Introducción
Aspectos de la opresión
Aborto: Un derecho de la mujer
La violencia contra la mujer, ¿un callejón sin salida?
Cómo ser mujer trabajadora, y no sucumbir en el intento
Teorías
Género y clase
La clase trabajadora y los oprimidos
Socialismo y liberación
Introducción
Esta sección es parte de un artículo que fue publicado
en Socialismo Internacional/En lucha Nº 4, marzo/abril de 1995. La
autora es redactora de la revista Socialist Review.
Lindsey German
¿Puede decirse que la liberación de la mujer constituye un sueño
irrealizable? No, pero en una sociedad capitalista la liberación de las
mujeres no puede ser una liberación total.
Las ideas que engendraron el movimiento en favor de la igualdad entre
hombres y mujeres surgieron hace poco más de 200 años, durante la gran
revolución francesa. Las reivindicaciones de libertad, igualdad y
fraternidad defendidas por la revolución fueron asumidas posteriormente
por ideólogas feministas como Mary Wollstonecraft, que argumentaron que
también las mujeres tenían derecho a la libertad. Los logros de la
revolución francesa sin embargo, fueron limitados. Aunque instauró un
sistema democrático, la revolución no cuestionó la existencia de la
propiedad privada, por lo cual no puede decirse que estableciese un
sistema plenamente igualitario y libre. Pese a que los ricos y
(posteriormente) los pobres obtuvieron el derecho al voto, el poder
económico de los primeros les permitió hacerse con el poder y tomar las
decisiones que determinaron el funcionamiento de la sociedad después de
la revolución.
Las ideas que propugnan la liberación de las mujeres han llegado a la
misma problemática. La independencia jurídica y financiera alcanzada
por algunas mujeres en la sociedad capitalista no es una verdadera
liberación porque la opresión de las mujeres es inherente a la
existencia de la sociedad clasista.
La familia
La sociedad clasista surgió mucho antes que la sociedad capitalista.
Friedrich Engels, el gran revolucionario del siglo pasado, argumentó que
fue el surgimiento de la propiedad privada el que llevó a la creación
de una sociedad dividida en clases, fundamentalmente entre quienes
poseían la riqueza y quienes carecían de ella. También llevó al
desarrollo de una maquinaria estatal, cuyo cometido era el de proteger
la propiedad privada, y además a la creación de una estructura familiar
mediante la cual se aseguraba la continuidad de la propiedad entre los
propietarios y sus herederos legales. Se desarrolló así la opresión de
las mujeres y la familia monógama, que infligieron «una histórica
derrota al sexo femenino en todo el mundo».
En todas las sociedades clasistas del pasado y del presente se han
desarrollado estructuras familiares que han perpetuado la opresión de
las mujeres. Engels creía que el desarrollo del mismo capitalismo sería
la causa de la desaparición de la familia obrera. Dado que la existencia
de la familia obrera no se basaba en la propiedad, al contrario de lo
que sucedía con la familia de la clase dominante, no había razones para
que perdurase. Las ideas de Engels se basaban en el estudio de las
familias obreras de principios del siglo XIX empleadas en la industria
textil algodonera. Entonces hombres, mujeres y niños eran trabajadores
asalariados y muchas de las funciones básicas de la familia, como la
alimentación y educación de sus integrantes, se satisfacían fuera del
hogar.
La familia, sin embargo, no desapareció sino que se fortaleció, sobre
todo en la segunda mitad del siglo XIX. Muchos obreros aspiraban
entonces a tener una vivienda, a formar una familia y a tener una esposa
que no precisase trabajar fuera del hogar y que pudiese ocuparse a
tiempo completo de su cónyuge y de los hijos de ambos. Aunque la mayoría
de los obreros probablemente nunca gozó del «salario familiar»,
instrumento mediante el cual esta aspiración iba supuestamente a
tornarse una realidad, el hecho es que se transformó en un ideal
perseguido por la gran mayoría. Los obreros y las obreras optaron por
reivindicar esto porque las alternativas a las que se enfrentaban les
parecían peores: jornada laboral de hasta 18 horas para las mujeres,
mujeres que tenían que amamantar a sus hijos sin interrumpir el trabajo o
que sufrían abortos espontáneos en su puesto de trabajo y niños que
trabajaban, a veces desde los cuatro años, frecuentemente víctimas de
terribles accidentes laborales.
Las necesidades de los capitalistas también comenzaban a cambiar.
Cada vez les era más necesario contar con una mano de obra más estable,
cualificada e instruida. Para los capitalistas era necesario que
existiese una estructura familiar que se ocupase de alimentar, cuidar y
socializar a los trabajadores (y a las sucesivas generaciones de
obreros), además de brindarles los mínimos cuidados sanitarios y una
instrucción básica (y todo ello a un mínimo coste para la clase
capitalista).
¿A qué se debe la opresión de la mujer?
El papel que desempeña la familia en la reproducción de la mano de
obra siempre ha sido fundamental para su misma existencia (y para
perpetuar la opresión de las mujeres) y, no lo es menos actualmente.
A menudo se dice que el mismo sistema capitalista atenta contra la
existencia de la familia. Las presiones a las que se ven sometidos los
trabajadores hacen que la realidad de la vida en familia nunca se
acerque al ideal que de ella se tiene generalmente. La emigración y los
traslados por motivos laborales dispersan a las familias, las presiones
laborales o académicas desembocan en rupturas familiares. La tasa de
divorcios se ha disparado, los adolescentes ansían vivir independientes
de la familia y cada vez hay más personas que viven fuera de la familia
nuclear convencional.
Al mismo tiempo, los gobiernos y la maquinaria estatal tratan de
fortalecer a la familia. Existe una legislación sobre la violencia en el
seno de la familia, sobre la educación de los niños, sobre las
relaciones sexuales y sobre el matrimonio y el divorcio. Todo el aparato
de los servicios sociales tiene como cometido salvaguardar una
institución familiar que nunca responde a las expectativas que en ella
ponen sus integrantes.
El Estado y sus representantes se cuentan entre los principales
agentes de la opresión de las mujeres. Si la opresión que éstas sufren
se debiese exclusivamente al comportamiento machista de los hombres,
sería mucho más simple acabar con ella. Pero, debido a que este
comportamiento está respaldado, reforzado o legitimado por el mismo
Estado, la opresión de la que son objeto las mujeres se convierte en un
peso insostenible, para eliminarla es necesario combatir la existencia
del Estado.
Algunas ideólogas feministas argumentan que el patriarcado, y no el
capitalismo, es el causante de la opresión de las mujeres. Para estas
ideólogas el patriarcado es un sistema separado y paralelo al
capitalismo, para derrotarlo no basta con eliminar al capitalismo. Sin
embargo, la opresión de las mujeres tiene bases materiales (en el seno
de la familia capitalista) mientras que el concepto de patriarcado (que
significa literalmente el «dominio del padre», aunque más a menudo el
término se utiliza para referirse a un sistema de dominación masculino)
carece de ellas.
