Karl Marx
Pensador socialista y activista revolucionario
de origen alemán (Tréveris, Prusia occidental, 1818 - Londres, 1883).
Karl Marx procedía de una familia judía de clase media (su padre era un
abogado convertido recientemente al luteranismo). Estudió en las
universidades de Bonn, Berlín y Jena, doctorándose en Filosofía por esta
última en 1841.
Desde esa época, el pensamiento de
Marx quedaría asentado sobre la dialéctica de Hegel, si bien sustituyó
el idealismo de éste por una concepción materialista, según la cual las
fuerzas económicas constituyen la infraestructura que determina en
última instancia los fenómenos «superestructurales» del orden social,
político y cultural.
Karl Marx
En
1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició a Marx en el
interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución francesa y por
los primeros pensadores socialistas. Convertido en un demócrata radical,
Marx trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas
políticas le obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).
Por
entonces estableció una duradera amistad con Friedrich Engels, que se
plasmaría en la estrecha colaboración intelectual y política de ambos.
Fue expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por fin, tras
una breve estancia en Colonia para apoyar las tendencias radicales
presentes en la Revolución alemana de 1848, pasó a llevar una vida más
estable en Londres, en donde desarrolló desde 1849 la mayor parte de su
obra escrita. Su dedicación a la causa del socialismo le hizo sufrir
grandes dificultades materiales, superadas gracias a la ayuda económica
de Engels.
Marx partió de la crítica a los
socialistas anteriores, a los que calificó de «utópicos», si bien tomó
de ellos muchos elementos de su pensamiento (de autores como
Saint-Simon, Owen o Fourier); tales pensadores se habían limitado a
imaginar cómo podría ser la sociedad perfecta del futuro y a esperar que
su implantación resultara del convencimiento general y del ejemplo de
unas pocas comunidades modélicas.
Por el contrario,
Marx y Engels pretendían hacer un «socialismo científico», basado en la
crítica sistemática del orden establecido y el descubrimiento de las
leyes objetivas que conducirían a su superación; la fuerza de la
Revolución (y no el convencimiento pacífico ni las reformas graduales)
serían la forma de acabar con la civilización burguesa.
En
1848, a petición de una Liga revolucionaria clandestina formada por
emigrantes alemanes, Marx y Engels plasmaron tales ideas en el Manifiesto Comunista, un panfleto de retórica incendiaria situado en el contexto de las revoluciones europeas de 1848.
Posteriormente,
durante su estancia en Inglaterra, Marx profundizó en el estudio de la
economía política clásica y, apoyándose fundamentalmente en el modelo de
David Ricardo, construyó su propia doctrina económica, que plasmó en El Capital; de
esa obra monumental sólo llegó a publicar el primer volumen (1867),
mientras que los dos restantes los editaría después de su muerte su
amigo Engels, poniendo en orden los manuscritos preparados por Marx.
Partiendo
de la doctrina clásica, según la cual sólo el trabajo humano produce
valor, Marx denunció la explotación patente en la extracción de la plusvalía, es
decir, la parte del trabajo no pagada al obrero y apropiada por el
capitalista, de donde surge la acumulación del capital. Criticó hasta el
extremo la esencia injusta, ilegítima y violenta del sistema económico
capitalista, en el que veía la base de la dominación de clase que
ejercía la burguesía.
Sin embargo, su análisis
aseguraba que el capitalismo tenía carácter histórico, como cualquier
otro sistema, y no respondía a un orden natural inmutable como habían
pretendido los clásicos: igual que había surgido de un proceso histórico
por el que sustituyó al feudalismo, el capitalismo estaba abocado a
hundirse por sus propias contradicciones internas, dejando paso al
socialismo. La tendencia inevitable al descenso de las tasas de ganancia
se iría reflejando en crisis periódicas de intensidad creciente hasta
llegar al virtual derrumbamiento de la sociedad burguesa; para entonces,
la lógica del sistema habría polarizado a la sociedad en dos clases
contrapuestas por intereses irreconciliables, de tal modo que las masas
proletarizadas, conscientes de su explotación, acabarían protagonizando
la Revolución que daría paso al socialismo.
