que prometan liberar a la humanidad de la crisis sexual que atraviesa—, tiene necesariamente que abandonar las cultas estancias de la burguesía, con su refinada psicología individualista, y echar una ojeada a las habitaciones hacinadas de los obreros. Allí, en medio del horror y de la miseria causada por el capitalismo, entre lágrimas y maldiciones, surgen a pesar de todo manantiales vivificadores que se abren paso por la nueva senda.
Entre la clase obrera, bajo la presión de duras condiciones económicas, bajo el yugo implacable de la explotación del capital, se observa el doble proceso al que acabamos de referirnos. La influencia destructiva del capitalismo, que aniquila todos los fundamentos de la familia obrera, y obliga al proletariado a adaptarse “instintivamente” a las condiciones del mundo que le rodea, y provoca, por tanto, una serie de hechos en lo referente a las relaciones entre los sexos, análogos a los que se producen también en otras capas de la sociedad. Debido a los bajos salarios el obrero retrasa de manera continua e inevitable la edad de contraer matrimonio. Si hace veinte años un obrero podía casarse de los veintidós a los veinticinco años, hoy día no puede crear un hogar hasta los treinta años aproximadamente. Además, cuanto más desarrolladas están en el obrero las necesidades culturales, tanto más valora la posibilidad de seguir el ritmo de la vida cultural, de ir al teatro, de asistir a conferencias, leer periódicos,
consagrar el tiempo que el trabajo le deja libre a la lucha sindical, a la política, a una actividad por la que siente afición, al arte, a la lectura, etc., y más tarde tiende a casarse. Sin embargo, las necesidades físicas no tienen para nada en cuenta su situación financiera, son necesidades vitales de las que no se puede prescindir. El obrero “soltero”, lo mismo que el burgués “soltero”, resuelven su problema acudiendo a la prostitución. Este es un ejemplo de la adaptación pasiva de la clase obrera a las condiciones desfavorables de su existencia.
Tomemos otro ejemplo. Al casarse un obrero, y a causa del nivel tan bajo de los salarios, la nueva familia obrera se ve obligada a resolver el problema del nacimiento de los hijos de igual forma que lo hace la familia burguesa. La frecuencia de infanticidios y el aumento de la prostitución son dos son expresiones del mismo proceso. Ambos son ejemplos de adaptación pasiva del obrero a la espantosa realidad que le rodea. Pero lo que no hay que olvidar es que en estos procesos no hay nada que caracterice propiamente al proletariado. Esta adaptación pasiva es propia de todas las clases y sectores sociales que se ven envueltos en el proceso mundial de desarrollo del capitalismo.
La línea de diferenciación comienza precisamente cuando entran en juego los principios activos y creadores; la delimitación se marca allí donde no se trata ya de una adaptación, sino de una reacción frente a la realidad opresora. Comienza donde nacen y se expresan nuevos ideales, donde surgen tímidas tentativas de relaciones sexuales dotadas de un espíritu nuevo. Pero aún hay más: debemos señalar que este proceso de reacción se inicia únicamente entre la clase obrera.
Esto no quiere decir, en modo alguno, que las otras clases y capas de la sociedad, principalmente la de los intelectuales burgueses, que es la clase que por las condiciones de su existencia social se encuentra más cerca de la clase obrera, no se apoderen de estos elementos nuevos que el proletariado crea y desenvuelve. La burguesía, impulsada por el deseo instintivo de inyectar vida nueva a las formas agonizantes de la suya, y ante la impotencia de sus diversas formas de relaciones sexuales, aprende a toda prisa las formas nuevas que la clase obrera lleva consigo. Pero, desgraciadamente, ni los ideales, ni él código de moral sexual elaborados de un modo gradual por el proletariado corresponden a la esencia moral de las exigencias burguesas de clase. Por tanto, mientras la moral sexual, nacida de las necesidades de la clase obrera, se convierte para esta clase en un instrumento nuevo de lucha social, los “modernismos” de segunda mano que de esa moral deduce la burguesía, no hacen más que destruir de un modo definitivo las bases de su superioridad social.
El intento de los intelectuales burgueses de sustituir el matrimonio indisoluble por los lazos más libres, más fácilmente desligables del matrimonio civil, conmueve las bases de la estabilidad social de la burguesía, bases que no pueden ser otras que la familia monógama cimentada en el concepto de propiedad.
Todo lo contrario sucede en la clase obrera. Una mayor libertad en la unión entre los sexos, una menor consolidación de sus relaciones sexuales concuerda totalmente con las tareas fundamentales de esta clase social, y hasta podemos decir que se derivan directamente de estas tareas. Lo mismo sucede con la negación del concepto de subordinación en el matrimonio que rompe los últimos lazos artificiales de la familia burguesa. Todo lo contrario sucede en la clase proletaria. El factor de la subordinación de un miembro de esta clase social a otro al igual que el concepto de posesividad en las relaciones, tiene efectos nocivos sobre la mente del proletariado. A los intereses de la clase revolucionaria no les conviene en modo alguno “atar” a uno de sus miembros, puesto que a cada uno de sus representantes independientes le incumbe ante todo el deber de servir a los intereses de su clase y no los de una célula familiar aislada.
El deber del miembro de la sociedad proletaria es ante todo contribuir al triunfo de los intereses de su clase, por ejemplo, actuando en las huelgas, participando en todo momento en la lucha. La moral con que la clase trabajadora juzga todos estos actos caracteriza con perfecta claridad la base de la nueva moral proletaria.
Supongamos que un empresario, movido únicamente por intereses familiares, retira de los negocios su capital en un momento crítico para la empresa. Su acción, apreciada desde el punto de vista de la moral burguesa, no puede ser más clara, “porque los intereses de la familia deben figurar en primer lugar”. Comparemos ahora este juicio con la actitud de los obreros ante el rompehuelgas, que acude al trabajo durante el conflicto para que su familia no pase hambre. Los intereses de clase figuran en este ejemplo en primer lugar. Representemos ahora a un marido burgués que ha conseguido por su amor y devoción a la familia tener alejada a su mujer de todos sus intereses, a excepción de los deberes de ama de casa y de mujer consagrada por completo al cuidado de los hijos. El juicio de la sociedad burguesa será: “un marido ideal que ha sabido crear una familia ideal”.
Pero, ¿cuál sería la actitud de los obreros hacia un miembro consciente de su clase que intentase hacer que su mujer se apartase de la lucha social? La moral de la clase exige, a costa incluso de la felicidad individual, a costa de la familia, la participación de la mujer en la vida de lucha que transcurre fuera de los muros de su hogar. Atar a la mujer a la casa, colocar en primer plano los intereses familiares, propagar la idea de los derechos de la propiedad absoluta de un esposo sobre su mujer, son actos que violan el principio fundamental de la ideología de la clase obrera, que destruyen la solidaridad y el compañerismo y que rompen las cadenas que unen a todo el proletariado. El concepto de posesión de una personalidad por otra, la idea de la subordinación y de la desigualdad de los miembros de una sola y misma clase, son conceptos contrarios a la esencia del concepto de camaradería, que es el principio proletario más fundamental.
Este principio básico de la ideología de la clase ascendente es el que da colorido y determina el nuevo código en formación de la moral sexual del proletariado, merced al cual se transforma la psicología de la humanidad y llega a adquirir una acumulación de sentimientos de solidaridad y de libertad, en vez del concepto de la propiedad, una acumulación de compañerismo en vez de los conceptos de desigualdad y de subordinación.
Es una vieja verdad la que establece que toda nueva clase ascendente, nacida como consecuencia de una cultura material distinta de la del grado precedente de la evolución económica, enriquece a toda la humanidad con la ideología nueva característica de esta clase. El código de la moral sexual constituye una parte integrante de la nueva ideología. Por tanto, basta pronunciar los términos “ética proletaria” y “moral sexual proletaria” para escapar de la trivial argumentación: la moral sexual proletaria no es en el fondo más que “superestructura”, mientras no se experimente la total transformación de la base económica de la sociedad, no puede haber lugar para ella. ¡Como si una ideología, sea del género que fuere, no se formase hasta que se hubiera producido la transformación de las relaciones socioeconómicas necesarias para asegurar el dominio de la clase de que se trate! La experiencia de la historia enseña que la elaboración de la ideología de un grupo social, y consecuentemente de la moral sexual también, se realiza durante el proceso mismo de la lucha de este grupo contra las fuerzas sociales adversas.
Esta clase de lucha sólo puede fortalecer su posición social con la ayuda de nuevos valores espirituales sacados de su propio seno, y que respondan totalmente a sus tareas como clase ascendente. Sólo mediante estas normas e ideales nuevos puede esta clase arrebatar el poder a los grupos sociales contrarios.
La tarea que corresponde, por tanto, a los ideólogos de la clase obrera es buscar el criterio moral fundamental, producto de los intereses específicos de la clase obrera y armonizar con este criterio las nacientes normas sexuales.
Ya es hora de comprender que únicamente después de haber tanteado el proceso creador que se realiza allá abajo, en las profundas capas sociales, proceso que engendra necesidades nuevas, nuevos ideales y formas, será posible vislumbrar el camino en el caos contradictorio de las relaciones sexuales y desenmarañar la enredada madeja del problema sexual.
Debemos recordar que el código de la moral sexual, en armonía con las tareas fundamentales de la clase obrera, puede convertirse en poderoso instrumento que refuerce la posición de lucha de la clase ascendente. ¿Por qué no servirse de este instrumento, en interés de la clase obrera, en su lucha por el establecimiento de un sistema comunista y, a la vez también, por establecer nuevas relaciones entre los sexos, que sean más perfectas y felices?


3. El comunismo y la familia

La mujer no depende ya del hombre

¿Se mantendrá la familia en un Estado comunista? ¿Persistirá en la misma forma actual? Son estas cuestiones que atormentan, en los momentos presentes, a la mujer de la clase trabajadora y preocupa igualmente a sus compañeros, los hombres.
No debe extrañarnos que en estos últimos tiempos este problema perturbe las mentes de las mujeres trabajadoras. La vida cambia continuamente ante nuestros ojos; antiguos hábitos y costumbres desaparecen poco a poco. Toda la existencia de la familia proletaria se modifica y organiza en forma tan nueva, tan fuera de lo corriente, tan extraña, como nunca pudimos imaginar.
Y una de las cosas que mayor perplejidad produce en la mujer en estos momentos es la manera como se ha facilitado el divorcio en Rusia.
De hecho, en virtud del decreto del Comisario del Pueblo del 18 de diciembre de 1917, el divorcio ha dejado de ser un lijo accesible sólo a los ricos; desde ahora en adelante, la mujer trabajadora no tendrá que esperar y meses, e incluso hasta años, para que sea fallada su petición de separación matrimonial que le dé derecho a independizarse de un marido borracho o brutal, acostumbrado a golpearla. Desde ahora en adelante el divorcio se podrá obtener amigablemente dentro del periodo de una o dos semanas todo lo más.
Pero es precisamente esta facilidad para obtener el divorcio, manantial de tantas esperanzas para las mujeres que son desgraciadas en su matrimonio, lo que asusta a otras mujeres, particularmente a aquellas que consideran todavía al marido como el “proveedor” de la familia, como el único sostén de la vida, a esas mujeres que no comprenden todavía que deben acostumbrarse a buscar y a encontrar ese sostén en otro sitio, no en la persona del hombre, sino en la persona de la sociedad, en el Estado.

Desde la familia genésica a nuestros días

No hay ninguna razón para pretender engañarnos a nosotros mismos: la familia normal de los tiempos pasados en la cual el hombre lo era todo y la mujer nada —puesto que no tenía voluntad propia, ni dinero propio, ni tiempo del que disponer libremente—, este tipo de familia sufre modificaciones día por día, y actualmente es casi una cosa del pasado, lo cual no debe asustarnos.
Bien sea por error o ignorancia, estamos dispuestos a creer que todo lo que nos rodea debe permanecer inmutable, mientras todo lo demás cambia. Siempre ha sido así y siempre lo será. Esta afirmación es un error profundo.
Para darnos cuenta de su falsedad, no tenemos más que leer cómo vivían las gentes del pasado, e inmediatamente vemos cómo todo está sujeto a cambio y cómo no hay costumbres, ni organizaciones políticas, ni moral que permanezcan fijas e inviolables.
Así, pues, la familia ha cambiado frecuentemente de forma en las diversas épocas de la vida de la humanidad.
Hubo épocas en que la familia fue completamente distinta a como estamos acostumbrados a admitirla. Hubo un tiempo en que la única forma de familia que se consideraba normal era la llamada familia genésica, es decir, aquella en que el cabeza de familia era la anciana madre, en torno a la cual se agrupaban, en la vida y en el trabajo común, los hijos, nietos y biznietos.
La familia patriarcal fue en otros tiempos considerada también como la única forma posible de familia, presidida por un padre-amo, cuya voluntad era ley para todos los demás miembros de la familia. Aún en nuestros tiempos se pueden encontrar en las aldeas rusas familias campesinas de este tipo. En realidad podemos afirmar que en esas localidades la moral y las leyes que rigen la vida familiar son completamente distintas de las que reglamentan la vida de la familia del obrero de la ciudad. En el campo existen todavía gran número de costumbres que ya no es posible encontrar en la familia de la ciudad proletaria.
El tipo de familia, sus costumbres, etc., varían según las razas. Hay pueblos, como por ejemplo los turcos, árabes y persas, entre los cuales la ley autoriza al marido el tener varias mujeres. Han existido y todavía se encuentran tribus que toleran la costumbre contraria, es decir, que la mujer tenga varios maridos.
La moralidad al uso del hombre de nuestro tiempo le autoriza para exigir de las jóvenes la virginidad hasta su matrimonio legítimo. Pero, sin embargo, hay tribus en las que ocurre todo lo contrario: la mujer tiene por orgullo haber tenido muchos amantes, y se engalana brazos y piernas con brazaletes que indican el número…
Diversas costumbres, que a nosotros nos sorprenden, hábitos que podemos incluso calificar de inmorales, los practican otros pueblos, con la sanción divina, mientras que, por su parte, califican de “pecaminosas” muchas de nuestras costumbres y leyes.
Por tanto, no hay ninguna razón para que nos aterroricemos ante el hecho de que la familia sufra un cambio, porque gradualmente se descarten vestigios del pasado vividos hasta ahora, ni porque se implanten nuevas relaciones entre el hombre y la mujer. No tenemos más que preguntarnos: ¿qué es lo que ha muerto en nuestro viejo sistema familiar y qué relaciones hay entre el hombre trabajador y la mujer trabajadora, entre el campesino y la campesina?
¿Cuáles de sus respectivos derechos y deberes armonizan mejor con las condiciones de vida de la nueva Rusia? Todo lo que sea compatible con el nuevo estado de cosas se mantendrá; lo demás, toda esa anticuada morralla que hemos heredado de la maldita época de servidumbre y dominación, que era la característica de los terratenientes y capitalistas, todo eso tendrá que ser barrido juntamente con la misma clase explotadora, con esos enemigos del proletariado y de los pobres.

El capitalismo ha destruido la vieja vida familiar

La familia, en su forma actual, no es más que una de tantas herencias del pasado. Sólidamente unida, compacta en sí misma en sus comienzos, e indisoluble —tal era el carácter del matrimonio santificado por el cura—, la familia era igualmente necesaria para cada uno de sus miembros. Porque ¿quién se hubiera ocupado de criar, vestir y educar a los hijos de no ser la familia? ¿Quién se hubiera ocupado de guiarlos en la vida? Triste suerte la de los huérfanos en aquellos tiempos; era el peor destino que pudiera tocarle a uno en suerte.
En el tipo de familia a que estamos acostumbrados, es el marido el que gana el sustento, el que mantiene a la mujer y a los hijos. La mujer, por su parte, se ocupa de los quehaceres domésticos y de criar a los hijos como le parece.
Pero, desde hace un siglo, esta forma corriente de familia ha experimentado una destrucción progresiva en todos los países del mundo, en los que domina el capitalismo, en aquellos países en que el número de fábricas crece rápidamente, juntamente con otras empresas capitalistas que emplean trabajadores.
Las costumbres y la moral familiar se forman simultáneamente como consecuencia de las condiciones generales de la vida que rodea a la familia. Lo que más ha contribuido a que se modificasen las costumbres familiares de una manera radical ha sido, indiscutiblemente, la enorme expansión que ha adquirido por todas partes el trabajo asalariado de la mujer. Anteriormente, era el hombre el único sostén posible de la familia. Pero desde los últimos cincuenta o sesenta años, hemos experimentado en Rusia (con anterioridad en otros países) que el régimen capitalista obliga a las mujeres a buscar trabajo remunerador fuera de la familia, fuera de su casa.

Treinta millones de mujeres soportan una doble carga

Como el salario del hombre, sostén de la familia, resultaba insuficiente para cubrir las necesidades de la misma, la mujer se vio obligada a su vez a buscar trabajo remunerado; la madre tuvo que llamar también a la puerta de la fábrica. Año por año, día tras día, fue creciendo el número de mujeres pertenecientes a la clase trabajadora que abandonaban sus casas para ir a nutrir las filas de las fábricas, para trabajar como obreras, dependientas, oficinistas, lavanderas o criadas.
Según cálculos de antes de la Gran Guerra, en los países de Europa y América ascendían a sesenta millones las mujeres que se ganaban la vida con su trabajo. Durante la guerra ese número aumentó considerablemente.
La inmensa mayoría de estas mujeres estaban casadas; fácil es imaginarnos la vida familiar que podrían disfrutar. ¡Qué vida familiar puede existir donde la esposa y madre se va de casa durante ocho horas diarias, diez mejor dicho (contando el viaje de ida y vuelta)! La casa queda necesariamente descuidad; los hijos crecen sin ningún cuidado maternal, abandonados a sí mismos en medio de los peligros de la calle, en la cual pasan la mayor parte del tiempo.
La mujer casada, la madre que es obrera, suda sangre para cumplir con tres tareas que pesan al mismo tiempo sobre ella: disponer de las horas necesarias para el trabajo, lo mismo que hace su marido, en alguna industria o establecimiento comercial; consagrarse después, lo mejor posible, a los quehaceres domésticos, y, por último, cuidar de sus hijos.
El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre.
Por tanto, nos encontramos con que la mujer se agota como consecuencia de esta triple e insoportable carga, que con frecuencia expresa con gritos de dolor y hace asomar lágrimas a sus ojos.
Los cuidados y las preocupaciones han sido en todo tiempo destino de la mujer; pero nunca ha sido su vida más desgraciada, más desesperada que en estos tiempos bajo el régimen capitalista, precisamente cuando la industria atraviesa por periodo de máxima expansión.
Los trabajadores aprenden a existir sin vida familiar
Cuanto más se extiende el trabajo asalariado de la mujer, más progresa la descomposición de la familia. ¡Qué vida familiar puede haber donde el hombre y la mujer trabajan en la fábrica, en secciones diferentes, si la mujer no dispone siquiera del tiempo necesario para guisar una comida medianamente buena para sus hijos! ¡Qué vida familiar puede ser la de una familia en la que el padre y la madre pasan fuera de casa la mayor parte de las veinticuatro horas del día, entregados a un duro trabajo, que les impide dedicar unos cuantos minutos a sus hijos!
En épocas anteriores, era completamente diferente. La madre, el ama de casa, permanecía en el hogar, se ocupaba de las tareas domésticas y de sus hijos, a los cuales no dejaba de observar, siempre vigilante.
Hoy día, desde las primeras horas de la mañana hasta que suena la sirena de la fábrica, la mujer trabajadora corre apresurada para llegar a su trabajo; por la noche, de nuevo, al sonar la sirena, vuelve precipitadamente a casa para preparar la sopa y hacer los quehaceres domésticos indispensables. A la mañana siguiente, después de breves horas de sueño, comienza otra vez para la mujer su pesada carga. No puede, pues, sorprendernos, por tanto, el hecho de que, debido a estas condiciones de vida, se deshagan los lazos familiares y la familia se disuelva cada día más. Poco a poco va desapareciendo todo aquello que convertía a la familia en un todo sólido, todo aquello que constituía sus seguros cimientos, la familia es cada vez menos necesaria a sus propios miembros y al Estado. Las viejas formas familiares se convierten en un obstáculo.
¿En qué consistía la fuerza de la familia en los tiempos pasados? En primer lugar, en el hecho de que era el marido, el padre, el que mantenía a la familia; en segundo lugar, el hogar era algo igualmente necesario a todos los miembros de la familia, y en tercer y último lugar, porque los hijos eran educados por los padres.
¿Qué es lo que queda actualmente de todo esto? El marido, como hemos visto, ha dejado de ser el sostén único de la familia. La mujer, que va a trabajar, se ha convertido, a este respecto, en igual a su marido. Ha aprendido no sólo a ganarse la vida, sino también, con gran frecuencia, a ganar la de sus hijos y su marido. Queda todavía, sin embargo, la función de la familia de criar y mantener a los hijos mientras son pequeños. Veamos ahora, en realidad, lo que subsiste de esta obligación.

El trabajo casero no es ya una necesidad

Hubo un tiempo en que la mujer de la clase pobre, tanto en la ciudad como en el campo, pasaba su vida entera en el seno de la familia. La mujer no sabía nada de lo que ocurría más allá del umbral de su casa y es casi seguro que tampoco deseaba saberlo. En compensación, tenía dentro de su casa las más variadas ocupaciones, todas útiles y necesarias, no sólo para la vida de la familia en sí, sino también para la de todo el Estado.
La mujer hacía, es cierto, todo lo que hoy hace cualquier mujer obrera o campesina. Guisaba, lavaba, limpiaba la casa y repasaba la ropa de la familia. Pero no hacía esto sólo. Tenía sobre sí, además, una serie de obligaciones que no tienen ya las mujeres de nuestro tiempo: hilaba la lana y el lino; tejía las telas y los adornos, las medias y los calcetines; hacía encajes y se dedicaba, en la medida de las posibilidades familiares, a las tareas de la conservación de carnes y demás alimentos; destilaba las bebidas de la familia, e incluso moldeaba las velas para la casa.
¡Cuán diversas eran las tareas de la mujer en los tiempos pasados! Así pasaron la vida nuestras madres y abuelas. Aún en nuestros días, allá en remotas aldeas, en pleno campo, en contacto con las líneas del tren o lejos de los grandes ríos, se pueden encontrar pequeños núcleos donde se conserva todavía, sin modificación alguna, este modo de vida de los buenos tiempos del pasado, en la que el ama de casa realizaba una serie de trabajos de los que no tiene noción la mujer trabajadora de las grandes ciudades o de las regiones de gran población industrial, desde hace mucho tiempo.

El trabajo industrial de la mujer en el hogar

En los tiempos de nuestras abuelas eran absolutamente necesarios y útiles todos los trabajos domésticos de la mujer, de los que dependía el bienestar de la familia. Cuanto más se dedicaba la mujer de su casa a estas tareas, tanto mejor era la vida en el hogar, más orden y abundancia se reflejaban en la casa. Hasta el propio Estado podía beneficiarse un tanto de las actividades de la mujer como ama de casa. Porque, en realidad, la mujer de otros tiempos no se limitaba a preparar purés para ella o su familia, sino que sus manos producían muchos otros productos de riqueza, tales como telas, hilo, mantequilla, etc., cosas que podían llevarse al mercado y ser consideradas como mercancías, como cosas de valor.
Es cierto que en los tiempos de nuestras abuelas y bisabuelas el trabajo no era evaluado en dinero. Pero no había ningún hombre, fuera campesino u obrero, que no buscase como compañera una mujer con “manos de oro”, frase todavía proverbial entre el pueblo.
Porque sólo los recursos del hombre, sin el trabajo doméstico de la mujer, no hubieran bastado para mantener el hogar.
En lo que se refiere a los bienes del Estado, a los intereses de la nación, coincidían con los del marido; cuanto más trabajadora resultaba la mujer en el seno de su familia, tantos más productos de todas clases producía: telas, cueros, lana, cuyo sobrante podía ser vendido en el mercado de las cercanías; consecuentemente, la “mujer de su casa” contribuía a aumentar en su conjunto la prosperidad económica del país.

La mujer casada y la fábrica

El capitalismo ha modificado totalmente esta antigua manera de vida. Todo lo que antes se producía en el seno de la familia, se fabrica ahora en grandes cantidades en los talleres y en las fábricas. La máquina sustituyó a los ágiles dedos del ama de casa. ¿Qué mujer de su casa trabajaría hoy día en moldear velas, hilar o tejer tela? Todos estos productos pueden adquirirse en la tienda más próxima. Antes, todas las muchachas tenían que aprender a tejer sus medias; ¿es posible encontrar en nuestros tiempos una joven obrera que se haga las medias? En primer lugar, carece del tiempo necesario para ello. El tiempo es dinero y no hay nadie que quiera perderlo de una manera improductiva, es decir, sin obtener ningún provecho. Actualmente, toda mujer de su casa, que es a la vez una obrera, prefiere comprar las medias hechas que perder tiempo haciéndolas.
Pocas mujeres trabajadoras, y sólo en casos aislados, podemos encontrar hoy día que preparen las conservas para la familia, cuando la realidad es que en la tienda de comestibles de al lado de su casa puede comprarlas perfectamente preparadas. Aun en el caso de que el producto vendido en la tienda sea de una calidad inferior, o que no sea tan bueno como el que pueda hacer una ama de casa ahorrativa en su hogar, la mujer trabajadora no tiene ni tiempo ni energías para dedicarse a todas las laboriosas operaciones que requiere un trabajo de esta clase.
La realidad, pues, es que la familia contemporánea se independiza cada vez más de todos aquellos trabajos domésticos sin cuya preocupación no hubieran podido concebir la vida familiar nuestras abuelas.
Lo que se producía anteriormente en el seno de la familia se produce actualmente con el trabajo común de hombres y mujeres trabajadoras en las fábricas y talleres.
Los quehaceres individuales están llamados a desaparecer
La familia actualmente consume sin producir. Las tareas esenciales del ama de casa han quedado reducidas a cuatro: limpieza (suelos, muebles, calefacción, etc.); cocina (preparación de comida y cena); lavado y cuidado de la ropa blanca, y vestidos de la familia (remendado y repaso de la ropa).
Estos son trabajos agotadores. Consumen todas las energías y todo el tiempo de la mujer trabajadora, que, además, tiene que trabajar en una fábrica.
Ciertamente que los quehaceres de nuestras abuelas comprendían muchas más operaciones, pero, sin embargo, estaban dotados de una cualidad de la que carecen los trabajos domésticos de la mujer obrera de nuestros días; éstos han perdido su cualidad de trabajos útiles al Estado desde el punto de vista de la economía nacional, porque son trabajos con los que no se crean nuevos valores. Con ellos no se contribuye a la prosperidad del país.
Es en vano que la mujer trabajadora se pase el día desde la mañana hasta la noche limpiando su casa, lavando y planchando la ropa, consumiendo sus energías para conservar sus gastadas ropas en orden, matándose para preparar con sus modestos recursos la mejor comida posible, porque cuando termine el día no quedará, a pesar de sus esfuerzos, un resultado material de todo su trabajo diario; con sus manos infatigables no habrá creado en todo el día nada que pueda ser considerado como una mercancía en el mercado comercial. Mil años que viviera todo seguiría igual para la mujer trabajadora. Todas las mañanas habría que quitar polvo de la cómoda; el marido vendría con ganas de cenar por la noche y sus chiquitines volverían siempre a casa con los zapatos llenos de barro… El trabajo del ama de casa reporta cada día menos utilidad, es cada vez más improductivo.

La aurora del trabajo casero colectivo

Los trabajos caseros en forma individual han comenzado a desaparecer y de día en día van siendo sustituidos por el trabajo casero colectivo, y llegará un día, más pronto o más tarde, en que la mujer trabajadora no tendrá que ocuparse de su propio hogar.
En la Sociedad Comunista del mañana, estos trabajos serán realizados por una categoría especial de mujeres trabajadoras dedicadas únicamente a estas ocupaciones.
Las mujeres de los ricos, hace ya mucho tiempo que viven libres de estas desagradables y fatigosas tareas. ¿Por qué tiene la mujer trabajadora que continuar con esta pesada carga?
En la Rusia Soviética, la vida de la mujer trabajadora debe estar rodeada de las mismas comodidades, la misma limpieza, la misma higiene, la misma belleza, que hasta ahora constituía el ambiente de las mujeres pertenecientes a las clases adineradas. En una Sociedad Comunista la mujer trabajadora no tendrá que pasar sus escasas horas de descanso en la cocina, porque en la Sociedad Comunista existirán restaurantes públicos y cocinas centrales en los que podrá ir a comer todo el mundo.
Estos establecimientos han ido en aumento en todos los países, incluso dentro del régimen capitalista. En realidad, se puede decir que desde hace medio siglo aumentan de día en día en todas las ciudades de Europa; crecen como las setas después de la lluvia otoñal. Pero mientras en un sistema capitalista sólo gentes con bolsas bien repletas pueden permitirse el gusto de comer en los restaurantes, en una ciudad comunista estarán al alcance de todo el mundo.
Lo mismo se puede decir del lavado de la ropa y demás trabajos caseros. La mujer trabajadora no tendrá que ahogarse en un océano de porquería ni estropearse la vista remendando y cosiendo la ropa por las noches. No tendrá más que llevarla cada semana a los lavaderos centrales para ir a buscarla después lavada y planchada. De este modo tendrá la mujer trabajadora una preocupación menos.
La organización de talleres especiales para repasar y remendar la ropa ofrecerá a la mujer trabajadora la oportunidad de dedicarse por las noches a lecturas instructivas, a distracciones saludables, en vez de pasarlas como hasta ahora en tareas agotadoras.
Por tanto, vemos que las cuatro últimas tareas domésticas que todavía pesan sobre la mujer de nuestros tiempos desaparecerán con el triunfo del régimen comunista.
No tendrá de qué quejarse la mujer obrera, porque la Sociedad Comunista habrá terminado con el yugo doméstico de la mujer para hacer su vida más alegre, más rica, más libre y más completa.

La crianza de los hijos en el régimen capitalista

¿Qué quedará de la familia cuando hayan desaparecido todos estos quehaceres del trabajo casero individual? Todavía tendremos que luchar con el problema de los hijos. Pero en lo que se refiere a esta cuestión, el Estado de los Trabajadores acudirá en auxilio de la familia, sustituyéndola; gradualmente, la Sociedad se hará cargo de todas aquellas obligaciones que antes recaían sobre los padres.
Bajo el régimen capitalista la instrucción del niño ha cesado de ser una obligación de los padres. El niño aprende en la escuela. En cuanto el niño entra en la edad escolar, los padres respiran más libremente. Cuando llega este momento, el desarrollo intelectual del hijo deja de ser un asunto de su incumbencia.
Sin embargo, con ello no terminaban todas las obligaciones de la familia con respecto al niño. Todavía subsistía la obligación de alimentar al niño, de calzarle, vestirle, convertirlo en obrero diestro y honesto para que, con el tiempo, pudiera bastarse a sí propio y ayudar a sus padres cuando éstos llegaran a viejos.
Pero lo más corriente era, sin embargo, que la familia obrera no pudiera casi nunca cumplir enteramente estas obligaciones con respecto a sus hijos. El reducido salario de que depende la familia obrera no le permite ni tan siquiera dar a sus hijos lo suficiente para comer, mientras que el excesivo trabajo que pesa sobre los padres les impide dedicar a la educación de la joven generación toda la atención a que obliga este deber. Se daba por sentado que la familia se ocupaba de la crianza de los hijos. ¿Pero lo hacía en realidad? Más justo sería decir que es en la calle donde se crían los hijos de los proletarios. Los niños de la clase trabajadora desconocen las satisfacciones de la vida familiar, placeres de los cuales participamos todavía nosotros con nuestros padres.
Pero, además, hay que tener en cuenta que lo reducido de los jornales, la inseguridad en el trabajo y hasta el hambre convierten frecuentemente al niño de diez años de la clase trabajadora en un obrero independiente a su vez. Desde este momento, tan pronto como el hijo (lo mismo si es chico o chica) comienza a ganar un jornal, se considera a sí mismo dueño de su persona, hasta tal punto que las palabras y los consejos de sus padres dejan de causarle la menor impresión, es decir, que se debilita la autoridad de los padres y termina la obediencia.
A medida que van desapareciendo uno a uno los trabajos domésticos de la familia, todas las obligaciones de sostén y crianza de los hijos son desempeñadas por la sociedad en lugar de por los padres. Bajo el sistema capitalista, los hijos eran con demasiada frecuencia, en la familia proletaria, una carga pesada e insostenible.

El niño y el Estado comunista

En este aspecto también acudirá la Sociedad Comunista en auxilio de los padres. En la Rusia Soviética se han emprendido, merced a los Comisariados de Educación Pública y Bienestar Social, grandes adelantos. Se puede decir que en este aspecto se han hecho ya muchas cosas para facilitar la tarea de la familia de criar y mantener a los hijos.
Existen ya casas para los niños lactantes, guardería infantiles, jardines de la infancia, colonias y hogares para niños, enfermerías y sanatorios para los enfermos o delicados, restaurantes, comedores gratuitos para los discípulos en escuelas, libros de estudio gratuitos, ropas de abrigo y calzado para los niños de los establecimientos de enseñanza. ¿Todo esto no demuestra suficientemente que el niño sale ya del marco estrecho de la familia, pasando la carga de su crianza y educación de los padres a la colectividad?
Los cuidados de los padres con respecto a los hijos pueden clasificarse en tres grupos: 1º, cuidados que los niños requieren imprescindiblemente en los primeros tiempos de su vida; 2º, los cuidados que supone la crianza del niño, y 3º, los cuidados que necesita la educación del niño.
Lo que se refiere a la instrucción de los niños, en escuelas primarias, institutos y universidades, se ha convertido ya en una obligación del Estado, incluso en la sociedad capitalista.
Por otra parte, las ocupaciones de la clase trabajadora, las condiciones de vida, obligaban, incluso en la sociedad capitalista, a la creación de lugares de juego, guarderías, asilos, etc. Cuanta más conciencia tenga la clase trabajadora de sus derechos, cuanto mejor estén organizados en cualquier Estado específico, tanto más interés tendrá la sociedad en el problema de aliviar a la familia del cuidado de los hijos.
Pero la sociedad burguesa tiene medio de ir demasiado lejos en lo que respecta a considerar los intereses de la clase trabajadora, y mucho más si contribuye de este modo a la desintegración de la familia.
Los capitalistas se dan perfecta cuenta de que el viejo tipo de familia, en la que la esposa es una esclava y el hombre es responsable del sostén y bienestar de la familia, de que una familia de esta clase es la mejor arma para ahogar los esfuerzos del proletariado hacia su libertad, para debilitar el espíritu revolucionario del hombre y de la mujer proletarios. La preocupación por lo que le pueda pasar a su familia, priva al obrero de toda su firmeza, le obliga a transigir con el capital. ¿Qué no harán los padres proletarios cuando sus hijos tienen hambre?
Contrariamente a lo que sucede en la sociedad capitalista, que no ha sido capaz de transformar la educación de la juventud en una verdadera función social, en una obra del Estado, la Sociedad Comunista considerará como base real de sus leyes y costumbres, como la primera piedra del nuevo edificio, la educación social de la generación naciente.
No será la familia del pasado, mezquina y estrecha, con riñas entre los padres, con sus intereses exclusivistas para sus hijos, la que moldeará el hombre de la sociedad del mañana.
El hombre nuevo, de nuestra nueva sociedad, será moldeado por las organizaciones socialistas, jardines infantiles, residencias, guarderías de niños, etc., y muchas otras instituciones de este tipo, en las que el niño pasará la mayor parte del día y en las que educadores inteligentes le convertirán en un comunista consciente de la magnitud de esta inviolable divisa: solidaridad, camaradería, ayuda mutua y devoción a la vida colectiva.

La subsistencia de la madre asegurada

Veamos ahora, una vez que no se precisa atender a la crianza y educación de los hijos, qué es lo que quedará de las obligaciones de la familia con respecto a sus hijos, particularmente después que haya sido aliviada de la mayor parte de los cuidados materiales que llevan consigo el nacimiento de un hijo, o sea, a excepción de los cuidados que requiere el niño recién nacido cuando todavía necesita de la atención de su madre, mientras aprende a andar, agarrándose a las faldas de su madre. En esto también el Estado Comunista acude presuroso en auxilio de la madre trabajadora. Ya no existirá la madre agobiada con un chiquillo en brazos. El Estado de los Trabajadores se encargará de la obligación de asegurar la subsistencia a todas las madres, estén o no legítimamente casadas, en tanto que amamanten a su hijo; instalará por doquier casas de maternidad, organizará en todas las ciudades y en todos los pueblos guarderías e instituciones semejantes para que la mujer pueda ser útil trabajando para el Estado mientras, al mismo tiempo, cumple sus funciones de madre.