El concepto de patriarcado no explica por qué los hombres dominan,
únicamente nos dice que siempre ha sido así; y lo que es más importante,
tampoco explica por qué las estructuras mismas del capitalismo oprimen a
las mujeres. Son éstas, y no los deseos de ciertos hombres, las que
mantienen bajos los salarios de las mujeres o entorpecen la creación de
servicios de atención a la infancia adecuados.
La teoría del patriarcado presupone que la relación entre hombres y
mujeres ha sido la misma desde tiempos inmemoriales y es, por lo tanto,
sumamente pesimista en cuanto al futuro. Sin embargo, si la opresión de
las mujeres es estructural en el capitalismo y en la institución
familiar que éste crea, la desaparición de dicha opresión requiere mucho
más que un cambio de las actitudes individuales de los hombres. Si la
causa de la opresión de las mujeres es la sociedad clasista, únicamente
podremos acabar con ella si combatimos contra la existencia de esa forma
de sociedad.
En consecuencia, la lucha por la liberación de la mujer y la lucha por el socialismo son parte de la misma lucha.
Aspectos de la opresión
Aborto: Un derecho de la mujer
Este artículo se publicó en Socialismo Internacional/En lucha No 25, diciembre 1997
Miriam García
Cada año cerca de 50 millones de mujeres abortan en el mundo, de
forma ilegal en la mitad de los casos. En el estado español se estima
que más de 105.000 mujeres abortan anualmente.
Es muy difícil conocer el número de mujeres que abortan ilegalmente,
Lo que sabemos es, que legal o ilegalmente, las mujeres siguen
abortando. La cantidad de mujeres que al practicársele un aborto ilegal
sufren graves lesiones, infecciones o mueren es escalofriante. Hoy en
día la OMS estima que alrededor de 20.000 mujeres mueren en el mundo
cada año por causa de abortos ilegales. Por estas razones la mayoría de
las mujeres apoyan la legalización del aborto aunque sea limitado.
El derecho de una mujer a elegir terminar un embarazo
voluntariamente, es básico en el control que tienen las mujeres sobre
sus cuerpos y su vida reproductiva. Nadie más debería tener este
control, ni la iglesia, el estado, un marido, los padres, un novio.
El derecho de las mujeres a controlar sus propios cuerpos es un
requisito indispensable para la liberación de la mujer. Sin ese control
las mujeres no pueden ser iguales a los hombres en la sociedad. Por eso,
a menudo el tema del aborto es central en la lucha por los derechos de
la mujer en estos tiempos.
El control sobre nuestros cuerpos
Todas las sociedades de clase han aplicado programas de control de
natalidad ya sea para provocar su aumento o su descenso, incluso para
decidir qué personas tienen derecho a procrear, y cuales no.
Ya en el siglo I. DC. el emperador Augusto dictó una serie de
decretos para promover que las parejas tuvieran al menos tres hijos. Hoy
en día algunos países recompensan a las familias que tienen más hijos:
Francia por ejemplo. Otros penalizan a las mujeres que tienen hijos
fuera del matrimonio.
En EEUU tenemos el ejemplo más claro del intento de reducir la
población de países menos desarrollados mediante la esterilización
forzosa y programas coercitivos de control de natalidad. El gobierno de
Puerto Rico junto con la organización estadounidense "Fundación
Internacional de Planificación Familiar" ha llevado a cabo una campaña
de esterilización masiva. Muchas de las mujeres no fueron informadas de
que la operación era permanente. Los anticonceptivos eran difíciles de
encontrar o muy caros. Hasta el año 1968, un tercio de las mujeres en
edad reproductiva habían sido esterilizadas en Puerto Rico.
Incluso dentro de EEUU se ha impuesto en algunos estados, como
castigo y alternativa al encarcelamiento, la anticoncepción forzada a
mujeres "delincuentes". Además, existen casos documentados de
esterilización forzada en casi todos los países europeos y Estados
Unidos a mujeres negras, minusválidas - físicas o mentales, o incluso de
comportamiento "sospechoso".
Es evidente que bajo esas condiciones, el estado también tiene el
control de todos los aspectos de la fertilidad de la mujer. Por eso no
es una coincidencia que la primera sociedad socialista fuera también la
primera en legalizar el aborto: Rusia pasó en poquísimos años de ser una
de las sociedades más represivas con respecto a la mujer a ser la
primera sociedad donde las mujeres y los hombres comenzaban a estar
política y legalmente igualados. También durante la Revolución Española,
se legalizó el aborto en el Estado Español.
La consolidación de Stalin en el poder, que supuso la imposición del
capitalismo de estado en Rusia, hizo recaer de nuevo las
responsabilidades familiares en la mujer; se prohibió el aborto, y de
nuevo se impusieron políticas de aumento de la natalidad. Esto tampoco
es una causalidad. Como dijo Trotski, "la posición de la mujer es el
indicador más gráfico y significativo para evaluar un sistema social".
El aborto en el Estado español
Ese disfraz moralista cumple su función; durante los años de la
transición en el Estado Español, mientras muchas feministas
reivindicaban el derecho de la mujer a decidir libremente, la mayoría de
las veces los sectores más reaccionarios, apoyados por algunos
juristas, partidos políticos y medios de comunicación, lograron que el
debate sobre el aborto se desviara a la cuestión de "en qué momento se
podía hablar de que el feto era un niño", consiguiendo así que aun hoy
en día para muchas mujeres el aborto sea un problema moral y casi de
pecado.
Una amplia encuesta en Madrid en el año 1980 mostraba que el 44% de
las mujeres rechazaba el aborto y el 54% lo aceptaba con condiciones.
Sólo el 9% aceptaba el aborto en cualquier caso.
No deberíamos entrar en el debate moralista sobre la "vida inocente".
¿Se supone que el feto no nacido tiene más derechos que la mujer que va
a tener la responsabilidad sobre él? Es más, la mayoría de los abortos
se hacen lo antes posible, y los abortos hechos después de 20 semanas
son poquísimos. ¿Qué mujer elegiría tardar en abortar si existiera el
derecho a abortar tal y como lo necesita (accesible y gratuito)?
Es cierto que en España los 40 años de dictadura franquista
supusieron un enorme retroceso también en lo que respecta a la situación
de la mujer. Las políticas de fomento de la natalidad del régimen de
Franco, amparadas, aplaudidas y reforzadas por la iglesia católica
hicieron que sólo a finales de los 70 se legalizaran los anticonceptivos
y sólo en el 85 se lograra una ley de aborto tremendamente restrictiva,
que preveía la legalización en tres supuestos: peligro para la madre o
el feto, violación y malformación del feto.