En otras
obras suyas, Marx completó esta base económica de su razonamiento con
otras reflexiones de carácter histórico y político: precisó la lógica de
lucha de clases que, en su opinión, subyace en toda la historia de la
humanidad y que hace que ésta avance a saltos dialécticos, resultado del
choque revolucionario entre explotadores y explotados, como trasunto de
la contradicción inevitable entre el desarrollo de las fuerzas
productivas y el encorsetamiento al que las someten las relaciones
sociales de producción.
También indicó Marx el
sentido de la Revolución socialista que esperaba, como emancipación
definitiva y global del hombre (al abolir la propiedad privada de los
medios de producción, que era la causa de la alienación de los
trabajadores), completando la emancipación meramente jurídica y política
realizada por la Revolución burguesa (que identificaba con el modelo
francés); sobre esa base, apuntaba hacia un futuro socialista entendido
como realización plena de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad,
como fruto de una auténtica democracia; la «dictadura del proletariado»
tendría un carácter meramente instrumental y transitorio, pues el
objetivo no era el reforzamiento del poder estatal con la
nacionalización de los medios de producción, sino el paso -tan pronto
como fuera posible- a la fase comunista en la que, desaparecidas las
contradicciones de clase, ya no sería necesario el poder coercitivo del
Estado.
Marx
fue, además, un incansable activista de la Revolución obrera. Tras su
militancia en la diminuta Liga de los Comunistas (disuelta en 1852), se
movió en los ambientes de los conspiradores revolucionarios exiliados,
hasta que, en 1864, la creación de la Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT) le dio la oportunidad de impregnar al movimiento
obrero mundial de sus ideas socialistas. Gran parte de sus energías las
absorbió la lucha, en el seno de aquella primera Internacional, contra
el moderado sindicalismo de los obreros británicos y contra las
tendencias anarquistas continentales representadas por Proudhon y
Bakunin. Marx triunfó e impuso su doctrina como línea oficial de la
Internacional, si bien ésta acabaría por hundirse como efecto combinado
de las divisiones internas y de la represión desatada por los gobiernos
europeos a raíz de la revolución de la Comuna de París (1870).
Retirado
desde entonces de la actividad política, Marx siguió ejerciendo su
influencia a través de sus discípulos alemanes (como Bebel o
Liebknecht); éstos crearon en 1875 el Partido Socialdemócrata Alemán,
grupo dominante de la segunda Internacional que, bajo inspiración
decididamente marxista, se fundó en 1889.
Muerto ya
Marx, Engels asumió el liderazgo moral de aquel movimiento y la
influencia ideológica de ambos siguió siendo determinante durante un
siglo. Sin embargo, el empeño vital de Marx fue el de criticar el orden
burgués y preparar su destrucción revolucionaria, evitando caer en las
ensoñaciones idealistas de las que acusaba a los visionarios utópicos;
por ello no dijo apenas nada sobre el modo en que debían organizarse el
Estado y la economía socialistas una vez conquistado el poder, dando
lugar a interpretaciones muy diversas entre sus seguidores.
Dichos
seguidores se escindieron entre una rama socialdemócrata cada vez más
orientada a la lucha parlamentaria y a la defensa de mejoras graduales
salvaguardando las libertades políticas individuales (Kautsky,
Bernstein, Ebert) y una rama comunista que dio lugar a la Revolución
bolchevique en Rusia y al establecimiento de Estados socialistas con
economía planificada y dictadura de partido único (Lenin, Stalin, Mao).

Friedrich Engels

Lenin (Óleo de Brodsky)
Friedrich Engels
Pensador y dirigente socialista alemán (Barmen,
Renania, 1820 - Londres, 1895). Nació en una familia acomodada,
conservadora y religiosa, propietaria de fábricas textiles. Sin embargo,
desde su paso por la Universidad de Berlín (1841-42) se interesó por
los movimientos revolucionarios de la época: se relacionó con los
hegelianos de izquierda y con el movimiento de la Joven Alemania.
Friedrich Engels
Enviado a Inglaterra al frente de los negocios
familiares, conoció las míseras condiciones de vida de los trabajadores
de la primera potencia industrial del mundo; más tarde plasmaría sus
observaciones en su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845).
En 1844 se adhirió definitivamente al socialismo
y entabló una duradera amistad con Karl Marx. En lo sucesivo, ambos
pensadores colaborarían estrechamente, publicando juntos obras como La Sagrada Familia (1844), La ideología alemana (1844-46) y el Manifiesto Comunista (1848).