El matrimonio dejará de ser una cadena

Las madres obreras no tienen por qué alarmarse. La Sociedad Comunista no pretende separar a los hijos de los padres, ni arrancar al recién nacido del pecho de su madre. No abriga la menor intención de recurrir a la violencia para destruir la familia como tal. Nada de eso. Estas no son las aspiraciones de la Sociedad Comunista.
¿Qué es lo que presenciamos hoy? Pues que se rompen los lazos de la gastada familia. Esta, gradualmente, se va libertando de todos los trabajos domésticos que anteriormente eran otros tantos pilares que sostenían la familia como un todo social. ¿Los cuidados de la limpieza, etc., de la casa? También parece que han demostrado su inutilidad. ¿Los hijos? Los padres proletarios no pueden ya atender a su cuidado; no se pueden asegurar ni su subsistencia ni su educación.
Estas es la situación real cuyas consecuencias sufren por igual los padres y los hijos.
Por tanto, la Sociedad Comunista se acercará al hombre y a la mujer proletarios para decirles: “Sois jóvenes y os amáis”. Todo el mundo tiene derecho a la felicidad. Por eso debéis vivir vuestra vida. No tengáis miedo al matrimonio, aun cuando el matrimonio no fuera más que una cadena para el hombre y la mujer de la clase trabajadora en la sociedad capitalista. Y, sobre todo, no temáis, siendo jóvenes y saludables, dar a vuestro país nuevos obreros, nuevos ciudadanos niños. La sociedad de los trabajadores necesita de nuevas fuerzas de trabajo; saluda la llegada de cada recién venido al mundo. Tampoco temáis por el futuro de vuestro hijo; vuestro hijo no conocerá el hambre, ni el frío. No será desgraciado, ni quedará abandonado a su suerte como sucedía en la sociedad capitalista. Tan pronto como el nuevo ser llegue al mundo, el Estado de la clase Trabajadora, la Sociedad Comunista, asegurará el hijo y a la madre una ración para su subsistencia y cuidados solícitos. La Patria comunista alimentará, criará y educará al niño. Pero esta patria no intentará, en modo alguno, arrancar al hijo de los padres que quieran participar en la educación de sus pequeñuelos. La Sociedad Comunista tomará a su cargo todas las obligaciones de la educación del niño, pero nunca despojará de las alegrías paternales, de las satisfacciones maternales a aquellos que sean capaces de apreciar y comprender estas alegrías. ¿Se puede, pues, llamar a esto destrucción de la familia por la violencia o separación a la fuerza de la madre y el hijo?

La familia como unión de afectos y camaradería

Hay algo que no se puede negar, y es el hecho de que ha llegado su hora al viejo tipo de familia. No tiene de ello la culpa el comunismo: es el resultado del cambio experimentado por la condiciones de vida. La familia ha dejado de ser una necesidad para el Estado como ocurría en el pasado.
Todo lo contrario, resulta algo peor que inútil, puesto que sin necesidad impide que las mujeres de la clase trabajadora puedan realizar un trabajo mucho más productivo y mucho más importante. Tampoco es ya necesaria la familia a los miembros de ella, puesto que la tarea de criar a los hijos, que antes le pertenecía por completo, pasa cada vez más a manos de la colectividad.
Sobre las ruinas de la vieja vida familiar, veremos pronto resurgir una nueva forma de familia que supondrá relaciones completamente diferentes entre el hombre y la mujer, basadas en una unión de afectos y camaradería, en una unión de dos personas iguales en la Sociedad Comunista, las dos libres, las dos independientes, las dos obreras. ¡No más “servidumbre” doméstica para la mujer! ¡No más desigualdad en el seno mismo de la familia! ¡No más temor por parte de la mujer de quedarse sin sostén y ayuda si el marido la abandona!
La mujer, en la Sociedad Comunista, no dependerá de su marido, sino que sus robustos brazos serán los que la proporcionen el sustento. Se acabará con la incertidumbre sobre la suerte que puedan correr los hijos. El Estado comunista asumirá todas estas responsabilidades. El matrimonio quedará purificado de todos sus elementos materiales, de todos los cálculos de dinero que constituyen la repugnante mancha de la vida familiar de nuestro tiempo. El matrimonio se transformará desde ahora en adelante en la unión sublime de dos almas que se aman, que se profesen fe mutua; una unión de este tipo promete a todo obrero, a toda obrera, la más completa felicidad, el máximo de la satisfacción que les puede caber a criaturas conscientes de sí mismas y de la vida que les rodea.
Esta unión libre, fuerte en el sentimiento de camaradería en que está inspirada, en vez de la esclavitud conyugal del pasado, es lo que la sociedad comunista del mañana ofrecerá a hombres y mujeres.
Una vez se hayan transformado las condiciones de trabajo, una vez haya aumentado la seguridad material de la mujer trabajadora; una vez haya desaparecido el matrimonio tal y como lo consagraba la Iglesia —esto es, el llamado matrimonio indisoluble, que no era en el fondo más que un mero fraude—, una vez este matrimonio sea sustituido por la unión libre y honesta de hombres y mujeres que se aman y son camaradas, habrá comenzado a desaparecer otro vergonzoso azote, otra calamidad horrorosa que mancilla a la humanidad y cuyo peso recae por entero sobre el hambre de la mujer trabajadora: la prostitución.

Se acabará para siempre la prostitución

Esta vergüenza se la debemos al sistema económico hoy en vigor, a la existencia de la propiedad privada. Una vez haya desaparecido la propiedad privada, desaparecerá automáticamente el comercio de la mujer.
Por tanto, la mujer de la clase trabajadora debe dejar de preocuparse porque esté llamada a desaparecer la familia tal y conforme está constituida en la actualidad. Sería mucho mejor que saludaran con alegría la aurora de una nueva sociedad, que liberará a la mujer de la servidumbre doméstica, que aliviará la carga de la maternidad para la mujer, una sociedad en la que, finalmente, veremos desaparecer la más terrible de las maldiciones que pesan sobre la mujer: la prostitución.
La mujer, a la que invitamos a que luche por la gran causa de la liberación de los trabajadores, tiene que saber que en el nuevo Estado no habrá motivo alguno para separaciones mezquinas, como ocurre ahora.
“Estos son mis hijos. Ellos son los únicos a quienes debo toda mi atención maternal, todo mi afecto; ésos son hijos tuyos; son los hijos del vecino. No tengo nada que ver con ellos. Tengo bastante con los míos propios”.
Desde ahora, la madre obrera que tenga plena conciencia de su función social, se elevará a tal extremo que llegará a no establecer diferencias entre “los tuyos y los míos”; tendrá que recordar siempre que desde ahora no habrá más que “nuestros” hijos, los del Estado Comunista, posesión común de todos los trabajadores.

La igualdad social del hombre y la mujer

El Estado de los Trabajadores tiene necesidad de una nueva forma de relación entre los sexos. El cariño estrecho y exclusivista de la madre por sus hijos tiene que ampliarse hasta dar cabida a todos los nuños de la gran familia proletaria.
En vez del matrimonio indisoluble, basado en la servidumbre de la mujer, veremos nacer la unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo de dos miembros del Estado Obrero, iguales en sus derechos y en sus obligaciones.
En vez de la familia de tipo individual y egoísta, se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, serán ante todo obreros y camaradas. Estas serán las relaciones entre hombres y mujeres en la Sociedad Comunista de mañana. Estas nuevas relaciones asegurarán a la humanidad todos los goces del llamado amor libre, ennoblecido por una verdadera igualdad social entre compañeros, goces que son desconocidos en la sociedad comercial del régimen capitalista.
¡Abrid paso a la existencia de una infancia robusta y sana; abrid paso a una juventud vigorosa que ame la vida con todas sus alegrías, una juventud libre en sus sentimientos y en sus afectos!
Esta es la consigna de la Sociedad Comunista. En nombre de la igualdad, de la libertad y del amor, hacemos un llamamiento a todas las mujeres trabajadoras, a todos los hombres trabajadores, mujeres campesinas y campesinos para que resueltamente y llenos de fe se entreguen al trabajo de reconstrucción de la sociedad humana para hacerla más perfecta, más justa y más capaz de asegurar al individuo la felicidad a que tiene derecho.
La bandera roja de la revolución social que ondeará después de Rusia en otros países del mundo proclama que no está lejos el momento en el que podamos gozar del cielo en la tierra, a lo que la humanidad aspira desde hace siglos.


Para leer más

Clarà, Laia, “Alexandra Kollontai: vida y obra de una revolucionaria”, periódico En Lucha, septiembre 2003.
http://www.enlucha.org/periodico/En_Lucha_098/98_11.pdf
Gutiérrez-Alvarez, Pepe, Las subversivas. Revolucionarias en los tiempos del movimiento obrero clásico. Editorial Hacer, Barcelona, 1986. Disponible en la web de Espai Marx. Enlace corto: http://bit.ly/hkeI8n
Miguel Álvarez, Ana de, Marxismo y feminismo en Alejandra Kollontai, Madrid, Ediciones del Orto, Madrid, 1996.
Kollontai, Alexandra, El amor de las abejas obreras, Alba Editorial, Barcelona, 2008.
Kollontai, Alexandra, La bolchevique enamorada, Txalaparta, 2008.
Kollontai, Alexandra, Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada, Editorial Anagrama, Barcelona, 1980.
Kollontai, Alejandra, La mujer nueva y la moral sexual, Editorial Ayuso, Madrid, 1976.
Kollontai, Alexandra, Marxismo y revolución sexual, Miguel Castellote Ed., Madrid, 1976.
Rosenberg, Chanie, Alexandra Kollontai on Women´s Liberation, Bookmarks Publications, London, 1998.


Mujer y capitalismo



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Chris Harman
Con apéndice de Angie Gago
Mujer y capitalismo
El origen de la opresión de las mujeres
Teorías erróneas sobre la opresión de
las mujeres

Socialismo revolucionario y la liberación de las mujeres
Notas
Apéndice: Género y clase: la liberación de las mujeres hoy
El artículo principal de este folleto fue publicado en inglés en International Socialism número 23 (primavera de 1984). El apéndice apareció por primera vez en La Hiedra, marzo de 2009. Primera edición en castellano publicada por el grupo En lucha: marzo de 2005. Nueva edición, con apéndice: marzo de 2011.
Chris Harman fue redactor de International Socialism, la revista marxista trimestral del Socialist Workers Party (SWP), grupo hermano en Gran Bretaña de En lucha/En lluita/Borrokan. Escribió además La locura del mercado y La clase trabajadora en el siglo XXI (folletos de En lucha), así como los libros Zombie capitalism, A People’s History of the World y The Lost Revolution: Germany 1918-23, entre otros.
Angie Gago es militante del grupo En lucha. Contribuye frecuentemente a su revista, La Hiedra. El artículo de Harman fue escrito como parte de un debate, acerca de este tema, dentro del Socialist Workers Party en Gran Bretaña. Por lo tanto, da por sentado unos puntos básicos, por ejemplo que nos oponemos a la opresión de las mujeres, que apoyamos las luchas contra esta opresión, y cosas por el estilo.
El debate se centró en cómo entendemos la opresión, y a quién beneficia ésta. De las respuestas a estas cuestiones surgen propuestas diferentes en cuanto a cómo luchar por la liberación de las mujeres.


Mujer y capitalismo: de la opresión a la liberación



El origen de la opresión de las mujeres

Los marxistas revolucionarios se diferencian de todas las demás personas que defienden la liberación de las mujeres en un aspecto importante. Nosotros no creemos que la opresión de las mujeres sea algo que ha existido siempre, ya sea por causa de diferencias biológicas entre los sexos o por algo inherente a la mente masculina.1
Sostenemos que la opresión de las mujeres surgió en un punto particular de la historia, en el momento en que la sociedad comenzó a estar dividida en clases.2
En todas las sociedades de clases las mujeres están oprimidas; la evidencia sugiere que al menos en algunas sociedades pre-clasistas no existía tal opresión.
La razón por la que la opresión de las mujeres comienza con la división de la sociedad en clases es bastante simple. Las divisiones comenzaron una vez el avance de las fuerzas productivas permitió a los seres humanos producir un excedente superior a lo que era necesario para la subsistencia del conjunto de la sociedad. Este excedente no era suficiente para que todos pudieran vivir por encima del nivel de subsistencia, pero era suficiente para que algunos lo hicieran. Se hizo entonces posible un desarrollo adicional de las fuerzas productivas y con ello el crecimiento de la división entre una clase explotadora y una clase explotada.
Con el aumento del excedente llegó una creciente división del trabajo. Aquéllos que ocupaban ciertas posiciones en esta división del trabajo se convirtieron en los controladores del excedente, la primera clase explotadora.
En este momento, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres tomaron una importancia que nunca habían tenido antes. Con la carga del cuidado de los hijos, las mujeres tendían a ser encauzadas hacia ciertos papeles productivos y quedaban fuera de otros, fuera de aquéllos que proporcionaban el acceso al excedente. Así, por ejemplo, cuando las sociedades pasaron del cultivo con azada, que puede ser realizado por mujeres a pesar de la carga del embarazo, al uso de pesados arados o a la crianza de ganado, se tendió a desplazar a las mujeres de los trabajos productivos clave y el excedente pasó a ser controlado por hombres.3
Allí donde se establecieron clases dominantes totalmente desarrolladas, los miembros femeninos de esta clase dominante tendían a jugar un papel subordinado, a ser tratadas virtualmente como posesiones de los dirigentes masculinos. Y exactamente la misma situación se impuso entre campesinos independientes y entre las familias artesanas: un hombre, el patriarca, controlaba la relación de la familia con el mundo exterior, y su mujer estaba tan subordinada a él como lo estaban los niños y sirvientes (la excepción confirma la regla: si una viuda tomaba el lugar de su esposo muerto, dominaba a todos los hombres y mujeres de la familia4; allí donde se crearon situaciones en las que el papel productivo jugado por las mujeres tendía a producir un excedente vendible, las mujeres tendían a desafiar ciertos aspectos de la familia patriarcal estereotipada).5
Así, en las sociedades precapitalistas, las mujeres de todas las clases estaban bajo la dominación de los hombres. Pero no de todos los hombres. Ciertos hombres estaban oprimidos también. Los esclavos masculinos de la antigüedad y los trabajadores masculinos de la familia patriarcal no tenían más libertad que las mujeres (incluso aunque algunos de los hombres de la familia patriarcal tuvieran esperanzas de escapar algún día de la servidumbre ocupando el lugar del patriarca.)
El desarrollo de las fuerzas productivas requiere determinadas relaciones de producción. La opresión de las mujeres es producto, en cada caso, de las relaciones entre estos dos factores. Esto tiene su base en la historia material de la sociedad.
Por supuesto, una vez las relaciones de producción condujeron a la opresión de las mujeres, se estableció su expresión ideológica. La inferioridad de las mujeres llegó a ser considerada como parte del orden natural de las cosas, y estaba respaldada por elaborados sistemas de pensamiento, rituales religiosos, promulgaciones legales, la mutilación del cuerpo femenino… Pero no puede comprenderse el origen de ninguna de estas cosas sin comprender sus orígenes en el desarrollo de las fuerzas y las relaciones de producción.
El capitalismo es la forma más revolucionaria de la sociedad de clases. Se apodera de las instituciones de las sociedades de clases previas y las reforma a su propia imagen. No se somete a sus jerarquías o a sus prejuicios. Más bien crea nueva jerarquías en oposición a las viejas, y transforma completamente los viejos prejuicios para usarlos en su interés por acumular.
Por lo tanto esto ocurre con todas las instituciones que se encuentran en el momento de su aparición (religiones organizadas, monarquías, castas hereditarias, sistemas de propiedad de la tierra, sistemas de pensamiento). El capitalismo da una alternativa clara a todo esto: o ser transformado en interés de la acumulación del capital o ser destruido.
El capitalismo no se mueve por el deseo de mantener a la familia (y con ella la opresión de las mujeres), más de lo que se mueve por la voluntad de propagar la religión, mantener las monarquías, fomentar pensamientos oscurantistas, etc. Tiene una sola fuerza impulsora: la explotación de los trabajadores para acumular. La familia, como la religión, la monarquía etc., es sólo de utilidad al capitalismo en tanto ayuda a su objetivo.
Por esto, la familia capitalista no es algo fijo, una entidad sin alteración. Como Marx y Engels apuntaron en el Manifiesto Comunista, el impulso de acumular significa una continua reforma de las instituciones que el capitalismo mismo ha creado:
La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado de esfuma; todo lo sagrado es profanado…

La familia capitalista

En su primera fase, el capitalismo industrial tuvo una tendencia no sólo a destruir el campesinado patriarcal precapitalista y la familia artesana, sino también a destruir completamente los vínculos de familia entre la nueva clase obrera. Importaba poco que esto entrara en conflicto con los viejos sistemas de creencias. Así, Marx y Engels, se refirieron en el Manifiesto Comunista a “la práctica ausencia de la familia entre los proletarios.”
Pero la clase capitalista pronto encontró que esto era minar las bases de una acumulación adicional: la reproducción de la clase obrera. Debía de haber alguna forma de asegurar que los trabajadores fueran capaces de renovarse ellos mismos para un trabajo adicional y de criar la próxima generación de trabajadores para que pudieran cumplir con los requerimientos físicos y mentales del trabajo asalariado.
El capitalismo no tiene los recursos o la tecnología para proporcionar la reproducción socializada (guarderías, comedores comunales y otros) y, así, los representantes más perspicaces de la clase capitalista consideraron la creación de una nueva estructura familiar para la clase obrera. Ésta se ocuparía tanto de las necesidades materiales de la generación existente de trabajadores como de tomar la responsabilidad de la crianza de la nueva generación.
Habiendo destruido la vieja familia patriarcal, el capitalismo tomó ciertos elementos de ésta y los recombinó en una nueva familia obrera y, por supuesto, usó mucho de la ideología asociada con la vieja familia patriarcal (textos religiosos y rituales etc.) con el fin de persuadir tanto a trabajadores como a capitalistas individuales para que aceptaran la nueva familia. Pero no era la ideología patriarcal la que motivó a la clase capitalista como conjunto, sino su interés material en asegurar el abastecimiento de la fuerza de trabajo.
La nueva familia obrera era esencialmente la familia nuclear de un hombre, una mujer y sus hijos. Del hombre se esperaba que trabajara a tiempo completo y ganara un salario capaz de proporcionar un mínimo nivel de vida para la familia. Se esperaba que la mujer se hiciera cargo de restaurar la fuerza de trabajo del hombre, así como de dar vida y cuidar a los hijos.
Por supuesto, esta familia ideal rara vez se realizaba en la práctica. Los capitalistas individuales rara vez estaban preparados para pagar un “salario familiar” a sus trabajadores masculinos. Las esposas obreras se veían forzadas por presiones económicas a encontrar cualquier trabajo que estuviera disponible para ellas (trabajo estacional en oficios agotadores, trabajo doméstico) mientras soportaban la carga del cuidado de los niños y el trabajo en casa. Pero en un sentido, el ideal encajaba con las necesidades a largo plazo de la acumulación de capital. Estas necesidades, antes que algún tipo de conspiración patriarcal entre los empresarios masculinos y los trabajadores masculinos, explican por qué era el ideal.
La nueva familia obrera tenía sus ventajas ideológicas para el sistema. Aunque el trabajador masculino se diferenciaba del viejo patriarca en que no controlaba ningún excedente, podía imaginarse a sí mismo como el viejo patriarca: controlaba los fondos que el conjunto de la familia tenía para subsistir y podía imaginar que el sueldo estaba a su disposición para gastarlo como quisiera. Podía pensar que era el señor de su propio hogar, aunque desde el punto de vista del sistema, él era sólo dueño de los medios que permitían que él y sus hijos fueran esclavos asalariados.
La nueva familia creó una escisión en la clase trabajadora, ya que estimuló la identificación de los trabajadores masculinos con algunos de los valores de sus explotadores.
Al mismo tiempo, el aislamiento de las mujeres en el hogar, podía alejarlas de movimientos sociales más amplios. Su opresión redujo su capacidad para luchar contra el sistema gran parte del tiempo y, de éste modo, las expuso a concepciones conservadoras de la sociedad. Instituciones como la iglesia, explotaron su situación con el fin de intentar utilizarlas para oponerse al cambio social.
Por esto Marx y Engels afirmaron que la precondición para la liberación de las mujeres era su incorporación a la producción social (aunque fuera la producción capitalista bajo las condiciones de la más extrema explotación).
Sin embargo, sería erróneo pensar que las mujeres o los hombres trabajadores opusieron alguna resistencia masiva a la imposición de la nueva familia trabajadora. Hubo alguna resistencia de las mujeres a ser desplazadas de puestos relativamente bien pagados. Pero en general el modelo de familia en la que serían mantenidas mientras educaban a sus hijos estaba destinado a atraer a las mujeres, para quienes la alternativa era horrible (abortos peligrosos y repetidos, 12 horas al día esclavizadas en una fábrica y a la vez la obligación de cuidar a los hijos, o el celibato autoforzado.)6
El sistema creó el ideal de la nueva familia obrera porque buscaba que la próxima generación de trabajadores fuera capaz de esforzarse por él, pero esto al menos implicaba algún tipo de preocupación por la salud de la presente generación de madres trabajadoras. No sorprende, entonces, que la resistencia de las mujeres trabajadoras fuera no tanto al ideal como al fracaso de la realidad para cumplir el ideal.
Las mujeres estaban oprimidas en la nueva estructura familiar en la que eran forzadas a la dependencia de sus maridos y separadas del mundo exterior. Pero la carga de sufrimiento impuesta por el nacimiento y el cuidado de los hijos se había reducido.
Para los hombres de la clase trabajadora, también la nueva familia era una ventaja. Tenían que ser responsables del mantenimiento de la familia y a menudo se resentían de ello. Pero, a cambio, se les proporcionaba la energía física necesaria para mantenerse en buena forma y sanos.
Tanto para los hombres como para las mujeres trabajadoras la familia tenía otra ventaja. Parecía proporcionar un refugio en un mundo de aislamiento y alienación psicológica. Ya que el capitalismo atrajo a los trabajadores hacia las ciudades, a menudo les separó de sus viejos amigos y parientes. La familia parecía proporcionar una forma de garantizar compañerismo y afecto. De nuevo, el fracaso de la realidad para corresponderse con el ideal no impidió que la gente ansiara ese ideal.
La nueva familia no era, como algunas feministas afirman, el resultado de una conspiración entre capitalistas y trabajadores masculinos. Era una reforma en beneficio del sistema con la que los trabajadores (hombres y mujeres que no veían la posibilidad de acabar con el sistema ), era probable que se identificaran. Por eso, la “defensa de la familia” fue siempre un eslogan que las fuerzas reaccionarias podían usar para conseguir apoyo de los trabajadores (incluyendo a las mujeres trabajadoras).

La opresión de las mujeres bajo el capitalismo

La forma en que la familia nuclear sirve para reproducir la fuerza de trabajo, es la raíz material de la opresión de las mujeres de clase trabajadora bajo el capitalismo hoy. Es el cuidado de los hijos y el trabajo doméstico lo que restringe el contacto de las mujeres de clase trabajadora con el mundo exterior al hogar y lo que produce su dependencia de los hombres de clase trabajadora.
Esta es la razón por la que la opresión de las mujeres de la clase trabajadora no puede acabarse sin el masivo cambio social necesario para socializar el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos.
Por supuesto, la opresión no es únicamente material. La opresión material está respaldada por un conjunto de factores ideológicos. Por tanto, la opresión no acaba cuando las mujeres salen del hogar, o si han decidido no tener hijos, o si los hijos han crecido. Presiones materiales e ideológicas se combinan, por ejemplo, para persuadir a las mujeres de que trabajen por salarios más bajos de los que la mayoría de hombres aceptarían.
Cuando se llega a la ideología de la opresión ha de tenerse en cuenta otro factor. Esta ideología no es generada por la clase trabajadora, sino que ha de serle impuesta desde arriba por los representantes de la burguesía. Como Marx declaró, “las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante”. La forma en que las mujeres y los hombres de la clase trabajadora ven y se relacionan con los demás está determinada no sólo por sus propias condiciones materiales, sino también por la ideología generada por la familia de la clase dominante.
Bajo el capitalismo existe una opresión de las mujeres burguesas paralela a la de las mujeres de clase trabajadora, aunque bastante diferente en su origen y contenido.
En la familia burguesa clásica las mujeres eran liberadas de gran parte de la carga en el cuidado de los hijos (por el empleo de numerosos sirvientes domésticos), pero se les negaba también cualquier papel en la producción. Sus maridos tenían el control del excedente y eran consideradas en muchos casos como mercancías (como adornos para los hogares de sus maridos), mientras el matrimonio virtualmente era una forma de comercio entre familias dominadas por el hombre. Las mujeres de la clase dominante eran confinadas en sus hogares, pero en ociosidad, no trabajando duro como las mujeres de clase trabajadora.
La ideología que respondió a este estado de cosas representaba a las mujeres con cualidades completamente diferentes a las de los machos “industriosos”, “seguros de sí mismos” y “agresivos”, frente a la pasiva, dulce, emocional, frívola y “femenina” hembra.
Tal visión no se correspondía en todo con la posición real de las mujeres de clase trabajadora, que trabajaban duro en la casa, en el servicio doméstico o en la fábrica. Pero proporcionaba la colección de imágenes estereotipadas con las que no sólo los hombres y las mujeres de clase dominante, sino también los hombres y las mujeres de la clase trabajadora se esperaba que vieran a los demás. Porque, hasta donde dan por supuesta la sociedad existente, los trabajadores están siempre bajo una presión enorme para aceptar la concepción del mundo de sus explotadores.
Los hombres de clase trabajadora fantasearían acerca de lo que harían si pudieran tener éxito en la sociedad burguesa —y una de las cosas que podrían hacer sería poseer mujeres como mercancías—. Las mujeres de clase trabajadora fantasearían sobre “triunfar” si pudieran cultivar los atributos de la feminidad pretendidamente poseídos por las mujeres de clase superior (fantasías reforzadas por las historias de las revistas y los seriales que encarnaban a mujeres de la clase trabajadora que consiguen casarse con alguien por encima de su clase de origen).
Todo esto, sirvió para idealizar y santificar la situación real de la familia de clase trabajadora y de este modo pudo representar una función muy real para el capitalismo. Actuó como un mecanismo para sostener a la familia de clase trabajadora unida y mantener el sistema vigente. La religión, la pornografía, los seriales, las revistas de mujeres, la ley, todo actuaba a la vez para hacer que la familia pareciera necesaria e inevitable, la más estable de las instituciones en un mundo siempre cambiante.
Pero bajo el capitalismo ninguna institución puede permanecer inmutable para siempre. Nada es tan sagrado que pueda evitar ser modificado por el avance superior de las fuerzas de producción.
Unas pocas décadas después del establecimiento del estereotipo de familia de clase trabajadora, comenzó a ser socavado por cambios en las condiciones materiales de la sociedad capitalista.
A mediados del siglo XIX la reproducción de la fuerza de trabajo era sólo posible si la mujer corriente de clase trabajadora tenía 8 ó 10 embarazos (en Londres casi el 60% de los niños morían antes de los 5 años en 1850) y, así, dedicaba prácticamente toda su vida tras el matrimonio al embarazo o el cuidado de los niños.
Pero la verdadera expansión de las fuerzas productivas producidas por el capitalismo tuvo, como un producto adicional, el desarrollo de nuevas tecnologías que redujeron radicalmente el esfuerzo que era necesario invertir para la reproducción de la fuerza de trabajo. La mejora en la atención a la salud significó la muerte de menos niños.
Se hicieron accesibles nuevos métodos de control de nacimientos, ampliamente superiores a los métodos brutales y disponibles en la infancia del capitalismo —primero el preservativo y el diafragma, luego, en los primeros 60, la píldora y el DIU—. La tasa de nacimientos podía declinar y las mujeres de clase trabajadora ser relevadas de algunas de las cargas del nacimiento de los hijos. La necesidad del sistema de fuerza de trabajo no estaba amenazada.
Al mismo tiempo, comenzó a aplicarse nueva tecnología a las tareas de crianza de niños y de cuidado de los trabajadores. La lavadora, el aspirador, el refrigerador, el cambio de la cocina de carbón por los sistemas modernos de cocinado, todo tuvo el efecto de reducir enormemente la cantidad de trabajo puramente monótono que se desarrollaba en el hogar.
Como algunos escritores sobre el trabajo doméstico han señalado, esto no acabó con el tedio y la alienación de la mujer, que continuó estando encerrada en el hogar, especialmente si era responsable de hijos pequeños. Pero significó que podía comenzar a pensar en obtener un empleo fuera del hogar a diferencia de las mujeres de anteriores generaciones. Porque, especialmente después de que sus hijos tuvieran 5 ó 6 años, ella podía ganar vendiendo su fuerza de trabajo lo suficiente para pagar formas de reducir (aunque no eliminar) el tedio y la monotonía (niñeras pagadas, comidas preparadas, servicio de limpieza en la lavandería, salidas al supermercado una vez a la semana en vez del recorrido diario por las tiendas del barrio…)
Desde el punto de vista de la acumulación de capital, el viejo modelo de familia llegó a ser muy antieconómico. Las mujeres estaban ahora gastando más trabajo en el hogar de lo que era estrictamente necesario para reproducir la fuerza de trabajo para el sistema.
Si el número medio de hijos nacidos en una familia es 8 o más, es probablemente más económico para el sistema porque casi con seguridad la educación de los hijos tendrá lugar en el hogar. Pero una vez el número de hijos ha bajado a dos, las cosas empiezan a ser diferentes. Una guardería media tendrá un adulto cuidando de seis niños. Por tanto, por cada trabajador extra que habría de ser contratado para hacer asalariado el cuidado de los niños, dos mujeres más eran liberadas para la explotación en el mercado de trabajo. Y esto especialmente si las mujeres tienen que pagar el cuidado de los niños fuera de casa con sus propios sueldos: ¡el sistema entonces recibe un valor adicional de ellas sin haberse preocupado del coste de pagar por el cuidado de niños socializado!
Desde el punto de vista del capitalismo desarrollado, una mujer atada al hogar cuidando sólo de dos hijos y su marido, es un despilfarro de valor excedente potencial. El hecho de que ella trabaje todo el día no es consuelo para el sistema. Su trabajo podría hacerse más eficientemente liberándola para la esclavitud salarial.
Por lo tanto, ha sido una tendencia a largo plazo que el número de mujeres que participaban en el trabajo asalariado creciera. En Gran Bretaña hoy, más de la mitad de las mujeres casadas ahora trabajan, frente a menos de una de cada cinco que lo hacía en 1950; en USA la proporción de mujeres casadas entre 20 y 25 años que trabajaban, ascendió del 31% en 1957 al 43% en 1968. Este crecimiento se ha estado produciendo desde los años 20. La recesión de los años 30 no lo invirtió, ni lo ha hecho la crisis de los últimos diez años.7
Es verdad que la enorme afluencia de mujeres al trabajo asalariado durante las dos guerras mundiales estuvo seguida de medidas para reemplazarlas por hombres cuando las guerras acabaron, pero esta experiencia no consiguió parar a largo plazo el crecimiento durante más de medio siglo en la proporción de mujeres casadas que trabajaban.
El estado capitalista, cargado con el mantenimiento de las condiciones subyacentes necesarias para la acumulación de capital, se ha visto forzado en todos los países a responder a estos cambios. Cada vez más, ha tenido que tomar medidas diseñadas para complementar a la familia en la reproducción de la fuerza de trabajo; la provisión de seguridad social, educación preescolar y otras.8
Los cambios han sido acumulativos. Cuanto más se han integrado las mujeres de clase trabajadora en la fuerza de trabajo, más facilidades han pedido para hacerlo posible. Conforme han comenzado a conseguir fuentes independientes de ingresos, han empezado a cuestionarse las viejas concepciones de completa dependencia de sus maridos. Han comenzado a demandar métodos contraceptivos más efectivos, abortos seguros, a tener menos hijos, alguna cesión de la responsabilidad de las tareas de la casa sobre los hombros de sus maridos. Cada vez más, han tomado la iniciativa de acabar con matrimonios infelices.
El sistema está experimentando hoy lo que Marx pensó que ocurriría hace un siglo: una tendencia a minar la familia. Sin embargo esta tendencia puede no llegar a realizarse nunca por causa de contra-factores:
(1) La plena socialización del cuidado de los hijos requeriría un nivel de inversión que el sistema capitalista está poco dispuesto a hacer, incluso en períodos de expansión.
(2) La ideología de la familia continúa siendo muy importante para la estabilidad del sistema. La opinión de las mujeres, de que cuidar a sus hijos debería ser su primera preocupación les lleva a trabajar por menos que los hombres. Organizaciones como la iglesia, que explota el aislamiento de las mujeres usando el eslogan de la defensa de la familia, aún pueden aportar un puntal ideológico valioso para el sistema. Así, los gobiernos aprueban leyes antiaborto y son reacios a liberalizar las leyes de divorcio, aunque tales cuestiones no sean en sí mismas importantes para las necesidades económicas del sistema.
(3) Finalmente, el nuevo período de crisis económica que comenzó a finales de los setenta ha reducido las presiones para incrementar el suministro de fuerza de trabajo, aportando un mayor número de mujeres a ella, y ha incrementado la dependencia del sistema de fuerzas reaccionarias que utilizan el eslogan de la “defensa de la familia”. Esto no ha impedido cierto aumento continuado del número de mujeres que buscan trabajo, pero ha disuadido al sistema de hacer inversiones necesarias para ayudarlas a hacerlo.
El desarrollo de las fuerzas de producción ha presionado las viejas relaciones sociales encarnadas en la familia de clase trabajadora. Pero no ha sido suficiente para acabar con ellas.

No se puede acabar con la opresión de las mujeres en el capitalismo

No se puede acabar con la opresión de las mujeres sin acabar con la reproducción privada. Pero esto, a su vez, no es posible sin una completa revolución de las relaciones sociales. Esto sólo sería posible en dos circunstancias:
(1) Si el capitalismo fuera capaz de entrar en un nuevo período de expansión virtualmente ininterrumpida de las fuerzas productivas. El sistema podría entonces, indudablemente, reemplazar la reproducción privatizada por el trabajo doméstico socializado y mecanizado, e incluso con la construcción de “granjas de niños” del tipo de “un mundo feliz”.
Pero simplemente proponiendo una alternativa como ésta se ve su imposibilidad práctica. El sistema no puede entrar en un nuevo período de expansión de tal clase. El estancamiento del capitalismo actual impide cualquier camino a la liberación de las mujeres a través de la reforma del sistema.
(2) Si tiene lugar la revolución socialista. Algunos de los recursos masivos derrochados por el capitalismo podrían entonces ser dedicados a proporcionar la base material real para la socialización del cuidado de los hijos y del trabajo doméstico. Y una clase trabajadora insurgente consideraría esto como una prioridad, ya que constituiría un gran beneficio no sólo para las mujeres de clase trabajadora, sino también para los hombres trabajadores. Por supuesto, después de una revolución como ésta, la herencia ideológica del capitalismo subsistiría y esa herencia incluiría actitudes sexistas. Pero sería relativamente fácil luchar contra esa herencia, una vez su base material hubiera sido destruida.
Es posible comparar las estructuras sociales que producen la opresión de las mujeres bajo el capitalismo con otras estructuras opresivas que se han adoptado en el curso del desarrollo capitalista, como las leyes Jim Crow (que supusieron, en los primeros años de este siglo, la institucionalización en los Estados Unidos de un nivel creciente de racismo y por las que se arrebató a los negros de los estados del sur el derecho al voto) y el “orangismo” en Irlanda del Norte (la discriminación sistemática de los católicos).
Estas estructuras discriminaron a un cierto sector de la población a partir de las diferencias de raza o religión. Llegaron a ser consideradas arcaicas por algunos seguidores del sistema durante su largo período de expansión económica en los cincuenta y los sesenta. La acumulación de capital parecía depender del acceso de fuerza de trabajo sin tener en cuenta esas diferencias de raza o religión. Había una expansión general de ideologías que reiteraban la vieja doctrina liberal de la igualdad de oportunidades en el mercado. Crecieron movimientos que presionaron por los derechos civiles burgueses. El sistema parecía capaz de hacerles frente, incluso a pesar de que esos movimientos impulsaron a algunos de los sectores más oprimidos de la sociedad a la acción política. Pero entonces, con los primeros signos de crisis económica en los últimos sesenta, el capitalismo tuvo que retroceder, limitando las concesiones a una igualdad simbólica para los sectores oprimidos.
El primer movimiento de liberación de las mujeres tuvo mucho que ver con esta agitación general por la igualdad formal que el sistema prometía a todos los que vivían en él. Sus demandas fueron promovidas inicialmente por mujeres de clase media que buscaban la posibilidad de llevar el mismo tipo de vida que los hombres de clase media. Pero se correspondían con el cambio de actitud de muchas mujeres de clase trabajadora quienes, por primera vez, sentían que pertenecían a la fuerza de trabajo asalariado del capitalismo. En este período, las reivindicaciones parecían conciliables con la necesidad del sistema de reformar la familia y dar acceso al trabajo a las mujeres.
Sin embargo, los impedimentos a la igualdad real para las mujeres fueron incluso más grandes que aquéllos a los que se enfrentaban los negros americanos o los católicos del Ulster. El sistema no podía hacer frente a los altos costes de la socialización de la reproducción, incluso en los sesenta, y mucho menos durante la crisis de mediados de los setenta. Eran posibles (y necesarios) cambios limitados para permitir a las mujeres convertirse en esclavas asalariadas; un final a su opresión estaba excluido por la dependencia continuada de la familia nuclear para la reproducción privatizada.