La insuficiencia de esta ley se hace evidente si pensamos que:
l No se reconoce el derecho a decidir de la mujer: la decisión está en manos de médicos, jueces y magistrados.
l Puesto que la mayoría de los médicos y centros de Seguridad Social
se amparan en una supuesta "objeción de conciencia" y se niegan a
practicar los abortos de forma gratuita, el 94% de los abortos legales
se llevan a cabo en clínicas privadas, en las que muchas veces ejercen
esos mismos ginecólogos que en la sanidad pública se acogen a la
cláusula de conciencia. Naturalmente, en este porcentaje no se incluye a
las mujeres que no pueden permitirse pagar un aborto en una clínica
privada y siguen obligadas a abortar ilegalmente.
l El 98% de las mujeres que abortan se acogen al supuesto de "peligro
para la salud psíquica de la madre". En realidad esto significa que
muchas de estas mujeres simplemente están haciendo uso de su derecho a
abortar utilizando una hipócrita cobertura legal.
La ley del aborto fue producto de las luchas de grupos de mujeres
seguidos por la izquierda revolucionaria así como de la situación
insostenible a que se había llegado:
l En 1978 se realizaron 20.000 abortos en el extranjero y la cifra iba en aumento
l Sólo en 1979 se juzgaron 201 delitos de aborto
l También iba en aumento la cifra de muertes por abortos ilegales. El
doctor Díez Nicolás consideraba que el aborto ilegal era la causa de
muerte más importante entre mujeres de 15 a 49 años.
l En el 81 el Estado español ocupaba el 2º lugar en Europa en muertes
fetales tardías. Según Josune Aguinaga, en situaciones en las que la
mujer no encuentra una solución rápida y eficaz ante un embarazo no
deseado, tarda más tiempo en tomar una decisión. Puede producirse una
manipulación en el feto entre el 6º y el 9º mes de embarazo para causar
la interrupción.
¿Problema de la mujer o de la sociedad?
Los revolucionarios defendemos que el aborto es un problema de clase y
no solamente un problema de mujeres. Hay que ver el problema de la
contracepción y el aborto como una cuestión de base material. Si el
capitalismo necesita la familia como forma de reproducción gratuita de
la clase trabajadora deberá tener control sobre ella. Y sobre todo,
sobre la mujer en quien recae el peso de esa reproducción. El cuerpo de
la mujer cumple así un papel fundamental para el sistema. La decisión de
tener hijos o no siempre dependerá de otros factores; condiciones
económicas, accesibilidad del aborto, guarderías públicas y gratuitas:
todas las facilidades que el sistema puede otorgarnos, o no, dependiendo
de la situación en que se encuentre.
Aunque podemos decir que las mujeres de todas las clases sociales
sufren la opresión, no la sufren de igual forma. Con respecto al tema
del aborto, las mujeres que más lo necesitan son las jóvenes y sin
recursos que siempre encuentran problemas para conseguir abortar. Las
mujeres de las clases privilegiadas - sea el aborto legal o ilegal -
siempre pueden viajar o pagar una clínica privada para conseguir
abortar.
Naturalmente a los estados no les basta con dictar una serie de
leyes, sino que además necesitan una ideología (reforzada por la
iglesia, los medios de comunicación etc.) para que las mujeres, sobre
todo de la clase trabajadora, vean el tema como una cuestión moral y no
de derechos.
Pero no se trata de un problema "moral". No es casualidad que los
grupos antiabortistas sean casi siempre de ideología derechista. La
hipocresía de su argumento se pone en evidencia cuando pensamos que
siempre están dispuestos a "proteger las vidas inocentes" mientras nunca
les oímos atacar la pena de muerte, ni luchar por los derechos de los
pobres. Es más, se olvidan de esas "vidas inocentes" en cuanto nacen.
Por otra parte siempre se muestran en contra de la educación sexual en
las escuelas, el uso de anticonceptivos etc. En EEUU, en los años 80, la
"nueva derecha" tenía en su programa: oposición al aborto, apoyo a las
armas nucleares, pena de muerte, y recortes de gastos públicos para los
pobres.
Un ejemplo de esa doble moral y ese doble rasero para defender el
derecho a la vida lo tenemos en los movimientos antiabortistas de
Estados Unidos y Reino Unido, donde, no solo no les basta con formar
piquetes fuera de las clínicas en las que se practican abortos para
amenazar e intimidar a las mujeres que intentan entrar, sino que por si
esto ya de por sí no fuera suficiente, hace pocos años uno de los suyos
mató a un médico en Estados Unidos que practicaba abortos.
¿Para qué luchamos hoy?
Como hemos dicho, en cualquier sociedad el derecho de la mujer a
controlar su propio cuerpo debe ser un derecho básico y humano. Los
socialistas revolucionarios debemos ser parte de cada lucha para mejorar
la situación de la mujer hoy en el Estado Español.
Tenemos que luchar por salarios dignos que nos permitan elegir si
queremos o no, tener hijos sin el peso de la presión económica; tenemos
que luchar por información amplia y adecuada sobre el sexo en las
escuelas: Según datos de la Comunidad Valencia sabemos que la mayoría de
los abortos se practicaron en mujeres de nivel educativo básico (en los
años 86 y 87 un 56% se practicaron a mujeres de enseñanza media y en el
año 95 un 83.19% se practicaron en mujeres con un nivel de educación
básica o media). Lucharemos también para defender y mejorar las leyes
sobre el aborto, para que no exista el "derecho" de "objeción de
conciencia" y por una inversión adecuada y suficiente en sistemas de
sanidad gratuita para todos.
Hablar del aborto es hablar de no forzar a mujeres y hombres a tener
hijos no deseados. A los antiabortistas no les importa que la familia no
tenga recursos económicos y que un niño (o otro niño) pueda ser la
ultima gota que transforme a la familia en un lugar de mayor presión,
frustración, agresión y violencia. En la Comunidad Valenciana la mayoría
de las mujeres que han abortado son mujeres o sin hijos o con dos hijos
- el grupo que se supone tiene más problemas económicos que cualquier
otro. (Naturalmente, en todos estos datos se incluyen sólo los abortos
legales).
Pero mientras vivamos en una sociedad como ésta, que depende del
trabajo sin salario de las mujeres en casa, que utiliza a las mujeres
como fuerza de trabajo aún más barato, las mujeres seguirán siendo
victimizadas y oprimidas; derechos como el aborto libre, igualdad de
salario, guarderías públicas etc. jamás serán accesibles para todas las
mujeres.
Hasta que no acabemos con este sistema injusto, no tendremos el
control absoluto de nuestros cuerpos, de nuestra fertilidad y de nuestro
derecho a elegir.