Aunque corresponde a Marx la primacía en el
liderazgo socialista, Engels ejerció una gran influencia sobre él: le
acercó al conocimiento del movimiento obrero inglés y atrajo su atención
hacia la crítica de la teoría económica clásica. Fue también él quien,
gracias a la desahogada situación económica de la que disfrutaba como
empresario, aportó a Marx la ayuda económica necesaria para mantenerse y
escribir El Capital; e incluso publicó los dos últimos tomos de la obra después de la muerte de su amigo.
Pero
Engels tuvo también un protagonismo propio como teórico y activista del
socialismo, a pesar de lo contradictoria que resultaba su doble
condición de empresario y revolucionario: participó personalmente en la
revolución alemana de 1848-50; fue secretario de la primera
Internacional obrera (la AIT) desde 1870; y publicó escritos tan
relevantes como Socialismo utópico y socialismo científico (1882), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) o Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1888).
Tras
la muerte de Marx en 1883, Engels se convirtió en el líder indiscutido
de la socialdemocracia alemana, de la segunda Internacional y del
socialismo mundial, salvaguardando lo esencial de la ideología marxista,
a la que él mismo había aportado matices relativos a la desaparición
futura del Estado, a la dialéctica y a las complejas relaciones entre la
infraestructura económica y las superestructuras políticas, jurídicas y
culturales.
No obstante, en los últimos años de su vida se alejó de
sus primitivas concepciones revolucionarias y abrió la puerta a un
socialismo más reformista, vía que seguiría después de la muerte de
Engels su colaborador Eduard Bernstein y que acabaría por imponerse
entre los socialdemócratas.
LENIN | |
En las últimas décadas del siglo XIX, el abismo
existente entre el zar Alejandro III, defensor del absolutismo bizantino
de sus antepasados, y la clase cultivada se había agravado hasta tal
punto que la lucha contra el zarismo había llegado a ser, entre los
rusos cultos, un deber y un honor. La oposición política y el movimiento
revolucionario crecían bajo el empuje de una "intelligentsia" que hacía
acólitos en las escuelas, en las fábricas, los periódicos y las
oficinas. Seis años después de la muerte de su antecesor, Alejandro II,
precisamente el 1 de marzo de 1887, un grupo de jóvenes nihilistas
intentó acabar con la vida del zar. El atentado fracasó y los
terroristas fueron apresados. Entre los condenados a muerte figuraba
Alexander Uliánov, el hermano mayor del futuro Lenin. Al enterarse por
la prensa de que el grupo había sido ahorcado en San Petersburgo, el
muchacho recibió una impresión indeleble, que con el tiempo se
transformaría en la más firme y decidida oposición al zarismo. Pero ya
entonces, con la lucidez de un visionario, resumía la situación en esta
frase de condena a los métodos del terrorismo individual: «Nosotros no
iremos por esta vía. No es la buena».
En el camino de la revolución
Vladímir
llich Uliánov, conocido como Lenin, nació el 22 de abril de 1870, en el
seno de una familia típica de la intelectualidad rusa de fines del
siglo XIX. Era el cuarto de los seis hijos habidos por llia Uliánov y
María Alexandrovna Blank, quienes se habían establecido el año anterior a
su nacimiento en Simbirsk, una ciudad de provincias pobre y atrasada, a
orillas del Volga. El padre, un inspector de primera enseñanza,
compartía las ideas de los demócratas revolucionarios de 1860 y se había
consagrado a la educación popular, participando de la vida de los
campesinos rusos confinados en la miseria y la ignorancia. La madre, de
ascendencia alemana, amaba la música y seguía de cerca las actividades
escolares de sus hijos. Por su carácter apacible y tierno -jamás imponía
castigos ni levantaba la voz-, despertó en los suyos un amor rayano en
la adoración.
El ambiente estudioso de la casa,
donde no faltaba una buena biblioteca, propiciaba el desarrollo del
sentido del deber y la disciplina. Vladímir seguía el ejemplo de su
hermano mayor, era un muchacho perseverante y tenaz, un alumno asiduo y
metódico que obtenía las mejores notas y destacaba en el ajedrez. A los
catorce años comenzó a leer libros «prohibidos» -Rusia vivía entonces
bajo la más negra represión y la lectura de los grandes demócratas era
considerada un delito-.