El capitalismo y la crisis del movimiento de las mujeres

La dura realidad de que no puede conseguirse el final de la opresión de las mujeres bajo las condiciones de la crisis capitalista ha enfrentado al movimiento de las mujeres a tres alternativas:
1. Abandonar el objetivo de la liberación en favor de perseguir las muy limitadas reformas que son posibles en el sistema actual. Efectivamente, esto significa demandar progresos individuales para unas pocas mujeres privilegiadas, mientras se dejan intactas las condiciones de la mayoría de las mujeres. Este fue el camino elegido por las mujeres burguesas involucradas en el movimiento y por un sector muy amplio de feministas de clase media.
2. Tratar de separarse de la sociedad existente creando contrainstituciones separatistas.
3. Identificarse con los desafíos de la clase trabajadora a la sociedad existente como forma de destruir las estructuras responsables de la opresión de las mujeres.
Dependió de las circunstancias concretas el que consiguiera la hegemonía una u otra opción. Allí donde se produjo un alza en las luchas de los trabajadores en los últimos sesenta y los primeros setenta (Francia, Italia, España, Gran Bretaña) hubo una tendencia por parte de casi todas las secciones del movimiento de mujeres a orientarse, al menos en parte, hacia la clase trabajadora. Sus demandas tendieron a ser aquéllas que tenían algún atractivo para la masa de mujeres trabajadoras: igual salario, guarderías de 24 horas, derecho al aborto, etc. Pero donde el movimiento obrero era débil (USA) o donde empezó a declinar a mediados de los años setenta (en muchos otros lugares), el movimiento de las mujeres fue hegemonizado por el feminismo por un lado y por el separatismo por otro.
En la práctica, el reformismo y el separatismo se refuerzan mutuamente. El prejuicio feminista burgués frente a la clase trabajadora ayudó a crear un “sentido común” en el movimiento, que consideraba cualquier argumentación sobre la liberación de las mujeres a través de la revolución de la clase trabajadora como “obrerismo crudo” y “leninismo pasado de moda”. Y la objeción separatista a la colaboración con los hombres significó en la práctica, mantenerse a distancia de las luchas de base de los trabajadores, lo que a su vez significaba rechazar el compromiso en las únicas luchas que podían conseguir del sistema algo más que cosas muy marginales.
La división del trabajo entre separatismo y reformismo tuvo su última expresión en el llamamiento a una alianza entre políticos burgueses o reformistas, la burocracia sindical, “mujeres” y “negros” (la “amplia alianza democrática” del eurocomunismo, la “coalición arcoiris” en Estados Unidos, la estrategia electoralista de gente como Benn y Livingston en Gran Bretaña). (Nota: el ejemplo actual es ‘el olivo’ de Italia)
La tendencia hacia el reformismo no es un accidente. En el capitalismo sólo hay una fuerza capaz de imponer un cambio real: la clase trabajadora. Quien no se apoya en la clase trabajadora inevitablemente se ve conducido al compromiso con el sistema. Pero aquéllos que predican el separatismo están rechazando la noción de lucha efectiva de la clase trabajadora. Incluso cuando tratan de dirigirse a las mujeres trabajadoras se están basando en la idea de que un sector de la clase puede ganar sin el apoyo de otras secciones (masculinas) de la clase. Se elude así la movilización total de las fuerzas, la única forma de garantizar las victorias.
Igual que los movimientos por los derechos civiles en EEUU y en Irlanda del Norte, el movimiento de las mujeres a finales de los 1960 y principios de los 1970 empezó a movilizar a la gente contra la opresión creada por el sistema. Hasta este punto, fomentó el inicio de una lucha contra el sistema. Pero, igual que aquellos movimientos, no podía llevar la lucha más allá de un punto. De ahí en adelante, la elección era entre cambiar hacia un movimiento radicalmente diferente, o bien meramente mejorar la suerte de unos pocos individuos afortunados, mientras que la masa de la gente seguía igual de oprimida como siempre.9
Por esto, para nosotros, no se puede hablar de reconstruir el tipo de movimiento de mujeres que existía entonces. Pertenece a un período que ha terminado.
Por supuesto, es posible que la crisis del sistema llevará a ataques contra los derechos de las mujeres que, a su vez, produzcan surgimientos de protestas de las mujeres. Hemos visto tales surgimientos en Gran Bretaña últimamente, cada vez que se han hecho intentos para restringir más los derechos al aborto. Hay que apoyar estas luchas totalmente; pero también hay que ver que las personas involucradas en ellas rápidamente se polarizarán entre, por un lado, las que apoyan el reformismo o el separatismo y, por el otro, las que sean ganadas a una perspectiva socialista revolucionaria y de la clase trabajadora.


Teorías erróneas sobre la opresión de las mujeres

El movimiento de las mujeres de los años sesenta y setenta produjo sus propias teorías acerca de la opresión de las mujeres. Es necesario considerar lo que era incorrecto en ellas, ya que de este modo podremos ver más claramente lo que significa la perspectiva del marxismo revolucionario.

El patriarcado

La teoría del patriarcado es la perspectiva dominante en el movimiento de las mujeres de Gran Bretaña.
Sostiene que la opresión de las mujeres es un resultado de la dominación masculina y algo completamente diferente de la división de la sociedad en clases económicas. Ve a “los hombres” como beneficiarios de la opresión en todas las sociedades,10 y mantenedores de esa opresión incluso si la revolución socialista tiene lugar. Rechaza por “reduccionistas” los intentos de explicar la opresión de las mujeres a partir de la dinámica de las sociedades de clases. A partir de aquí, se extrae la conclusión de que la lucha por la liberación de las mujeres es algo completamente separado (aunque paralelo) de la lucha por la revolución de la clase trabajadora y por el socialismo.
La teoría es “hegemónica” en el sentido de que pocas feministas la ponen en duda y ha sido adoptada sistemáticamente por sectores de la izquierda reformista fuera del movimiento de las mujeres. De hecho, aunque unas pocas figuras en el movimiento de las mujeres (por ejemplo Sheila Rowbotham) intentaron oponerse al término “patriarcado”,11 hoy es un concepto habitualmente considerado como incuestionable.
Tuvo gran aceptación porque, como ha observado Lindsey German, “el éxito de la teoría del patriarcado se debe a que cada cual puede interpretarla a su manera. Prospera en los imprecisos sentimientos tan queridos por sectores del movimiento de las mujeres antes que sobre un análisis material…”12
Sin embargo, su base teórica es realmente muy débil. Ya que, si las mujeres han estado siempre oprimidas por los hombres, la pregunta que surge es ¿por qué? ¿Cómo es que el sexo masculino ha sido capaz de subordinar al femenino de esta forma?
A no ser que las teóricas del patriarcado puedan responder a estas preguntas, no pueden explicar la opresión de las mujeres. Por lo tanto no pueden decir cómo ha de vencerse. Se llega así, no a una teoría de la liberación de las mujeres, sino a una perspectiva que ¡excluye cualquier liberación real!
Un intento de explicación consiste en atribuir la opresión de las mujeres a factores ideológicos. Ahora, ciertamente, el hecho de que la ideología imperante considere a las mujeres como subordinadas refuerza su subordinación: los hombres crecen viéndose a sí mismos como el sexo superior y muchas mujeres crecen aceptándolo. Pero, ¿de dónde viene la ideología misma de la subordinación de las mujeres?
Los partidarios de la teoría no pueden explicar esto y, a menudo, acaban abandonando cualquier explicación materialista, afirmando, por ejemplo, que el materialismo histórico es erróneo, que las ideologías existen por derecho propio, como “diferentes modos de discurso”.
Otras teóricas del patriarcado intentan explicar la opresión de las mujeres de forma materialista. Pero recurren a un materialismo que abstraen de la sociedad de clases. Todo lo que permanece entonces como la base de la opresión de las mujeres es la diferencia biológica entre ellas y los hombres. Es esto, al parecer, lo que permite a los hombres conspirar exitosamente para subyugar a las mujeres. Según una de estas teóricas, Heidi Hartmann, los hombres “controlan el trabajo de las mujeres y restringen su sexualidad”.
Hartmann llega incluso a tratar de reclutar a Engels para su causa.13 Cita un famoso pasaje de Los orígenes de la familia donde Engels escribe que:
El factor determinante en la historia es… la producción y reproducción de la vida inmediata… Por un lado la producción de los medios de existencia, de comida, vestimenta y techo y los instrumentos necesarios para esta producción. Por otro lado la producción de los seres humanos mismos, la propagación de la especie. La organización social en la que las personas de una época histórica concreta viven está determinada por ambos tipos de producción.
Heidi Hartmann ve los dos “modos” de producción como entidades de igual importancia y afirma que no hay una conexión necesaria entre cambios en un “modo” y cambios en el otro.
Engels claramente pensaba de otra forma, ya que él mismo continúa diciendo que cuanto más se desarrolla una sociedad de clase es menos posible la coexistencia de los dos tipos de producción. Surge una sociedad en la que “las relaciones familiares están enteramente subordinadas a las relaciones de propiedad”.
De hecho es absolutamente confuso hablar de “dos modos”.
El modo de producción en cualquier sociedad está constituido por la unión de fuerzas y relaciones de producción. El primer término del conjunto, ejerce continuamente presión para cambiar el segundo término. Cada incremento en la capacidad de los seres humanos para controlar la naturaleza, produce nuevas relaciones entre los seres humanos mismos y, por tanto, comienza a transformar las relaciones de producción preexistentes. O cambia la sociedad o las nuevas formas de controlar la naturaleza han de ser abandonadas. Hay siempre una tensión, una dinámica en el modo de producción que determina la forma de la historia humana.
No existe una tensión semejante inherente al “modo de reproducción”. Los seres humanos no están continuamente descubriendo nuevas formas de reproducirse (clonando en una época, poniendo huevos en otra, pariendo en una tercera). Estas nuevas formas de reproducción no están continuamente surgiendo contra la barrera de las relaciones existentes entre las personas.
La forma en que los humanos se reproducen es relativamente estática.14 Si se percibe esto como factor de desarrollo de la historia humana, entonces no puede haber ningún cambio en ella, ningún desarrollo. Si las “fuerzas de reproducción” determinan las “relaciones de reproducción”, entonces la opresión de las mujeres realmente es algo que debe haber existido siempre (y que existirá siempre).
Pero las “relaciones de reproducción” (por ejemplo las relaciones familiares) de hecho cambian. Cambian, con el resto de las relaciones humanas, como resultado de lo que sucede en la esfera de la producción material.
Como hemos señalado antes, cuando en las sociedades precapitalistas las áreas más importantes de la producción material pueden ser cubiertas incluso por mujeres embarazadas o con responsabilidad en el cuidado de los hijos, entonces encontramos sociedades en las que las mujeres tienen alto prestigio e igualdad (o incluso superioridad a los hombres).
Las relaciones de reproducción —la familia— resultan de las condiciones materiales de producción, no de algún “modo de reproducción”.
Una vez se comprende esto, se puede ver cómo el capitalismo prepara el terreno para la abolición de la opresión de las mujeres. Produce un desarrollo de las fuerzas productivas tan inmenso que, por un lado, la producción puede ser llevada a cabo por cualquiera, por mucho que las muy crudas “realidades biológicas” puedan ser un impedimento para ello; por otro lado crea, por primera vez, la tecnología para transformar la biología humana (control de fertilidad, etc.). Pero el capitalismo mismo impide la realización completa de estas potencialidades.
La teoría del patriarcado se niega a reconocer esto. De hecho, nos presenta la sociedad actual como un cuadro formado por dos cosas bastante diferentes. Una es el afán de acumular capital por medio de la explotación. La otra, un complot de los hombres de todas las clases para dominar a las mujeres de todas las clases.
La lógica de la teoría del patriarcado consiste en que aunque percibe el papel que juega la lucha de clases, no considera que ésta tenga nada que ver con la opresión de las mujeres que depende de una segunda lucha, la de todas las mujeres contra todos los hombres. De esta forma, si realmente se busca acabar con la opresión de las mujeres, en la práctica se vuelve la espalda a la lucha de clases.
La teoría encaja hábilmente con la necesidad tanto de la tendencia separatista como de la reformista dentro del movimiento de las mujeres. La tendencia separatista puede verse a sí misma como la aplicación consistente de la teoría. Son las personas que toman seriamente el punto de vista de la historia como una lucha de poder entre sexos. Tanto si es una cuestión de culpar a todos los hombres de los crímenes sexuales, de oponerse a “instituciones masculinas” como los sindicatos, de intentar formar áreas de sexualidad femenina liberada, como si se trata de contraponer “valores femeninos” a la agresión del macho que causa guerras nucleares, las partidarias del separatismo son capaces de pasar a la ofensiva contra las feministas que ven que la colaboración con algunos hombres es importante.
Pero la tendencia reformista puede usar también la teoría del patriarcado. Ya que hay dos campos de batalla distintos, entonces se puede luchar en un terreno mientras se llega a un compromiso en el otro. Por lo tanto, la manera en que en Gran Bretaña se habla de “luchar contra los valores patriarcales” ha sido utilizada para justificar la colaboración entre los líderes sindicales y un futuro gobierno laborista con el fin de conservar los salarios con una “política de control de los salarios feminista”. De ahí, la forma en que las mujeres en la burocracia sindical pueden aceptar la idea de sindicalistas profesionales nombrados desde arriba, que reciben el doble o el triple del salario medio, que no están sujetos a revocación, etc., siempre que hay una “estructura profesional adecuada para las mujeres” dentro de la burocracia.

Teorías a medio camino

Algunas feministas socialistas han visto los peligros e inconsistencias de la concepción de la teoría del patriarcado y han intentado argumentar contra ella. Pero, a menudo, han acabado por ceder a medias ante sus argumentos.
Así, Sheila Rowbotham rechaza la teoría del patriarcado. Pero explica la persistencia de la familia con una versión del argumento de los “dos modos de producción”. En Conciencia de mujeres, mundo de hombres afirma que la familia es un modo de producción precapitalista existente dentro de un sistema capitalista más amplio.15 Pero la lógica de esta posición es la misma que la de la teoría del patriarcado: que hay dos luchas distintas, no necesariamente conectadas aquí y ahora.
Incluso socialistas revolucionarias que han tratado de oponerse a algunos de los argumentos del movimiento de mujeres de clase media han cometido el error de aceptar algunas de sus formulaciones teóricas.
Un buen ejemplo de esto se encuentra en un debate que tuvo lugar hace algunos años en las páginas de la revista International Socialism entre Joan Smith e Irene Bruegel.
Joan comenzó el debate16 con algunas críticas muy reveladoras e importantes de la política del estilo de vida que estaba entonces convirtiéndose en hegemónica en el movimiento de mujeres. Contra aquella política, insistió en que la opresión de las mujeres persiste a causa de la importancia económica de la familia para el capitalismo. Pero luego pasó a fundamentar su propia posición en la teoría de los dos modos de producción elaborada por Sheila Rowbotham, Shulamith Firestone y Heidi Hartmann, completada con la misma cita truncada de Engels. El resultado es un argumento que resulta absolutamente confuso y confundido.
El punto de vista de Joan era que la familia existente era un rasgo tan característico del capitalismo como la explotación de los trabajadores en el ámbito de la producción. Era “parte de la base” —no de la superestructura—. Justificó esto diciendo que el capitalismo depende del “trabajo libre” y que no se podía tener “trabajo libre” a menos que fuera reproducido en la familia privada.
El argumento era tortuoso en extremo. Marx caracterizó el “trabajo libre” como trabajo donde (1) el trabajador no tenía ningún control sobre los medios de producción, y (2) el trabajador no pertenecía al capitalista individual y por tanto podía ser rechazado en el momento en que su trabajo ya no se necesitara. Es bastante fácil imaginar una sociedad en la que tal trabajo sea reproducido en instituciones estatales y después enviado a venderse a sí mismo o a pasar hambre.
Una sociedad así no existe en la actualidad porque, como hemos explicado antes, no conviene a las necesidades económicas de la acumulación de capital, ya que la “base” económica no necesita todavía una transformación como ésa de la superestructura institucional. Como Kath Ennis apuntaba en International Socialism hace diez años, “en teoría, el capitalismo podría funcionar sin la familia… Pero en la práctica, esto requeriría tales cambios fundamentales en la sociedad que es difícil imaginar que alguna vez se lleve a cabo”.
Irene Bruegel tomó y elaboró el punto de vista de Kath Ennis en su respuesta a Joan.17 Mostró cómo el capitalismo tenía un interés económico en socializar ciertos aspectos del trabajo doméstico, para permitir que las mujeres fueran explotadas en el mercado de trabajo. Su argumento económico era irrefutable. Socavaba cualquier pretensión de que la familia es esencial para el capitalismo de la misma forma que la explotación y la acumulación.
Una vez eso se acepta, lo lógico es ver a la familia como parte de la superestructura; algo creado por las necesidades de acumulación en un cierto momento del desarrollo del capitalismo, que el capitalismo ahora comienza a minar, pero que no puede abolir por su propia naturaleza proclive a la crisis.
La propia Irene se lanza en la dirección del análisis de la opresión de las mujeres proporcionado por Anne Foreman. Su punto de partida no es la producción, sino las necesidades sicológicas de los hombres de clase trabajadora. La familia existe, según Anne, porque “los hombres encuentran alivio a su alienación a través de su relación con las mujeres; para las mujeres no hay alivio”.
Irene acepta esta perspectiva en su conjunto. Ambas inevitablemente acaban desplazándose de la lucha socialista revolucionaria contra el sistema hacia la política del estilo de vida de ciertas feministas de clase media. Joan es, con razón, totalmente sarcástica acerca de esta conclusión:
Si seguimos un tipo de análisis como el de Anne Foreman, entonces son los atributos de genero de la feminidad, la polaridad masculino-femenino lo que es opresivo para las mujeres, en vez de ser las manifestaciones ideológicas de la opresión de las mujeres. Se trata esencialmente de un análisis idealista, en el que las formas ideológicas que oprimen a las mujeres son generadas dentro de las relaciones que las mujeres tienen con los hombres con los que conviven.18
Aunque acepta que la familia no es en todo momento una necesidad económica del capitalismo, Joan, como Irene, tampoco consigue extraer la conclusión lógica. En la practica, con el uso de frases como “el sistema familiar de reproducción de la fuerza de trabajo”, ella desecha la teoría de los dos modos de producción. Pero no puede desechar la idea de que la familia —y la opresión de las mujeres— es tan importante para el capitalismo como la explotación y la acumulación. Por tanto se aferra, siempre tenuemente, a la perspectiva de que sólo la familia puede producir “trabajo libre”. Incluso llega a afirmar que esto es válido para todas las sociedades de clases:
El elemento esencial de la familia permanece intacto en todas las sociedades de clases, porque la familia es la única forma de reproducir la sociedad que permite diferencias esenciales en la reproducción y que toma la carga de la reproducción de la sociedad en general y la coloca sobre individuos o grupos en la sociedad.19
De este modo Joan, que había sido anteriormente tan crítica con el discurso patriarcal de la familia como invariable, se ve arrastrada a una perspectiva muy cercana a esta teoría del patriarcado. De hecho, comienza a usar la fraseología de la misma teoría del patriarcado cuando afirma que “la historia esencial del patriarcado y de la opresión de las mujeres, es la historia del sistema de reproducción de la familia…”.
Al mismo tiempo, Joan da otro paso más allá de su inicial punto de partida. Se trata de localizar la opresión de las mujeres en el estado. Usando de nuevo la terminología del análisis feminista de la clase media, escribe que, “el control patriarcal de las mujeres se traslada desde la familia patriarcal al estado capitalista patriarcal (con su infinita batería de leyes sobre el control de las mujeres) y el mercado capitalista, donde las mujeres son siempre peor pagadas que los hombres…”.
¡Incluso llega a hablar del “estado masculino”!
Algunas de sus razones para tratar de subrayar el papel del estado son buenas. Aún intenta atacar las ideas que localizan la opresión de las mujeres en las relaciones individuales entre hombres y mujeres. Sin embargo, la formulación es mística y errónea a la vez. No es el estado el que suministra al sistema su dinámica, es el afán de acumular. El estado es solamente uno de los mecanismos usados por el sistema en este afán; es parte de la superestructura. La familia es otro de estos mecanismos: también es parte de la superestructura.
Es simplemente falso, que toda la opresión de las mujeres proceda del estado, o que el estado simplemente oprima a las mujeres dejando intacta la familia existente. La opresión de las mujeres procede, en última instancia, del afán de acumular. El estado ayuda a sostener este afán y, por eso, ha de apoyar a la familia. Pero también interviene sustituyendo ciertas funciones familiares conforme las necesidades del sistema cambian, proporcionando (aunque no a una escala suficiente) guarderías y escuelas, prestaciones sociales, fácil acceso a métodos anticonceptivos, políticas de igualdad de salario para las mujeres (aunque dejando inmensas lagunas ).
Es el sistema lo que oprime a las mujeres, no sólo el estado. Y la opresión a menudo tiene lugar de forma contradictoria. Este punto es importante. Para Joan es confuso. Y su confusión ha servido para alejar a la gente del análisis marxista revolucionario de la opresión de las mujeres y acercarla al análisis que presentan aquéllos que rechazan el marxismo. Ella escribe sobre su obra:
Mis artículos en International Socialism intentaron tender un puente entre el argumento sobre la naturaleza del patriarcado y la escuela del trabajo doméstico sobre la relación entre opresión de la mujer y capitalismo. Era un intento de discutir la relación entre la dominación masculina (el patriarcado) y el modo de producción capitalista.
Patriarcado, como hemos visto, es la expresión teórica de las secciones reformistas y separatistas del movimiento de las mujeres. Lo que Joan está intentando hacer es “tender un puente” entre esos argumentos y el marxismo. Era un intento que estaba destinado a provocar una confusión completa.
Hay confusión práctica también. Lo que subyace en todas las etapas de la argumentación de Joan es un intento de probar que la opresión de las mujeres, como la explotación de los trabajadores, conduce a los comienzos del rechazo espontáneo del capitalismo.
Esto sucede, afirma, porque el sistema capitalista descansa en dos puntos igualmente importantes; la explotación de los trabajadores y la opresión de las mujeres. Afirma esto de nuevo cuando pasa a echar la culpa, por toda la opresión de las mujeres, directamente al estado.
En ambos casos, se considera que las luchas separadas de las mujeres entran en conflicto automáticamente con el capital y el estado. La lucha contra el patriarcado entonces se convierte, para Joan, en un aliado automático de una lucha separada de los trabajadores contra el capitalismo. Se ha puesto la base para una alianza de luchas “distintas pero no separadas”.
La parte correspondiente a las mujeres en esta alianza está constituida, según Joan, por todas las mujeres, aunque dirigida por las revolucionarias. Como ella declara:20
Podemos persuadir y reclutar mujeres a la política revolucionaria sobre la base de su opresión tanto como de su explotación. Muchas mujeres han roto tanto con su pasado de clase media, como de clase trabajadora y, como en el caso de los estudiantes, es posible organizar a esas mujeres alrededor del partido revolucionario. Pero, para conseguirlo, necesitamos una organización de mujeres más amplia que el partido revolucionario, que se ocupe de los asuntos de la opresión de las mujeres y de su explotación … Es necesario construir un movimiento de mujeres con su propio periódico que pueda unir a todas las mujeres (mujeres del sector público, trabajadoras industriales, mujeres en el hogar). Ya que el capitalismo oprime a todas las mujeres, la base material para tal organización existe.
Obsérvese que Joan se refiere a “todas las mujeres” como base de tal movimiento, no a las mujeres de clase trabajadora. Porque, en cada una de las tres etapas de su análisis, todas las mujeres son forzadas, por lo que ella llama “patriarcado” o el “estado masculino”, a luchar contra él. Es esto lo que le permite hablar acerca de organizar a “todas las mujeres” sin referencia a su posición de clase (¡abandonan su pasado tanto de clase trabajadora como de clase media!) Sin embargo este movimiento se comprometerá en una “plataforma socialista” y una “lucha de la clase trabajadora por la libertad”. Joan personifica el embrollo que se obtiene cuando se casan dos perspectivas contradictorias de las raíces de la opresión de las mujeres; la del feminismo de la clase media y la del marxismo revolucionario. Se acaba cambiando de una posición a otra, nunca se termina sobre la base sólida, que es la única realmente posible para luchar por la liberación de las mujeres.

Argumentos contra la posición marxista revolucionaria

Los que se oponen totalmente a la teoría marxista de la opresión de las mujeres y aquéllos que buscan confundirla con otra teoría utilizan ciertos números de argumentos. Veámoslos, uno por uno.
“La perspectiva marxista efectivamente rechaza la realidad de la opresión de las mujeres al reducir todo a una cuestión de clase”.
Si se lee nuestra primera sección se puede ver la falsedad de este argumento. Nosotros no “reducimos” el asunto a una cuestión de clase. Las mujeres de todas las clases están oprimidas, exactamente como las minorías étnicas de todas las clases son oprimidas en ciertas sociedades. Lo que decimos, sin embargo, es que no puede haber liberación de esta opresión sin cambiar sus raíces en la sociedad de clases. No hay dos luchas, una contra la sociedad de clases y otra contra el “patriarcado”. Hay una única lucha contra la causa de todas las formas de explotación y opresión.
Y hay enormes diferencias en el tipo de opresión que sufren las mujeres de clases diferentes. La esposa de un propietario de esclavos puede estar oprimida, pero su opresión es bastante diferente a la de una esclava (incluso a la de un esclavo masculino). La mujer la de clase dominante puede protestar por su opresión, pero una aplastante mayoría de ellas se situaran al lado del sistema que mantiene esta opresión contra cualquier desafío serio a éste. Y, así, cuando todos sus problemas estén solucionados, ayudarán y serán cómplices no sólo de la explotación, sino de la opresión de otras mujeres. Las mujeres de la clase dominante siempre insisten en que el movimiento de las mujeres es algo completamente separado del movimiento de las clase trabajadora, y opuesto a él.
Las mujeres de clase trabajadora, por otro lado, necesitan examinar toda la cuestión de la separación de otro modo.
Los prejuicios de los trabajadores masculinos, a menudo han llevado a que las mujeres trabajadoras no hayan tenido otra elección, si querían organizarse, que hacerlo separadamente de los hombres. Pero han tenido que luchar contra su separación forzosa, porque ésta ha debilitado la lucha del conjunto de la clase trabajadora, haciendo así más fácil para la clase dominante mantener su opresión.
Históricamente han sido los grupos de trabajadores económicamente más poderosos y menos oprimidos quienes han apoyado formas separadas y seccionalistas de organización. Las mujeres y los grupos étnicamente oprimidos de trabajadores se han organizado separadamente (con los sindicatos de mujeres, etc.) solamente como un medio de obtener la fuerza para derribar los muros del separatismo.
“La perspectiva marxista significa que la inferior posición, que actualmente las mujeres están forzadas a aceptar, se perpetua, con los hombres dirigiendo a las mujeres. No se ve la propia actividad de las mujeres como medio de acabar con su opresión, sino como algo que los hombres hacen para ellas.”
Las personas oprimidas encuentran la confianza para levantarse y luchar contra su opresión a través de la lucha. Pero esto no significa que la única lucha que les proporciona esta confianza sea la lucha del grupo oprimido particular al que pertenecen. Las luchas contra todo tipo de aspectos de la sociedad de clases pueden tener el mismo efecto.
Ésta ha sido, por ejemplo, la experiencia de las luchas sindicales que han dado a muchas mujeres la confianza para empezar a desafiar los papeles tradicionales que se esperaba que representaran en la familia.
Por supuesto, las divisiones entre los diferentes sectores de la clase trabajadora (hombres y mujeres, blancos y negros, oprimidos y menos oprimidos) significa que a menudo no se producen luchas simples, homogéneas y unificadas de todos los trabajadores. Así, hay luchas que involucran en su mayor parte a trabajadores negros, o a trabajadores blancos, más a trabajadoras o a trabajadores, más a trabajadores cualificados o a no cualificados. Sin embargo, la lucha de cualquiera de estos grupos de trabajadores siempre tiene implicaciones para las luchas de otros grupos de trabajadores. Ningún grupo oprimido puede separar sus luchas del resto de la clase. Es desastroso para ellos tratar de hacerlo así.
Si un grupo relativamente poderoso de trabajadores, como los mineros en Gran Bretaña o los trabajadores de automóviles en USA, tienen éxito en la lucha, esto se convierte en un estímulo para las luchas de otros grupos de trabajadores (aunque los grupos más poderosos sean principalmente masculinos y los más débiles principalmente femeninos). En otros momentos puede ser la resistencia de un grupo de trabajadores previamente débil (principalmente femenino) el que detenga una ofensiva de los empresarios e inspire así a otros grupos de trabajadores más fuertes (principalmente masculinos).
De hecho, las mayores luchas contra la opresión de las mujeres han tenido lugar siempre durante períodos de lucha más amplia, más generalizada (durante la gran revolución francesa de 1789-1794, en el período inmediatamente anterior y posterior a la primera guerra mundial, en los últimos sesenta y los primeros setenta). El éxito de estas luchas ha dependido siempre del éxito de luchas más amplias. La derrota de estas luchas más amplias presagió el fracaso de la lucha de liberación de la mujer también: así ocurrió en el Termidor de los 1790, con el estalinismo y el nazismo en los años de entreguerra, o el giro hacia la derecha a finales de los 1970.21
No podía ser de otra forma. La opresión es un producto de la sociedad de clases. Y la única forma efectiva de enfrentarse a la sociedad de clases es a través de la lucha unificada de la clase trabajadora, no por medio de la lucha separada, aislada, de éste o aquél grupo oprimido particular.
Esto no significa en absoluto que “las mujeres sigan a los hombres”. El grupo particular de trabajadores que esté en la vanguardia de la lucha será unas veces femenino, otras principalmente masculino y otras completamente mezclado.
Lo necesario en cualquier caso es que el grupo de trabajadores dirigente comprenda que su propia lucha es una lucha en nombre de todos los trabajadores (pese a todos los esfuerzos de la clase dominante para hacerles creer otra cosa) y que haya un debate con todos los otros grupos de trabajadores para respaldar la lucha. Esto no sucederá a menos que exista una batalla implacable de los socialistas contra la tendencia de los trabajadores menos oprimidos a identificarse con las ventajas de las que disfrutan con respecto a los trabajadores más oprimidos, y se explique a los trabajadores más oprimidos que los enemigos reales no son los menos oprimidos, sino la clase dominante que explota a todos los trabajadores. Tiene que explicarse a los grupos de trabajadores que están en lucha que ellos necesitan el apoyo de las trabajadoras, pero que no lo conseguirán si continúan sosteniendo la visión sexista de que las mujeres son objetos sexuales cuyo sitio está en la casa, etc. Ha de señalarse que las mujeres que son forz
adas a ser pasivas y dependientes de los hombres no pueden ser auténticas luchadoras en la batalla de su clase contra el sistema.
La opresión permite a la clase dominante dividir y dominar al conjunto de la clase trabajadora, tanto a los sectores más oprimidos como a los menos oprimidos. El compromiso en cualquier lucha lleva a la gente a comenzar a desafiar esta opresión, y sólo el desafío a esta opresión puede conducir su lucha al éxito.
En otras palabras: tomar en serio la afirmación de que las mujeres sólo pueden seguir la dirección de otras mujeres es decir que no tienen ningún papel que jugar en algunas de las principales batallas de la lucha de clases. De hecho, algunos de los más importante ejemplos de luchas de mujeres trabajadoras han sido en apoyo a los trabajadores masculinos, como las Brigadas de Emergencia de Mujeres en la fábrica Flint en 1937.
Las grandes mujeres socialistas revolucionarias comprendieron esto y por eso no consideraron que su tarea era sólo organizar mujeres. Cuando hablamos de Eleanor Marx, Rosa Luxemburg, Mother Jones o Elizabeth Gurley Flynn, estamos hablando de luchadoras que dedicaron sus energías a intervenir en cualquier lucha que tuviera lugar en ese momento, fuera de hombres o de mujeres trabajadoras.22
Incluso aquellas revolucionarias, como Clara Zetkin o Alexandra Kollontai, que se centraron en la organización de mujeres, nunca concibieron ésta como su única actividad. Alexandra Kollontai estuvo activa en el trabajo general tanto de los bolcheviques como de los mencheviques, mientras Clara Zetkin jugó un papel clave en todos los debates del PC alemán entre 1919 y 1923. Incluso Sylvia Pankhurst, que sólo llegó a ser una completa socialista revolucionaria en el curso de la Primera Guerra Mundial, extrajo la conclusión de que lo necesario era no un periódico de mujeres, el Women’s Dreadnought, y una organización de mujeres, la Federación de Sufragistas del Este de Londres, sino un periódico de los trabajadores, el Workers’ Dreadnought y una organización mixta, la Federación de Trabajadores Socialistas. ¡Esto, por supuesto, no ha detenido a algunas feministas confundidas, en su reivindicación de Kollontai, Zetkin y Pankhurst para la causa del separatismo!
Todas ellas adoptaron esta posición porque comprendieron que no hay y no puede haber ningún camino separado a la liberación de las mujeres, bajo otro nombre (feminismo socialista, feminismo revolucionario o cualquiera que sea), que el de marxismo revolucionario. Comprendieron que no hay dos tradiciones (la de la lucha contra la opresión y la de la lucha por el poder de los trabajadores), que han de ser fundidas, sino una única tradición que intenta construir un movimiento revolucionario de la clase trabajadora que sea “la tribuna de todos los oprimidos y explotados”.
En semejante movimiento unido, la mayor aspiración para las mujeres revolucionarias debería ser estar en cabeza de los hombres, y para los hombres revolucionarios estar a la cabeza de las mujeres, dependiendo de la sección particular de la clase que estuviera en lucha en determinado momento.
“Los hombres de la clase trabajadora están implicados en el mantenimiento de la opresión de las mujeres y se benefician de ella. Por eso no pueden comprometerse en la lucha por acabar con esa opresión.”
Hemos afirmado al principio que la causa real de la opresión de las mujeres no son los hombres individuales, sino las necesidades de la acumulación de capital. Sin embargo es verdad que estas necesidades sólo son satisfechas en tanto que encuentran un agente para imponerlas. Algunos hombres están ciertamente involucrados en la opresión de las mujeres. Personas como Anna Paczuska y Lin James parece que hacen un comentario válido cuando insisten en que:
No es el capitalismo el que golpea a las esposas, viola mujeres, paga a prostitutas y degrada a las mujeres con la pornografía, son los hombres.23
Pero sólo tienen razón hasta un punto. En primer lugar, no todos los hombres participan en las actividades que citan —a menos que se acepte la afirmación de las separatistas radicales de que “todos los hombres son violadores”—. En segundo lugar, su lista de lo que constituye la opresión de las mujeres es desesperadamente inadecuada. Si se añaden otros elementos de la opresión de las mujeres (por ejemplo, la negación del derecho al aborto o el salario desigual), entonces vemos que no son los hombres de clase trabajadora con los que viven las mujeres quienes provocan esto, sino el Estado o los empresarios. Y cuando se añade la socialización de las niñas para aceptar los papeles “femeninos” subordinados, el principal agente no es el padre, sino la madre. Algunas de las campañas más grandes contra el derecho al aborto han sido llevadas por mujeres. ¡Incluso en sociedades genuinamente patriarcales, la opresión de las mujeres más jóvenes es impuesta no sólo por el patriarca mismo, sino también por las mujeres de más edad!
Cuando las mujeres de clase trabajadora comienzan a desafiar su opresión, se encuentran no sólo frente a muchos hombres, sino también frente a muchas mujeres.
Pero se afirmará que los hombres se benefician de la opresión de las mujeres de una forma en que no lo hacen otras mujeres.
De hecho, sin embargo, los beneficios que los hombres de clase trabajadora reciben de la opresión de las mujeres son realmente marginales. No se benefician de los bajos salarios percibidos por la mujer (sólo sirven para ejercer una presión a la baja sobre su propio salario). Ni puede afirmarse realmente que ganen con el tratamiento del cuerpo de las mujeres como mercancías (¡los únicos hombres que pueden beneficiarse de esto son los hombres con la riqueza para comprar y vender mercancías!)
Los beneficios realmente se reducen a la cuestión del trabajo doméstico. La cuestión es en qué grado los hombres de clase trabajadora se benefician del trabajo no pagado de las mujeres.
Pero en la familia capitalista modelo esto es imposible de medir. Como Lindsey German ha señalado:
La división del trabajo es, después de todo, una división del trabajo donde los hombres realizan diferentes trabajos tanto en la fábrica como en el hogar. Pero decir que soldar es mejor o peor que el trabajo doméstico es percibir las cosas en términos completamente subjetivos y no computables. Lo mismo ocurre con el tiempo libre. Los hombres tienen definido más rígidamente el ocio, que tiende a ser social (el bar, el fútbol), en la medida en que tienen más rígidamente definidas las horas de trabajo. Pero no se puede decir simplemente que sea más. Es diferente.
El trabajo doméstico, por definición, es trabajo que no está sujeto al ritmo impuesto por la explotación capitalista en la fábrica o la oficina. No supone esfuerzo intensivo por un cierto número de horas, seguido de un período de recuperación para permitir la realización de otro período fijado de esfuerzo intensivo. Por lo tanto no hay forma de que la cantidad de trabajo que entra en él pueda medirse, al contrario que la cantidad de trabajo que se realiza en la fábrica…
La gran desventaja que las amas de casa (de clase trabajadora) sufren no es que estén de alguna manera explotadas por los hombres sino que están atomizadas y separadas de la participación en la acción colectiva que puede dar la confianza para luchar contra el sistema…
De hecho, el problema de los “beneficios” surge sólo realmente cuando hay un abandono de la vieja y estereotipada división del trabajo entre el “trabajador masculino” y la mujer “ama de casa”. Al incorporarse las mujeres casadas cada vez más a la fuerza de trabajo, algunas se encuentran haciendo trabajo asalariado a tiempo completo pero aún se espera de ellas que se ocupen de la casa.
A ellas se les deja mucho menos tiempo que a sus maridos para recuperar su fuerza de trabajo ya que tienen que combinar trabajo asalariado y doméstico. Sin embargo, incluso en estas situaciones, es dudoso que los maridos se beneficien más que marginalmente.24
Lo que los hombres de clase trabajadora ganan directamente en términos de trabajo de su mujer sólo puede ser medido aproximadamente. Es la cantidad de trabajo que tendría que realizar si tuviera que limpiar y cocinar por él mismo. No supondría más que una o dos horas al día: una carga para una mujer que tiene que hacer este trabajo por dos personas después de un día de trabajo asalariado, pero no una ganancia enorme para el trabajador masculino.
Es sólo en el momento en que surge la cuestión de la reproducción de la próxima generación de trabajadores (el nacimiento de los hijos) cuando la carga para las mujeres llega a ser insoportable, y la aparente ganancia para el marido inmensa.
Pero el trabajo dedicado a criar a los hijos no puede ser tratado como algo dado por la esposa al marido. Es más bien algo que la esposa proporciona al sistema, satisfaciendo su necesidad de renovar la fuerza de trabajo. Como ha señalado Ann Rogers, “la mujer de clase trabajadora está atada al mantenimiento de los hijos, no a servir a los hombres”.25
El principal aspecto, sin embargo, es que la clave de la liberación real de las mujeres de clase trabajadora está en la socialización de ambos componentes del trabajo doméstico. Y esta socialización no supondría una pérdida para el hombre de clase trabajadora. Él no perdería si existieran buenos establecimientos, dirigidos colectivamente, que le proporcionaran excelentes comidas, si un sistema de guarderías de 24 horas liberara a su esposa de la carga constante de preocuparse de sus hijos.
De hecho, en tanto estos cambios liberan tanto a hombres como a mujeres de tener que vivir en relaciones obligadas y a menudo amargas, son una ganancia para ambos.
Ciertamente, si se miran las cosas bajo esta luz, no se puede decir que los hombres de clase trabajadora obtengan alguna ventaja material de la opresión de las mujeres. Cualquier ventaja que pudieran obtener en la presente situación en relación a su esposa no sería nada comparado con lo que ganarían si la situación fuera revolucionada.
¿Y en cuanto al otro tipo de ventaja que se podría decir que tiene, la ventaja ideológica, el sentimiento de que, en cierta forma, él tiene el control sobre la familia, de modo que a pesar de que sea algo insignificante en el mundo, es el dueño en la casa?
Éste será un factor muy importante en el momento en que los trabajadores no estén enfrentándose al sistema. Entonces sus mentes estarán llenas de toda la basura ideológica habitual. Pero una vez comiencen a luchar contra el sistema, entonces pueden ver que hay una alternativa, una alternativa en la que ejercen el control sobre el conjunto de sus vidas, no necesitando así el sentimiento falso de control que procede del dominio en el interior de la familia.
Las teóricas del patriarcado y las feministas socialistas que les siguen no ven esto porque no tienen realmente ninguna noción de cómo las ideas pueden transformarse en la lucha. Generalizan a partir de los períodos de retroceso de la lucha, sacando la conclusión de que las ideas que imperan ahora serán las dominantes siempre. Igual que algunas personas sacan del período actual la conclusión de que la clase trabajadora ha muerto, las teóricas del patriarcado y las feministas socialistas consideran que los trabajadores nunca pueden desafiar la reproducción privada y la opresión de las mujeres.
“La experiencia muestra que puede haber una revolución socialista que deje intacta la opresión de las mujeres.”
Éste es un componente central de todas las teorías del patriarcado. Es la consecuencia de considerar que, de alguna manera, Rusia, Cuba, Vietnam y China son socialistas. En estas sociedades la opresión de las mujeres continúa existiendo y, por tanto, se dice: el socialismo puede coexistir con la opresión de las mujeres.
Feministas socialistas como Sheila Rowbotham no pueden argumentar contra esta posición ya que ella también piensa que ya existen sociedades socialistas (¡una de las razones por las que dejó International Socialists hace 13 años fue porque nos dignamos a afirmar que Vietnam del Norte no era socialista!).
Sin embargo quienes reconocemos que el surgimiento del estalinismo estableció el capitalismo de Estado en Rusia no necesitamos en absoluto sacar esta conclusión.
De hecho, la experiencia de la revolución rusa de 1917 prueba lo contrario de lo que afirman las teóricas del patriarcado y las feministas socialistas.
La revolución tuvo lugar en las condiciones más adversas. Se produjo en un país en el que la clase trabajadora era una pequeña minoría de la población, donde la mayoría de la población era aún campesina, organizada sobre una base auténticamente patriarcal, viviendo en condiciones casi medievales y sujeta a supersticiones y prejuicios muy profundos. Aunque había un número sustancial de mujeres en ciertas industrias y fábricas que jugaron un papel importante en la revolución de febrero, los hombres trabajadores constituían la gran mayoría de los revolucionarios conscientes —sólo en torno al 10% de los bolcheviques eran mujeres—.
Sin embargo, la revolución llevó a cabo un programa para la liberación de las mujeres nunca antes intentado en ningún lugar: libertad completa de aborto y leyes de divorcio, igual salario, provisión masiva de guarderías comunales, comedores socializados, etc.
Al luchar por la emancipación de su clase, las mujeres trabajadoras comenzaron a enfrentarse a las tradiciones de subordinación a los hombres. Y la mayoría de los trabajadores militantes vieron la necesidad de apoyar y alentar su desafío.
Esto sucedió así porque la revolución era una revolución: una conmoción masiva en la que los de abajo se levantaron y lucharon para controlar sus propios destinos. No podían hacerlo a menos que se sacudieran toda jerarquía y se enfrentaran a cada elemento de opresión que dividía y subyugaba a su clase. Por supuesto hubo resistencia por parte de algunos trabajadores que deseaban mantener su papel dominante tradicional en la familia. Pero lo más impresionante fue la forma en que los trabajadores avanzados, organizados en el partido bolchevique, entendieron la necesidad de romper con tal comportamiento divisor y lleno de prejuicios y cómo fueron capaces de ganarse a la mayoría de la clase a su punto de vista.
Por tanto, después de la conquista del poder del estado, el partido estableció un departamento especial dirigido a involucrar a más mujeres de clase trabajadora en el proceso revolucionario. Inesa Armand se colocó al frente de esta tarea y, tras su muerte, Alexandra Kollontai. Pero también se esperaba que los hombres revolucionarios tomaran parte en este trabajo, asistiendo a sus conferencias, etc.
La experiencia de la revolución rusa fue bastante diferente, entonces, de lo sucedido más tarde, tras el surgimiento del estalinismo, con la reimposición de la familia modelo, las leyes antiaborto, las restricciones sobre el divorcio… Fue también bastante diferente de lo sucedido con el establecimiento del capitalismo de estado en otros países, por medio del ejército ruso o a través de revoluciones dirigidas por ejércitos guerrilleros.
Rusia mostró lo que sucede en una revolución de la clase trabajadora. ¡Esos otros casos muestran lo que sucede sin ella!