La violencia contra la mujer, ¿un callejón sin salida?
Este artículo se publicó en Socialismo Internacional/En lucha No 25, diciembre/enero 1997
Susie Craig
Ha sido necesario que una mujer muriera quemada viva a manos de su
ex-marido, por haberle denunciado en televisión de los malos tratos
sufridos durante cuarenta años de matrimonio, para que los medios de
comunicación y las parlamentarias de todos los partidos políticos se
dieran cuenta que esta víctima es la que hace el número 58 de mujeres
asesinadas por sus maridos o ex-maridos, durante este año en el Estados
Español.
A pesar de que los jueces tienen facultad para intervenir y ordenar
que se proteja a una víctima, un 90% de las mujeres asesinadas por sus
maridos había denunciado amenazas previas pero no se previno su muerte.
Existen propuestas para que haya más intervención policial; que la
sociedad y los jueces se tomen más en serio el tema (hace poco, un juez
dejó en libertad a un hombre que "no suponía una amenaza" y que después
mató a su mujer).
La inmensa mayoría de las agresiones ocurren dentro de la familia. La
sociedad capitalista convierte a cada persona en un individuo aislado,
alienado y frustrado por su falta de poder real; por la falta de control
que tiene cada uno sobre su vida. En este mundo alienante la familia se
presenta como un refugio. Luego, en la mayoría de los casos, quedamos
decepcionados al descubrir que no sólo no alivia la presión del mundo
exterior (el trabajo etc.) sino que aumenta la frustración, agresión y
rabia.
Según El Mundo (26/11/97) "cuentan las víctimas que entre los
agresores hay de todo: de clase alta o baja, cultos y casi analfabetos,
profesionales de primera fila o peones". Es cierto que la manera en que
el capitalismo destroza y trastorna las relaciones entre mujeres y
hombres afecta a gente de todas las clases sociales, en el 45% de los
casos denunciados, los hombres tenían problemas con abuso de alcohol.
El caso más reciente se trataba de una familia acomodada y de un
marido que noche tras noche llegaba borracho a casa. Sin embargo también
es cierto que la mayoría de los agresores no tienen empleo o son
trabajadores no cualificados.
La mayoría de las víctimas dependen de su agresor, muchas son amas de
casa por lo tanto sin independencia económica y con niveles de
educación bajos.
Vemos que la "caldera de presión" es mil veces mayor en la clase
trabajadora donde no hay espacio para la intimidad, donde no hay
suficiente dinero, donde no hay guarderías públicas para dejar a los
niños y crear un poco de espacio para la pareja, donde las mujeres ni
siquiera pueden escapar de la violencia.
Como denuncian las víctimas, "la falta de medios económicos impide a
muchas mujeres salir del hogar donde son sometidas a vejaciones por
parte de su pareja".
¿Qué o quiénes son los enemigos de las mujeres?
Pues en la situación inmediata, para una mujer sufriendo abusos de
manos de su hombre, es él. Pero, ¿encarcelar a todos los hombres
violentos acabaría con la violencia? De verdad, ¿los hombres son el
enemigo de las mujeres? Hay que entender por qué algunos hombres son
violentos. En nuestra sociedad la violencia es diaria y el sistema
continuamente promueve la división entre la gente trabajadora a través
del racismo, sexismo, homofobia etc. el hombre contra la mujer, el
adulto contra el niño, el blanco contra el negro…
¿Esto es así porque el odio domina el ser humano? ¿O es porque en una
sociedad dominada por unos pocos la gran mayoría no se siente
respetada, realizada, ni siente el más mínimo poder o control sobre sí
mismo? En ésta situación, cada uno busca a otro peor que él para sacudir
toda su mala experiencia de la vida.
Solución a corto plazo no hay, aunque por supuesto, apoyamos y
luchamos por más centros de protección para las mujeres, para que la
policía y los jueces se tomen en serio las denuncias de las mujeres, y
luchamos también por el apoyo y derechos que nos aliviarían de la
presión que nos impone la familia: más guarderías públicas y gratuitas,
mejores salarios, alojamiento adecuado, el derecho al aborto…
Nosotros apoyamos todas las demandas que supongan una mejora de las
condiciones actuales, y participamos activamente en las campañas
promovidas por colectivos de mujeres.
La historia nos muestra que la mejor manera de lograr y garantizar
reformas es a través de la organización y lucha masiva. Pero, el punto
de vista revolucionario es ir más allá de las reformas e ir hacia
planteamientos de cambio total de la organización social. No basta con
reformas del sistema, verdadero causante de toda esta miseria, sino que
hay que erradicarlo totalmente.
Debemos luchar para disolver las divisiones dentro de la clase
trabajadora y ver que sólo en la lucha por un mundo justo e igualitario,
podemos empezar a vivir como seres humanos no como clase oprimida.
La liberación de la mujer es indisociable de la lucha por el
socialismo: no se puede conseguir la liberación de la mujer sin hacer la
revolución socialista y no se puede hacer la revolución socialista sin
la liberación de la mujer.
Cómo ser mujer trabajadora, y no sucumbir en el intento
Este artículo se publicó en En lucha, No 38 marzo de 1999
Elvira Boix
Según la última encuesta de población activa, en el último año, las
tasas de desempleo entre hombres y mujeres, se han distanciado todavía
más, hasta situarse en Enero en un 12% para los primeros y en un 24 %
para las segundas, es decir que las mujeres sufren el doble de desempleo
que los hombres.
Que las mujeres tienen más dificultades para encontrar trabajo, no es
nada nuevo. Ser mujer, con pareja y en edad «fértil», es sinónimo para
los empresarios de «trabajador conflictivo» a pesar de que según
estadísticas de la Seguridad Social, las mujeres causan menos bajas
laborales que los hombres.
En cuanto a los salarios, aunque la Constitución y el Estatuto de los
trabajadores establecen que nadie puede ser discriminado por razón de
sexo, la mayoría de las mujeres asalariadas, cobran de media, un 34,5%
menos que los hombres. La discriminación salarial, no se hace de forma
explícita: pagando en la misma categoría profesional distintos salarios,
(esto sería ilegal) sino de forma solapada: la mayoría de las
trabajadoras tienen categorías profesionales por debajo de las funciones
que realmente realizan. Por otro lado, sus compañeros perciben pluses
que hacen que a igual trabajo, el salario sea superior.
La revolución de los 60
La 2ª Guerra Mundial provocó que en gran parte del mundo
industrializado las empresas contrataran masivamente a mujeres, para
cubrir los puestos de trabajo de los hombres que habían ido a la guerra,
esto abrió un camino a las mujeres, para incorporarse al trabajo, fuera
del hogar familiar, sin embargo el fin de la guerra, provocó que muchas
de ellas tuvieran que volver a casa.
La incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral, se produjo
en la década de los sesenta, en pleno boom económico y en un contexto de
grandes luchas sociales. El efecto también llegó al Estado español,
aunque en menor medida.
El paso en la situación de las mujeres de estar, en su mayoría, en el
ámbito estrictamente familiar, a incorporarse al mundo del trabajo, ha
traído innumerables ventajas: para las mujeres ha supuesto una
independencia económica, que en muchos casos ha permitido poder
desligarse de relaciones insatisfactorias, dejar de depender de los
padres, etc. También la economía capitalista, se benefició de ello,
puesto que el aumento de ingresos en las familias favoreció el consumo.
Ante la crisis económica y el paro endémico que sufre la economía
capitalista, economistas, políticos y empresario están introduciendo la
idea de que la solución podría consistir en alejar del mercado laboral a
las mujeres, sobre todo a las que tienen "responsabilidades
familiares", o que éstas trabajaran menos (cobrando menos, por
supuesto).
La vuelta al hogar
Desde el gobierno ya se ha "amenazado" a la población que si las
mujeres no se acogen al empleo a tiempo parcial, estos trabajos, los
realizarán inmigrantes. Con esto, el gobierno mata dos pájaros de un
tiro: además de lanzar la idea machista de que la mujer con trabajar
media jornada fuera de casa ya tiene bastante, utilizan también
argumentos racistas contra los inmigrantes.
No es casual que últimamente, en los medios de comunicación, se hable
de "supuestos estudios" que corroboran que los niños hoy, tienen
problemas psicológicos por que están muy pocas horas con sus madres.
En realidad, lo que está sucediendo es que el capitalismo busca
paliar la crisis atacando de forma más incisiva, dentro del ataque
generalizado a las condiciones de trabajo del conjunto de la clase
trabajadora, a un colectivo como es el de la mayoría de las mujeres
trabajadoras, con condiciones laborales muy inferiores a las de los
hombres trabajadores.
Hay que recordar que muchas mujeres trabajan en sectores como el
comercio y los servicios, que no están organizados a nivel sindical, por
ser la mayoría empresas pequeñas. También la mayoría del trabajo
"sumergido" es realizado por mujeres, que se llevan el trabajo incluso a
sus propios domicilios.
Sería imperdonable olvidar a las miles de mujeres que trabajan en el
llamado "servicio doméstico" sin seguridad social, paro, pagas extras…
Aunque si hiciéramos caso a un Juez de Bilbao, éste no constituye
realmente un trabajo, ya que no da derecho a pensión de invalidez como
así ha ocurrido a una empleada doméstica que solicitó esta prestación.
Para el Juez, el trabajo en el hogar no es lo suficiente duro para
provocar lesiones que puedan desembocar en una invalidez. Evidentemente,
este Juez nunca ha limpiado cristales, ni barrido, ni desengrasado una
cocina.
El conjunto de la clase
La discriminación que sufren las mujeres trabajadoras, afecta
directamente a los hombres trabajadores. Quien se beneficia de ello, son
los empresarios y no sus compañeros que cobran más.
Si hacemos caso a esos argumentos que pretenden hacer creer que si
las mujeres retornan al "cuidado del hogar" o a aceptar trabajos a media
jornada, se reducirá el desempleo, nos encontraremos a la mitad de la
población fuera de la organización y de la lucha, necesarias para
enfrentarnos a los ataques de la patronal.
Todos los trabajadores, hombres y mujeres, vamos en el mismo barco.
Luchar por mejorar las condiciones laborales de las mujeres
trabajadoras, es un paso de gigante para superar las divisiones en las
que quieren sumirnos.
Teorías
Género y clase
¿Cómo se conseguirá la liberación de la mujer?
Este artículo se publicó en Socialismo Internacional/En lucha, No 27, marzo de 1998
Miriam García y Susie Craig
Hay muchas explicaciones sobre la posición de las mujeres en la
sociedad actual, cuál es su nivel de opresión/liberación, qué avances
hemos conseguido y qué es lo que nos falta. Este artículo analiza la(s)
teoría(s) del movimiento feminista vigente y las compara con una
explicación marxista de la liberación de la mujer. La crítica a las
ideas feministas, que basan el origen de la opresión en la diferencia de
sexos, no es algo gratuito sino que sirve para desarrollar una
estrategia coherente que pueda terminar con la sociedad de clases y con
todas las desigualdades que produce —no sólo las de género—.
Se puede decir que dentro del ámbito feminista hay variadas y
diversas opiniones sobre en qué consiste la opresión de la mujer y cómo
acabar con ella.
El poder de las chicas
Hay un "feminismo" muy de moda y al mismo tiempo totalmente carente
de una teoría seria; se trata de la postura encabezada por feministas
como la estadounidense Naomi Wolf que piensa que las mujeres tienen que
ayudarse a ellas mismas porque nadie más va a ayudarlas. Mantiene que
las mujeres deben mostrar su poder y haciéndolo, siendo suficientemente
fuertes, conseguirán la igualdad. Habla de un "terremoto de género" en
los últimos años y se adhiere a un "feminismo poderoso" (power
feminism). Esto quiere decir que tenemos que "aprender de Madonna, Spike
Lee y Bill Cosby: si no te gusta la imagen de tu grupo dentro de los
medios de comunicación, decídete a elegir otra imagen y controla la
manera de producirla".
Otro ejemplo de este "feminismo" tan accesible lo personifican las
Spice Girls que reivindican el poder de las chicas (girl power),
mientras adoran al príncipe Carlos de Inglaterra, se visten con la
bandera británica y lucen como barbies como si fuera algo nuevo, radical
o diferente. Más que nada este tipo de "liberación" trata de tomar las
imágenes de siempre y reconvertirlas como algo nuevo. Reivindicar que
las mujeres tienen el derecho a ponerse guapas, vestirse a la moda o
hacer comentarios sobre el culo de algún chaval en realidad no
representa ningún cambio.
También está el "feminismo" de las revistas para mujeres como Elle
que mantienen que "la vida social y profesional de las mujeres, es
decir, la vida pública, ha mejorado notablemente —y que— tras lograr una
cierta independencia económica, empezamos ¡por fin!, a interesarnos por
nosotras mismas". Con todo esto parecería que nos falta muy poco para
ser libres y emancipadas de verdad.
Existe una política dirigida hacia mujeres de clase media un poco más
seria y que influye en muchos sectores del movimiento feminista.