Cuando Alexander fue
ahorcado, al año siguiente de que muriera el padre, la familia debió
trasladarse a la fuerza a la aldea de Kokuchkino, cerca de Kazán. En esa
época Vladímir abandonó la religión, pues, como diría más adelante, la
suerte de su hermano le «había marcado el destino a seguir». En Kazán
inició sus estudios de derecho en la universidad imperial, uno de los
focos de mayor oposición al régimen autocrático. El mismo año de su
ingreso, 1887, Vladímir fue detenido por participar en una manifestación
de protesta contra el zar. Cuando uno de los policías que lo
custodiaban le preguntó por qué se mezclaba en esas revueltas, por qué
se daba cabezazos contra un muro, su respuesta fue: «Sí, es un muro,
cierto, pero con un puntapié se vendrá abajo».
Lenin (Óleo de Brodsky)
Expulsado
de la universidad, se dedicó por entero a las teorías revolucionarias,
comenzó a estudiar las obras de Marx y Engels directamente del alemán, y
leyó por primera vez El capital, lectura decisiva para su
adhesión al marxismo ortodoxo. Ya en sus primeros escritos defendió el
marxismo frente a las teorías de los "naródniki", los populistas rusos.
En mayo de 1889 la familia se trasladó a la provincia de Samara, donde,
después de muchas peticiones, Lenin obtuvo la autorización para
examinarse en leyes como alumno libre. Tres años después se graduó con
las más altas calificaciones y comenzó a ejercer la abogacía entre
artesanos y campesinos pobres.
Ya en esa época, en el
grupo marxista del que formaba parte le decían el Viejo por su vasta
erudición y su frente socrática, precozmente calva. El rostro de corte
algo mongólico, con los pómulos anchos y los ojos de tártaro,
entrecerrados e irónicos, el porte robusto y el poderoso cuello le daban
el aspecto de un campesino. Abogado sin pleitos, Lenin se inscribió en
las listas de instructores de círculos obreros, llamados «universidades
democráticas». Organizó bibliotecas, programas de estudio y cajas de
ayuda con el objetivo de enseñar los métodos de la lucha revolucionaria,
para formar así cuadros obreros, propagandistas y organizadores de
círculos socialdemócratas, con miras a la formación de un futuro
partido. Para ello necesitaba contar con el apoyo de los grupos
marxistas emigrados, dirigidos por Grigori Plejánov, y en abril de 1895
viajó al extranjero, decidido a estudiar el movimiento obrero de
Occidente. Pasó unas semanas en Suiza, luego visitó Berlín y París,
donde tuvo como interlocutores a Karl Liebknecht y Paul Lafargue.
Al
regresar, fue detenido con su futuro rival Julij Martov por la Ochrana,
la policía secreta del zar. En la cárcel, Lenin rápidamente se puso a
trabajar. Se comunicaba con el exterior a través de su hermana Ana y de
Nadezda Krupskáia, una estudiante adherida al círculo marxista, que,
para poder visitarlo en la prisión, había declarado ser su novia. Más
tarde, en 1898, un año después de que fuera deportado a la Siberia
meridional, cerca de la frontera con China, contrajo matrimonio con
Nadezda en una ceremonia religiosa.
En el destierro,
la pareja llevó una vida ordenada, sin sobresaltos, que le permitió a
Lenin terminar de redactar su primera obra fundamental, El desarrollo del capitalismo en Rusia, en la que sostiene que el país semifeudal avanza decididamente hacia el capitalismo industrial.
En el exilio
Después
de casi mil días en Siberia, a poco de comenzar el siglo y con treinta
años de edad, Lenin comenzaba su primer exilio en Suiza. Allí, reunido
con Martov, puso en marcha un proyecto largamente acariciado: la
publicación de un periódico socialdemócrata de alcance nacional. El
primer número de Iskra (La Chispa) vio la luz el 21 de diciembre de
1900, con un editorial de Lenin encabezando la primera página. En sus
andanzas, entre Munich y Ginebra, fue en esta época cuando se convirtió
en el líder de los marxistas rusos, sobre todo después de la publicación
del libro ¿Qué hacer?, una de sus obras más importantes, en la
que reclamaba la necesidad de una organización de revolucionarios
profesionales y sintetizaba la idea del partido como vanguardia de la
clase obrera.