Socialismo revolucionario y la liberación de las mujeres

Los socialistas revolucionarios partimos de lo que podemos aprender a partir de los momentos “altos” en la historia de la lucha de clases; que las secciones menos oprimidas de trabajadores pueden unirse a las más oprimidas en una lucha conjunta contra todas las formas de explotación y opresión. Los trabajadores blancos pueden ser ganados para apoyar las luchas de los trabajadores negros, los trabajadores hombres pueden ser ganados para apoyar las de las mujeres trabajadoras, los cualificados para apoyar las luchas de los no cualificados.
Nuestro argumento fundamental —que la clase trabajadora puede emanciparse a sí misma y en ese proceso emancipar a toda la sociedad— parte de lo que sucede en períodos de alza de las luchas, no de lo que ocurre cuando toda la basura ideológica dominante triunfa en los períodos de retroceso.
Nosotros, sin embargo, vamos más lejos. Entendemos que debe haber una lucha dentro de la clase trabajadora por el comienzo del avance —por la solidaridad, por la unidad de los trabajadores blancos y negros, de los hombres y las mujeres de clase trabajadora— en los períodos más oscuros del retroceso de la lucha. Sólo de esta manera podemos preparar a una minoría de la clase trabajadora para las tareas que afectan al conjunto de la clase. Sólo así podremos estar seguros de que cuando se intensifique la lucha, existirá una dirección dentro de la clase que pueda llevarla hacia la victoria.
Nos proponemos, en pocas palabras, construir las bases de un partido revolucionario en el período de retroceso.
No podemos hacerlo si caemos en la idea errónea de que hay una alternativa fácil (dejar a las organizaciones de los oprimidos la lucha contra el racismo y el sexismo). El partido mismo ha de luchar contra la opresión en el terreno de la raza, el sexo, la religión o el origen étnico. Es parte de la tarea de luchar para unir al conjunto de la clase en la lucha.
Ha de verse a los miembros del partido como gente que discute entre los trabajadores blancos y los hombres en apoyo de los intereses de los trabajadores negros y las mujeres trabajadoras. Tienen que comprender que en un período bajo de luchas serán a menudo una minoría. Pero también, que su situación cambiará una vez comience un período de lucha real. Tienen que aprender a actuar como participantes ilusionados en las luchas de los trabajadores y como una minoría conocida por su apoyo abierto a los intereses de los sectores más oprimidos de la clase.
Sin embargo, el argumento sobre la unidad de la clase no sólo ha de defenderse entre blancos y hombres. También tiene que defenderse entre las secciones más oprimidas de la clase. Por ejemplo, es necesario entre las mujeres trabajadoras blancas en apoyo de los trabajadores negros y entre los trabajadores negros en apoyo de las mujeres trabajadoras. Por encima de todo, ha de haber una lucha dentro de cada sección oprimida de trabajadores contra la influencia burguesa y pequeño burguesa que intentará persuadirles de que no puede haber unidad con los trabajadores blancos y hombres menos oprimidos.
De este modo, cada miembro de la organización revolucionaria tiene que comprender cómo en los puntos altos de la lucha de clases, sectores de trabajadores blancos y hombres han luchado en interés de trabajadores negros y mujeres. La meta es construir un partido que recoja esta experiencia.
La construcción de un partido como ése es algo incluso más necesario para las secciones oprimidas de trabajadores que para el resto, pues el capitalismo no puede ser derrotado sin un partido como ése y no se puede acabar con la opresión sin acabar con el capitalismo.
Quienes rechazan la perspectiva de construir tal partido, afirmando que significa “hombres dirigiendo a mujeres” y “blancos dirigiendo a negros”, que “subordina la lucha contra la opresión a la lucha contra la explotación” abandonan de hecho cualquier perspectiva de destruir las raíces de la opresión. En el mejor de los casos, hablan de movimientos de protesta contra la opresión, movimientos que son incapaces de acabar con ella.

Reformismo, estalinismo y partido

Cada vez que surge la cuestión del partido nos enfrentamos con un problema. La gente que ha tenido la experiencia de partidos no revolucionarios saca fácilmente la conclusión de que todos los partidos son malos. Así ocurrió durante las dos primeras décadas de este siglo: el anarquismo recibió un empuje de la burocratización gradual de la socialdemocracia; en los años cuarenta y cincuenta la gente que había sido manipulada por el estalinismo prosoviético a menudo reaccionó rechazando cualquier tipo de política socialista; en los setenta, la experiencia del estalinismo maoísta estimuló todo tipo de corrientes “autónomas” y separatistas.
Pero nuestra respuesta a estas experiencias no puede y no debe ser abandonar nuestra propia lucha por un partido revolucionario. Ha de ser explicar, que estas experiencias son el resultado de la no existencia de una organización marxista revolucionaria que combata la influencia de la socialdemocracia y el estalinismo.
Cuando los socialistas revolucionarios presentan el argumento sobre el partido nuestros oponentes siempre afirman: “pero olvidáis que la autoactividad es una precondición para el socialismo”. Hace ochenta años, éste era el argumento usado por activistas sindicales (los “economicistas”) opuestos a la construcción de un partido centralizado en Rusia. Hoy es usado a menudo por activistas negros o feministas opuestos a la construcción de una organización revolucionaria unificada. Lenin contestó a los economicistas:
[Hace falta] menos lugares comunes sobre el desarrollo de la actividad independiente de los obreros —¡los cuales saben desplegar una enorme actividad revolucionaria independiente que ustedes no perciben!—, y más atención a no desmoralizar a los obreros atrasados con el seguidismo de ustedes.
Ésta tiene que ser nuestra actitud hoy. La cuestión no es si la autoactividad existe o no. Es más bien si tratamos de desarrollar una conciencia dentro de la auto-actividad: esto es, hacer a la gente consciente de la necesidad de generalizar su lucha si desean ganar. Esto significa decir a las mujeres y a los negros trabajadores en lucha no sólo que tienen que luchar contra su propia opresión —saben esto pues están en lucha— sino cómo han de combatir, cómo ganar. Y no se puede hacer esto sin exponer el argumento acerca de la unidad con los trabajadores masculinos o blancos.
Surgen todo tipo de luchas “independientemente” de una organización revolucionaria. Pero no ayuda a las luchas en absoluto el que los revolucionarios digan “estas luchas son independientes de nosotros, por lo tanto no debemos discutir, con las personas involucradas en ellas, qué necesitan hacer para ganar”. Es nuestro deber en todo momento expresar tales argumentos. Ya que, si tales luchas no están influidas por nuestras ideas, lo estarán por las ideas imperantes en cualquier sociedad, las ideas de la clase dominante.
Luchas “independientes” surgen siempre. Pero no hay algo parecido a ideas “independientes”. Hay ideas que apoyan a la sociedad existente e ideas que sirven para su derrocamiento revolucionario. Las ideas que existen entre estos dos polos no son “independientes” sino, simplemente, un embrollo.

El retroceso de la lucha y el peligro de movimientismo

Hemos señalado al principio que el retroceso en la lucha de clases desde mediados de los años setenta ha llevado a algunas activistas, en el movimiento de las mujeres, a cambiar su orientación desde la clase trabajadora hacia el reformismo y el separatismo. El retroceso también ha tenido un efecto en las actitudes de los activistas en organizaciones revolucionarias de muchos países. Se han visto repentinos surgimientos de movimientos orientados a un único objetivo, mientras la masa de trabajadores ha continuado retirándose en vista de las ofensivas capitalistas. Fue el caso de los disturbios de los “marginales” en Italia en 1977, del crecimiento de los movimientos antinucleares en Francia y Alemania en los últimos setenta, de la lucha antiracista en Gran Bretaña entre 1977 y 1978 y del movimiento pacifista en los primeros ochenta. Ha sido fácil sacar la conclusión de que se podía olvidar a la clase trabajadora y concentrarse sólo en esos movimientos.
Estos movimientos han acercado a la actividad política a nuevas capas de la población. Pero debido a que el conjunto de la clase trabajadora no ha estado luchando, ganar a estas personas a la perspectiva marxista revolucionaria ha sido muy difícil.
A menudo, en vez de que la izquierda revolucionaria haya ganado nuevas personas de estos movimientos ha sucedido lo contrario: estos movimientos han ganado miembros de la izquierda revolucionaria a su perspectiva no basada en la clase trabajadora. Los revolucionarios han empezado a hacer concesiones a la idea de que las metas de los movimientos podían ser alcanzadas sin la acción de la clase trabajadora.
La situación ha empeorado por el patrón inevitable de tales movimientos. Pueden surgir muy rápidamente precisamente porque sus participantes no están enraizados en la producción. Pero la misma falta de raíces significa que no tienen poder real. Y de este modo los movimientos comienzan un declive terminal en el momento en que han alcanzado su meta. Suben como un cohete y bajan como una roca.
Los socialistas revolucionarios que ponen su confianza en esos movimientos reciben un estímulo inicial, para después sufrir toda la desmoralización que llega con el declive.
Entonces, se produce una gran presión sobre los activistas de los movimientos para deslizarse hacia la derecha. Hacen concesiones al sistema ya que encuentran que no pueden conseguir sus objetivos enfrentándose a él. Los revolucionarios que han hecho concesiones a los argumentos de los movimientos se ven arrastrados por la atracción del sector de la derecha.
Es bastante malo disolver la política en un movimiento dinámico, entusiasta y creciente. Es incluso peor hacerlo en un movimiento cansado, desmoralizado y que cada vez más mira a su interior.
Esto explica la conexión entre “movimientismo” y lo que en el SWP llamamos el “pantano”: el horizonte de ex-izquierdistas que han derivado hacia la derecha conforme se han ido adaptando al reformismo, la burocracia sindical y el misticismo del separatismo feminista.
No se pueden resistir las presiones que empujan a los antiguos activistas a la derecha a menos que se parta de una comprensión muy clara de las limitaciones de todos los movimientos de un único objetivo, por muy vital que sea el asunto por el que traten de luchar.
Se ha de insistir en que no pueden conseguir sus demandas a menos que conecten con las luchas de la masa de trabajadores. Y esto significa discutir claramente y con fuerza en favor de una organización socialista revolucionaria que haga tales conexiones en la teoría y en la práctica.
Las teorías que separan una lucha concreta, sea ésta por la paz, contra la opresión de las mujeres o contra el racismo, de la lucha de clases, impiden hacer estas conexiones.
Por eso las ideas de gente como E. P. Thompson impiden la lucha contra la guerra nuclear. Por eso los argumentos de las teóricas del patriarcado y las socialistas feministas impiden la lucha por la liberación de las mujeres. Y por eso las ideas separatistas del nacionalismo negro impiden la lucha por la liberación negra.
Los que propagan tales ideas pueden jugar un papel importante durante un período, animando a la gente a luchar contra aspectos del sistema. Pero si sus ideas no son desafiadas, dirigirán la lucha hacia un callejón sin salida más pronto o más tarde.
Los socialistas revolucionarios debemos ser muy duros políticamente para que podamos evitar que los activistas sean llevados, con los ojos vendados, al pantano. Por supuesto, estamos del lado del movimiento pacifista contra el “establishment” militar, pero esto no significa que retiremos nuestra crítica muy dura de las ideas de E. P. Thompson. De la misma forma, estamos del lado de todas las mujeres que se enfrentan a su opresión, pero no nos guardamos de una lucha implacable contra las ideas equivocadas del feminismo de clase media.
Nada es tan peligroso como presentar formulaciones verbales que ocultan la diferencia entre marxistas revolucionarios y tales personas.
Es en esto en lo que el SWP británico discrepamos profundamente de los revolucionarios que han presentado fórmulas organizativas que, en nuestra opinión, están proyectadas para unir lo que no puede unirse: la idea de un partido revolucionario por un lado y la noción separatista de gran parte del movimiento de las mujeres por otro.
Hablan de un “movimiento de mujeres independiente” que “debe ser parte del movimiento de la clase trabajadora en conjunto”, de un movimiento que es “distinto pero no separado” del partido revolucionario, de modo que “nos organizamos independientemente, pero somos parte del movimiento socialista más amplio”.26
Tales formulaciones son extremadamente nebulosas: ¿“independencia” de la sociedad capitalista, del reformismo o de las ideas del marxismo revolucionario? Si no significa independencia de las ideas marxistas ¿le está al partido revolucionario entonces permitido intervenir dentro del “movimiento independiente”? Si no es así, ¿cómo combate la influencia de las ideas burguesas y reformistas en las luchas de las mujeres?
¿La formulación significa que los socialistas revolucionarios tienen que organizar a las mujeres trabajadoras separadamente de los hombres trabajadores? Si es así, esto es muy peligroso. Ya que significa organizarlas separadamente de las principales luchas de la clase trabajadora, luchas que integran tanto a hombres como a mujeres (aunque en diferentes proporciones en cada sector).
Se termina organizando a las mujeres de clase trabajadora en los lugares donde es menos posible que experimenten el poder de la acción colectiva y ganen confianza para desafiar al sistema y sus ideas, incluyendo la de que tienen que estar subordinadas a los hombres. Se focaliza sobre la casa y la comunidad, los lugares donde las mujeres tienden a estar más atomizadas y aisladas, no sobre la fábrica o la oficina, donde comienzan a descubrir la fuerza colectiva de la clase.
En el mejor de los casos, te involucras en movimientos que están en alza, pero entonces te encuentras bloqueado dentro de ellos sin ninguna otra arena para la lucha, cuando están en decadencia. Te dejas llevar por la idea de que el “movimiento independiente de las mujeres” ha de mantenerse como una cuestión de principios, sin tener en cuenta el número de personas que realmente moviliza. En el proceso te desmoralizas y desmoralizas a cualquier mujer en el movimiento.
Los revolucionarios que intentan poner en práctica tal perspectiva, difícilmente pueden evitar ser influenciados por las actitudes que dominan en lo que queda del movimiento de las mujeres (actitudes que consideran que las ideas cambian mediante una elevación de la conciencia, no a través de la lucha, que sustituyen la política personal por el combate contra el sistema y que conducen a más y más pasividad).
El ser social determina la conciencia. Si te apartas de las áreas más importantes de la lucha de clases, al insistir en una organización “separada” de mujeres, inevitablemente te ves arrastrado fuera de las ideas que fluyen de la lucha de clases. A pesar tuyo, acabas extraviado en el pantano.
La existencia de una organización separada de las mujeres, lejos de permitir que las mujeres socialistas revolucionarias desarrollen la confianza para dirigir la lucha, tiene el efecto opuesto. En la práctica, se aíslan de la dirección de las luchas que afectan tanto a hombres como a mujeres: la gran mayoría.

La experiencia del SWP

Para el SWP esas son ideas que no sólo han llegado a nosotros a partir de la discusión teórica (aunque ésta haya sido inmensamente importante). Se corresponden con nuestra propia experiencia como organización. Durante más de diez años intentamos producir un periódico de mujeres específico, Women’s Voice y durante un periodo también intentamos construir una organización separada, la Women’s Voice Organisation. Al final, una aplastante mayoría de mujeres comprometidas en el intento, decidieron que era equivocado.
Descubrieron que estaban siendo forzadas todo el tiempo a concentrarse en asuntos que enfatizaban la debilidad de las mujeres y no la fuerza que las mujeres de clase trabajadora podían descubrir en la lucha de clases de todos los trabajadores. Cuando las mujeres trabajadoras comenzaron a movilizarse como trabajadoras, nos dimos cuenta de que una organización sólo de mujeres no estaba en absoluto capacitada para intervenir. Porque en cualquier huelga es necesario recibir solidaridad y apoyar huelgas no puede concebirse como un asunto sólo de mujeres. Así, Women’s Voice Organisation sólo fue capaz de organizarse alrededor de asuntos vecinales (cierre de hospitales, aborto, etc.)
Por supuesto, estos temas pueden ser importantes para construir una organización revolucionaria, pero sólo si están unidos a la lucha de los trabajadores organizados. Una organización separada hace, de hecho, esta unión imposible. En lugar de enseñarlas a dirigir, nuestras compañeras decidieron que la experiencia de Women’s Voice sólo estaba llevándolas a quedarse atrás con respecto al curso principal de la lucha. Nuestras mejores miembros mujeres llegaron a ver que estaban quedando encerradas dentro del ghetto de la política “sólo-de-mujeres” y que esto tenía serias consecuencias para nuestro partido. Separaba la lucha por la liberación de las mujeres de nuestro principal trabajo político.
El partido en su conjunto raramente discutía o trabajaba en torno a los asuntos en los que las mujeres estaban actuando. Esos temas se dejaban a los grupos de Women’s Voice. Y nuestras compañeras no estaban siendo formadas o alentadas para tomar un papel dirigente en el partido. En lugar de eso se las enviaba a construir Women’s Voice. De este modo produjimos una generación completa de mujeres incapaces de discutir la política socialista total y que no estaban preparadas para dirigir agrupaciones, intervenir en discusiones, en resumen, para dirigir. ¡Women’s Voice tendía a producir un SWP dominado por hombres!

Construir en el periodo de declive de la lucha

Con cualquier forma de movimientismo surge un peligro adicional: pasar de considerar los movimientos referidos a un asunto particular como algo que puede hacer una contribución a ampliar la lucha de clases a percibirlos como un fin en sí mismos.
Poner el énfasis en la necesidad de movimientos “independientes” de mujeres o negros puede fácilmente llevar hacia una especie de teoría de etapas (una teoría que sostiene que el discurso sobre la lucha de la clase trabajadora puede ser postpuesto indefinidamente mientras se construye otro tipo de luchas). En los Estados Unidos, en particular, lleva a la gente a decir que ya que la mayoría de la clase trabajadora es negra, hispana o femenina, entonces los movimientos de estos grupos oprimidos han de preceder a cualquier renacimiento general de la lucha de la clase trabajadora.
Pero esto, es convertir un posible escenario para acabar con el retroceso en un escenario necesario.
Puede ser que el renacimiento de la lucha en los USA comience (como en los sesenta), fuera del núcleo de la clase trabajadora que está en las fábricas y oficinas. Pero es igualmente posible que comience (como antes de la Primera Guerra Mundial y en los años de entreguerra), desde luchas que involucraban tanto a blancos como a negros, tanto a hombres como a mujeres.
Es más, donde quiera que comience, no será capaz de ir más allá de un cierto punto a no ser que exista al menos el embrión de una organización revolucionaria que señale la necesidad de que el conjunto de la clase, blanca y negra, masculina y femenina, se integre en la lucha.
Hemos de intentar crear este embrión ahora, mientras hay retroceso. No podemos hacerlo si trabajamos como si el alza hubiera ya empezado y hubiera empezado de una forma y no de otra.
En el aquí y ahora, hay una pequeña minoría de personas que están preparadas para escuchar ideas revolucionarias. Los horrores causados por la amplia crisis mundial implican que en cada localidad, en cada centro de trabajo, en cada universidad, hay unos pocos individuos receptivos a lo que los socialistas revolucionarios tienen que decir.
La clave para construir el embrión de una organización revolucionaria es localizar a estas personas y discutir la política general con ellos.
En parte, se encuentra a estos individuos mediante la actividad de propaganda general de una organización (vendiendo el periódico, organizando reuniones abiertas, etc.).
En parte, se les encuentra cuando surgen movimientos auténticos, que involucran por primera vez en la actividad a gente nueva y joven (ha de distinguirse tales movimientos de aquéllos que meramente reagrupan a los “muertos vivientes”, los restos fracasados de la generación de los sesenta).
A veces se les encuentra en las huelgas que aún se producen, a pesar del retroceso. En ellas, trabajadores negros y blancos, hombres y mujeres, se encuentran unos al lado de los otros en los piquetes, y comienzan a recibir una pequeña luz de las posibilidades que la lucha de clases y la solidaridad abren.
El movimientismo paraliza a los revolucionarios que trabajan en cualquiera de estas actividades. Se da la impresión de que el futuro está en los movimientos y no en la construcción de una organización que se relacione con la lucha de la clase trabajadora. Y nos alejamos así de los argumentos que deben defenderse en el período actual.
Lo peor de esto es que inevitablemente desmoraliza a la gente, que pone todos sus esfuerzos en intentar construir, mediante grandiosos esquemas que no se corresponden con el período actual en absoluto y acaba sufriendo el pesimismo más profundo.
Se paga un precio muy alto por cualquier fallo en comprender la relación entre la lucha contra la opresión y la lucha contra la explotación, entre la construcción de movimientos y la construcción del partido: se desperdician las oportunidades que existen para empezar a construir una organización revolucionaria.
En cualquier ciudad, localidad o universidad, podemos ganar a unas pocas personas para la tarea de construir tal organización. Pero sólo si somos nosotros mismos muy claros acerca de las posibilidades del poder de los trabajadores y no hacemos concesiones a aquéllos que han perdido la fe en él.