Aunque en el caso de Elle, simplemente, se toca la superficie de la
realidad, para la mayoría de las mujeres, refleja en cierto sentido que
algunas mujeres ya han conseguido más posiciones importantes en el
trabajo, hay más mujeres en las universidades, y una cierta aceptación
de que lo que hemos logrado las mujeres en las últimas décadas, no se
nos puede quitar. De ahí el desarrollo de una política que explica y
justifica este ascenso de algunas mujeres. Se justifica en términos que
nos podrían llevar a pensar que estas mujeres representan los avances a
que todas podemos aspirar. La "emancipación" económica necesitaba una
nueva política para explicar cómo algunas mujeres han conseguido algunas
mejoras y qué reivindicaciones quedan para esas mujeres. La política es
comúnmente aceptada como "la política de las mujeres hoy" a través de
los medios de comunicación —a los que ellas tienen más acceso— y a
través del aumento de los estudios feministas en el mundo político y
académico. Desde un punto de vista minoritario y privilegiado, han
generalizado una política que pretende pertenecer a todas las mujeres.
Como dice Julia Varela en Nacimiento de la mujer burguesa: "algunas
feministas tienden a confundir, en ocasiones, la causa de las mujeres
con sus propios intereses y ven progresos sociales allí dónde únicamente
se producen ascensos individuales o rotaciones de élites".
Es cierto que a todas las mujeres les afecta en mayor o menor medida
la opresión. Y por eso es posible que con alguna de estas mujeres de
clase media tengamos algo en común e incluso podamos luchar juntas por
reivindicaciones concretas: aborto libre, guarderías. Pero en realidad
la clave está en que a ellas la opresión les afecta incomparablemente
menos que a las mujeres de la clase trabajadora y no tienen por qué
vincularse con nuestras luchas en la medida en que tienen más medios
económicos para resolver esos dilemas.
Tampoco la solución está en manos de las mujeres que alcanzan
posiciones de poder porque siempre llega un momento clave en que tienen
que elegir entre la alianza con su género o con su clase —y la decisión
siempre es la misma—.
Así, el nuevo gobierno laborista en Gran Bretaña ha incorporado un
número significativo de mujeres en su gabinete. De estas políticas ni
una votó en contra —ni siquiera se abstuvo— de la política de Blair para
recortar la seguridad social para "padres" solteros (en realidad, la
gran mayoría son madres). En Noruega, un país con un gobierno compuesto
mayoritariamente por mujeres, se ha propuesto un paquete de recortes que
afectará más que a nadie, a las mujeres de la clase trabajadora. En el
Estado español, las diputadas del Partido Popular no se han inmutado ni,
por supuesto, han salido en contra de las declaraciones machistas de
sus compañeros de partido.
Bajo un sistema tan injusto, basado en mantener algunos(as)
privilegiados(as) a costa de la pobreza, falta de poder y falta de
libertad de la gran mayoría, no es posible que estas mujeres
privilegiadas puedan o quieran enfrentarse al mismo sistema que produce
sus privilegios y que mantiene la miseria de los demás.
En resumen, un hombre de clase trabajadora tiene más razones para
implicarse en las luchas de la mujer trabajadora. Se beneficiará de que
su compañera tenga acceso al aborto libre, a un puesto de trabajo digno,
a guarderías gratuitas. Una victoria de la mujer no sólo mejorará su
vida —más sueldos en casa, menos presión familiar, más tiempo libre para
los dos— sino que además la lucha de los oprimidos contra el
capitalismo beneficia a toda la clase trabajadora. Así, la lucha contra
el racismo es la lucha en defensa de la mujer, la lucha de los mineros
es la lucha contra el racismo, ya que cualquier lucha de los oprimidos
da la oportunidad de unir a la clase trabajadora y abre la posibilidad
de identificar a su enemigo común, que no es el hombre, el blanco o el
trabajador del "primer" mundo, sino la clase y el sistema capitalista.
Separatismo o pensamiento de la diferencia
La falta de una izquierda militante, la falta de luchas generalizadas
o dirigidas, al menos, contra los peores ataques del capitalismo a la
clase trabajadora, ha dejado abierto un espacio enorme para el
crecimiento de la política de "movimientismo". En este contexto se
enmarcan los movimientos feminista, ecologista, de solidaridad
internacional, etc. Hay un gran espacio potencial que no dirige todas
las luchas hacia su raíz —el capitalismo—, estando muy de moda decir que
cada uno trabaja en su ámbito. ¡Viva la independencia de los
movimientos!
De aquí surge en Francia e Italia la política del feminismo de la
diferencia defendida por autoras como Luce Iragay, Alessandra Bocchetti,
Françoise Collin, etc. El marxismo considera que cada lucha tiene que
intentar generalizarse a toda la clase trabajadora en una lucha común
contra el capitalismo, por dos razones: en primer lugar, el capitalismo y
el sistema de clases son la causa común de toda la injusticia, opresión
y desigualdad dentro de la sociedad y en segundo lugar, uno de los
pilares fundamentales de ese sistema es precisamente la división entre
los distintos grupos oprimidos dentro de la clase trabajadora (mujeres y
hombres, homosexuales y heterosexuales, negros y blancos, etc.) Frente a
esto, el pensamiento de la diferencia celebra la divergencia de opinión
y el separatismo en las luchas. Como dice Collin, filósofa y directora
de Les Cahiers du Grify Françoise:
"A diferencia del enfoque marxista, la lucha de las mujeres no es
nunca la aplicación doctrinaria de una teoría sistemática: por el
contrario, está obligada a inventar constantemente y en un cierto
desorden sus objetivos y sus estrategias…"
Lo que reivindica la política de la diferencia es exactamente esto,
la diferencia entre las mujeres y los hombres y que no podemos ni
debemos esperar igualdad sino un espacio nuestro para explorar nuestra
condición de ser mujer. El énfasis en la búsqueda de soluciones
individuales sitúa la raíz del problema en la mente de la gente, en su
educación y su comportamiento, y supone que sólo a través de los cambios
que cada uno puede ejercer en su vida, y la de sus niños y parejas,
podemos erradicar la ideología reaccionaria. Se trata de una idea
totalmente ahistórica que no tiene en cuenta de dónde procede la
ideología, quién y cómo la impone. Olvida que vivimos bajo un sistema
capitalista uno de cuyos modos de mantener el sistema de clases es la
ideología. Naturalmente vale la pena enfrentarse a cualquier ejemplo de
sexismo, racismo … pero tenemos que tener en cuenta que las ideas
cambian más y más rápido en las luchas. En esos momentos la gente está
más abierta a ver cómo las ideas reaccionarias, en la medida en que
dividen a la clase trabajadora, van en contra de sus intereses.