Fue justamente la polémica desatada en
torno a cómo estructurar el partido lo que provocó profundas
divergencias en el 11 Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso
inaugurado por Plejánov en julio de 1903. En él se consumó la ruptura
entre Martov y Lenin. Desde entonces los partidarios de este último se
llamaron «bolcheviques», por mayoría frente al grupo de los
«mencheviques», minoritarios. Y desde entonces el partido de cuadros
profesionales, centralizado y disciplinado, fue el pilar básico del
bolchevismo.
La revolución de 1905, que había
estallado en San Petersburgo tras el «domingo sangriento» en que las
tropas del zar dispararon sobre manifestantes indefensos, causando más
de mil muertos y cinco mil heridos, sorprendió a Lenin en Suiza. La
presión de las masas obligó al decadente régimen zarista a hacer algunas
concesiones liberales: ahora los bolcheviques actuaban en la legalidad,
y ello permitió a Lenin regresar a Rusia en octubre de ese año para
ponerse al frente de sus partidarios. Pero las esperanzas de que se
produjeran nuevos levantamientos no se concretaron y, ante los intentos
de la policía por detenerle, a fines del verano siguiente, Lenin huyó a
Finlandia. El proceso insurreccional había sido un fracaso y el gobierno
de los zares volvía a endurecer sus métodos, hasta liquidar totalmente
las conquistas logradas por la revolución. Sumida en el pesimismo y las
rencillas internas, la fracción bolchevique se resintió con la derrota,
hasta tal punto que viejos militantes la abandonaron.
Huyendo
de la policía, Lenin pasó de Finlandia a Ginebra, donde comenzó su
segundo exilio, que habría de prolongarse hasta 1917. En aquella época
hicieron su aparición el insomnio y los dolores de cabeza que habrían de
perseguirle por el resto de sus días. La vida errante de los exiliados
lo llevó a París, donde él y Nadezda soportaron duras estrecheces
económicas que les obligaban a dar clases o a escribir reseñas para
ganar algo de dinero, en medio de una serie de dificultades. La dureza
de aquellos días en la capital francesa se vio en parte aliviada por la
presencia de Inés Armand, una militante parisiense, inteligente y
feminista, a la que se dice le unió un profundo amor. Fruto de su
segundo exilio es la obra publicada en 1909, Materialismo y empiriocriticismo,
en la que Lenin expone sus reflexiones filosóficas fundamentales, en un
intento de culminar la teoría del conocimiento marxista.
Pasada
la etapa de la más dura reacción, que se extendió hasta 1911,
comenzaron a llegar noticias alentadoras de San Petersburgo. Una huelga
iniciada en los yacimientos del Lena fue bárbaramente reprimida con
centenares de muertos, lo que originó un gran descontento y una huelga
general. Lenin presentía que se acercaba una ola de efervescencia
revolucionaria y abandonó París en junio de 1912 para instalarse más
cerca de sus partidarios, en Cracovia. Allí le visitaban los diputados
bolcheviques para informarle sobre la situación interna y pedirle
instrucciones. En marzo de ese mismo año había aparecido el primer
número de Pravda (La Verdad), diario obrero que Lenin dirigía desde el
exterior y que pronto gozó de una gran difusión. Así, mientras las
grandes potencias ultimaban sus preparativos para la primera
conflagración mundial, entre los proletarios rusos crecía la influencia
de Lenin.
El estallido de la Primera Guerra Mundial
supuso un giro decisivo en la historia del socialismo. Lenin, que había
confiado en la socialdemocracia alemana, cuando se enteró de que los
diputados alemanes -y también franceses- votaban unánimemente a favor de
los créditos de guerra para sus respectivos países, de inmediato
denunció la traición. Para Lenin, la guerra no era más que una
«conflagración burguesa, imperialista y dinástica... una lucha por los
mercados y una rapiña de los países extranjeros». El socialismo
occidental, acaudillado por los revisionistas alemanes, había pasado a
una evidente colaboración con la democracia burguesa, y por ende, el
movimiento internacional estaba roto. Era necesario preparar una
conferencia de los socialistas que se oponían al conflicto bélico, para
impugnar definitivamente al sector revisionista.