Notas

  1. Esta afirmación causó más discusión que cualquier otra entre las personas a las que mostré el primer borrador de este artículo. Se me sugirió que la antropología, en realidad, ha demostrado que la supremacía masculina y la opresión de las mujeres existen en todas las sociedades. Se citó a gente como Godelier para resaltar que “aunque pobres, nuestras fuentes antropológicas e históricas parecen sugerir, por el momento, que los hombres hasta ahora han ocupado el poder… En todas las sociedades, incluidas las más igualitarias, existe una jerarquía de poder en la que los hombres ocupan los puestos clave.”
    Tales afirmaciones han sido el juicio mayoritario en la antropología académica durante el último medio siglo y, ya que la antropología (al igual que una disciplina relacionada con ella, la sociología), demanda el estatus de “ciencia”, muchos marxistas las han aceptado. Pero, de hecho, la antropología es poco más que el cotejo de las observaciones de visitantes de las sociedades capitalistas avanzadas en diversas sociedades precapitalistas. Y estas observaciones no pueden considerarse valiosas para proporcionar información sobre cómo era la sociedad antes del desarrollo de las clases por dos razones:
    1) Casi todos los antropólogos que hacen estas observaciones reflejan los prejuicios de sus sociedades capitalistas de origen. Perciben a los pueblos “primitivos” a través de estos estereotipos, interpretando su comportamiento en los términos que se usarían para explicar el comportamiento bajo el capitalismo.
    Así, los antropólogos han visto la familia nuclear como una característica invariable de toda sociedad donde las parejas tienen hijos (incluso aunque el papel que juega la relación hombre-mujer en las sociedades cazadoras-recolectoras, dicen, sea marcadamente diferente del que desempeña en las sociedades actuales). De nuevo, Levi Strauss y sus seguidores se refieren al “cambio de mujeres” en sociedades donde las mujeres de un linaje familiar se casan en otro linaje al que se trasladan y con el que viven. Pero el término “cambio” sólo puede usarse en su sentido normal cuando se habla de lo que sucede en las sociedades productoras de mercancías. Dar y tomar tiene un significado bastante diferente en las sociedades no productoras de mercancías. La prueba está en la existencia de sociedades en las que los hombres han de casarse fuera de su propio linaje familiar y vivir con las familias de sus esposas. ¿Significa esto “cambio de hombres”? Pero Levi Strauss ignora prácticamente esto. Como ha señalado Eleanor Leacock, en las más de 400 páginas de su “Estructuras elementales de parentesco”, sólo una página y media se ocupan de tales sociedades “matrilineales-matrilocales” (¡Y estas páginas contienen cuatro errores básicos!).
    Estas crudezas no han detenido a gente como Godelier, que acepta los argumentos de Levi Strausss en su valor superficial. Pero entonces, este antiguo colega de Althusser opina que él mismo rechaza la teoría del valor-trabajo, mostrando que no es aplicable en una sociedad pre-capitalista, la de los baruya de Nueva Guinea.
    2) Las sociedades “primitivas” de hoy en día no pueden ser simplemente equiparadas a las sociedades en que vivían todos los humanos hasta el desarrollo de las sociedades de clases, hace 6000 años aproximadamente. Todas ellas han cambiado desde aquellos años, en parte debido al impacto de las sociedades de clases con las que han entrado en contacto. Al menos algunas de ellas son “pseudoarcaicas”: estuvieron una vez en un estadio más elevado del desarrollo social, y sufrieron una regresión por las circunstancias, por ejemplo, de ser sociedades agrícolas a recolectar y cazar.
    No se puede considerar a las sociedades cazadoras-recolectoras como sociedades idénticas a las de la vieja edad de piedra. Como ha apuntado Rayna Rapp Reiter:
    “No podemos interpretar literalmente las vidas de pueblos extranjeros existentes —como los bosquimanos Kung del Kalahari, los esquimos, los aborígenes australianos— como muestras y réplicas de los procesos que suponemos que han ocurrido en el Paleolítico. Tampoco podemos suponer que la existencia de pueblos diezmados, marginados, empujados a los límites de su entorno por miles de años de penetración, presentará características originales”.
    La expansión del capitalismo en un sistema mundial ha reorganizado todas las sociedades capitalistas con las que ha entrado en contacto. Las sociedades preclasistas, cazadoras-recolectoras y hortícolas de hoy están implicadas en mayor o menor grado con el mundo capitalista más amplio (mediante la compra o venta de bienes, el suministro de fuerza de trabajo…). Esto ha producido cambios fundamentales en su organización interna. Y al mismo tiempo, agentes externos (gobiernos, iglesias, sistemas educativos) han intentado imponerles normas “civilizadoras” de conducta (como leyes de propiedad y formas de matrimonio capitalistas). No es sorprendente que bajo tales circunstancias algunas características de la opresión de las mujeres que se encuentran en sociedades “avanzadas”, aparezcan también en sociedades “primitivas” que aún sobreviven.
    La forma en que el impacto del capitalismo ha distorsionado los rasgos de estas sociedades hace más fácil para los antropólogos aplicar categorías sociales de nuestra sociedad (como “jerarquía”, “subordinación”, “poder” y “familia nuclear”) a aquéllas. Eleanor Leacock ha intentado demostrar cómo ha ocurrido esto en dos casos significativos, el de los montangais-naskapi y los indios iroqueses norteamericanos.
    Estas influencias oscurecedoras han tenido tanta fuerza como para conseguir que algunos expertos pongan en duda que podamos saber algo sobre cómo era la situación de las mujeres antes del surgimiento de las sociedades de clases.
    Pero podemos saber algo: que han existido sociedades en las que la posición de las mujeres respecto a los hombres era tan diferente a la de la nuestra (o de otras sociedades de clase) como para excluir cualquier discurso sobre la opresión de las mujeres en esas sociedades. Así, en sociedades cazadoras-recolectoras como los montangais-naskapi, los kung y los mbuti, las mujeres participaban en todas las principales decisiones hasta hace poco, controlaban su propia sexualidad y llevaban una existencia basada en la cooperación mutua con otras mujeres y hombres.
    Hay mucho debate sobre otras sociedades cazadoras-recolectoras. Mientras Eleanor Leacock defiende que las mujeres tuvieron un elevado estatus en todas las sociedades de ese tipo, otras personas como Ernestine Friedl, diferencian sociedades cazadoras-recolectoras dependientes de la recolección (principal­mente realizada por mujeres) para la provisión de alimento y aquéllas, como la de los esquimos y los aborígenes australlianos, en las que la caza (principalmente realizada por hombres) es la más importante. En las últimas, afirma, los hombres tienden a ser mejor considerados que las mujeres.
    No obstante, Friedl también señala que incluso en aquellas sociedades cazadoras-recolectoras en las que las actividades de los hombres son mejor consideradas que las de las mujeres, no existe nada comparable a la opresión sistemática de las mujeres en las sociedades de clase. Las mujeres siempre juegan algún papel en la toma de decisiones y son libres de dejar a sus maridos.
    “Son posibles las decisiones individuales tanto para hombres como para mujeres en lo referente a los asuntos cotidianos… Hombres y mujeres son igualmente libres para decidir lo que harán durante el día, si cazarán o recolectarán y con quién..”
    Lo que se aplica a las sociedades cazadoras-recolectoras también se aplica a algunas sociedades hortícolas, por ejemplo sociedades en las que se cosecha usando la azada y cavando en vez de usar el arado. Aunque casi todas están hoy integradas en el sistema capitalista mundial y producen cultivos para venderlos, en el pasado reciente las mujeres jugaban un papel en ellas completamente diferente al que desempeñan en las sociedades de clase. El caso más conocido es el de los iroqueses. Desde Morgan (cuyo libro Ancient Society influyó en Los Orígenes de la Familia de Engels) los observadores se han visto sorprendidos por la influencia ejercida por las mujeres en la toma de decisiones.
    Las mujeres parecen tener una posición relativamente alta en toda sociedad “matrilineal-matrilocal” (por ejemplo, sociedades en las que el parentesco se establece a partir de la línea femenina y los hombres se trasladan a vivir con la familia de la mujer). Es erróneo describir estas sociedades como “matriar­cados” (la clave es que ningún sexo ejerce el mismo tipo de dominación en ellas como lo hacen los hombres en las sociedades patriarcales), pero se encuentran en agudo contraste con las sociedades donde el poder es monopolizado por una minoría de hombres.
    Arqueólogos como Gordon Childe han afirmado, siguiendo a Engels, que todas las sociedades eran como ésta en los comienzos del período de “barbarie” (el término usado por Morgan, Engels y Childe para las primeras sociedades horticultoras). Karen Sacks ha distinguido entre un estadio inferior de estas sociedades donde la “producción comunal” prevalece, y un estadio superior en el que el control estaba en manos de las “corporaciones familiares”. Aquí la dirección estaba a cargo de “hombres grandes” que podían incrementar su supremacía casándose con muchas mujeres y tomando el control de su trabajo. Pero incluso en este estadio, afirma Sacks, las propias mujeres progresaban conforme se hacían mayores, convirtiéndose en “directoras del trabajo y medios productivos, hermanas que controlaban los asuntos de los hijos de sus hermanos y madres que controlaban a sus hijos y los medios productivos de sus hijos…” Y las propias mujeres podían, ocasionalmente, convertirse en “grandes hombres”, incluso contrayendo matrimonio como “maridos” de otras mujeres para tomar el control de su trabajo.
    Así, incluso en estas sociedades, la posición de las mujeres era bastante diferente de la completa subordinación que se encuentra una vez comienza la división en clases.
    No se puede contradecir a Eleanor Leacock cuando escribe:
    “Tales elementos patrilineales, del mismo modo que podían haber existido en sociedades hortícolas, también podían haber sido diferentes de la patrilinealidad tal y como se desarrolló en sociedades con estructuras de clases, propiedad privada y organización política… La familia patriarcal, en la que el hombre individual puede tener completo control sobre una estructura familiar formada por esposas, niños, y sirvientes o esclavos, no tiene paralelo en el mundo prepolítico.”
  2. Ver Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Para tratar de actualizar Engels ver Leacock, op cit, Sacks op cit, Fluer-Lobban, op cit.
  3. Éste es básicamente el argumento de Engels que fue tomado por Gordon Childe, op cit. Algunas recientes evidencias antropológicas tienden a volver a esta visión. Aberle apunta que:
    “En general, la matrilinealidad es asociada con la horticultura, en la ausencia de mayores actividades llevadas a cabo y coordinadas por hombres, del tipo construir castillos o grandes obras públicas. Tiende a desaparecer con la cultura del arado, y se desvanece con la industrialización” (David F. Aberle “Descendencia matrilineal en perspectiva transcultural” en David Schneider y Kathleen Gough (eds) Parentesco matrilineal). A pesar de que la matrilinealidad no puede ser identificada con el matriarcado, tiende a existir en sociedades donde las mujeres tienen un relativamente alto nivel de vida.
    La misma visión está implícita en los trabajos de Sack. Ella apunta la manera en que la subordinación de las mujeres coincide con la “subversión” de “corporaciones de parientes” por el nacimiento de las clases y el Estado.
    Leacock enfatiza el desarrollo de la producción de mercancías como socavador de los linajes de parentesco que daban influencia a las mujeres. Esto explica que pasa en algunas ocasiones, pero no en otras, donde las clases se desarrollan a través de la diferenciación fuera de las capas de funcionarios de Estado o grupos religiosos dominantes, sin el desarrollo de la producción de mercancías.
  4. Esto fue verdad en la Europa medieval, ver, por ejemplo, Susan Cahn “La ideología patriarcal y el auge del capitalismo”, International Socialism (IS) 2:5.
  5. Donde las mujeres controlan el comercio, como en algunas sociedades del oeste de África, disfrutan de un alto estatus. Y lo mismo ha sucedido a través de los tiempos en Europa. Walter Scott señaló el alto estatus de las mujeres (que él llamó “gineocracia”) en algunas villas pesqueras de Escocia, donde ellas vendían el pescado y controlaban los ingresos familiares porqué sus maridos estaban constantemente en el mar. (“Las que venden los bienes marcan el camino, las que marcan el camino dominan la casa” The Antiquary, Londres 1907, pág. 304). Antropólogas feministas han señalado recientemente un fenómeno similar en algunas villas en Galicia, al noroeste del Estado español.
  6. Para conocer más de la familia de clase trabajadora a mediados de los 90 ver Ivy Pinchbeck Mujeres trabajadoras y revolución industrial y Janet Humphries La persistencia de la familia de clase trabajadora.
  7. Ver Ruth Milkman “El trabajo de las mujeres y las crisis económicas: algunas lecciones de la Gran Depresión” en Review of Radical Political Economy, 1976.
  8. Ver la sección “Fuerza de trabajo en el largo boom” en mi libro Explicando las crisis, Londres 1984.
  9. Para un excelente informe sobre los movimientos de mujeres en Gran Bretaña y en los EEUU, ver Tony Cliff, Lucha de clases y liberación de la mujer, Londres, 1984
  10. Como Karen Sacks ha apuntado, estas feministas comparten la presunción de la supremacía de los hombres quienes ven la subordinación como característica innata de todas las sociedades: “mucho del pensamiento feminista ha sido moldeado por… una aproximación innata… aceptando un punto de vista innatista, pero alterándolo para complacer iguales derechos para las mujeres eximiéndolas de tratos deshonestos… subyace en alguno de los feminismos radicales contemporáneos” (Sacks, op cit, p25)
  11. Ver su artículo en la revista, New Statesman, enero 1980, reeditado en la colección No turning back.
  12. Lindsey German “Teorías del patriarcado” IS 2:12.
  13. Heidi Hartmann “La infeliz boda del marxismo y el feminismo”, Capital and Class nº8, verano de 1979.
  14. Uso la palabra “reproduce” aquí en su sentido más estrecho, significando la reproducción física de miembros individuales de una especie. Por supuesto, hay un significado más amplio, la reproducción de un adulto completamente socializado capaz de desempeñar tareas socialmente necesarias. Ciertamente hay diferencias entre sociedad y sociedad en la medida que esto se realiza. Pero no altera el argumento fundamental. Porque estos cambios son un resultado de otros factores sociales, y no se desarrollan de acuerdo con su propia dinámica. Lo mismo sucede con la manera en que, en ciertas sociedades, las mujeres controlan su propia fertilidad a través de periodos de abstinencia sexual, etc. Para debates sobre estos asuntos, ver Friedl, op cit, p8.
  15. Women’s Consciousness, Man’s World, Harmondsworth 1973, pp59-66. A pesar de su errónea teoría, este libro es mucho mejor que cualquiera producido por los remanentes del movimientos feminista hoy en día (incluyendo los actuales escritos de Sheila Rowbotham).
  16. IS 1:100.
  17. IS 1:68.
  18. IS 2:1.
  19. IS 2:3.
  20. IS 1:104.
  21. Para un resumen de los efectos de estas derrotas en el movimiento de las mujeres ver Cliff, op cit.
  22. El gran error de los socialistas revolucionarios a principios de los 1970s fue el no entender esto, y suponer que, fuese cuál fuese del estado de la lucha de clases, las mujeres revolucionarias sólo pudieron organizar a las mujeres trabajadoras. Éste fue el error en el que cayó Kath Ennis en su excelente artículo de 1973, y que fue repetido en mi propio trabajo en el boletín interno del Socialist Workers Party en febrero de 1979, “Women’s Voice, Some of the Issues at Stake”. Deberíamos haber prestado más atención a la experiencia de las grandes mujeres revolucionarias!
  23. “El socialismo necesita feminismo”, IS 2:14.
  24. Lindsey German, op cit.
  25. Reseña de Brothers en Socialist Review, nº61
  26. La formula usada aquí es del folleto de Barbara Winslow Feminismo revolucionario y de varios artículos de Joan Smith. Pero no fueron los únicos intentos de cuadrar el círculo en los 1970s, ver la discusión sobre el tema en Women’s Voice en los boletines internos de International Socialists y del Socialist Workers Party de 1977-82.


Género y clase: la liberación de las mujeres hoy

Angie Gago
Un siglo después de la creación del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las mujeres siguen estando oprimidas. En este artículo explicaremos por qué el marxismo sigue siendo una herramienta clave en la teoría y en la práctica para conseguir su liberación.
Cada 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora que conmemora la realización de una huelga de obreras textiles que se desarrolló en Nueva York en 1908 tras la muerte de 146 trabajadoras que perecieron calcinadas debido a las malas condiciones laborales que padecían.
Esta jornada de lucha se creó a propuesta de la comunista alemana Clara Zetkin en la 1ª Conferencia Internacional de Mujeres celebrada en Copenhague en 1910 con el objetivo de inaugurar un día de protesta global contra la opresión de la mujer. Como cada año, millones de mujeres salen a la calle para reivindicar sus derechos. Sin embargo, los pasos de la lucha por la liberación de las mujeres son lentos y, en muchas ocasiones, son pasos en falso.
Es obvio señalar que, en el último siglo, las mujeres de los países occidentales han conseguido grandes avances en materia de derechos civiles y económicos. La incorporación al mundo laboral, el acceso a los anticonceptivos, el aborto legal o la flexibilidad de las leyes del divorcio son buenos ejemplos de ello.
Pero, por otra parte, también es necesario subrayar que la situación de las mujeres sigue siendo desigual respecto a la de los hombres en muchos sentidos.
Aunque el movimiento feminista ha conseguido grandes avances a través de la protesta, la presión política y las reivindicaciones sociales, la realidad es que la lucha por la liberación de la mujer parece encontrarse en un impasse. Aunque hemos conseguido incorporarnos al mundo laboral, lo hemos hecho en las mismas condiciones de explotación que la mayoría de los hombres.
Además, las mujeres sufren en mayor medida las consecuencias de la denominada “flexibilidad laboral”: tienen trabajos más precarios y salarios más bajos por el mismo trabajo y son las grandes protagonistas de los contratos temporales. Por otra parte, las mujeres padecen acoso sexual en el trabajo, cuentan con bajas por maternidad insuficientes y cuando pueden volver a trabajar se encuentran con que las oportunidades para conseguir la conciliación laboral son inexistentes. La mayoría de las mujeres no pueden optar por la reducción de jornada laboral por el mismo salario y tampoco pueden acceder a plazas de guarderías públicas ya que el número de éstas últimas es insignificante.
Aunque trabajan fuera de casa, es en ellas en las que sigue recayendo gran parte del trabajo doméstico y del cuidado de los niños y de los ancianos. Por si esto fuera poco, las mujeres tienen que soportar altos niveles de violencia: son asesinadas, violadas e insultadas por el simple hecho de ser mujeres y, en no pocos estados, no tienen derecho a decidir sobre si quieren ser madre o no.
Por último, el cuerpo de la mujer es considerado y tratado como una mercancía y éstas tienen que vivir una presión insoportable para responder a los cánones de belleza impuestos por la moda.
Asimismo, aunque contamos con más derechos sexuales, la mercantilización del cuerpo femenino ha provocado un gran retroceso en cuanto a la lucha emancipadora. Si bien en los años 60 y 70 la lucha por la liberación sexual consiguió que gran parte de las mujeres pudieran hablar de sexo sin tabúes y practicarlo libremente, la aparente liberación sexual que vivimos las mujeres se ha convertido en una cadena más. Y, ni que decir tiene que para la gran mayoría de las trabajadoras es imposible acceder a la imagen de “ejecutiva, delgada, madre ejemplar y a la moda” que nos venden los medios de comunicación. La liberación, por lo tanto, sigue siendo un espejismo.
Todo esto hace que para conseguir dar un salto hacia adelante en la lucha para la liberación de la mujer tengamos que ser conscientes no sólo de cuál es el origen histórico de nuestra opresión sino también de qué estrategias tenemos que seguir para alcanzar la emancipación total de las mujeres hoy en día.

El feminismo anticapitalista y el feminismo materialista

Dentro del feminismo existen diferentes perspectivas. Desde el feminismo liberal, que no cuestiona al sistema capitalista, al feminismo socialista, existe toda una variedad de enfoques que tienen como objetivo acabar con la opresión de la mujer.
De la misma manera, dentro del movimiento anticapitalista también existen diferentes posiciones al respecto: la anarquista, la materialista, la marxista o la autónoma, son todas teorías que comparten la idea de que la lucha por la liberación de la mujer tiene que ir de la mano de otras luchas emancipatorias y de un cambio global de la sociedad en la que vivimos para conseguir un mundo más justo, solidario, sostenible y democrático.
A pesar de la gran diversidad de teorías, en este artículo nos centraremos especialmente en dos perspectivas concretas: el feminismo materialista y la teoría marxista de la opresión de la mujer, ya que alrededor de estos enfoques existe un debate relevante en torno a diferentes cuestiones, como pueden ser el origen de la opresión o la importancia de la cuestión de clase.
Mientras que el concepto de patriarcado se utilizaba antiguamente para denominar a la familia nuclear en la que el hombre albergaba todo el poder, en la actualidad, algunos sectores del movimiento feminista que defienden la teoría del patriarcado afirman que los hombres y las mujeres constituyen dos clases diferentes que mantienen una relación de explotación a través de la cual los hombres extraen un beneficio (económico, social y psicológico) de la mujer. Aún así, gran parte del movimiento anticapitalista utiliza el concepto de patriarcado como sinónimo de la opresión que sufren las mujeres.
Una de las feministas que ha popularizado esta teoría del patriarcado es la investigadora Christine Delphy, quien afirma que “hombres y mujeres son dos clases en conflicto a través del cual los hombres se apropian del trabajo de las mujeres”. En general, las defensoras del patriarcado utilizan este término para explicar que éste es un modo de producción paralelo al capitalismo que mantiene a las mujeres en discriminación respecto a los hombres.
Como hemos comentado antes, muchas marxistas también creen en la teoría del patriarcado. Según Sylviane Dahan, militante de Revolta Global-Esquerra Anticapitalista, el marxismo no ha sabido dar una respuesta de por qué surge la opresión de la mujer sino que ha establecido una asociación “demasiado mecánica” entre la opresión y el surgimiento de la sociedad de clases y la propiedad privada.
Dahan afirma en su artículo, “Marxismo y feminismo: las amistades peligrosas (entre movimiento obrero y feminismo”, que la superación del capitalismo es necesaria pero no suficiente para la liberación de la mujer. Y aunque es verdad que en principio la revolución socialista no conseguirá esto de un día para el otro, la teoría marxista afirma que sentará las bases para su consecución.
Aunque las feministas materialistas no aceptan todos los supuestos de la teoría del patriarcado, sí que han adoptado muchas de sus hipótesis como propias, sobre todo respecto al origen de la opresión y respecto a quién beneficia la misma. Esto ha dado lugar a una sub-teoría que podríamos denominar “teoría del patriarcado materialista”, siendo una de sus precursoras la feminista-marxista Heidi Hartmann.
Tres causas principales han dado lugar a esta situación. Por una parte, la experiencia del estalinismo. Por otra parte, los enfrentamientos que han existido a lo largo de la historia entre el movimiento obrero y las reivindicaciones feministas. Y, por último, el hecho de que muchas organizaciones revolucionarias aceptaran el hecho de que después de la revolución social la opresión de la mujer desaparecería sin más ha dado lugar en varias ocasiones a que la cuestión de la mujer quedara en un segundo plano.
Algunos de los argumentos que utilizan los defensores de la Teoría del Patriarcado para justificar que el marxismo no posibilitará la liberación de la mujeres es afirmar que la prueba está en la experiencia de la Unión Soviética. El argumento es sencillo: si la URSS era comunista y existía la opresión de la mujer, eso quiere decir que el fin del capitalismo no acabará con la misma. A simple vista, puede parecer lógico.
Pero si analizamos de una manera más detallada esta afirmación nos daremos cuenta que es insostenible por una razón muy sencilla: la URSS no era ni comunista ni los países que la conformaban eran estados obreros degenerados, como aún argumentan muchos grupos de la izquierda anticapitalista.
Después de la Revolución Rusa en 1917, la situación de la mujer avanzó más que en cualquier otro momento de la historia. Éstas gozaban del derecho total al aborto y se despenalizaron la homosexualidad y el divorcio. Las mujeres tenían exactamente los mismos derechos que los hombres no sólo a nivel formal sino real. Y todo esto en una sociedad mayoritariamente campesina con estructuras muy reaccionarias de hace siglos.
Fue la experiencia de la revolución social y la implantación de la democracia obrera las que proporcionaron a las mujeres la liberación del yugo familiar. Éstas participaban en igualdad de condiciones en la vida pública: en el ejército, los sindicatos, las fábricas etc. Sin embargo, la corta vida de la democracia obrera no permitió que la liberación de la mujer se desarrollase en todas sus consecuencias. Aunque sí que sentó las bases de una sociedad libre de opresiones.
Sin embargo, la contrarrevolución estalinista acabó con todo lo conseguido hasta aquel momento. El aislamiento de la Revolución Rusa tras el fracaso de la alemana dejó a la primera en una situación catastrófica para poder avanzar económica y democráticamente. Esto dio lugar a que tras la llegada de Stalin al poder cambiaran las relaciones de producción (vuelta a la explotación de trabajadoras y trabajadores en las fábricas, falta de democracia directa, etc.) lo que provocó un cambio en las relaciones sociales que llegó a desmantelar todos los derechos conseguidos hasta entonces. De esta manera,a partir de 1933 se comienza a considerar la homosexualidad como un delito, se vuelven a poner tasas elevadas para conseguir el divorcio y el aborto se convierte de nuevo en algo ilegal.
El reverso en las políticas económicas fue tal que, aunque la economía estaba en manos del Estado, dejó de estar controlada por los trabajadores y las trabajadoras, imponiéndose así un sistema capitalista de estado. Por lo tanto, las feministas que aceptan el argumento de que el socialismo no acabará con la opresión de la mujer (por lo que pasó en la URSS) caen en un error fundamental al no analizar las consecuencias que la contrarrevolución estalinista tuvo en el modo de producción y en las relaciones sociales.
Respecto a la segunda causa, podemos afirmar que la relación entre los sindicatos o grupos políticos de izquierda, incluso socialistas revolucionarios, y el movimiento feminista no siempre ha sido amistosa. Las actitudes y comportamientos machistas de muchos de estos grupos respecto a las demandas de sus compañeras han dado lugar en varias ocasiones a que éstas entendieran que se tenían que separar de la lucha obrera. Durante la Revolución Española, por ejemplo, muchas mujeres fueron alejadas del frente para realizar tareas de enfermería o cocina.
También durante la Transición Española, aunque las mujeres comprendieron que su liberación vendría de la mano del fin del franquismo, quedaron relegadas, sin embargo, a tareas a las que se les asociaba normalmente, como las de secretariado, dando lugar a un gran conflicto entre hombres y mujeres en la lucha antifranquista. Esto provocó en algunos casos la separación de éstas en un movimiento aparte.
En el ámbito europeo también existen otros ejemplos. El Partido Comunista francés tenía posiciones antiabortistas y en defensa de la familia en los años 30’ y, en Italia en diciembre de 1975, la organización de extrema izquierda Lotta Continua forzó la presencia de un bloque mixto en una manifestación sola para mujeres acusándolas de amenazar a la unidad de la clase trabajadora. En muchas de estas ocasiones el movimiento de los trabajadores estaba dominado por ideas machistas.
De esta manera, el desencuentro entre las feministas y el movimiento obrero, por una parte, y el lastre del llamado “socialismo real” dio lugar a que muchas activistas comenzaran a buscar explicaciones alternativas a la pregunta del origen de la opresión de la mujer hasta la que entonces había proporcionado el marxismo.

La teoría marxista

Al contrario de la teoría del patriarcado, la teoría marxista no defiende el hecho que las mujeres y los hombres constituyan dos clases diferentes. La tradición marxista analiza la historia en función de la lucha de clases, pero las clases no están definidas en función del género sino de las relaciones de producción. En este sentido, en el capitalismo existen fundamentalmente dos clases: la capitalista, que posee los medios de producción, y la clase trabajadora, que tiene que vender su fuerza de trabajo para conseguir un salario. Los capitalistas extraen un beneficio económico, la plusvalía, del trabajo de los y las trabajadoras.
Éste es el mecanismo de explotación del capitalismo. Sin embargo, al mismo tiempo, éste necesita conseguir que la clase trabajadora, la cual es la única que tiene el potencial revolucionario para revertir el orden de las cosas por la posición que ocupa en el sistema productivo, no se una y no luche para conseguirlo. De ahí que durante siglos el capitalismo haya utilizado cualquier tipo de división social, de género, el color de la piel, la etnia, religión, la tendencia sexual,la nacionalidad, etc., para dividir a la clase trabajadora.
Por otra parte, el capitalismo también ha utilizado la opresión de la mujer para ahorrarse grandes cantidades de dinero en servicios públicos. La creación del tipo de familia nuclear en el siglo XIX sirvió para que ésta se encargase de alimentar a la clase trabajadora y del cuidado de los niños y niñas, los cuales serán la próxima generación de obreros.
El hecho de que el sistema privilegie un género sobre el otro no es la consecuencia de ningún orden natural sino de la necesidad imperante del capitalismo de imponer las ideas de la clase dominante para conseguir que la clase trabajadora no tenga conciencia de su potencial revolucionario. La opresión de algunos sectores de la sociedad es una condición sine qua non del capitalismo.
La prueba de esto se encuentra en la historia. Existen muchos casos en los que hombres y mujeres se han unido para luchar contra la explotación capitalista. Si antes poníamos el ejemplo de la Revolución Rusa, ahora también podemos hablar de la Comuna de París. Además, después de la Segunda Guerra Mundial, la existencia de un movimiento obrero fuerte y cohesionado organizado en sindicatos combativos dio lugar a una serie de logros sociales que repercutió claramente en una mejora de vida de la mujer tras la implantación de la sanidad y la escuela pública, la creación de comedores escolares y guarderías, etc. Si bien la lucha obrera debe ser siempre feminista, el feminismo que reivindica la luchas de la clase trabajadora es sin duda alguna el que consigue mejoras más contundentes para la calidad de vida de la gran mayoría de las mujeres.
Podemos afirmar que los capitalistas harán todo lo que esté en sus manos para conseguir que los y las trabajadoras no se unan para luchar contra ellos. De ahí que la estrategia del capital sea dividir a la clase trabajadora a través de la imposición de una ideología concreta.
Las mujeres, en tanto en cuanto no son una clase social, no son explotadas por el hecho de ser mujeres, según una concepción marxista de la sociedad. Las mujeres son oprimidas como mujeres y explotadas como trabajadoras. Una cuestión que es recurrente cuando hablamos de género y clase es el hecho innegable de que las mujeres que pertenecen a las clase capitalista también están oprimidas. Es cierto, la opresión, sea del signo que sea, trasciende a la cuestión de clase. Las mujeres burguesas también están oprimidas: sufren la violencia de género casi en la misma forma que las de la clase trabajadora, están relegadas a un segundo lugar en la vida pública y aunque lleguen a ser empresarias o políticas de renombre siempre estarán siendo juzgadas por ser mujeres. Sin embargo, las mujeres capitalistas sacan una plusvalía de las mujeres y los hombres trabajadores. De ahí que ellas mismas estén interesadas en continuar con esta opresión. La conclusión es que las mujeres capitalistas se benefician de la explotación de las mujeres trabajadoras.
Por otra parte, eso no quita que los y las socialistas revolucionarias no estemos obligados a luchar contra la opresión de la mujer burguesa. Debido a que el discurso sexista divide a la clase trabajadora, si aceptamos las críticas a la ministra Carme Chacón por su vestimenta o su maquillaje, estaremos reforzando las ideas de la clase dominante. Además, no es muy difícil encontrar otras muchas críticas contra ella, tratándose como se trata de la ministra de la guerra.
Como explica Tony Cliff, teórico marxista, en su artículo “La clase trabajadora y los oprimidos”; “al referirse a la clase trabajadora, Marx nunca usó la palabra oprimidos porque en primer lugar sabía que distintos grupos de personas oprimidas no se unen ni tan siquiera ante la opresión que sufren en común”.
El feminismo liberal lucha por las reformas legales del sistema político burgués que mejoran la calidad de vida de las mujeres y sirven para avanzar en la emancipación de la mujer. Sin embargo, el liberalismo burgués nunca irá más allá en la lucha por la liberación de la misma.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo,que está formado por más ministras que ministros, aplica políticas económicas que van en detrimento de las condiciones laborales de las mujeres trabajadoras. Si aceptáramos que las mujeres constituyen una clase social ¿cómo explicaríamos que la ministra de Igualdad, Bibiana Aído no proponga crear más guarderías o implementar la máxima de “igual trabajo, igual salario”?. La conciencia de la mujer como clase es inexistente ya que no se basa en las relaciones materiales. La afirmación de la feminista Delphy “nuestra clase es plural” es errónea y no sólo pone la solidaridad de género por delante de la clase social sino que elimina esta última.
En este sentido, las defensoras del “patriarcado material” caen en una falla teórica al intentar combinar dicha teoría con el marxismo, ya que lo aíslan de la sociedad de clases. Esto ha dado lugar a que en algunas ocasiones hayan tenido que recurrir a terceras teorías para explicar la opresión de la mujer. En su artículo, “El feminismo de la izquierda anticapitalista”, Lidia Cirillo, militante de Sinistra Crítica -organización de la izquierda anticapitalista en Italia- utiliza el psicoanálisis y la teoría freudiana de la castración (las mujeres se sientes inferiores porque no tienen pene) para explicar por qué existen las estructuras patriarcales.
Explicar la opresión de la mujer únicamente a través de teorías psicológicas obvia el origen material de la sociedad de clases y, aunque pueden ayudar a explicar algunas cuestiones relacionadas con la superestructura (autoestima, violencia de género, etc.) deja la lucha por la liberación de la mujer en un plano completamente idealista y utópico. Al utilizar la psicología para explicar la opresión, las feministas materialistas no reconocen el mecanismo del materialismo histórico, a través del cual es la vida material la que determina en gran medida la conciencia y no al revés.
La teoría marxista argumenta que realizando un cambio en las relaciones de producción se crearían los pilares básicos para avanzar hacia la liberación de la humanidad. Si aceptamos lo contrario no tenemos nada a lo que agarrarnos a nivel práctico, excepto esperar a que por una revolución cultural en el plano de las ideas la opresión desaparezca sin más. Esto no quiere decir que la lucha en el plano ideológico, cultural o educativo no sea importante sino que es insuficiente.

Origen y beneficio

Las dos cuestiones centrales sobre las que la teoría del patriarcado diverge del marxismo son: una, el origen de la opresión de la mujer y, dos, sobre quién se beneficia de la misma, las cuales están intrínsecamente relacionadas.
Para luchar contra algo, es imprescindible saber por qué existe. En este sentido, los marxistas han utilizado durante más de un siglo el estudio realizado por Frederich Engels El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado de 1884 para explicar el origen de la opresión de la mujer. Según Engels, antes del surgimiento de la sociedad de clases y de que las relaciones sociales estuviesen determinadas por la acumulación del excedente, existieron comunidades primitivas en las que la mujer y el hombre vivían en situación de igualdad. Aunque existía la división sexual del trabajo esto no comportaba que un género predominara sobre el otro ya que todas las decisiones se decidían en igualdad de condiciones y las tareas contaban con el mismo valor.
Fue la necesidad de proteger el excedente lo que dio lugar a la opresión, la cual es consecuencia de las relaciones de propiedad y no de la división sexual de trabajo, como bien apunta Xulia Mirón, del Partido Revolucionario de los Trabajadores, en su artículo “Explotación y opresión”. Como argumenta Mirón la superestructura política e ideológica que más tarde adopta el estado capitalista no proviene de las “esencias del hombres” sino que es un instrumento para someter a la clase trabajadora.
Por su parte, las defensoras de la teoría del patriarcado niegan el hecho de que la opresión de la mujer surgiese con la aparición de la sociedad de clases y argumentan que ya en las sociedades primitivas la división sexual del trabajo (el hombre salía a cazar, la mujer se encargaba de la agricultura, medicina, etc.) suponía que las mujeres estuviesen oprimidas por los hombres. Así, defienden la idea de que la opresión de la mujer ha existido siempre debido a la división sexual del trabajo.
La teoría marxista explica que aunque la opresión no surge con el capitalismo, fueron las características más profundas, las que pertenecen a las entrañas de este sistema, las que determinaron el origen de la misma: la acumulación del capital, la propiedad privada y la división de la sociedad en clases.
Además, desde un punto de vista materialista, la opresión no viene por la división sexual del trabajo sino por las relaciones de propiedad. De hecho, la incorporación masiva de las mujeres al trabajo “público” y la equiparación de tareas sin distinción del sexo no ha supuesto en ninguno de los casos su liberación. Si el problema era la división de tareas, ¿por qué con la incorporación de la mujer al trabajo no hemos acabado con la opresión?
Por otra parte,las feministas materialistas afirman que todos los hombres se benefician de la opresión de la mujer. Es ésta una cuestión que puede parecer sencilla. Planteemos el siguiente ejemplo:si en una pareja los dos trabajan y cuando llegan a casa es la mujer la que realiza las tareas del hogar, mientras el hombre descansa, está claro que el hombre está obteniendo un beneficio directo de la mujer. Mientras ella trabaja, él descansa.
Sin embargo, este planteamiento es completamente erróneo. Primero, porque los hombres en general no constituyen una categoría de análisis desde una perspectiva materialista, al igual que no lo son los negros o los chinos. Plantear esta cuestión en términos de comportamientos individuales es hacerlo desde un enfoque liberal. La teoría marxista, al contrario, analiza la sociedad en términos de luchas de clases.
Además, el hecho de que los trabajadores no compartan las tareas domésticas, no es porque sean personas egoístas o vagas, ni siquiera porque obtengan un beneficio de ninguna clase, sino todo lo contrario: es porque viven determinados por la ideología de la clase dominante. La realidad es que seguimos viviendo en una sociedad de clases y nuestras relaciones sociales se conforman dentro de este sistema. El feminismo materialista extrapola el concepto del beneficio a la plusvalía, sin embargo, los hombres no sacan ningún beneficio económico de la mujer como clase.
Es una obviedad que existen trabajadores y trabajadoras machistas, racistas, homófobos, fascistas, etc. La clase trabajadora no es revolucionaria en abstracto, al igual que tampoco es socialista ni de izquierdas de una manera idealista.
El problema estriba en que los que siguen afirmando esta hipótesis no tienen en cuenta esto y piensan que la clase trabajadora debe ser progresista, feminista, ecologista por “naturaleza”.
La clase trabajadora tiene contradicciones de clase. Otra cosa muy diferente es que ésta, por el lugar que ocupa en la producción tenga el potencial de revertir las relaciones de producción. Es a través de los procesos de lucha y de cambio social radical liderados por los trabajadores y las trabajadoras unidas cuando lo que parecía el orden natural de las cosas se vuelve patas arriba. La solidaridad de clase y las batallas contra el capital generan una transformación de las relaciones sociales. Durante una huelga, los trabajadores y las trabajadoras experimentan relaciones de solidaridad y de camaradería embrionarias de lo que pasaría en una sociedad comunista.
Los trabajadores simplemente no son conscientes de que la opresión de la mujer les perjudica a ellos como clase social. Además, esto no es siempre así. Existen miles de experiencias en las que los trabajadores se unen con las mujeres trabajadoras para acabar con la opresión. Si los hombres obtuvieran un beneficio de la opresión de la mujer ¿por qué se unirían a ellas para conseguir su liberación?
En este sentido, sería un paso adelante que las feministas anticapitalistas nos pongamos de acuerdo en que el único que se beneficia del trabajo doméstico de la mujer es el sistema capitalista.

Estrategias

Si los socialistas caemos en esta trampa impuesta por el capitalismo podemos enfocar nuestras estrategias dentro del movimiento anticapitalista desde un enfoque que no nos ayude a avanzar como movimiento.
El quid de la cuestión no es que discutamos largas horas sobre las comunidades primitivas sino acertar en las tácticas que tenemos que aplicar para avanzar en la lucha por la liberación de la mujer. De ahí que ésta tenga que ir ligada a una lucha más general por la emancipación de la humanidad, la cual, desde un punto de vista marxista, es la lucha por la emancipación de la clase trabajadora.
En el movimiento anticapitalista, existe un consenso sobre que el origen de la opresión es el capitalismo y las estructuras patriarcales, entendidas como sinónimo del machismo, sexismo, etc. Sin embargo, si aceptamos que el problema son los hombres, como categoría, estaremos enfocando nuestra estrategia al punto equivocado.
Podemos estar siglos hablando de la necesidad de un cambio de valores e ideas o de una revolución cultural, pero para acabar con la opresión de la mujer hace falta atacar las bases materiales del sistema que sustenta la explotación.
Además, a nivel táctico, en momentos en los que las ideas generales de la teoría del patriarcado han sido hegemónicas dentro del movimiento anticapitalista, y coincidiendo con un momento bajo de movilizaciones, éste ha tendido en ocasiones hacia dos estrategias de lucha diferentes que en muchas ocasiones chocaban con la lucha obrera: el separatismo y el reformismo.
Respecto al separatismo, es comprensible entender a las compañeras que en un momento de la historia tuvieron que escindirse de organizaciones de izquierdas donde primaban los comportamientos machistas. Si ya es duro luchar por nuestra liberación dentro de las dinámicas de la sociedad capitalista, me imagino que debía ser muy frustrante tener que luchar contra tus compañeros socialistas para que entendieran la importancia la lucha feminista.
Aquí se plantea a la clásica dicotomía de luchar desde dentro o escindirse. De hecho, es necesario que, en la actualidad, dentro de las organizaciones marxistas las mujeres estén organizadas alrededor de publicaciones y asambleas de mujeres independientes y que asuman el liderazgo de las mismas para conseguir que la lucha feminista sea una cuestión transversal para toda la organización.
Sin embargo, el separatismo debilita al movimiento anticapitalista en general, ya que el hecho que los colectivos feministas participen en los marcos unitarios hace mucho más fácil poder hacer girar los discursos y las movilizaciones hacia objetivos subyacentes a la liberación de la mujer.
La realidad es que en los sindicatos, asambleas y grupos revolucionarios existe una mayoría aplastante de hombres y, por eso, es fundamental que las mujeres participemos dentro de estos marcos. La actuación de las feministas en los foros sociales o en las asambleas de los movimientos sociales ha sido clave para que nuestras demandas estén dentro de las prioridades estratégicas de los mismos.
Algunos de los colectivos feministas acaban participando en las estructuras políticas legales o burguesas o se dedican exclusivamente al mundo académico lo cual es necesario pero insuficiente. El movimiento feminista reformista ha conseguido grandes victorias y en muchas ocasiones muy radicales, por ejemplo, con el logro del derecho al voto tras la lucha de las sufragistas.
También las luchas del movimiento feminista han sido fundamentales para conseguir derechos sexuales. Sin embargo, la separación del movimiento feminista puede puede provocar su aislamiento de las luchas populares. Así, como argumenta el socialista revolucionario Chris Harman, “el ser social determina la conciencia. Si te apartas de las áreas más importantes de la lucha de clases, al insistir en una organización separada de mujeres, inevitablemente te ves arrastrado fuera de las ideas que fluyen de la lucha de clases”.