Para Bocchetti, autora de Lo que quiere una mujer, las mujeres tienen
algo en común que las une a diferencia de los hombres, como su
capacidad de ser madre. De esto nace la "creatividad femenina", el "amor
a la paz" y la necesidad de compartir un espacio para intercambiar
nuestra experiencia de "ser mujer". El hecho de que una mujer de clase
dominante tiene intereses exactamente contrarios a una mujer de clase
trabajadora no presenta problema para Bocchetti: "Nosotras, las mujeres,
somos diferentes entre nosotras, podemos haber tenido o tenemos más o
menos oportunidades en la vida, más o menos dinero, más o menos
instrucción, más o menos "fortuna", pero todas sin excepción hemos
tenido que vérnoslas con la idea de mujer…"
Para este feminismo todo enfoque tiene que darse desde el punto de
vista de género; además, las luchas que reivindican el derecho de las
mujeres a tener mejores condiciones dentro de un sistema tan injusto no
valen, "…el bienestar material, cuando supera el umbral de las
necesidades reales, no garantiza en sí mismo ninguna conquista real…
Para hacer un mundo más decente y tener una vida posible lo que sirve no
es tener siempre más, sino no perder el sentido de sí".
Para ella hay algo casi metafísico en el hecho de ser mujer que
capacita para algunas cosas e incapacita para otras. De la misma manera
ve a todos los hombres como iguales, con igual poder e influencia; por
ejemplo, con respecto a la guerra dice: "…una mujer no puede
pensar-inventar nada prescindiendo de su cuerpo, le resulta imposible
esa facultad de abstracción necesaria para pensar y organizar las
guerras… Los hombres son capaces de inventar y construir bombas para una
guerra…". Y ¿Thatcher y Ciller? —los ataques a los kurdos—, ¿Madeleine
Albright? —organizando ya la guerra del Golfo— o ¿el apoyo de las
diputadas tanto del PSOE como del PP a la última guerra del Golfo en
1991? Según Bocchetti el hecho de que hoy en día, por ejemplo, casi un
69% de la población del Estado español esté en contra de un ataque de
los EEUU contra Irak se supone que no significa el compromiso de los
hombres con esta postura. El hecho de que millones de hombres y mujeres
de clase trabajadora morirían en una guerra o de que también mueren
hombres de hambre en este mundo y sufren la violencia del sistema
capitalista (aunque naturalmente las mujeres experimenten aún más
cualquier agresión que nos pueda imponer el capitalismo) no cuenta para
este feminismo.
Pero Bocchetti va aún más allá; no se limita a decir que todos los
hombres son iguales sino que se plantea por qué las mujeres deberíamos
luchar contra una guerra planeada por los "hombres": "¿Por qué,
entonces, deberíamos ser las mujeres las que pidiéramos la paz? más bien
que la pidan los hombres, en nombre de su identidad colectiva, en
nombre de ese orgullo de ser hombre que todo hombre posee, incluso el
más mísero, el más pobre, el más débil, el más idiota…"
Aún peor que considerar a todos los hombres igualmente responsables
de la opresión de la mujer y el éxito capitalista, es negar el papel de
la mujer en la historia como luchadora, revolucionaria y
anticapitalista. Niega que las mujeres han soñado o pueden soñar con un
mundo más igualitario para todos y tener ideales que no estén
estrictamente vinculados siempre a un mundo de "yo", "mi", "mujer". Lo
máximo que podemos esperar está claramente planteado como objetivo:
"…Las mujeres en la historia no han podido tener ideales, ni construir
utopías… una revolución de las mujeres sólo podía ser diferente de todas
las demás… ¿hacia dónde tiende el feminismo?… el feminismo tiende a la
construcción del orgullo de ser mujer".
¿Feminismo o marxismo?
Afortunadamente, hay feministas que critican al pensamiento de la diferencia y explican sus raíces.
Como Lidia Cirillo (autora de Mejor huérfanas, Viento Sur, 1994) que
presenta una crítica refrescante: "Nunca, desde la caída del fascismo se
había oído hablar tanto de madres, de mamás, de maternidad biológica y
metafísica, de papel maternal de la mujer, etc.". Cirillo explica que
esta política viene, sobre todo, de la entrada masiva de las mujeres de
clase media en el mundo de la cultura, donde se han creado un espacio de
"investigación sobre la mujer, que las mujeres reivindican para sí
mismas…" Como hemos dicho antes, las mujeres de clase media, que no
tienen por qué luchar para mejorar sus condiciones materiales ni
derechos básicos, han inventado una política que no sólo justifica sus
posiciones distintas de las demás, sino que intenta unir a todas las
mujeres, basada en su experiencia como mujer y nada más.
El problema con el separatismo que exigen algunas feministas es que
no representa el mundo real en que tenemos que luchar. Está bien que las
mujeres encuentren un espacio para reflejar entre ellas los efectos
dañosos de estar oprimidas, pero ver esto como solución es simplemente
cerrar los ojos al lugar en que tenemos que luchar, en el trabajo, en la
calle, en casa, contra el sexismo que nos divide, hacia una lucha que
nos una contra el capitalismo.
¿Por qué tantas feministas reivindican la necesidad de organizarnos
separadamente? La respuesta está basada sobre todo en la idea de que la
opresión de la mujer ha existido siempre y que, fundamentalmente, el
hombre es el responsable de ella y no puede formar parte de la lucha
para la liberación de las mujeres ya que va en contra de sus propios
intereses.
En contraste, la feminista Julia Varela tiene una postura mucho más
crítica de esta "unidad" de mujeres —histórica y actualmente—. Varela
niega que las mujeres tengan una raíz que las conecte en una misma lucha
de "identificación de sí", y dice, "El hecho de ser ‘mujer’ no implica
que de forma espontánea surjan lazos de solidaridad y de fraternidad, ya
que las relaciones de poder no son ajenas a los grupos de mujeres…". La
dominación de siempre de las mujeres por los hombres, comúnmente
llamada "patriarcado", tampoco sirve para Varela: "…el concepto de
"patriarcado", reenvía un supuesto proceso de dominación global,
unidimensional y unidireccional, por lo que más que proyectar luz sobre
los cambios históricos, tiende en realidad a encubrirlos".
Frente a las ideas feministas que defienden que la opresión de la
mujer es producto de la diferencia entre sexos que ha existido desde
siempre, los marxistas consideramos que la opresión de la mujer surgió
con la división del trabajo. Esta división en principio supuso un avance
relativo para la sociedad y produjo también una nueva organización
social. En esta situación, con el desarrollo de la producción y la
sociedad de clases, las mujeres quedaron relegadas a tareas no
productivas. Su papel fundamental pasó a ser el de reproducir las nuevas
generaciones de trabajadores de forma privatizada. La estructura
familiar jugó un papel fundamental y, aunque es cierto que la sociedad
ha sufrido enormes cambios y con ella la familia, las bases siguen
siendo las mismas. La reproducción sigue estando privatizada y por lo
tanto la familia sigue siendo fundamental para el capitalismo y lo
seguirá siendo: es imposible que el estado capitalista asuma el gasto
que supondría la reproducción socializada y, por lo tanto, es imposible
que la mujer pueda liberarse de su papel dentro de la familia. Mientras
exista el capitalismo, existirá la familia; mientras exista la familia,
existirá la opresión de la mujer. Naturalmente, seguiremos luchando para
conseguir mejoras pero siendo conscientes de que no lograremos la
liberación bajo este sistema.