El
encuentro se celebró en Zimmerwald, en septiembre de 1915, y en él Lenin
intentó sin éxito convencer a los representantes de que adoptaran la
consigna: «Transformar la guerra imperialista en guerra civil». Fue en
este período de defección de los líderes políticos y de desconcierto
para los obreros socialistas, cuando el revolucionario ruso, que hasta
entonces era poco conocido fuera de los círculos marxistas de su país,
se convirtió en una primera figura internacional. En sus manos, la
doctrina marxista recuperó su sentido transformador y su fuerza
revolucionaria, como se ve en la obra escrita durante el período bélico,
El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde usa las
herramientas del análisis económico marxista para probar que la
revolución, a diferencia de lo que postulaban Marx y Engels, también es
posible en países atrasados como Rusia.
La Revolución de Octubre
El
cansancio y el derrotismo general en las naciones beligerantes a
comienzos de 1917 desembocó en el imperio de los zares en un amplio
movimiento revolucionario que, al grito de «¡Viva la libertad y el
pueblo!», ganó las principales ciudades. Los trabajadores de Petrogrado
se organizaron en soviets, o consejos de obreros, y la guarnición de la
ciudad, encabezada por los mismos regimientos de la guardia imperial, se
sumó en masa al movimiento. Sin que nadie se atreviera a defenderlo, en
la semana del 8 al 15 de marzo el régimen zarista sucumbía para ser
reemplazado por un gobierno provisional formado por partidos
pertenecientes a la burguesía y apoyado por el soviet de Petrogrado
A
través de Pravda, Lenin publicaba sus «Cartas desde el exilio», con
instrucciones para avanzar en la revolución, aniquilando de raíz la
vieja maquinaria del Estado. Ejército, policía y burocracia debían ser
sustituidos por «una organización emanada del conjunto del pueblo armado
que comprenda sin excepción todos sus miembros». Un mes después de la
abdicación del zar, en abril de 1917, Lenin llegaba a la estación
Finlandia de Petrogrado, tras atravesar Alemania en un vagón blindado
proporcionado por el estado mayor alemán. A pesar de las disputas
políticas que originó su negociación con el gobierno del káiser, Lenin
fue recibido en la capital rusa por una multitud entusiasta que le dio
la bienvenida como a un héroe. Pero el jefe de los bolcheviques no se
comprometió con el gobierno provisional y, por el contrario, terminó su
discurso de la estación con un desafiante «¡Viva la revolución
socialista internacional!».
Muchos de sus camaradas
habían aceptado la autoridad de dicho gobierno, al que Lenin calificaba
de «imperialista y burgués», acercándose así a las corrientes
izquierdistas de la clase obrera, cada vez más radicalizadas, y con el
apoyo de un importante aliado, Trotski. A pesar de que los bolcheviques
aún constituían una minoría dentro de los soviets, Lenin lanzó entonces
la consigna: «Todo el poder para los soviets», pese al evidente
desinterés de los mencheviques y los socialistas revolucionarios por
tomar tal poder.
Para hacer frente a la presunta
amenaza de un golpe de estado por parte de los seguidores de Lenin, en
el mes de julio la presidencia del gobierno provisional pasó a manos de
un hombre fuerte, Kerenski, en sustitución del príncipe Lvov. Al cabo de
unos días aquél ordenó que le detuvieran y Lenin se vio obligado a huir
a Finlandia: cruzó la frontera como fogonero de una locomotora, sin
barba y con peluca, y se estableció en Helsingfors. Fue ésta su última
etapa de clandestinidad, que habría de durar tres meses. En ellos
escribió la obra que con el tiempo sería calificada de utopía leninista,
El Estado y la revolución, por su concepción del Estado como
aparato de dominación burguesa, destinado a desaparecer tras la etapa
transitoria de la dictadura del proletariado y el advenimiento del
comunismo.
A medida que la situación interna se
agravaba, Lenin desde el exterior urgía al partido a preparar la
sublevación armada: «El gobierno se tambalea, hay que asestarle el golpe
de gracia cueste lo que cueste». Ya los bolcheviques controlaban el
soviet de Moscú y el de Petrogrado estaba bajo la presidencia de
Trotski, cuando, el 2 de octubre, Lenin volvió a entrar clandestinamente
en la capital rusa. Cuatro días más tarde se presentaba disfrazado en
el cuartel general del partido para dirigir el alzamiento. El día 7
estallaba la insurrección y las masas asaltaban el palacio de Invierno.