Por un mismo objetivo

En otro sentido, cuando los y las socialistas revolucionarias trabajamos juntas en las asambleas, campañas y sindicatos, junto con las feministas anticapitalistas o junto con marxistas, que siguen utilizando el concepto de patriarcado como sinónimo de opresión, encontramos que son más las cuestiones que nos unen que las que nos separan. Si bien en la teoría podemos tener posiciones diferentes, en la práctica luchamos por un mismo objetivo, que es no es otro que derrocar el sistema capitalista y acabar con cualquier tipo de opresión machista, homófoba, racista, etc.
Como argumenta Chris Harman, mientras el capitalismo impide la realización de todas las potencialidades de la humanidad, también las posibilita: “produce un desarrollo de fuerzas tan inmenso que, por un lado, la producción puede ser llevada a cabo por cualquiera por mucho que las muy crudas “realidades biológicas” puedan ser impedimento para ello, y, por otro lado, crea la tecnología para transformar la biología humana (control de fertilidad, etc.)”.
El problema de la opresión de la mujer, como argumenta Lindsey German, marxista revolucionaria, está en la atomización y el aislamiento de la participación en la acción colectiva. De esta manera, la clave para salir de esta situación está en que, cuando las mujeres son independientes económicamente y participan en los sindicatos, las asambleas, etc., esto les da la confianza necesaria para luchar contra el sistema. Sin embargo, mientras que el cuidado de los niños y los ancianos siga recayendo en las manos de las mujeres, éstas seguirán siendo oprimidas. De esta manera, la estrategia por la liberación de la mujer nunca puede dejarse en el ámbito privado.
A corto plazo, puede parecer que la solución más sencilla sea que los hombres ayuden en estas tareas, pero esto, aunque es muy importante y positivo, es un proceso lento, insuficiente y difícil de garantizar. La solución debe pasar por lo tanto por una lucha conjunta por la socialización de estos servicios, que es lo que hará tambalear a la clase capitalista. Las demandas de creación de más colegios, comedores y residencias socializadas, organizadas democráticamente por los y las trabajadoras, no debe ser entendida sólo como una lucha “puramente” obrera, sino como un paso fundamental para la emancipación de la mujer. Es imposible negar que la minoría de mujeres de la clase capitalista ya cuentan con estos servicios, mientras que a la gran masa de mujeres trabajadoras se les niega.
Imaginémonos un mundo en el que las mujeres y hombres podamos decidir sobre nuestras vidas. Un mundo en el que las relaciones sociales estén basadas en la cooperación, la solidaridad y en la máxima marxista de “de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades” y luchemos por ello entre todos y todas las trabajadoras unidas. La revolución socialista no conseguirá esto de un día para otro, pero si nos imaginamos un mundo así es más fácil pensar que todos los tipos de opresión acabarán desapareciendo.


La lucha por la liberación gay y lesbiana


por Marçal Solé y Paso Gredilla
Introducción
Destruyendo mitos
La familia y los orígenes de la opresión de gays y lesbianas
Los inicios de la lucha por la liberación de gays y lesbianas: las dos estrategias de lucha
La época oscura: El ascenso de Hitler y Stalin
Stonewall y el resurgir del movimiento gay de liberación
Los orígenes del movimiento gay en el Estado español
La fragmentación del movimiento: La política de identidad
El giro a la derecha: La economía rosa y la comunidad gay
El socialismo y la liberación sexual
Marçal Solé y Paso Gredilla son militantes de la organización Izquierda Revolucionaria (ahora En lucha). La lucha por la liberación gay y lesbiana fue publicado por primera vez en septiembre del 2000.

Introducción

Durante las dos últimas décadas, gran parte de la izquierda ha defendido la idea de la imposibilidad de llevar a cabo un cambio radical en la sociedad. Hoy, parte de esa izquierda y la nueva generación de activistas empieza a ver con más claridad la posibilidad de nuevas luchas y de que éstas sean ganadas.
Las manifestaciones de Seattle y Washington han desplazado el debate de si la gente lucha o no, para situar la discusión a otro nivel. Después de las manifestaciones contra la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, la necesidad de organizarse, de plantear alternativas y de construir un mundo mejor, son cuestiones que mucha de la gente que se involucra en las luchas intenta responder. Éste es un paso importante con respecto a las décadas pasadas.
En las manifestaciones de Washington contra el FMI y el BM estuvieron presentes varias organizaciones de gays y lesbianas. En una de las manifestaciones organizadas por el sindicato AFL-CIO, frente a la Casa Blanca, los lemas en contra de la pena de muerte, la explotación infantil y la globalización, se mezclaron con eslóganes que reivindicaban una mayor financiación para las investigaciones sobre el SIDA y a favor de la liberación sexual.
La presencia de colectivos de gays y lesbianas, aparte de mostrar la posibilidad de unir las luchas, puso en evidencia la necesidad de introducir las demandas específicas de un grupo oprimido en un marco de lucha global.
Por otro lado, en la Marcha anual sobre Washington por la Igualdad de Gays, Lesbianas y Transexuales asistieron más de 300.000 personas portando pancartas con reivindicaciones sociales de mucho peso. La existencia de esas reivindicaciones y el cambio que experimentó la propia manifestación con respecto a años anteriores, es un reflejo del creciente nivel de politización que están viviendo diversos sectores de la sociedad, incluidos lesbianas, gays y transexuales.
Tras los acontecimientos de Seattle, muchos hablan de la aparición de un nuevo 68. Lo que sí podemos comprobar fácilmente en la actualidad son los muchos paralelismos existentes entre nuestra época y la de hace treinta años.
Se trata hoy de una batalla contra la inhumanidad del sistema, contra la explotación y la opresión. En este sentido, el 68 tuvo mucho de esto. El movimiento de los 60 significó, en parte, la explosión y el renacimiento de toda una serie de demandas que habían permanecido fosilizadas durante décadas. Una parte muy importante de aquel estallido lo constituyó la lucha por la liberación gay y lesbiana.
La aparición de movimientos como el Frente de Liberación Gay, ejemplificó la posibilidad de plantear alternativas al capitalismo. El FLG apareció en un contexto de alto nivel de luchas, la mayoría de ellas potencialmente dirigidas a acabar con el sistema capitalista. Por desgracia, no se consiguió. Para los revolucionarios y para aquellos que quieren cambiar el mundo hoy en día, es importante fijarse en lo que falló para no volver a repetir los mismos errores.
Muchas opresiones, entre ella la opresión gay y lesbiana, siguen en pie todavía. Aunque mucha gente, tanto del ambiente gay como desde fuera, no se canse de decir que esta opresión ya no existe, las evidencias y el día a día demuestran lo contrario. Una rápida ojeada a la situación global nos muestra que la opresión gay subsiste aún. De los 202 países que existen en el mundo, solamente en seis de ellos la ley protege a los gays y lesbianas contra la discriminación. Ser homosexual es ilegal en 74. En Bangladesh y Bahrein, la versión oficial es que la homosexualidad no existe. En Pakistán, las relaciones homosexuales son ilegales y el castigo está entre dos años y cadena perpetua. En Arabia Saudí los actos homosexuales pueden ser castigados con la pena de muerte. En el estado de Tasmania (Australia), la homosexualidad tan sólo fue legalizada en 1994. En Cuba, el hecho de ser gay o lesbiana ha llevado a gente a la cárcel. En Estados Unidos, aunque la protección legal contra la discriminación existe, actualmente, en siete de los estados de la unión, en otros seis, el sexo anal u oral entre personas del mismo género es un delito. En el Estado español, derogada la ley de peligrosidad social con la llegada de la democracia formal, gays y lesbianas siguen sufriendo discriminación legal en pensiones, impuestos, herencia y adopción.
El capitalismo no ha acabado, ni tiene intención de hacerlo, con las opresiones que él mismo ha generado o bien reproducido de etapas anteriores. Pero encierra una contradicción, ya que a la vez que crea y alimenta la opresión gay y lesbiana, el capitalismo ha creado, también por vez primera en la historia, las condiciones para poder luchar contra ella.
La lucha por la liberación gay forma parte de una lucha más amplia contra el propio sistema. La unidad que existe entre la liberación gay y la lucha por la mejora de los servicios públicos, en contra de los ataques racistas, a favor del aborto, contra la explotación, la globalización y por un mundo mejor, es total.
El capitalismo sigue marcando las pautas de vida de millones de personas. Construye normas sobre qué debemos comer, cómo amar, sentir, consumir, vestir, aprender, relacionarnos, etc. El proceso de sometimiento constituye un elemento fundamental del proceso de reproducción del sistema, pero la resistencia a este sometimiento existe, ya que su inestabilidad económica y social es permanente.
Construir una alternativa a este sistema es una tarea de hoy. En esa construcción, la liberación sexual debe recobrar toda la importancia que tiene.

Destruyendo mitos

Cualquier persona comprometida con la liberación gay se habrá encontrado con toda una serie de tópicos acerca de las relaciones homosexuales. La mayoría de estos tópicos tienen como propósito convencernos de que la homosexualidad es algo que va en contra de la naturaleza humana, que los gays y las lesbianas son 'raros' o 'desviados'.
Y es que la idea de una naturaleza humana inmutable, determinada por nuestra estructura genética e instintos, se ha utilizado con mucha frecuencia para justificar la opresión de gays y lesbianas. Pero un rápido repaso por las diferentes sociedades es suficiente para mostrar la enorme variación en lo que se considera "normal". La sexualidad es algo que no está definido biológicamente, sino socialmente determinado. Y esta definición ha cambiado considerablemente a lo largo de la historia.
Muchas sociedades han considerado la homosexualidad como algo "normal". El ejemplo más conocido es el de la antigua Grecia. El amor entre hombres estaba idealizado en la poesía y el arte griego. Los mitos y leyendas griegas están llenas de historias de amor del mismo sexo, ya sea entre hombres o entre mujeres. La historia de Adonis y Narciso, por ejemplo, nos habla de un dios que arde de deseo por los bellos jóvenes. El culto a Adonis tenía templos y fiestas dedicadas a la celebración y a la promoción de las relaciones gays. En la sociedad griega, un hombre enamorado de un joven y teniendo relaciones sexuales con él, era considerado perfectamente normal.
Los poemas de Safo, claramente dirigidos a otras mujeres en lenguaje amoroso, son una clara prueba de que las relaciones entre mujeres fueron públicamente aceptadas en la antigua Grecia.
Esto no debería hacernos pensar que la sociedad griega era un paraíso que no conocía la opresión. Era una sociedad basada en la esclavitud, en la que la inmensa mayoría eran esclavos sin ningún tipo de derecho, propiedad de los ciudadanos libres. Aquí precisamente se encuentra la base de la consideración que las relaciones homosexuales tenían para los antiguos griegos. En la antigua Grecia, la producción estaba basada en esta mano de obra esclava, traída de fuera de Grecia. Tener hijos, procrear, dejó de ser una prioridad para esta sociedad, que no dependía, para producir, de la mano de obra nativa. Como consecuencia, cualquier tipo de relación sexual, aunque no condujera a la procreación, era considerado normal. La explicación de su actitud hacia las relaciones homosexuales se encuentra, por tanto, en la disociación entre procreación y sexualidad.
La ciudad griega de Esparta construyó su ejército en torno al amor entre hombres adultos y jóvenes. En el ejército espartano cada guerrero adulto tomaba un joven a su cargo para formarlo en el arte de la guerra, entablando con él una relación muy íntima.
La casta guerrera en el Japón feudal, los samurai, tenía ideas similares a las de los espartanos, que quedaron reflejadas en poemas e historias de la época, que tratan del amor entre hombres.
Las relaciones sexuales entre mujeres han sido a menudo aceptadas en diferentes sociedades, siempre que no hayan interferido con las instituciones del matrimonio y la familia. Esto ha sido particularmente frecuente en sociedades que practican la poligamia. Como ejemplo, la novela china del siglo XVII "El amor de la compañera perfumada" en que una mujer es obligada a casarse, pero convence a su marido de que tome a su amante como concubina. De todos modos, puesto que la literatura ha sido un monopolio masculino en la mayoría de las sociedades, es muy raro encontrar pruebas de relaciones sexuales entre mujeres.
Por tanto, no hay nada "raro" en las relaciones entre personas del mismo sexo. Su existencia puede encontrarse en casi todas las sociedades, incluso en aquellas que las prohiben. Podría decirse que las relaciones homosexuales constituyen un rasgo común de la sexualidad humana. La cuestión sería más bien por qué ciertas sociedades, entre las que se incluye la sociedad capitalista, las reprimen.
El segundo argumento que tenemos que combatir es el que intenta identificar el término homosexual con los de pederasta, corruptor de menores o depravado y que tantas veces se ha esgrimido para prohibir las relaciones entre personas del mismo sexo. Los estudios estadísticos realizados muestran que el porcentaje de 'corruptores de menores' entre homosexuales no es superior al porcentaje que existe entre los heterosexuales.
Para aquellos que creen que el sexo debe ir indisolublemente ligado a la procreación, la homosexualidad aparece como un tabú a esconder. En cambio si defendemos que la sexualidad se justifica por sí misma, como mutua aportación de afecto y placer, sólo podremos considerar perversas aquellas actitudes contrarias a estos fines, así como todas las leyes e imposiciones que nieguen y ataquen cualquier tipo de actividad sexual. La homosexualidad, por tanto, no tiene nada que ver con la imposición del sufrimiento, el desprecio o la manipulación.
De hecho, la distinción entre homosexuales y heterosexuales, no existía hasta el desarrollo del capitalismo. Hasta entonces, la gente no pensaba que alguien era un tipo determinado de ser humano porque prefiriera el sexo con hombres o con mujeres. Sólo bajo el capitalismo se introducen penas legales, de forma expresa, para los actos sexuales entre personas del mismo sexo, mientras que anteriormente sólo se condenaban determinados actos sexuales (en particular el sexo anal) independientemente de si éstos se producían entre personas del mismo o de distinto sexo.
Uno de los mecanismos principales, mediante el cual el capitalismo transmite sus reglas y valores sociales, es la familia. Cada nueva generación descubre lo que la sociedad considera un comportamiento adecuado para las mujeres y los hombres, en gran parte, a través de la educación familiar. Para luchar contra la opresión gay, por tanto, necesitamos saber cómo y cuándo se desarrolló la familia, tal y como la conocemos en la actualidad.

La familia y los orígenes de la opresión de gays y lesbianas

Vivimos en una sociedad centrada en la familia. Los anuncios de cualquier cosa, desde papel higiénico hasta croquetas, pintan un feliz mundo doméstico de papá, mamá y los niños. La familia nos es presentada, por los hipócritas políticos de la derecha, como la norma y el modelo según el cual todos deberíamos vivir nuestras vidas. De hecho, sólo una minoría de gente vive en realidad en una familia "normal" de padre y madre criando a los hijos. Mucha gente vive completamente fuera de la familia, solos o con otros adultos; o bien como padres o madres solteros, en hogares de dos o más familias, como parejas con sus hijos adultos o como parejas sin hijos. Las estructuras familiares son diversas y han experimentado cambios enormes a través de la historia.
Friedrich Engels, el teórico marxista que escribió en la segunda mitad del s. XIX Los Orígenes de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, argumentó que los seres humanos comenzaron a vivir en familias hace sólo algunos miles de años, cuando las sociedades, hasta entonces igualitarias, fueron divididas en clases. Hasta entonces las mujeres no habían estado oprimidas, puesto que sus vidas no se centraban en la cría de los hijos. Mostró que, al cambiar la estructura económica de la sociedad, también lo hicieron las actitudes hacia las mujeres y el matrimonio y, como consecuencia, las actitudes hacia la sexualidad.
El objetivo de Engels era mostrar que la opresión sexual no era un rasgo permanente e inmutable de la historia humana, sino que ésta se había desarrollado como una respuesta a los cambios producidos en la forma en que la sociedad estaba organizada.

La familia en el feudalismo

Hasta el desarrollo del capitalismo en Europa, la sociedad era feudal. La gente vivía y trabajaba en unidades familiares, en cuyo centro estaba la pareja casada. Dentro de la familia se hacían la mayoría de las cosas que la gente necesitaba, desde los vestidos hasta el vino. Tanto el hombre como la mujer eran necesarios en la casa porque cada uno de ellos tenía diferentes habilidades. El trabajo de la mujer sólo se veía restringido por el parto. De esta manera, si el marido o la mujer morían, el miembro de la pareja que quedaba tenía que casarse de nuevo para la supervivencia de la familia.
El hecho de que el hogar familiar fuese el centro de la producción económica significaba que el matrimonio, lejos de basarse en el amor entre marido y mujer, era una cuestión económica. Esto queda muy claro en el caso de la aristocracia y de los campesinos ricos, donde un matrimonio determinaba la herencia de la tierra. Incluso los matrimonios de campesinos pobres estaban regulados por costumbres, según las cuales toda la comunidad intervenía en la elección de pareja para el matrimonio.
Puesto que el matrimonio y la familia tenían más que ver con la producción económica que con el afecto, así mismo, el sexo tenía a menudo menos que ver con el placer que con la concepción. La Iglesia y el Estado medieval querían a toda costa que las cosas siguieran como estaban y se oponían a todo acto sexual que no tuviera la reproducción como objetivo.
La gente que cometía dichos actos era culpable de "sodomía", un crimen que incluía el sexo entre mujeres o entre hombres, pero también todo el sexo oral y anal entre hombres y mujeres. La masturbación se condenaba, al igual que toda relación en la que el hombre no estuviera encima (la Iglesia defendía que esta postura aumentaba las probabilidades de concepción). Los castigos por sodomía eran terribles.
La distinción básica entre el comportamiento sexual aceptable e ilegal no dependía del sexo de las personas afectadas, sino de si los actos sexuales conducían o no al embarazo. Por esta razón, la opresión específica de los homosexuales no existía durante el feudalismo. La sodomía, como cualquier otro pecado, era algo que cualquiera podía cometer, no sólo los miembros de un grupo minoritario de 'homosexuales'.

El ascenso del capitalismo: La dispersión de la familia

Los siglos XVIII y XIX vieron enormes cambios en la sociedad, a medida que el antiguo orden feudal era reemplazado por el capitalismo. Centenares de miles de hombres y mujeres fueron arrancados de su viejo entorno y forma de vida rurales y forzados a dirigirse a las nuevas ciudades en busca de un trabajo asalariado. Bajo estas condiciones, las viejas estructuras familiares saltaron en pedazos. Las relaciones se hicieron menos duraderas por necesidad. Cada vez eran más las parejas que no se casaban y nacían muchos más hijos extramatrimoniales.
En este entorno, a comienzos del XVIII, aparecen los primeros lugares donde los hombres van a tener relaciones sexuales con otros hombres (las llamadas "Molly houses" en Inglaterra). En Londres había varias decenas, que fueron salvajemente atacadas y cerradas a pesar de la resistencia que opusieron sus usuarios. Tres de ellos fueron ahorcados.
Los intelectuales pioneros de este nuevo sistema capitalista comenzaron a debatir nuevas ideas sobre sexualidad. Comenzaron a desarrollar un entendimiento racional del mundo, rechazando la idea de que sólo la Iglesia podía decir lo que estaba bien o mal. Discutieron el punto de vista de que el sexo era inmoral si no conducía a la reproducción. El filósofo Bentham dijo de las relaciones entre personas del mismo sexo que "no veía razón alguna para castigarlas". El Código Penal francés de 1791 despenalizó por completo los actos entre personas del mismo sexo.
El temprano movimiento socialista hacia 1820-30 desarrolló estas ideas. Condenaban el matrimonio, en que la mujer se convierte en propiedad del marido (su involuntaria máquina de reproducción y esclava del hogar) y reclamaban divorcios baratos y fáciles. Argumentaban que el matrimonio debía estar basado sólo en el amor y que debía terminar si el amor terminaba. Los horrores de la industrialización, la siguiente etapa del desarrollo capitalista, hicieron que fuera imposible llevar a la práctica estas ideas.

Industrialización: La reinvención de la familia

A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, la sociedad rural, agrícola, en Europa Occidental, se vio transformada en una sociedad urbana e industrial. Las condiciones de vida en las nuevas ciudades eran terribles. No había cloacas en las ciudades, la enfermedad era moneda corriente. La comida estaba adulterada y los niveles de contaminación del aire y el agua eran alarmantes. Los bajos salarios obligaban a hombres, mujeres y niños a trabajar jornadas enormemente largas en condiciones como éstas: en una fábrica típica, digamos de Manchester, la jornada de trabajo comenzaba a las 5.30 de la mañana y acababa a las 8 de la noche. Los propietarios de las fábricas contrataban a mujeres y niños intencionadamente porque sus sueldos eran más bajos. La presión que sufrían las familias para ganarse la vida significaba que las mujeres embarazadas tenían que seguir trabajando hasta el límite de su resistencia física y volvían al trabajo lo más pronto posible después del parto.
Los efectos de semejante modo de vida quedan claros en una investigación publicada en 1843, en la que se comprobaba que los hombres de clase media en las zonas rurales inglesas tenían una media de esperanza de vida de 52 años, mientras que entre los hombres de clase trabajadora de zonas industriales como Liverpool o Manchester el promedio de esperanza de vida descendía hasta los 15 ó 16 años.
El proceso de industrialización hizo pedazos la familia de clase trabajadora existente hasta entonces. La familia dejó de existir como unidad de producción básica. Hombres, mujeres y niños se vieron empujados a trabajar en las nuevas fábricas, pero no ya como miembros de una familia, sino como 'mano de obra libre'. De hecho, hacia 1840, la mayoría de los trabajadores en las fábricas británicas eran mujeres y niños. Las terribles condiciones de vida y trabajo que los asalariados sufrían destruyeron cualquier cosa que se pareciese a una vida familiar normal; y el acceso de las mujeres a sus propios ingresos les permitió escapar de la necesidad del matrimonio. Esto llevó a mucha gente (entre ellos Marx y Engels) a hablar de la muerte de la familia de clase trabajadora.
De hecho, la familia no sólo sobrevivió, sino que floreció, aunque con una forma muy diferente. El capitalismo dependía de una aportación ininterrumpida de mano de obra. Aquellos que dirigían el sistema se daban cuenta progresivamente de que la familia era la mejor manera de asegurarse esta aportación con un coste mínimo para ellos. A partir de mediados del siglo XIX, se hicieron intentos conscientes de recrear una vida familiar estable entre las clases trabajadoras. Ello conllevaba, en parte, la exclusión gradual de mujeres y niños de ciertas áreas de la producción y el pago de un "salario familiar" a algunos hombres trabajadores. Se excluyó a las mujeres, en particular, de aquellas industrias que amenazaban su capacidad de tener hijos.
La familia era necesaria, en primer lugar, para reproducir la capacidad de los trabajadores de trabajar día tras día (para alimentarlos, vestirlos y darles alojamiento, de forma que pudieran seguir produciendo ganancias para los capitalistas). Pero además, y esto es lo más importante, era necesaria como una forma de producir futuras generaciones de trabajadores. Esto significaba, no simplemente la producción física de niños, sino también su formación ideológica y social, con vistas a producir una fuerza de trabajo sana, instruida y sumisa. En esto se resume el ideal de la familia tradicional.
De hecho, este ideal fue puesto en práctica muy pocas veces en su totalidad. Muchos capitalistas no pagaron un 'salario familiar' adecuado, con lo que muchas mujeres continuaron trabajando a tiempo parcial o completo. Sin embargo, se utilizó toda una serie de controles sociales, económicos e ideológicos para imponer la nueva familia a la clase trabajadora. Estos fueron efectivos, en buena parte, porque muchos trabajadores, tanto hombres como mujeres, vieron su imposición con buenos ojos. La familia parecía la única alternativa para todos sus miembros, que trabajaban 12 horas por una miseria, en condiciones terriblemente insanas y peligrosas. La mortalidad infantil bajó sustancialmente y la esperanza de vida entre las mujeres creció rápidamente.
Finalmente, la familia creó entre sus integrantes la ilusión de tener un cierto grado de control sobre una parte de sus vidas, un remanso de paz en un mundo cruel. No obstante, el restablecimiento de la familia aseguró la continuación de la opresión de las mujeres.
De esta manera, la familia se convirtió en un área de vida privada, separada de la esfera pública de la producción, pero una vida privada ordenada y controlada por el capitalismo. A medida que la familia nuclear se convertía en algo cada vez más importante para el capitalismo, también se hizo más importante representarla como la única forma de vida posible y así asegurar que los roles sexuales que esto conllevaba se transmitieran a las futuras generaciones de trabajadores. La familia, en otras palabras, se convertía en una forma de control, no sólo social, sino ideológico, sobre los trabajadores.
La simple existencia de lesbianas y gays pone en tela de juicio estos estrictos controles. La sexualidad gay desafía la idea de la familia monógama como la única forma de vida posible, al tiempo que desafía la idea de que la única finalidad del sexo es la reproducción. La sexualidad se convirtió, ya no en un asunto privado regulado por las tradiciones y prejuicios de la comunidad, tal y como había sido en las sociedades precapitalistas, sino en un asunto público que el estado regulaba y restringía.
Esa restricción se hizo doblemente importante porque el desarrollo del capitalismo también creó nuevos espacios para la expresión de la sexualidad, al menos para una minoría. La destrucción de las viejas comunidades rurales y, con ella, la ruptura con el asfixiante control de la Iglesia, la posibilidad de escapar de la familia para los jóvenes, que ahora podían acceder a su propio sueldo y al anonimato de la gran ciudad, crearon las condiciones en que la sexualidad gay pudo desarrollarse y florecer con mucha más facilidad.
La respuesta del Estado fue reprimir cualquier tipo de sexualidad "desviada", mediante una cadena de leyes represivas y juicios ejemplares, con el objetivo de forzar a gays y lesbianas a permanecer dentro del armario, o sea, en el anonimato.
La sociedad definió lo que era el comportamiento sexual "normal" y, al hacerlo, creó la figura del "homosexual" como un tipo social. Son siempre los opresores los que definen a los oprimidos, si bien los oprimidos asumen a menudo las etiquetas y símbolos de su opresión como signos de fuerza y orgullo.
La opresión de relaciones del mismo sexo había existido en algunas sociedades precapitalistas con grados muy variables de represión y crueldad. Otras aceptaron las relaciones homosexuales junto a las heterosexuales. Sólo con la llegada del capitalismo, la opresión gay fue sistematizada como una defensa necesaria de la familia nuclear. Pero el capitalismo también creó posibilidades de lucha mucho mayores, que hasta entonces no habían existido, para que la gente luchara para poder vivir su sexualidad.
Por primera vez en la historia se hacía posible luchar por la liberación de gays y lesbianas.

Los inicios de la lucha por la liberación de gays y lesbianas: las dos estrategias de lucha

Dos han sido las estrategias básicas utilizadas para la liberación gay. Una es la reformista, que defendió y sigue defendiendo la idea de ir transformando el capitalismo hasta que, algún día en el futuro, la opresión gay desaparezca. La otra es la estrategia revolucionaria, que reconoce que la opresión gay es intrínseca al capitalismo y, como consecuencia, lucha por una revolución que ponga fin al sistema. Ambas estrategias fueron puestas en contraste al comienzo de este siglo por los acontecimientos políticos en dos países: Alemania y Rusia.

Alemania: La estrategia reformista

"La democracia burguesa es la democracia de las frases pomposas, de la palabrería solemne, de las promesas rimbombantes, de las consignas grandilocuentes de "libertad" e "igualdad", pero, en la práctica, todo eso oculta la falta de libertad y la desigualdad de la mujer, la falta de libertad y la desigualdad de los trabajadores y de los explotados.
La democracia socialista rechaza las palabras pomposas, pero falsas, declara una guerra sin cuartel a la hipocresía de los "demócratas", de los terratenientes, de los capitalistas o de los campesinos hartos, que se lucran vendiendo a los trabajadores hambrientos los excedentes a precios de especulación."
Lenin, La emancipación de la mujer
La mayoría de los movimientos que aparecieron en relación con la liberación gay partieron de la idea reformista de que, para acabar con la opresión gay, la sociedad precisaba ser educada para aceptar la homosexualidad, reduciendo así el problema de la homofobia a una cuestión de ignorancia o de un pensamiento no científico.
La corriente reformista, que convivió dentro del partido socialdemócrata alemán con la revolucionaria, a la que se acabó imponiendo, defendió la evolución gradual del capitalismo al socialismo mediante la reforma del primero y a través de la política parlamentaria. La mayoría de sus diputados, dirigentes sindicales y organizadores intentaron, siguiendo esta estrategia y sustituyendo la acción de la clase trabajadora, tomar las riendas del capitalismo para "guiar" a la sociedad hacia el socialismo.
Por lo que respecta a la lucha contra la opresión sexual, el Partido Socialdemócrata se convirtió, aunque con muchas contradicciones, en su catalizador y acabó siendo el centro de la política contra la represión sexual en Alemania. Si bien, por un lado, lucharon con fuerza en defensa de los derechos de los homosexuales, no mostraron una actitud decidida a la hora de explicar y de atacar la raíz histórica de la opresión, la familia. Lejos de esto, el SPD defendía la idea de 'familia respetable' de clase trabajadora, siguiendo el modelo impuesto por el capitalismo. La mayoría de la dirección socialdemócrata se negó a admitir que la opresión de la homosexualidad era y es intrínseca al propio sistema capitalista y que sólo destruyéndolo se puede construir una nueva sociedad socialista, en la cual los roles sexuales y las diferencias entre homosexualidad y heterosexualidad perderían su significado social.
El primer caso en el que intervinieron destacados miembros de la socialdemocracia se remonta a 1860, es decir, una generación antes de la aparición del primer movimiento gay. Tuvo relación con el proceso contra el abogado J. B. Schweitzer, a quien se juzgó y condenó a ser apartado de su profesión por su actividad homosexual en Manheim. En todo momento, éste recibió el apoyo incondicional de Ferdinand Lassalle, que le animó a organizarse junto a él en la Organización Mundial de Trabajadores Alemanes. Lassalle argumentó su defensa, rechazando las actitudes de muchos de sus compañeros que no veían correcta su propuesta, con las palabras siguientes: " Lo que Schweitzer ha hecho no es encomiable, pero difícilmente podría decir que lo considero un crimen. De todos modos, no podemos permitirnos perder a una persona fenomenal, con las habilidades de Schweitzer. A fin de cuentas la actividad sexual es una cuestión de gustos y debería ser de la incumbencia de cada cual, siempre que no afecte a los intereses ajenos." Desafortunadamente, añadió: "Aunque también reconozco que no daría a mi hija en matrimonio a un hombre así".
A la muerte de Lassalle, su sucesor en la presidencia de la Organización Mundial de los Trabajadores Alemanes fue el propio Schweitzer, que impresionó a los militantes de esta organización con sus cualidades de liderazgo. Más adelante, Schweitzer fue elegido representante en el Reichstag, parlamento alemán.
A finales de 1860, en la legislación de Prusia se calificó de delito cualquier relación sexual entre hombres. Más adelante, esta cláusula pasó al código penal alemán convertida en el famoso Párrafo 175.
A partir de 1867, una vez lanzada la campaña para la abolición del artículo 175, el Partido Socialdemócrata jugó un papel destacado en ella. Agusto Bebel realizó una propuesta en el Reichstag para que la ley fuera revocada.
En 1869 un médico de origen húngaro llamado Benkert envió, práctica que veremos repetirse en el futuro, una carta al ministro de justicia alemán en contra de esta ley, en la que decía claramente que el Estado no tenía porqué meter las narices en los dormitorios de los ciudadanos, y que ser homosexual no era ni despreciable ni una vergüenza, sino todo lo contrario. Para designar la actitud con la que los homosexuales debían enfrentarse a la sociedad utiliza la expresión 'orgullo homosexual', una actitud que será recogida por las generaciones posteriores y convertida en bandera de sus reivindicaciones.
Benkert utilizó por primera vez el término homosexual para designar las relaciones entre personas del mismo sexo. Dedicó gran parte de su lucha personal a explicar que la moral heterosexual no se encontraba amenazada por la homosexualidad, tal como se argumentaba entonces. Defendió que ésta era algo natural, por tanto no había peligro de propagación de las prácticas homosexuales entre los heterosexuales.
Durante la década de los 60 del s. XIX hubo intentos de hacer un análisis científico para dar una explicación racional al hecho homosexual. Los primeros análisis sobre la cuestión fueron realizados por Karl Heinrich Ulrichs, quien acuñó el término "uranismo" para designar la homosexualidad. Estableció la teoría de que los homosexuales constituyen un 'tercer sexo' (una mente de mujer atrapada en un cuerpo de hombre en el caso de los hombres gays y viceversa para las mujeres lesbianas).
Creía que la clave para la liberación gay era probar que los homosexuales eran biológicamente diferentes a los heterosexuales, y que ésta sería una justificación para terminar con cualquier violencia y discriminación.
Pero no fue hasta 1897 cuando apareció la primera organización en pro de los derechos de los gays que no sólo basaba sus actividades en el estudio de la cuestión homosexual, sino que también trataba de luchar contra la opresión y buscar soluciones prácticas. Esta organización recibió el nombre de Comité Científico Humanitario y su líder y fundador fue Magnus Hirschfeld.
El Comité, aparte de publicar un anuario y diversos boletines informativos, redactó sus líneas de acción que se resumen en tres puntos básicos: (1) ganarse a los cuerpos legislativos para que apoyen la petición de abolir el párrafo anti-homosexual, (2) dar una explicación científica sobre la homosexualidad y sacarla a la luz pública e (3) interesar a los propios homosexuales en la lucha en favor de sus derechos.
Utilizando como punto de partida a Ulrichs y su teoría del uranismo, Hirschfeld reunió datos de más de 10.000 homosexuales que utilizó para construir un prototipo de lo que él creía que eran un hombre y una mujer homosexuales. Describió estas supuestas diferencias biológicas porque esperaba poder demostrar que los homosexuales eran una variante humana natural, que habían sido hechos de esta manera por la naturaleza. Sus actos sexuales, por tanto, no podían ser delito.
No todos los miembros del Comité compartían la teoría de Hirschfeld. En 1907 se produjo una escisión liderada por Benedict Friedländer quien rechazó la teoría del tercer sexo por ser "degradante... y una humillante súplica de simpatía".
La actividad principal, que el Comité llevó a cabo durante casi toda su existencia, fue la campaña para la abolición del párrafo 175, mediante la presión institucional, para lo que hicieron una recogida de firmas, en círculos influyentes, en la que pedían el apoyo de personalidades políticas, del mundo del espectáculo y de las artes, científicos, médicos, etc., en contra del citado párrafo. Aunque en 1905 se habían recogido más de 5.000 firmas, el parlamento alemán se negó incluso a discutir la abolición del párrafo. El Partido Socialdemócrata era el único grupo político que apoyaba el cambio. Entre las miles de firmas que el Comité Humanitario de Hirschfeld consiguió, estaban las de los máximos dirigentes de ese partido, Eduard Bernstein, Karl Kautsky y Käthe Köllwitz.
Otra muestra del apoyo que los socialdemócratas dieron a la causa homosexual fue la solidaridad que se mantuvo con Oscar Wilde ante su condena por homosexualidad. En general, la prensa europea trató todo el asunto con un tono irónico y sarcástico. La prensa del Partido Socialdemócrata alemán, en contraposición a la prensa burguesa, defendió a Wilde. Los principales dirigentes del partido escribieron en defensa de Wilde, pero, desgraciadamente, no pudieron evitar la condena. Wilde, a su vez, escribió un largo ensayo titulado El alma del hombre bajo el socialismo , donde previó las oportunidades que el socialismo podía brindar a la cultura humana y a su liberación.
Tras la derrota de la petición para abolir el párrafo 175 en el parlamento alemán, en lugar de buscar el apoyo de la clase trabajadora, muy bien organizada en este momento, los activistas del Comité se aislaron en una campaña de 'outing', iniciando una auténtica caza de brujas de personalidades y políticos gays. Temorosos de que sus carreras se vieran afectadas, los homosexuales de clase alta y de la derecha, principales donantes de fondos, retiraron su apoyo al Comité.
El Comité no sólo no consiguió la abolición de la legislación antihomosexual, sino que a finales de 1910 se introdujo un nuevo borrador del código penal que hacía extensible del párrafo 175 a los actos sexuales entre mujeres. Magnus Hirschfeld argumentó que " con ello no se elimina una desigualdad, sino que más bien se dobla una injusticia. Se abren de par en par las puertas a delatores y chantajistas, y las mujeres trabajadoras solteras que comparten su vivienda con otras mujeres trabajadoras serán abrumadas del modo más vergonzoso, sin que, a cambio, se proteja ninguno de sus intereses".
Este hecho tuvo su parte positiva, ya que dio una nueva dimensión a la lucha. Las organizaciones feministas empezaron a discutir el modo de combatir la enmienda propuesta y cómo coordinar las luchas de las mujeres con las otras y, en especial, con la de los homosexuales.
Ya en 1904, en la reunión anual del Comité, se había producido un ejemplo de coordinación de éste con las mujeres organizadas en el movimiento feminista. A ella asistió la feminista lesbiana Ana Rühling que, en su ponencia, arremetió contra las feministas y mujeres que durante mucho tiempo habían alejado sus reivindicaciones de las de los homosexuales, y reclamó una verdadera unidad entre las dos luchas, ya que pensaba que sin una, la otra no tendría la fuerza suficiente.
En 1918 los trabajadores alemanes derrocaron a la monarquía, establecieron una república y comenzaron a tomar el poder en sus manos. Por primera vez en la historia hubo un gobierno socialdemócrata. Los trabajadores pusieron grandes esperanzas, en un principio, en lo que consideraron "su" gobierno.
Decepcionados los trabajadores alemanes con el gobierno socialdemócrata, que se mostró incapaz de satisfacer sus demandas, el nivel de lucha alcanzó una fuerza enorme. Esto se reflejó en todos los aspectos de la vida. Hirschfeld prestó su apoyo para convocar el Congreso de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, en el que se pusieron las leyes soviéticas como un ejemplo para todo el mundo. El partido comunista alemán defendió la total igualdad para gays y lesbianas.
Pero, a pesar del apoyo obtenido desde las organizaciones de los trabajadores, en contraste con la intransigencia del parlamento alemán, Hirschfeld y su Comité siguieron obstinados en la vía institucional. En lugar de intentar fortalecer sus lazos con las luchas de los trabajadores, que les ofrecían la oportunidad de devolver la cuestión de los derechos gays y lesbianas al mapa político, el creciente movimiento gay alemán se basó otra vez en la convicción de que "la liberación de los homosexuales puede únicamente ser obra de los propios homosexuales".
En 1920, Hirschfeld fue apaleado, en 1921 sufrió una fractura de cráneo y en 1923 recibió un disparo durante una conferencia. A pesar de esto, continuó luchando por los derechos de los homosexuales hasta su muerte en 1935. Sin embargo, en todos sus años de campañas nunca consiguió el objetivo de obtener la reforma de las leyes y, menos aún, una mayor libertad para la gente gay. Erróneamente, actuó basándose en la convicción de que la argumentación racional y el conocimiento científico por sí solos, como confirma su eslogan " a la justicia por la ciencia" , podían cambiar las leyes y conseguir la liberación gay.
Cuando se produjo el ascenso de los nazis en los años 30, Hirschfeld y su Comité, decididos a seguir con su neutralidad política, se negaron a condenarlos. En lugar de esto, firmaron una declaración en la que se decía: "urgimos a nuestros afiliados que también militan en el partido nazi a que llamen al orden con firmeza a sus delegados". El resultado trágico de esta política fue que ellos y otros gays quedaron totalmente indefensos frente a la barbarie fascista que estaba a punto de llegar.
El intento, por parte de los socialdemócratas, de conducir el capitalismo, mediante reformas institucionales, hacia el socialismo, significó en la práctica todo lo contrario. Es decir, significó la conducción de los líderes socialdemócratas hacia las reglas y la dinámica capitalista. Los más perjudicados aparte del movimiento obrero internacional, fueron, evidentemente, todos aquellos que lucharon para acabar con las desigualdades y opresiones del sistema capitalista.
Los socialdemócratas acabaron con el espíritu revolucionario, convirtiéndose así en defensores del viejo orden capitalista. Revolucionarios como Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht se encontraron aislados y más tarde eliminados por orden del propio partido socialdemócrata. A partir de entonces, se dijo adiós a la posibilidad de una revolución en Alemania y a su extensión a un nivel más general.

Rusia: La alternativa revolucionaria

De las cenizas de la II Internacional y de la revolución rusa, nació la III Internacional. El Partido Socialdemócrata, desacreditado por su papel en la I Guerra Mundial, ya no era el centro del movimiento socialista. La victoria de la revolución de octubre se convirtió en la fuente de inspiración y dirección para los revolucionarios y trabajadores de otros países que se rebelaban contra el viejo orden. La historia de la política sexual seguía siendo parte de la historia de la izquierda y ésta estaba ligada al destino de la revolución. La revolución bolchevique dio buena muestra de eso.
Los bolcheviques acabaron con todas las leyes en contra de la homosexualidad en diciembre de 1917, dos meses después de la Revolución de octubre. Al igual que otras acciones destinadas a extender la revolución sexual, esta decisión fue tomada como parte integrante de las actividades del nuevo sistema y de la revolución social. Además de eso, se legalizó el aborto y se hizo libre y gratuito, se garantizó el divorcio, y las viejas leyes que regulaban el matrimonio y la mayoría de edad fueron abolidas. En dos meses, los bolcheviques consiguieron más que lo que décadas de reformas liberales hicieron en otros países.
Pero los bolcheviques no sólo pueden ser juzgados por sus palabras. Junto a las nuevas leyes se hizo un esfuerzo consciente para crear alternativas reales a la familia, para así destruir la base material de la opresión de la mujer y de los homosexuales. Se establecieron comedores, lavanderías y guarderías populares, para posibilitar que las mujeres escaparan de las tareas domésticas. Todos esos cambios ocurrieron en un país atrasado y destrozado por la guerra, y estos siempre estuvieron limitados por la pobreza de Rusia, del mismo modo que lo estuvo también la propia revolución. Pero con todos esos factores en contra, la revolución rusa mostró con su práctica cómo una sociedad socialista podía comenzar a erradicar las raíces de la opresión sexual.
El punto de vista de los bolcheviques se hallaba reflejada en un panfleto escrito por el doctor Grigorii Batkis, director del Instituto moscovita de Higiene Social, titulado la Revolución sexual en Rusia. En él, el doctor Batkis exponía: " La actual legislación sexual de la Unión Soviética es obra de la Revolución de octubre. Esta revolución es importante no sólo como fenómeno político que garantiza el gobierno político de la clase trabajadora, sino también por las revoluciones, que emanando de ella, llegan a todos los sectores de la vida (...) La legislación soviética declara la absoluta no interferencia del Estado y la sociedad en las cuestiones sexuales, mientras nadie sufra daños físicos ni se perjudiquen sus intereses. Respecto a la homosexualidad, sodomía y otras formas de placer sexual, que en la legislación europea son calificadas de ofensas a la moralidad, la legislación soviética las considera exactamente igual que lo que se conoce como relación 'natural'" .
Delegados soviéticos fueron enviados a los Congresos Internacionales de la Liga Mundial para la Reforma Sexual. En ellos explicaron sus logros, al mismo tiempo que hicieron un importante trabajo de apoyo y ayuda en las campañas que tenían lugar en diferentes países, a favor de los derechos de los homosexuales. Las tesis científicas de Magnus Hirschfield y, en menor medida, las de Freud sirvieron, en un principio, de base para el extenso tratamiento de la homosexualidad que figuraba en la primera edición de la Gran Enciclopedia Soviética. En ella, se advertía que " en los países capitalistas avanzados, la lucha por la liberación de estas leyes hipócritas se halla en plena ebullición ...".
La práctica de los comunistas de los años 20 contrastaba con la del Partido Socialdemócrata y la de algunos personajes progresistas del período anterior. Su meta no se limitaba a la aceptación de la homosexualidad, sino a cambiar la sociedad para vaciar la palabra homosexual de cualquier connotación negativa. Los gays y lesbianas en Rusia no tuvieron que mendigar su libertad a los gobernantes; simplemente se unieron en las luchas con los demás trabajadores y la tomaron por sí mismos. La revolución buscaba barrer, en palabras de Marx, «toda la basura del capitalismo» y acabar con la base de la opresión sexual: la familia.
Pero, si fue en Rusia donde la revolución se inició, era en Alemania donde se decidía su éxito o fracaso. El fracaso de la revolución alemana, desde 1919 hasta el ascenso de Hitler en 1933, fue el telón de fondo para el aislamiento y la derrota de la revolución rusa. Aislada y acosada por la guerra civil y los ejércitos invasores, la clase trabajadora rusa fue, literalmente, destruida como clase. Ya en los años 20, los bolcheviques se vieron obligados a actuar en nombre de una clase trabajadora que se desintegraba. A finales de la década de los 20, el proceso de degeneración llevó a la derrota definitiva de la Revolución de octubre. La victoria de Stalin, a su vez, supuso una derrota aplastante para la tradición socialista en la lucha por la liberación sexual.
Una de las principales causas de la victoria de Stalin, fue el fracaso de la revolución alemana.

La época oscura: El ascenso de Hitler y Stalin

"El retroceso reviste formas de asquerosa hipocresía y va mucho más lejos de lo que exige la dura necesidad económica. El motivo más imperioso del culto actual a la familia es, sin duda alguna, la necesidad que experimenta la burocracia de una jerarquía estable de las relaciones sociales y de una juventud disciplinada por cuarenta millones de hogares que sirvan de puntos de apoyo a la autoridad y al poder."
León Trotski, La revolución traicionada (1936)
La década de los 30 fue una de las peores épocas para los socialistas. Ésta fue la década en la que el fascismo se asentó en el poder en Alemania, en Italia y en el Estado español y significó también el dominio final de Stalin en Rusia y en el movimiento comunista internacional.
Alemania había sido el corazón del movimiento gay; también había tenido el mayor partido comunista fuera de Rusia y un partido socialdemócrata de masas y, sin embargo, Hitler llegó al poder.
Los nazis se habían servido de gays dentro de las tropas de asalto (SA) que ayudaron a éstas a hacerse con el control de las calles. Pero en "la noche de los cuchillos largos" las SA fueron eliminadas por las SS, que se convirtieron en el principal instrumento de terror.
Cualquier ilusión de que los nazis pudieran ser indulgentes con los gays, aunque muchos de sus primeros dirigentes lo hubieran sido, quedaron salvajemente disipadas. Tres semanas después de la llegada de Hitler a la cancillería, en enero de 1933, las organizaciones de defensa de los derechos gays fueron prohibidas. El Instituto de Hirschfeld fue atacado e incendiado. Cualquier tipo de 'actividad indecente' entre hombres quedó criminalizada. El mero hecho de figurar en la agenda de algún homosexual detenido era motivo de arresto. En 1937, Himmler, el jefe de las SS, ordenó el envío a los campos de concentración de todos los SS que mantuviesen prácticas homosexuales y, en 1941, un decreto de Hitler, destinado a mantener la pureza en las SS y en la policía, prescribía para aquellos la pena de muerte.
Los nazis atacaron no sólo a los judíos, sino también a los gays, socialistas, gitanos y sindicalistas, que pasaron a formar parte de los millones de personas que murieron en los campos de concentración. Millones de vidas se perdieron en las cámaras de gas, entre ellas las de miles de gays. El triángulo de color rosa fue el símbolo que diferenciaba a los gays de los demás prisioneros de los campos.
También en la URSS los acontecimientos tomaron un curso siniestro. A finales de los años 20, Stalin lanzó un programa de industrialización forzado para posibilitar al Estado soviético competir con el capitalismo occidental en su propio terreno. Todas las victorias de la revolución fueron anuladas y los altos costos de la industrialización fueron soportados por la clase trabajadora y los campesinos rusos. Los derechos de los trabajadores y sus organizaciones fueron aplastados, mientras las condiciones de vida y trabajo no dejaron de empeorar. De las cenizas de la revolución estaba surgiendo una nueva forma de capitalismo: El capitalismo de Estado. La burocracia surgida del partido comunista se convirtió en la nueva clase dirigente.
Ya en 1928 comenzó a verse el giro del Estado soviético en referencia a la cuestión homosexual. El Dr. Nikolai Pasche-Oserski anticipó el pésimo futuro, al afirmar que la homosexualidad era un 'peligro social en potencia'. Atacó también las conquistas de las mujeres y entre ellas, y de manera especial, la del aborto.
En el Congreso Internacional de la Liga Mundial por la Reforma Sexual de 1929, realizado en Londres, la delegación soviética ya no hizo ninguna mención a la cuestión homosexual, y en el Congreso del año siguiente, Batkis, el redactor de La revolución sexual en Rusia , al que hacemos referencia en el capítulo anterior, se vio forzado a adoptar una posición totalmente defensiva en lo referido, tanto a la cuestión de la homosexualidad como a la del aborto.
A medida que la revolución había ido degenerando, en la década de los 20, las conquistas de las mujeres habían sufrido una erosión progresiva. El proceso revolucionario de la eliminación de la familia había sido completamente interrumpido. La contrarrevolución de Stalin fue más allá y promovió la familia como una de las instituciones centrales del nuevo estado burocrático y represivo.
En un editorial de Pravda se dejaba muy clara la posición del Gobierno, con respecto a la homosexualidad y a la condición de la mujer. Se decía que: " La élite de nuestro país, lo mejor de la juventud soviética, está integrada, como regla general, por excelentes padres de familia que aman apasionadamente a sus hijos. Y viceversa: el hombre que no se toma en serio el matrimonio, y abandona a sus hijos a los azares del destino, acostumbra a ser un mal trabajador y un dudoso miembro de la sociedad...". El mismo editorial continuaba: " hace tiempo que la paternidad y la maternidad son virtudes de nuestra patria. Es algo que salta a la vista, que no necesita ninguna investigación. Basta pasear por los parques y las calles de Moscú, o de otra ciudad de la Unión Soviética, un día de fiesta, para ver la multitud de jóvenes que pasean llevando en brazos a sus hijitos bien alimentados y de sonrosadas mejillas".
A inicios de los años 30, se pasó a la acción y, al mismo tiempo que las purgas del Partido, comenzó la discriminación, la vigilancia y la detención masiva de homosexuales. Entre los detenidos, figuraban grandes personalidades del mundo literario, artistas y músicos. La defensa acérrima de la homosexualidad, llevada a cabo por parte de viejos revolucionarios, como Clara Zetkin, no fue suficiente para frenar la situación y todos aquellos que eran detenidos podían ser condenados a varios años de cárcel o al exilio siberiano. Esos arrestos generalizados produjeron una oleada de pánico entre los gays soviéticos, y fueron seguidos, tristemente, por numerosos suicidios, incluso en el propio Ejército Rojo.
A partir de marzo del 34, con la introducción de una nueva ley en el código penal, los actos homosexuales fueron castigados con hasta ocho años de cárcel. La ley, que fue promulgada en forma de estatuto federal, fue el resultado de la intervención personal de Stalin, y fue rápidamente insertada en todos los códigos existentes en las repúblicas, sin posibilidad de modificación alguna.
La prensa soviética emprendió una campaña contra la homosexualidad, que calificó de signo de degeneración humana. Uno de los personajes que trató con más brutalidad la cuestión homosexual fue Máximo Gorki, que en su artículo Humanismo proletario argumentó: "En los países fascistas, la homosexualidad, azote de la juventud, florece sin el menor castigo; en el país donde el proletariado ha alcanzado el poder social, la homosexualidad ha sido declarada un delito social y es severamente castigada. En Alemania ya existe un lema que dice: 'Erradicando a los homosexuales, desaparece el fascismo'".
Pero, ironías de la historia, en junio de 1934, sólo tres meses después de que Stalin promulgase ese estatuto contra la homosexualidad, Hilter llevó a cabo la eliminación de todos los dirigentes homosexuales de las SA, empleando argumentos muy parecidos a los que Stalin utilizaba para justificar la persecución de los homosexuales en la Unión Soviética.
Mientras, en la URSS, los estalinistas comparaban la homosexualidad con la decadencia de la ideología del hombre burgués y con una perversión fascista, los fascistas y el gobierno de Hitler calificaban los actos homosexuales de producto de una desviación de la pureza moral y de una muestra de bolchevismo sexual.
La resistencia a la contrarrevolución fue resuelta por la burocracia estatal, nueva clase dirigente en la URSS, con campos de trabajo forzado, exilio y ejecuciones. Millones de personas murieron en ese proceso en los campos de Siberia.
Transformar un partido de la clase trabajadora en una nueva clase dominante, sólo fue posible con la eliminación de todos aquellos miembros del partido que aún seguían fieles a los principios revolucionarios de lucha por la liberación y de socialismo desde abajo. Éstos fueron expulsados del partido, exiliados o asesinados. Una vez más, la derrota de la clase trabajadora, que supuso el ascenso de Stalin al poder, significó también la derrota para miles de gays y lesbianas.
El efecto del estalinismo en la izquierda desde los años 30 hasta nuestros días no puede ser subestimado. Éste destruyó la memoria del socialismo desde abajo, del socialismo como creación de la clase trabajadora, de la lucha por la liberación sexual. Para el movimiento gay en particular, supuso, aparte de su destrucción, la ruptura de éste con la tradición socialista. La memoria de lo que supuso la revolución rusa, que fue bautizada por Lenin como un «festival de los oprimidos», quedó totalmente borrada. La tarea de mantener viva la tradición marxista pasó durante aquellos años a pequeños grupos aislados. Marginados como estaban, sus ideas sobre revolución y liberación sexual quedaron prácticamente adormecidas, hasta el estallido de las revueltas de la década de los 60.

Stonewall y el resurgir del movimiento gay de liberación

A finales de la década de los 50 el monolítico régimen estalinista empezaba a desmoronarse.
Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 y Polonia en 1970 volvieron a la lucha desde abajo, que había estado paralizada durante décadas, amenazando a los gobernantes, tanto del Este como de Occidente.
Pero fue en Occidente donde la rebelión se hizo sentir con más fuerza, remodelando el pensamiento de la izquierda. La revuelta de Stonewall y la posterior creación del Frente de Liberación Gay, creó el marco perfecto para la reintroducción de la lucha por la liberación gay en la política de izquierdas. Al igual que en los períodos anteriores, el renacimiento y la evolución del movimiento gay sólo pueden entenderse dentro del contexto más amplio de ascenso de la lucha de clases.
Stonewall tuvo lugar en un escenario de luchas que no se veía desde finales de los años 20. Desde la creación del capitalismo han existido muchas revueltas de los oprimidos, pero éstas sólo tienen fuerza suficiente para ganar cuando se dan en momentos con un alto nivel de luchas generalizadas. La revuelta de Stonewall condujo directamente a la creación de un movimiento político, del mismo modo que las revueltas de los negros de los años 60 en los EEUU llevaron al nacimiento del Partido de los Panteras Negras. El Frente de Liberación Gay fue el fruto de un momento de ascenso de las luchas políticas.
Ese ascenso de la lucha fue el resultado de varios factores. Fue en parte consecuencia de los cambios dentro del sistema capitalista. El boom de la post-guerra, el mayor crecimiento económico de toda la historia del capitalismo, se prolongó desde el final de la guerra mundial a lo largo de las décadas de los 50 y 60. La falta de mano de obra, hizo que millones de mujeres se incorporasen, como trabajadoras, a las nuevas industrias en crecimiento.
En gran parte de Occidente la familia tradicional cambió rápidamente, minada por la independencia económica conseguida por las mujeres, que se incorporaban masivamente al trabajo, y por las crecientes demandas de la gente trabajadora, que desembocaron en importantes reformas como la del estado de bienestar. Los trabajadores ya no tenían que recurrir a la familia en caso de desempleo o enfermedad. La aparición de la píldora acabó con la eterna conexión entre sexo y reproducción para los heterosexuales. Las mujeres se liberaron del constante miedo al embarazo.
En parte, los permisivos años 60 fueron consecuencia del propio desarrollo del capitalismo. Pero fue la lucha la responsable fundamental de la crisis de las ideas reaccionarias. Tras las derrotas de los años 20, 30 y 40, la clase trabajadora creció numéricamente y ganó confianza a lo largo de los años 50 y 60. Las huelgas eran cortas, frecuentes y casi siempre victoriosas. Se creó una situación de fuerza y confianza, que fue el punto de partida para la explosión de luchas de masas que se iba a producir.
Una ola de luchas sacudió al sistema, barriendo todo el mundo industrializado, tanto en Occidente como en el Este. Se sucedieron protestas en contra de la guerra del Vietnam, la revuelta de los estudiantes franceses y la «Primavera de Praga» en el 68, las luchas en Italia en el 69, en Gran Bretaña en el 72 y 74, la revolución de los claveles en Portugal en el 74 y las luchas de la transición en el Estado español.
La guerra del Vietnam se convirtió en un foco importante para esa oleada de revueltas. En los EEUU, el movimiento anti-guerra atrajo a millones de personas, dando lugar a manifestaciones en Washington de centenares de miles. En los ghettos negros se produjeron revueltas masivas por la igualdad de derechos, en las que los negros comenzaron a cuestionarse su opresión. El movimiento feminista experimentaba el mismo ascenso. En definitiva, ésta fue una época en la que el sistema estaba siendo desafiado por todos lados. Fue una época en la que la izquierda revolucionaria dejó de ser tan minoritaria y creció rápidamente. Esta época significó también el renacimiento del movimiento gay. La chispa se produjo en Stonewall.
Stonewall era un bar gay situado en el centro de New York, cuya clientela eran, en su mayoría, jóvenes de clase trabajadora. En la noche del viernes 27 de junio de 1969 estaba muy concurrido. Doscientos hombres gays se apiñaban en él, 50 de ellos travestis. Como muchos de los bares gays, éste estaba controlado por la mafia, y sobrevivía gracias a los sobornos que tenía que pagar a la policía. Para justificar los pagos, la policía realizaba batidas ocasionales. Aquella noche, ocho policías decidieron llevar a cabo una redada; un número suficiente, según ellos, tratándose de un bar de "mariquitas". Siguieron el procedimiento de siempre: cargar a los gays en las furgonetas para llevarlos a comisaria, donde serían interrogados y humillados.
Pero aquel día una multitud empezó a congregarse alrededor del bar, gritando y contestando a la policía. La multitud, cada vez más numerosa y hostil, cercó totalmente a los ocho policías, que se refugiaron en el bar. Allí atrapados, pidieron ayuda a la comisaría que, esta vez, envió al escuadrón de fuerzas de choque de New York, normalmente usado sólo para los barrios marginales, como Harlem. La revuelta duró tres noches y la policía se vio obligada a retirarse de la zona. Los incidentes se sucedieron durante todo el verano hasta la creación, en agosto, del Frente de Liberación Gay.
El Frente de Liberación Gay cogió a New York y a su policía por sorpresa. Un acto 'normal' de opresión cotidiana había desencadenado una gran respuesta. El FLG llevó a cabo campañas contra los dueños de los bares gays, a los que veía como parásitos que explotaban a los gays con sus precios desorbitados y su connivencia con la policía. El FLG estableció reuniones públicas, editó un periódico llamado Come Out! y organizó una jornada de lucha para retomar las calles y expresar libremente el derecho a ser gay.
A partir de esas manifestaciones cada año, desde el 69, se celebra el día del orgullo gay en todo el mundo. No deja de ser irónico que muchas de estas manifestaciones -que celebran la revuelta de Stonewall, originada en parte contra los empresarios de la "economía rosa"- sean, hoy en día, organizadas por éstos.
En el número uno de su revista, Come Out!, el FLG dejaba claro que era "un grupo revolucionario homosexual compuesto por mujeres y hombres conscientes de que para cualquiera, la completa liberación sexual sólo puede realizarse con la demolición de las actuales instituciones sociales. Rechazamos los intentos de la sociedad de imponer papeles sexuales y cualquier definición de nuestra naturaleza, porque hemos renunciado a dichos papeles y a los mitos simplistas de la sociedad. Queremos ser lo que somos. Queremos crear nuevas formas sociales y nuevas relaciones humanas basadas en la fraternidad, la cooperación, el amor y la desinhibición de la sexualidad. Babilonia nos ha empujado hacia una sola meta: la revolución".
Con la fundación del FLG se produjo un cambio fundamental en el movimiento homosexual. La diferencia entre el FLG y otras organizaciones homosexuales previas, como los Mattachine Society (fundada en 1948), es la diferencia entre liberación e integracionismo. La Mattachine Society y otros grupos similares trabajaban (siempre dentro de los cauces legales) por la abolición de las leyes antihomosexuales y otras formas de discriminación, labor que no deja de ser meritoria, pero que no ataca la raíz del problema.
La ruptura del FLG con los grupos homosexuales que se limitaban a buscar la tolerancia social es comparable a la ruptura de Malcolm X y de los Panteras Negras con los integracionistas negros, o a la de las feministas revolucionarias con las "neosufragistas" que, más que cambiar una sociedad represiva, pretendían que se les hiciese un sitio en ella.
El Frente de Liberación Gay, en sus comienzos, se identificó con la lucha revolucionaria. Esto supuso una ruptura importantísima en cuanto a la forma de entender y luchar contra la opresión gay. Era una organización nacida de la calle y que luchaba en las calles. Sus eslóganes resumían un nuevo análisis de la opresión de gays y lesbianas: "Digámoslo bien alto, somos gays y estamos orgullosos de ello", "No soy yo quien está enfermo, sino que lo está la sociedad que me lo llama"...
Ponían el énfasis en que los homosexuales viven bajo una sociedad opresiva que hay que cambiar. Gays y lesbianas tienen que luchar abiertamente en las calles para conseguirlo. La lucha tiene que empezar por el hecho de "salir del armario", reconociendo y manifestando públicamente la homosexualidad, para combatir los prejuicios de la gente. Eso significó un enorme paso adelante, aunque no fue suficiente para terminar con los prejuicios de la "sociedad enferma".
El FLG se identificó con la lucha más amplia contra el sistema. Tomó parte en debates con los Panteras Negras para discutir sus ideas machistas y homofóbicas, un debate del que salieron victoriosos. En 1970, Huey Newton, líder de los Panteras Negras, hizo pública la solidaridad de éstos con el movimiento gay, argumentando que "los gays no tienen ningún tipo de libertad dentro de esta sociedad. De todos, puede que ellos sean los más oprimidos...". Participaron en las campañas contra la guerra del Vietnam. Supieron ver la necesidad de transformar la sociedad de forma radical, en otras palabras, de aplastar al capitalismo.
Pero el FLG mostró importantes debilidades, que compartía con el resto de los movimientos del momento en EEUU. Muchas de estas debilidades partieron del optimismo ingenuo que impregnó a todos estos movimientos. Había un sentimiento de que se quería la revolución y de que ésta iba a ocurrir ya. Con esta premisa, miraban con desprecio todo lo que significara teoría o el estudio de la experiencia anterior de la izquierda. Se volcaron de forma exclusiva en la experiencia de la lucha inmediata que, en un primer momento supuso enormes pasos adelante, pero que, con el descenso de las luchas, llevó a un callejón sin salida. La lógica desconfianza hacia los viejos partidos estalinistas les llevó a rechazar todo tipo de organización, lo que hizo imposible la toma de decisiones o la continuidad del movimiento cuando el nivel general de luchas disminuyó. El movimiento se fragmentó volviendo su mirada hacia las políticas reformistas o hacia las políticas de identidad.
Con el descenso de la lucha de clases, el FLG se hundió, pero había conseguido devolver la liberación de gays y lesbianas al lenguaje político de la izquierda. El movimiento revolucionario aprendió del movimiento gay y se reencontró con la tradición socialista de luchar por la liberación sexual.

Los orígenes del movimiento gay en el Estado español

La aparición del primer movimiento a favor de los derechos de los homosexuales en el Estado español estuvo relacionada, directamente, con la promulgación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970, que vino a sustituir a la antigua Ley de Vagos y Maleantes de 1933 (reformada en 1954, cuando se dio cabida en ella a los homosexuales).
Dos licenciados en derecho antifranquistas, Ramón Gaimón y Mir Bellgai, comenzaron una campaña de sensibilización basada, inicialmente, en el envío de cartas a todos los obispos procuradores en las Cortes, para que éstos presentaran mociones en contra del proyecto legislativo. Después de un largo debate en las cortes, el texto inicial, que consideraba a los homosexuales peligrosos sociales, por el mismo hecho de serlo, fue cambiado por otro algo menos reaccionario, en el que se consideraba peligrosos a quienes probadamente cometieran actos de homosexualidad.
Pero aunque se tratara de una victoria insignificante, las modificaciones en el texto alentaron a los dos activistas a seguir su lucha a favor de los derechos de los homosexuales. A partir de entonces, consiguieron conectar con otros activistas, con quienes empezaron a editar un boletín mensual llamado "AGHOIS" (contracción del nombre de este primer movimiento "Agrupación Homófila para la Igualdad Sexual", que muy pronto cambió su nombre por el de "Movimiento Español de Liberación Homosexual"). Entre los suscriptores de este boletín en Barcelona surgió la necesidad de reunirse periódicamente para tratar de impulsar los dos objetivos principales del MELH: concienciar a los homosexuales de la necesidad de luchar por sus derechos y conseguir la aceptación y el reconocimiento de los mismos por la sociedad. Además vinculaban la liberación gay con la lucha de clases.
Hay que tener en cuenta que a mediados de los 70, en el Estado español, se está produciendo un crecimiento de las luchas de los trabajadores sin precedentes desde los años 30. En conexión con esta lucha se produce una enorme efervescencia de las luchas de carácter nacional, de las mujeres... Inmersos en este ambiente y adoptando una línea ideológica más firme, el MELH pasó a constituir el FAGC (Front d'Alliberament Gai de Catalunya). Lanzan una plataforma que servirá de base para los movimientos que fueron creándose en el Estado español. Esta plataforma incluye puntos específicos del movimiento de liberación gay (amnistía para los homosexuales encarcelados, derogación de la ley de Peligrosidad, una educación sexual que no discrimine la homosexualidad...) junto a otros relacionados con otros movimientos y con la lucha de los trabajadores en general (legalización del divorcio, aborto y anticonceptivos libres y gratuitos, legalización de la prostitución, no discriminación de los transexuales, reducción de la jornada laboral, supresión del servicio militar...).
Una de las características básicas del FAGC con respecto a otras organizaciones, fue su estructuración en los llamados Grupos de Acción Territorial, que funcionaron en Barcelona (coincidiendo con una o más Asociaciones de Vecinos). Dentro de las asociaciones de vecinos se crean las 'vocalías de gays', que luchan en el ámbito del barrio, juntamente con las de mujeres y jóvenes. En su agenda se incluye la participación en las actividades políticas y culturales que celebraban los partidos y organizaciones de clase y otros movimientos de carácter marginal que, a su vez, participan en las campañas del FAGC. Su acción se encamina también a que el movimiento sea tomado en serio por las organizaciones de clase, entre las que se incluyen los sindicatos.
En agosto de 1976, bajo los auspicios del FAGC se constituyó en Mallorca el Front d'Alliberament Gai de ses Illes (FAGI), que se dio a conocer en la prensa y que difundió también los puntos básicos del "manifest".
Durante el primer trimestre de 1977 aparecieron también en el Estado español cinco grupos de liberación gay: el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria que se formó en Madrid; la Unión Democrática de Homosexuales de Málaga (UDHM), cuyos miembros pertenecían al PSOE y La Agrupación Mercurio, también en Madrid, que apareció primero como una organización reformista, pero que fue radicalizándose hasta constituir una organización con actitud y pensamiento revolucionario. Más adelante se crean el Movimiento Democrático de Homosexuales (MDH) de Madrid y el Euskal Herriko Gay Askapen Mugimendua (EHGAM) que se constituyó en Bilbao, y que publicó un artículo que recogía los puntos básicos del FAGC.
De forma paralela, aparecieron otro tipo de organizaciones despojadas del discurso político y reivindicativo. Fundadas la mayoría de ellas por sacerdotes, suspendidos a divinis por haberse declarado abiertamente homosexuales, defendían un discurso humanista y cristiano. Dos claros ejemplos de este tipo de organizaciones fueron la "Fraternidad Cristiana de la Amistad" , radicada en la ciudad de Valencia y el grupo "Dignitat", creada en Barcelona, a semejanza del movimiento "Dignity" norteamericano.
Finalmente y con un carácter completamente laico, apareció en Barcelona otro centro dedicado a la asistencia, ayuda y orientación de los gays. Se trata del "Institut Lambda", creado en 1976 en forma de sociedad civil.
Muchos de estos colectivos siguen hoy activos, pero lejos de tener la influencia que tenían en el pasado, dedican su esfuerzo a introducir sus preocupaciones en el máximo de ámbitos posibles. La realidad de la situación que apareció después de las luchas de los años setenta contra el franquismo marcó un punto de inflexión, en el que la mayoría de estas organizaciones giraron su lucha, no hacia un cambio radical, sino hacia un cambio basado en la resistencia y la política de la identidad. Como se vio en muchos otros movimientos sociales, la situación de la lucha a escala global marcó, y sigue marcando, su posición dentro de la misma lucha. Durante los años setenta, la lucha de la mayoría de estos colectivos encontró puntos en común con otros movimientos existentes en el momento. Ahora, muchos de ellos, no todos, han caído en la marginación, y su discurso, lejos de basarse en el optimismo de un cambio revolucionario, se basa en una evolución hacia la política de la identidad y de los estilos de vida alternativos.