Según escribe Trotski, Lenin se dio cuenta entonces de que la revolución
había vencido, y sonriendo le dijo: «El paso de la clandestinidad, con
su eterno vagabundeo, al poder es demasiado brusco, te marea». Y ése fue
su único comentario personal antes de volver a las tareas cotidianas.
Al día siguiente era nombrado jefe de gobierno y lanzaba su famosa
proclama a los ciudadanos de Rusia, a los obreros, soldados, campesinos,
ratificando los grandes objetivos fijados por la revolución: construir
el socialismo en el marco de la revolución mundial y superar el atraso
de Rusia.
La revolución había llegado al poder, pero
ahora había que salvarla, y la tarea más urgente para ello, según Lenin,
era firmar la paz inmediata. El Tratado de Brest-Litovsk, signado por
Trotski el 3 de marzo de 1918, concertó la paz unilateral de Rusia con
Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía. El tratado ahondó aún más
las divergencias con los socialistas revolucionarios -que en agosto
atentaron contra la vida de Lenin-, y contribuyó a intensificar la
decisión de las fuerzas contrarrevolucionarias para derribar al nuevo
gobierno con el apoyo de los países aliados, especialmente Francia y
Estados Unidos. Durante dos años, entre 1918 y 1920, la guerra civil
condujo al gobierno soviético al borde del desastre; por último, el
ejército de los contrarrevolucionarios, los «blancos», conducido por
antiguos generales zaristas, fue derrotado por el Ejército Rojo, formado
por campesinos y obreros y dirigido por Trotski. Pero el país quedó
devastado, la economía maltrecha y el hambre se enseñoreó de grandes
regiones. El reto más grande de la revolución pasó a ser entonces la
reconstrucción económica de Rusia, tarea que Lenin se propuso encarar a
través de la NEP (nueva política económica), que detuvo las
expropiaciones campesinas y supuso una apertura hacia una economía de
mercado bajo control.
Pese a las dificultades de la
guerra civil, Lenin concretó en 1919 su viejo sueño de fundar una nueva
Internacional. En su opinión, el destino de Rusia dependía de la
revolución mundial, y en especial del futuro del movimiento llevado
adelante en Alemania por los espartaquistas. El 2 de marzo de 1919, en
Moscú, inauguró el Primer Congreso de la III Internacional, invocando a
los líderes del comunismo alemán asesinados: Karl Liebknecht y Rosa
Luxemburg. La Comintern elevó el comunismo ruso a la categoría de modelo
a imitar por todos los países comunistas del mundo y, al defender los
movimientos de liberación nacional de los pueblos coloniales y
semicoloniales de Asia, logró ampliar enormemente el número de aliados
de la Revolución soviética.
A finales de 1921, la
salud de Lenin se vio gravemente afectada: sufría de insomnios
progresivamente acusados y sus dolores de cabeza eran cada vez más
frecuentes. En marzo del año siguiente asistió por última vez a un
congreso del partido, en el que fue elegido Stalin secretario general de
la organización. Al mes siguiente se le intervenía quirúrgicamente para
extraerle las balas que continuaban alojadas en su cuerpo desde el
atentado sufrido en 1918. Si bien se recuperó rápidamente de la
operación, pocas semanas después sufrió un serio ataque que, por un
tiempo, le impidió el habla y el movimiento de las extremidades
derechas. En junio su salud mejoró parcialmente y dirigió la formación
de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero en diciembre
sufrió un segundo ataque de apoplejía que le impidió cualquier
posibilidad de influir en la política práctica. Aun así, tuvo la fuerza
de dictar varias cartas, entre ellas su llamado «testamento» en la que
expresa su gran temor ante la lucha por el poder entablada entre Trotski
y Stalin en el seno del partido. El 21 de enero de 1924 una hemorragia
cerebral acabó con su vida. El hombre que detestaba el culto a la
personalidad y abominaba de la religión fue embalsamado y depositado en
un rico mausoleo de la plaza Roja. La lucha contra el Lenin de carne y
hueso no había hecho más que comenzar.
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