La fragmentación del movimiento: La política de identidad

Alguna gente, que en la actualidad milita en la izquierda, muestra su desprecio por el énfasis que pone el marxismo en la cuestión de clase y en la lucha de clases, como piezas clave para entender y para transformar la sociedad. La mayoría de estas personas miran hoy en día hacia los "nuevos movimientos sociales". Este término abarca una amplia serie de movimientos que se originaron en las décadas de los 60 y 70 (contra la opresión de las mujeres, negros, lesbianas y gays, así como los que se organizan en torno a la ecología, la paz...).
Esta estrategia para el cambio social, también conocida como "política de identidad", se basa en la idea de que sólo aquellos que experimentan una determinada forma de opresión, pueden definirla o luchar contra ella. Además, la pervivencia en la sociedad de ideas sexistas, racistas y homofóbicas lleva muchas veces a la conclusión de que estos prejuicios que dividen a la gente no pueden ser nunca superados. En mayor o menor grado, se asume que el resto de la sociedad que no sufre determinada opresión (hombres, personas de raza blanca, heterosexuales...) son parte del problema y que en cierta manera se benefician de esa opresión y tienen interés en mantenerla.
La conclusión más directa es que cada grupo oprimido debe crear y mantener su propio movimiento diferenciado y separado del resto. Dichos movimientos se organizan sobre la base de la autonomía o independencia. Es lo que se conoce como "política de autonomía" o "de separatismo".
El movimiento de liberación gay de los 60 se identificaba con la lucha revolucionaria, en contacto con un movimiento social más amplio. Sin embargo no transcurrió mucho tiempo antes de que la política de separatismo también creciera dentro del movimiento gay, y condujera a su fractura.
Las lesbianas comenzaron a separarse del movimiento gay. Argumentaron que, cuando intentaban que se debatieran demandas específicamente lesbianas dentro del movimiento gay, los líderes de sexo masculino negaban el que las lesbianas se enfrentaran a ningún tipo de problema especial por el hecho de ser mujeres. E indudablemente existieron actitudes sexistas dentro del movimiento gay, pero tal como demostró la experiencia entre el GLF y los Panteras Negras es posible convencer a otros dentro del movimiento para que rompan con las ideas conservadoras, en un contexto de solidaridad y lucha.
Un sector de las lesbianas, dentro del feminismo radical, empezó a desarrollar el argumento de que las mujeres deben rechazar la heterosexualidad si quieren convertirse en seres humanos completos. Una escritora lesbiana defendió que: "las mujeres heterosexuales están confundidas por los hombres; no ponen a las mujeres primero, traicionan a las lesbianas y en su forma más profunda, se traicionan a sí mismas. No se puede construir un movimiento fuerte si tus hermanas están por ahí follándose al opresor".
Entre los hombres gays más activistas la tendencia fue aceptar la necesidad de movimientos separados y de 'autonomía' en general. Se aceptó la división de intereses y actividades entre hombres gays y lesbianas. La 'autonomía' es una afirmación positiva de lo que hace diferente a un grupo de personas del resto. El énfasis puesto en la 'autonomía' condujo también a centrarse cada vez más en la liberación personal o individual.
El acto de salir del armario se convirtió en un rasgo importante del movimiento de liberación gay y continúa siendo de gran importancia para desarrollar un sentido de orgullo gay en una sociedad homofóbica. Sin embargo, a medida que el activismo decaía, salir del armario se convirtió en una finalidad en sí mismo, en lugar de ser una forma de construir un movimiento más amplio y más general. Además, es importante entender que mientras exista el capitalismo, salir del armario será imposible para muchos de los gays y lesbianas. La mayoría de ellos se ven forzados a seguir ocultando su orientación sexual para conservar sus empleos, o están casados, o se sienten incapaces de romper con sus familias o comunidades. Vista como una finalidad en sí misma, la salida del armario sólo será factible, probablemente, para una minoría de gays y lesbianas.
Un claro ejemplo de política de la diferencia es lo que se ha denominado 'nacionalismo marica' (queer nationalism). El grupo que mejor representa este movimiento es Queer Nation (Nación Marica), formado en Nueva York, en 1990.
Cuando se preguntó a sus fundadores por qué habían escogido llamarse 'maricas', una palabra insultante antigay, contestaron: "es la idea de reapropiarnos de las palabras de nuestros opresores... y usarlas de una forma positiva para reafirmarnos..."
Quizá, los activistas de este movimiento se sientan personalmente reafirmados usando la denominación marica, pero la inmensa mayoría de la gente continuará contemplándolo como un término de insulto y desprecio. De hecho mucha gente sin duda verá el uso de la palabra "marica" como una aceptación de la opresión.
La esencia del "nacionalismo marica" es la creencia de que los gays deberían vivir en una cultura separada del resto de la sociedad. Este enfoque, necesariamente, engendra una atmósfera de extremo moralismo y un énfasis en el estilo de vida. La política de identidad asume el hecho de que sólo los que experimentan personalmente una forma de opresión pueden definirla o expresar una opinión acerca de cómo luchar contra ella. Más que conducir hacia la colaboración, éste enfoque ha conducido a la fragmentación.
En abril de 1993, la marcha por los derechos homosexuales en Washington atrajo a un millón de manifestantes. Aquí se volvió a demostrar el enorme potencial que existe para construir un movimiento amplio entre gays y lesbianas. Después de la manifestación, sin embargo, un grupo llamado QUASH (iniciales que corresponden a la traducción Maricas Unidos Contra los Homosexuales que actúan como Heterosexuales) publicó una carta titulada "Por qué odio la marcha de Washington". En la carta se presentaban argumentos contra la integración de los gays en el resto de la sociedad. La conclusión de la carta era: "¿Que había un millón de personas? Puede ser, pero me importa una mierda" .
Este movimiento, sobre todo en EEUU, se ha mostrado muy activo pero siempre en acciones muy minoritarias. El dominio de la política de identidad es una garantía de que no se va a construir un movimiento duradero y amplio, ya que esta política, lejos de unir a la gente entre sí y buscar la unidad con otros movimientos, potencia la fragmentación y las diferencias.
Una de las tácticas más controvertidas de este movimiento ha sido la del 'outing', cuya práctica refleja muy bien el moralismo que acompaña a las políticas de identidad. El 'outing' consiste en hacer pública la homosexualidad de personajes famosos que ocultan su sexualidad por las consecuencias que pueda tener para sus carreras, o bien de miembros de la Iglesia o de políticos que atacan los derechos de los homosexuales a pesar de serlo ellos mismos.
Aunque pueda parecer muy justa, hay un serio problema con esta táctica. No debería forzarse nunca a gays y lesbianas a salir del armario, no importa quiénes son o qué hacen. Esta estrategia se niega a admitir que la naturaleza del sistema hace imposible que muchos homosexuales reconozcan abiertamente su sexualidad. Las personas que son objeto del 'outing' han mantenido su sexualidad en secreto porque se avergüenzan de ella. Ponerlas en evidencia no va a hacer que éstas u otras personas ganen confianza, dando como resultado, generalmente, la negación de dicha evidencia.
En lugar de extender el mensaje de que hay mucha gente homosexual y de que no hay que avergonzarse de serlo, el 'outing' acaba dando la impresión de que ser gay es un secreto vergonzoso. Hace perder confianza para salir del armario a los gays y lesbianas que encuentran más dificultades para ello, generalmente de clase trabajadora.
Desde sus orígenes, el grupo Queer Nation descartó la posibilidad de construir el tipo de movimiento que podría actuar de forma solidaria con los heterosexuales que apoyan los derechos homosexuales.
Barbara Smith, feminista, negra y lesbiana y activista veterana del movimiento de los años setenta, argumentó por qué este enfoque es una receta para el desastre: "Los activistas 'maricas' se centran en cuestiones 'maricas' y, para ellos, el racismo, la opresión sexual y la explotación económica no entran dentro de esta categoría, a pesar de que la mayoría de los 'maricas' son gente de color, mujeres o clase trabajadora... Construir coaliciones unificadas que desafíen al sistema y finalmente preparen el camino para el cambio revolucionario, sencillamente no entra dentro de los planes de los activistas 'maricas' ... En 1990 leí el Manifesto de Queer Nation "Odio a los Heterosexuales" y escribí una carta al editor sugiriendo que si los 'maricas' de color seguíamos su liderazgo político pronto escribiríamos una declaración titulada "Odio a los blancos", lo que incluiría a los 'maricas' blancos de origen europeo".

El giro a la derecha: La economía rosa y la comunidad gay

Algunos de los que reconocen que el ambiente gay no aporta liberación de ningún tipo, decepcionados, no quieren saber nada de él. Ya sea de forma irónica o por desesperación, han llegado a pedir el cierre de los lugares de ambiente. Exageraciones aparte, se han dado cuenta de hasta qué punto el ambiente comercial gay está impregnado por los valores del mercado. Pero el impacto de las relaciones capitalistas no termina con el intento de las grandes compañías multinacionales de apoderarse del mercado gay. El propio mercado da forma a lo que se supone que significa ser gay.
La llamada economía rosa se utiliza para definir el supuesto estilo de vida gay. La comercialización de la "identidad gay" ha alcanzado muchos aspectos diferentes de la vida de la gente. Esto no es algo exclusivo de la lucha por los derechos gays. Muchas otras luchas que comenzaron como un desafío al sistema han sido expropiadas por el propio sistema cuando los que las dirigen se dan cuenta de las posibilidades de explotar un determinado mercado.
La lucha para acabar con la opresión de gays y lesbianas deja de ser, por tanto, una lucha contra el sistema para, abandonando la resistencia al mercado, convertirse en una aceptación del mismo. La revista semanal de los empresarios The Economist expresa muy bien esta idea: "Están apareciendo los primeros miembros de una nueva clase única: jóvenes gays que nunca han tenido miedo de ser asaltados o insultados... son la primera línea de una generación a la que podríamos llamar post-gay: una generación que podría crecer preguntándose de qué iba todo el movimiento" .
La división de clases que surge del capitalismo significa que hay gays de la clase dominante y de la clase trabajadora: los que tienen interés en defender al sistema y aquéllos cuyo interés objetivo es acabar con él. La economía rosa, que según muchos teóricos gays es lo que mantiene unida a la comunidad gay, muestra estas divisiones y antagonismos de una manera muy clara.
Los empresarios gays se aferran a la idea de la comunidad gay como una forma de legitimar sus actividades: "Todos los gays y lesbianas están en el mismo barco, por tanto deberían luchar juntos contra la discriminación" , nos dicen. Esta frase, sin embargo, está ocultando la naturaleza de clase de la opresión, el hecho de que los que tienen una posición más desfavorecida en la sociedad se enfrentan a la opresión de forma muy diferente a la de aquellos que están en la cima.
La falta de consistencia de esta idea de comunidad de intereses, quedó en evidencia durante las movilizaciones del 5 de octubre de 1996 en Sitges (Barcelona). El Ayuntamiento de esta localidad, gobernado por la derecha (coalición CiU-PP), estaba llevando a cabo una serie de actuaciones claramente homofóbicas como la apertura de fichas por parte de la policía municipal a homosexuales que eran detenidos en la calle. Como respuesta lógica, el FAGC convocó una manifestación de protesta en las calles de Sitges. Los empresarios gays, propietarios de los locales de ambiente, temerosos de que sus negocios se vieran afectados, cerraron sus bares como medida de presión contra la celebración de las movilizaciones, que fueron calificadas de provocación y de intento de crear crispación. Los empresarios fueron apoyados por un grupo del movimiento gay de tendencia reformista que, a su vez, desconvocó la manifestación.
Lo que debería haber sido una manifestación masiva para combatir la homofobia, se convirtió en un acto mucho más minoritario al que asistieron activistas gays y lesbianas y, junto a ellos, personas de otros movimientos de izquierda que querían plantar cara a la homofobia de la derecha. Desgraciadamente, a la convocatoria, probablemente atraídos por la división dentro de la "comunidad gay", también asistieron grupos de nazis que ejercieron su violencia contra los manifestantes.
Parece ser que ni a los empresarios, ni al grupo reformista, les importaban mucho los ataques recibidos por otros miembros de su comunidad, ya fuesen procedentes del ayuntamiento de derechas o de los skinheads nazis.
Hay que decir que muchos militantes de izquierda aceptan la idea de una comunidad gay. Se argumenta que "lo que une a las lesbianas y gays son sus experiencias sexuales similares y la discriminación que sufren, que no es más que el resultado de los prejuicios contra su sexualidad". Según esta idea, un hombre blanco gay rico, si pierde su trabajo por ser gay, estaría viviendo la misma situación que una lesbiana negra pobre que perdiese su trabajo por la misma razón.
Pero una simple mirada al estilo de vida de los gays de la clase dominante muestra que viven en un mundo muy diferente al de la mayoría de gays y lesbianas de clase trabajadora. The Advocate , una de las revistas gays más vendidas en EEUU, publicó recientemente una entrevista con Alan Gilmour. En ella nos habla de las dificultades que tuvo para asumir su homosexualidad y para vencer los prejuicios en su empresa tras su salida del armario. Hay que decir que hasta 1994, Alain Gilmour fue vicepresidente de la fábrica de coches Ford, lo que le convirtió en uno de los directivos con más influencia en los EEUU. Aunque en 1994 dejó a Ford , continúa formando parte del consejo de administración de Prudential Insurance, Dow Chemicals, Detroit Edison, US West y Whirlpool. En la entrevista nos dice que aunque está muy ocupado, todavía le queda tiempo para supervisar la construcción de la casa de sus sueños, una mansión de cuatro pisos y 1.200 m² en Detroit.
Por más simpatía que tengamos hacia la lucha de Gilmour para asumir su sexualidad, hay que reconocer que su estilo de vida y su riqueza pertenecen a un mundo muy alejado del de los trabajadores, que se ven obligados a trabajar largas jornadas a cambio de bajos salarios en la cadena de producción de la Ford, muchos de los cuales son gays y lesbianas.
Tal como cuenta en la entrevista, los viajes que hizo durante sus vacaciones, o por negocios, fueron de gran ayuda para Gilmour a la hora de asumir su homosexualidad. Pero la mayoría de la clase trabajadora en EEUU ha perdido un 19% del poder adquisitivo de sus sueldos, desde los años 70. Ellos no pueden permitirse este lujo. Sus principales preocupaciones son la vivienda, la sanidad, la educación o necesidades tan básicas como la comida y la calefacción. Habría que hacerse una pregunta: ¿De qué lado se pondría Gilmour si los trabajadores de sus empresas (gays y lesbianas incluidos) se pusieran en huelga para pedir un aumento de sueldo que les permitiera llevar un estilo de vida con el que poder afirmar su propia sexualidad?

Vuelve el mito de los consumidores ricos

Muchos aceptan que la mayoría de gays y lesbianas son un grupo de consumidores adinerados, con un poder adquisitivo desproporcionado en comparación con el resto de la población. Esta idea se ha reivindicado como un descubrimiento de los años 90, pero la imagen del gay adinerado se remonta a finales del siglo XIX, cuando la ley empezó a perseguir a los homosexuales. Durante más de un siglo se ha retratado a los gays como actores y artistas ricos y cultos. Estos estereotipos desempeñaron el papel negativo de sugerir que la gente corriente sencillamente no podría ser gay, reforzando, a su vez, actitudes homofóbicas entre los trabajadores.
La versión actualizada de estos estereotipos desempeña un papel similar y se ha reforzado con dos encuestas recientes en los EEUU. Ambas llegan a la conclusión de que gays y lesbianas tienen un nivel más alto de estudios y son más ricos. Así, el 59% de los gays y lesbianas en EEUU tendrían títulos superiores, mientras un 18% los tendría entre el resto de la población. El 49% desempeñarían profesiones directivas o ejecutivas, mientras que sólo las desempañaría un 15% entre el resto de la población. Estas estadísticas se usaron para persuadir a muchas empresas importantes de la conveniencia de anunciarse en la prensa gay de Estados Unidos, que en esos momentos estaba atravesando una situación financiera desesperada.
Hay pruebas recientes que sugieren que la fiabilidad de estas encuestas es más que cuestionable. Es principalmente gente de la clase media más rica y más educada la que contesta este tipo de cuestionarios. Hay nuevas investigaciones que contradicen los datos de las anteriores encuestas. En las elecciones de 1992 en EEUU se entrevistó a 15.000 votantes de los cuales 466 se identificaron como gay, lesbiana o bisexual. Y un estudio comparado de sus ingresos con el del resto de los votantes, revelaba que los votantes gays tendían a estar en el grupo de personas con menores ingresos. Otra encuesta de 1993 mostró que los entrevistados gays y lesbianas tenían unos ingresos medios muy por debajo de lo que nos decían las encuestas anteriores.
Es decir, que la idea de que todos los gays y lesbianas tienen buenas posiciones económicas es un mito. Es una pequeña proporción de todos los gays y lesbianas, que procede de las clases media y alta, los que han dado lugar a este estereotipo sobre la gente gay. Los gays y lesbianas de la clase trabajadora se ven "excluidos" de ese estereotipo, sencillamente por que no tienen suficiente poder adquisitivo.
Un ejemplo claro de la gradual comercialización del movimiento es el carácter que ha ido cobrando la manifestación del 28 de junio, día del orgullo gay. Hoy, muchas de las manifestaciones que se organizan alrededor del mundo, para celebrar los acontecimientos de Stonewall, se han convertido en oportunidades perfectas para multinacionales como Virgin, Budweiser o United Airlines que, por otro lado, no hacen nada para extender los derechos de los gays entre sus trabajadores.
La comunidad gay y su economía rosa no se distinguen del resto de la economía. Como en la mayoría de industrias, los trabajadores que trabajan dentro del ambiente gay son objeto de una dura explotación. La supuesta comunidad está para servir únicamente a los intereses de los empresarios gays, así como la supuesta unidad entre gays ricos y pobres está destinada a legitimar las actividades de estos empresarios y no a luchar contra la opresión.

El socialismo y la liberación sexual

La opresión de los homosexuales es inseparable del sistema capitalista. Lo es, porque la sexualidad gay amenaza la imagen ideal de la familia, pieza clave del sistema en la reproducción de trabajadores y en la transmisión de la ideología dominante.
En su libro titulado La cuestión homosexual, Jean Nicolas argumenta que: "la norma sexual, como cualquier forma de ideología, no es algo que exista de por sí; se materializa en toda una serie de instituciones sociales que, por su parte, desempeñan otras funciones. La inculcación de la norma sexual se opera sobre todo en el seno de las tres instituciones principales encargadas de la educación de los individuos: la familia, la escuela, la iglesia" . Más adelante, hablando sobre la imposición de la norma, explica que: "En la sociedad capitalista, la sexualidad no es ya únicamente objetivo de un discurso normativo y codificado, sino que, al propio tiempo, es fuente de beneficios a través de su comercialización. La norma sexual tiene, pues, como función canalizar la demanda hacia circuitos comerciales creados a este efecto" .
Las instituciones que sostienen la ideología dominante evolucionan históricamente y se transforman. La familia, por ejemplo, ha sobrevivido a los cambios, generación tras generación, por la sencilla razón de que el capitalismo ha sabido adaptarse y adaptar esta institución a los nuevos tiempos. En los últimos cincuenta años, los cambios se han agudizado. En los años 60, la incorporación masiva de mujeres a la industria y la universidad respondió a la necesidad de tener más mano de obra, más preparada. Pero, a pesar de ello, la discriminación de la mujer no desapareció.
No cambió la situación de la mujer porque aunque la familia sufriera una transformación como resultado de una reestructuración social más general, la raíz y la esencia de lo que supone la vida en familia bajo el capitalismo no cambió.
Marx hablaba de que el sistema capitalista necesitaba transformarse continuamente para poder adaptarse a los cambios que se producen en la economía. Esos cambios afectan a la estructura del sistema, pero dentro de éste, la necesidad de la opresión permanece inmutable. Por eso, para los socialistas la lucha por la liberación gay y lesbiana es inseparable de la lucha contra el capitalismo.
Los avances en los derechos homosexuales han estado siempre ligados a los avances en la lucha de los trabajadores. La opresión sirve al sistema para dividir la lucha y para parcelar la fuerza de la clase trabajadora. La división artificial de homosexuales contra heterosexuales, negros contra blancos y hombres contra mujeres, promueve la desigualdad y la discriminación continuada. No sirven, en absoluto, para construir un mundo mejor.

La lucha y la revolución de la conciencia

El análisis marxista sobre la opresión y su afirmación de la posibilidad de liberación, apuntan a la necesidad de la clase trabajadora. Este hecho no es casualidad. Marx hablaba de la clase trabajadora porque entendía que ésta se encontraba en una situación colectiva y que, por tanto, debía dar una respuesta colectiva a los ataques y opresiones del sistema. Claro está, que esto no es tan automático, pero Marx hablaba también de la importancia de la lucha y la revolución de la conciencia.
Como socialistas, damos apoyo a las luchas de los diferentes grupos oprimidos y defendemos las reformas que llevan mejoras a todos estos colectivos y a la gente en general. Así mismo, luchamos contra los ataques homofóbicos dirigidos contra personas, organizaciones o espacios frecuentados por homosexuales. Apoyamos a cualquier gay o lesbiana, independientemente de su origen social, en la afirmación de su sexualidad. Sin embargo, es necesario desenmascarar los intereses de gays y lesbianas de la clase dominante en defensa del sistema, y sus intentos de desviar la lucha por la liberación hacia el mero consumismo.
Entendemos que sólo la lucha colectiva y valiente puede desafiar la ideología dominante hasta acabar con ella y superarla. Para hacer esto es importante que el máximo de gente se involucre en la lucha y que las reivindicaciones específicas de cada grupo oprimido se unan entre sí para plantar cara al sistema. Cambiando las circunstancias, la gente cambia.
Marx defendía que : "la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases" .
Durante la lucha, la gente no sólo cuestiona los aspectos económicos del sistema. En la lucha intervienen otros factores. A la lucha económica debemos sumarle la lucha ideológica y el incremento de la conciencia de clase. En su escrito sobre la clase trabajadora y los oprimidos, La liberación de las mujeres , Tony Cliff, lo explica con la cita siguiente: "La concienciación no surge porque la gente se ponga a pensar: ¿Cómo vamos a concienciarnos? La concienciación surge porque la gente siente seguridad en sí misma y se encuentra en forma para pelear. Así es cómo cambia".
En cualquier manifestación, huelga o protesta, la gente que interviene en ella aprende con la práctica cómo funciona el sistema y cómo hacerle frente. También la lección enseña cómo unirse, cómo luchar juntos, y cómo superar las divisiones. Tanto en las luchas más globales como en campañas concretas en contra de una opresión específica, es importante que el máximo de gente se involucre en ella, dejando de lado si esa opresión le afecta directamente o no. Por ejemplo, en una campaña en defensa del aborto, es importante, que aparte de las mujeres, se involucre en ella la gente negra, gays y lesbianas, etc.
Contra la visión de algunos que defienden que la conciencia y la naturaleza humana son inmutables y estáticas, muchos ejemplos en la historia demuestran lo contrario. El más significativo de estos cambios se dio en la revolución rusa de 1917.
En Rusia, antes de 1917, los judíos sufrían una fuerte opresión. A ellos les estaba prohibido vivir en Petrogrado y Moscú, y a menudo se organizaban pogroms (matanzas y robos) para reprimirlos. Después de la revolución, la situación cambió, y no fue por arte de magia que esto ocurrió, sino por el grado de concienciación que se dio a lo largo de la revolución. Buena muestra de ello fue que León Trotski, uno de los líderes de los bolcheviques y judío, fuese elegido presidente del Soviet de Moscú.
Las luchas de hoy muestran la posibilidad de plantear alternativas a este sistema. La agudización de éstas surge de la explotación inherente al capitalismo y, mientras éste exista, siempre habrá gente dispuesta a luchar y a organizarse. En momentos altos de lucha esta minoría deja de serlo, y cuando la lucha deja de ser una cuestión de unos pocos individuos, la posibilidad de un cambio global, de una revolución, recobra fuerza. Durante estos dos últimos años, con las luchas en Indonesia, América Latina y las protestas en Seattle y Washington, hemos tenido buenos ejemplos del potencial y la fuerza de la respuesta.
Evidentemente, esto sólo es el principio. Queda mucho camino por recorrer hasta llegar a una revolución, pero el camino existe. La revolución rusa fue, en parte, la revolución de los oprimidos, explotados y excluidos. La esencia de la revolución de octubre se materializó con el fin de la opresión hacia los judíos, los más explotados.
Una próxima revolución, la revolución de nuestro tiempo, deberá contemplar esta cuestión. En próximas luchas, la cuestión de la liberación gay y lesbiana deberá recobrar su importancia trascendental. La liberación sexual forma parte de una liberación total: la de la humanidad.

Lenin y la emancipación de la Mujer, por su esposa Nadeshaya Krupskaya

Lenin y la emancipación de la Mujer.
 El pensamiento de Lenin sobre la emancipación de la mujer, fue recopilado por su esposa Nadeshaya Krupskaya en su obra Lenin y la emancipación de la mujer, en la que reúne la síntesis de sus artículos y discursos sobre el tema. Escribe Krupskaya que “desde el comienzo de su actividad revolucionaria, Lenin dedicó una atención especial a la situación de las obreras y las campesinas así como a la incorporación de la mujer al movimiento obrero”. Para Lenin, la transformación de la situación de la mujer está indisolublemente ligada a toda la lucha por la causa obrera y por el socialismo.
Si quisiéramos resumir el pensamiento de Lenin sobre la emancipación de la mujer en una sola palabra, ésta sería IGUALDAD ya que él concebía la plena igualdad de la mujer como un principio indiscutible para un comunista. Igualdad en su sentido más es una igualdad real frente a la igualdad formal de la burguesía. Lenin explica la diferencia entre ésta y la igualdad enla RusiaSoviética:” El capitalismo –dice- combina la igualdad formal con la desigualdad económica de la que deriva naturalmente la desigualdad social. Y precisa: “Una de las manifestaciones más flagrantes de la injusticia es la desigualdad de derechos de la mujer frente al hombre” y añade,” contrariamente, las medidas bolcheviques para erradicar la desigualdad, no son medidas adormecedoras, de tutela, sino que, como revolucionarias, nuestras medidas llaman a la mujer a trabajar en pie de igualdad con el hombre por la transformación de la economía y la superestructura ideológica”.

Estas medidas tienen un aspecto innovador según dice el mismo Lenin pues, en la dictadura del proletariado, las reivindicaciones para la mujer ya no son objeto de lucha entre el proletariado y la burguesía, sino que son ladrillos para la edificación de la sociedad comunitaria. Piensa asimismo que “no puede haber revolución socialista si la inmensa mayoría de las mujeres trabajadoras no participan en ella en grado considerable”.

Enla RusiaSoviética, la lucha por la igualdad de la mujer comprende todos los ámbitos de la vida: políticos, económicos y sociales, primando especialmente el marco familiar en el que inciden los tres ámbitos.
Si como decía , “sin teoría no puede haber una buena práctica,” empezaremos por releer su teoría y su diagnóstico de la situación de la mujer para pasar después a la buena práctica de su realización.
Ámbito político: Para Lenin,“lo principal y fundamental del bolchevismo  y dela Revoluciónde Octubre, consiste en la incorporación a la política de los que sufrían mayor discriminación y opresión bajo el capitalismo,” de modo que no es posible incorporar a estas masas a la política sin incorporar a las mujeres”. ¿Cuál es el modo de conseguirlo? Hacer que en un primer momento, las tareas políticas para la masa trabajadora sean sencillas, claras y plenamente asequibles para todos, eliminando así la discriminación elitista, enmascarada en las viejas sociedades capitalistas que alegaban que, para ocuparse de política, se necesitaba una formación especial. Para hacer efectiva esta incorporación debía complementada con la práctica.
Por tanto es preciso que todos, en este caso especialmente las trabajadoras, intervengan cada vez más, en la gestión de las empresas públicas y en la administración del Estado. Insta igualmente a que las obreras participen activamente en las elecciones a los Soviets para que tengan una mayor presencia en ellos y se demuestre que el proletariado tiene la voluntad de luchar contra la vieja desigualdad burguesa de la mujer y que lo está haciendo.

Ámbito económico: Este aspecto es otro factor imprescindible para la emancipación de la mujer. Las mujeres de todas las clases estaban sometidas al patriarcado político, religioso y social, es decir, condenadas a la dependencia de los varones. Lenin describe la situación de esclavitud de las mujeres  en la vieja sociedad: las burguesas porque al carecer de derechos, estaban bajo la total dependencia del hombre. Las trabajadoras, por la situación inhumana en la que se encontraban, tanto en lo social como en lo personal. Las campesinas, porque la economía agrícola, pequeña y media, ataba a la mujer a la hacienda individual, en la que era la auténtica esclava del marido. Sin horizonte social, estaba condenada a sufrir una doble explotación: la doméstica y la del sistema. A título de ejemplo, Lenin cita el caso de un empresario de Moscú que “deslocaliza” la producción de su empresa de trabajo a domicilio, de la ciudad al campo, explicando que, “en Moscú las viviendas son caras y las obreras”, “las Kusares hay que darles pan blanco, mientras que en la aldea trabajan en su isba y comen pan negro”. En todos los casos, el trabajo de las mujeres es más rentable para el propietario. La desigualdad salarial produce una mayor plus valía, ya que las mujeres reciben un salario inferior por el mismo trabajo que haría un hombre.
La desigualdad salarial constituye, por tanto, uno de los factores más importantes de la sumisión femenina, porque, a causa de esta inferioridad, sus ingresos no constituyen un valor indispensable para el mantenimiento de la familia, quedando por tanto desvalorizado como aporte auxiliar.
Aunque es preciso señalar que la desvalorización del trabajo de la mujer, no era exclusivo dela RusiaZarista.En nuestro mundo, tanto en las sociedades económicamente más desarrolladas, como en las subdesarrolladas, las mujeres, por la falta de una educación, que Flora Tristan denominaba “útil”, es decir, útil para ella y para la sociedad, se han visto relegadas, cuando no marginadas, de la actividad productiva y por consiguiente, privadas de reconocimiento social.
Por esta razón,la UniónSoviéticapriorizó la igualdad salarial y la incorporación de la mujer al trabajo colectivo común. Lenin precisa a esta respecto que “no se trata de igualar a la mujer en el volumen, la duración y las condiciones del trabajo, sino de lo que se trata es de que no se vea, por su condición económica, en condiciones de inferioridad respecto al hombre.

En el mundo rural, la única solución  para la emancipación de la campesina reside en la colectivización puesto que, al integrarse en la producción común, se libera de la esclavitud de la economía doméstica.
Igualmente, vemos cómo la integración del resto de las obreras a la industria mecánica, además de igualar su condición laboral impulsa su desarrollo personal y su independencia.

Aspectos sociales y domésticos: Estos dos aspectos son interdependientes para la emancipación de las mujeres. Lenin estaba convencido de que su papel dentro de la familia era la clave de su opresión y subraya que, al igual que el resto de las explotaciones que sufre, ésta deriva del concepto erróneo de su condición inferior. Subraya asimismo que “la igualdad ante la ley no es la igualdad ante la vida”. En el hogar, las mujeres son “esclavas domésticas” y que, además de desempeñar todas las tareas domésticas, consiguen mantener a la familia con unos pocos centavos “economizando en  todo menos en su trabajo”. De este abuso familiar, Lenin hace cómplices a los hombres especialmente a los comunistas. Dice: “Escarbad en un comunista y encontraréis un filisteo”. “¿Existe una prueba más evidente que la calma con que los hombres ven cómo de desgasta la mujer en el trabajo doméstico? Si no colaboran con ellas es porque consideran que esto está reñido con el “derecho y la dignidad del marido”.

Y como sabe que no es sencillo remontar el atraso de siglos, Lenin propone que, en el trabajo con las masas femeninas se priorice el trabajo educativo entre los hombres y esto – dice – debemos hacerlo tanto e el Partido como con las masas.
Ámbito social: En este aspecto Lenin considera la prostitución como el exponente más flagrante inflingida a la mujer ya que su origen y su práctica son el fruto de la “tremenda miseria y de las vergonzosas humillaciones que sufre, débil y desamparada, bajo el régimen burgués”. Señala Krupskaya que Lenin se indignaba ante la hipocresía de la burguesía que, mientras quiere hacer ver que la combate, la permite y la estimula. Como ejemplo dice que “la burguesía viola a las adolescentes en las colonias y cómo “la libre y civilizada” Norteamérica organiza la trata de blancas y rapta a las muchachas en los países sojuzgados para explotarlas en sus burdeles”. El egoísmo de estos países hace que se desentienda de las causas sociales de la prostitución y la promueva como factor económico para su beneficio.

Por tanto, para liberar a las mujeres del yugo de la prostitución, Lenin propone su reinserción en el mundo productivo, su integración en los sindicatos y en los partidos obreros, único medio de luchar contra la causa de su pobreza, al tiempo que se hace con ellas una labor psicológica que les ayude a recuperar su dignidad. Y, contrariamente al sistema represivo burgués, que penaliza la actividad que promueve, enla RusiaSoviética, la prostituta no es considerada una delincuente sino una víctima de la sociedad y de las condiciones económicas que ésta le impone.

Otro aspecto decisivo como derecho y como factor de igualdad es el divorcio que, para la mujer representa una cuota indispensable para su libertad y para la emancipación de su sujeción familiar.
Una nota significativa, aunque a primera vista no se le de demasiada importancia, es el lenguaje, en el que frecuentemente Lenin establece la dualidad masculina-femenina, por la que remarca la inclusión de las mujeres en el proyecto político que narra. Así  las octavillas dirigidas a los obreros de la fábrica Thornton llevan el título “A los obreros y a las obreras”, más tarde aludirá a la “liberación de los obreros y de las obreras del yugo capitalista, impulsada por cientos de campesinos y campesinas,” lo mismo que cuando se refiere a los derechos del ciudadano y de la ciudadana”. Esta dualidad lingüística responde a un planteamiento político y no al exclusivo concepto de afirmación de género del lenguaje feminista.

El enfoque de Lenin sobre la emancipación de la  mujer excluye cualquier atisbo de paternalismo por lo cual implica a la mujer en su proceso de liberación. Afirma que lo mismo que la emancipación de los obreros debe ser obra de los obreros mismos, la emancipación de las obreras debe ser obra de las obreras mismas. Son ellas las que deben preocuparse de desarrollar sus instituciones, lo que les permitirá el cambio completo de su situación. Para Lenin, la igualdad de la mujer en la construcción del socialismo, no admite separaciones de género, que solo conducen a obstaculizar el proceso revolucionario. Lenin sabe que “sin las mujeres no puede haber un movimiento verdadero de masas” pero precisa: “Nada de organizaciones especiales de mujeres comunistas. La comunista es tan militante del Partido como lo es el comunista, “con las mismas obligaciones y derechos. En esto – concluye – no puede haber  ninguna divergencia.”

Entre sus colaboradores más cercanos figuraban muchas mujeres, las cuales, a pesar de sus valiosas aportaciones, no han pasado a la historia con el relieve que merecen. Entre ellas voy a citar únicamente a tres: Nadezhaya Krupskaya, Clara Zetkin y Alejandra Kollontai.

Nadezhaya Krupskaya, militante del Círculo Marxista desde su juventud, fue Secretaria del Comité Central del Partido bolchevique en 1905. En 1917 fue nombrada Comisaria de Educación. Pedagoga, feminista, autora de numerosas obras, es injustamente más conocida por ser la esposa y compañera de Lenin que por su actividad, que ha quedado así oscurecida para el gran público.

Krupskaya fue la creadora del sistema educativo dela UniónSoviética, basado en la teoría  marxista, integral y polivalente. Organizó las bibliotecas de todo el país. Éstas tenían que desempeñar un papel muy importante en la construcción de la sociedad soviética y su misión, además de mejorar el nivel cultural de la población, era indispensable para consolidar la infraestructura ideológica de la teoría marxista. Para llevarlo a cabo creó un cuerpo de bibliotecarios, encargados de la formación política y cultural de los lectores. Durante el gobierno de Lenin se fundaron miles de bibliotecas por todo el país. Además  cada fábrica disponía de un centro social, una biblioteca y una escuela.

Clara Zetkin, cofundadora con Rosa Luxemburgo del Partido Socialista alemán, fue una de las pioneras de la lucha por la emancipación de la mujer y por el Comunismo. Destacó igualmente como defensora del voto para la mujer que ella consideraba no solamente un derecho individual y natural sino, sobretodo un derecho natural y social. En el II Congreso internacional en 1889, defendió la posición de los marxistas que propugnaban el sufragio universal, propuesta que salió vencedora frente a la de los reformistas que lo reclamaban únicamente para los hombres.
Zetkin fue la promotora de instaurar el 8 de marzo como el Día Internacional dela MujerTrabajadora.Fue miembro del Comité ejecutivo del Komintern Internacional Comunista y en 1924 presidió el Socorro Rojo Internacional. Fue amiga y colaboradora de Lenin y de Krupskaya y participó en todos los  movimientos para integrar a las mujeres en la construcción del Comunismo y afirmaba que, “si las mujeres quieren ser libres, es preciso que unan sus fuerzas a las del movimiento obrero”.

Alejandra Kollontai era una relevante feminista, bolchevique y miembro del Comité del Partido en 1917. Votó a favor de la insurrección y de la toma del Palacio de Invierno. En 1918 fue una de las organizadoras del Congreso de Mujeres Trabajadoras de toda Rusia. De este congreso surgióla Seccióndela Mujerdel Partido Comunista. Tras el triunfo dela Revoluciónentró en el gobierno como Comisaria del Pueblo para el bienestar Social. Elaboró el programa sobre la protección de la maternidad en 1918.         Estableció una completa estructura de clínicas de maternidad, consultorios, casas cuna, guarderías, residencias para madres e hijos en dificultades, vacaciones, comedores entre otros. En la historia de la protección a la  mujer y a la infancia,la UniónSoviéticaalcanzó cotas que ningún otro país había conseguido.
Si nos limitamos al simple enunciado de las conquistas logradas porla Revoluciónpara la total transformación de la situación de la mujer, podemos apreciar la dimensión que alcanzaron: Matrimonio Civil – Derecho – Divorcio, por acuerdo de los conyugues –  Derecho a demandar judicialmente del padre alimentos para el sostenimiento del hijo. – -Aborto, gratuito, realizado en hospitales públicos – Programa de maternidad, ya mencionado – Abolición de la ilegitimad de los hijos habidos fuera del matrimonio o de madres solteras -  Condiciones d trabajo – salubridad, supresión de trabajo nocturno, horarios – Igualdad salarial, siendola UniónSoviéticael único país que legisló “a igual trabajo, igual salario”.

Enla IVConferencia  a las Mujeres sin partido en Moscú en 1919, afirmaba Lenin: “La cuestión relativa a la situación de la mujer ha sido planteada por el Poder Soviético desde el primer momento (…) Ahora podemos decir con orgullo que, exceptuandola UniónSoviética, no existe ningún país en el mundo donde la mujer goce de plena igualdad de derechos y no esté colocada en una situación humillante, particularmente sensible en la vida cotidiana y familiar. Ésta fue una de nuestras “primeras y más importantes tareas.” Pero Lenin no deja de reconocer la aportación de las mujeres al proceso revolucionario, tanto en los frentes como en la retaguardia. Sin ellas – dice Lenin – no habríamos vencido. O difícilmente habríamos vencido”.
Para terminar, las palabras de Krupskaya en el aniversario de la muerte de Lenin son una llamada para no abandonar nunca la lucha: “Han pasado diez años desde la muerte de Lenin. En este luctuoso aniversario comprobaremos como en todos los aspectos hemos cumplido los legados de Lenin. Haremos el balance. En lo que atañe a la emancipación de la  mujer, bajo la dirección del Partido, el legado de Lenin se cumple. Seguiremos adelante

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