La clase trabajadora y los oprimidos
Este artículo se publicó en Socialismo Internacional/En
lucha Nº 1, primavera de 1994. El texto es una charla realizada en las
jornadas Marxismo, organizadas en Londres por el Socialist Workers
Party. El autor fue fundador del SWP, y de la corriente Socialismo
Internacional.
Tony Cliff
¿Por qué Carlos Marx daba tanta importancia al papel de la clase
trabajadora? No fue por la cantidad de personas que la componían. De
hecho, cuando Marx escribió el Manifiesto Comunista, los únicos dos
países donde se había completado la Revolución Industrial eran
Inglaterra y Bélgica.
A nivel internacional, la clase trabajadora era pequeña. Sin embargo,
hoy en día sólo en Corea del Sur hay más trabajadores de los que había
en el mundo entero en los tiempos de Marx. Incluso ahora, a finales del
siglo veinte, la clase trabajadora no ha llegado a constituir la mayoría
de la humanidad. Esa mayoría la componen los campesinos.
Marx eligió a la clase trabajadora porque decía que es el sujeto de
la historia, a consecuencia de encontrarse en una situación colectiva.
Según él, la clase trabajadora no es una colección de personas, sino un
colectivo. Hay una diferencia enorme entre estas dos condiciones.
En Rusia, por ejemplo, quienes más sufrían antes de 1917 no eran los
trabajadores. Los 40.000 trabajadores de la fábrica de Putilov, en
Petrogrado, tenían los salarios más altos. Sin embargo, fueron ellos los
que constituyeron la base del partido bolchevique. Además, los
trabajadores poseían mayor nivel cultural que los campesinos —cerca del
80% de los trabajadores sabían leer y escribir—.
De ahí que podamos concluir que el aspecto más importante en cuanto
al protagonismo de la clase trabajadora no tiene que ver con las
privaciones ni con el sufrimiento, sino con el hecho de que la clase
trabajadora constituye un colectivo.
Por este motivo, Marx describió a la clase trabajadora como una clase
unificada y universal. De tal forma que será la clase trabajadora la
que, a la hora de su autoemancipación, liberará a la vez a toda la
humanidad a la vez, porque hay que romper las cadenas del capitalismo
allí donde se forjen.
En cambio, si se considera que los liberadores pueden ser el conjunto
de los oprimidos, esto nos presenta un problema difícil de resolver. Es
verdad que hay muchos más oprimidos en el mundo que trabajadores. Hay
miles de millones de mujeres oprimidas, de negros oprimidos, de
asiáticos, de gays y de judíos. La cantidad casi no tiene límite.
¿Se les puede considerar un colectivo? De ninguna manera. Los
oprimidos no se juntan de forma automática para luchar contra la
opresión. Una alianza amplia entre los oprimidos no podría resistir ni
cinco minutos la prueba de la lucha.
No es verdad que porque uno sea gay, automáticamente vaya a apoyar la
lucha de los negros, o porque uno sea negro vaya a apoyar la lucha de
los gays, o porque uno sea gay vaya a apoyar la lucha de los judíos.
Y si alguien tiene alguna duda, sólo hay que ver la realidad
cotidiana. Por ejemplo, no es verdad que los que atacaron a los judíos
en la Alemania de Hitler fueran exclusivamente heterosexuales. Entre los
antisemitas más feroces se contaban los gays alemanes. ¿Por qué? Porque
en la mente de los nazis el ser gay equivalía a ser inferior a los
demás. Pero si uno llevaba chaqueta y botas de cuero y una esvástica en
la solapa, uno se sentía un ser superior en comparación con un judío o
con una mujer.
De la misma manera, si se tienen dudas sobre las relaciones entre las
mujeres y los negros basta con hacer cola en la parada del autobús. Si
el autobús llega con cuarenta minutos de retraso y el conductor es
negro, se escucharán comentarios desagradables y sobre todo racistas por
parte de las mujeres.
Esto se debe a que, como individuos, esas mujeres sufren
terriblemente. Viven en bloques, probablemente no tienen dinero
suficiente, o el bebé les ha mantenido despiertas toda la noche. Quizá,
ni después de tomar un Valium consiguieron dormir y por eso se descargan
con el conductor negro.
Divisiones entre los oprimidos
Mucha gente no parece creer que esto pueda pasar. Dicen, "una mujer
está oprimida, un negro está oprimido, así que los dos harán causa
común." Pero la verdad es que no es así. El unirse de esta forma no es
en absoluto automático.
No es ni tan siquiera verdad que los que sufren de la misma opresión
se unan. Si fuera verdad, Marx no habría escrito, "¡Proletarios de todos
los países, uníos!" Habría escrito, "¡Oprimidos de todos los países,
uníos!"
Al referirse a la clase trabajadora, Marx nunca usó la palabra
"oprimidos", porque en primer lugar sabía que distintos grupos de
personas oprimidas no se unen, ni tan siquiera ante la opresión que
sufren en común.
Hace miles de años que las mujeres están oprimidas. Pero es ilusorio
pensar que exista un nexo entre todas las mujeres. La historia de la
esclavitud demuestra que las mujeres han sido tanto dueñas como
torturadoras de las mujeres esclavas.
Repetidas veces la historia demuestra que ha habido divisiones entre
las mujeres porque pertenecían a distintas clases sociales. La Comuna de
París es un buen ejemplo. Las Comuneras eran unas luchadoras
excelentes. Según el corresponsal del Times en París, en un artículo
sobre la Comuna: "si París hubiera estado lleno de mujeres la revolución
habría triunfado". Aunque sea una exageración, la verdad es que sí que
fueron valientes. Sin embargo las mujeres ricas celebraron la llegada de
las tropas victoriosas de Versailles pinchándoles los ojos con la punta
del paraguas a las mujeres de la Comuna.
Los oprimidos no se unen por la sencilla razón de que ellos mismos
están divididos en clases. Las mujeres capitalistas no tienen igualdad
de derechos en comparación con los hombres capitalistas. En Gran Bretaña
sólo el 40% de las acciones de las compañías británicas pertenecen a
mujeres, a pesar de que más del 40% de la población son mujeres. Pero la
distancia entre el hombre que es accionista y la mujer que también lo
es, es mucho más pequeña que la distancia entre las accionistas y las
mujeres que no son dueñas de nada.
El elemento clave en la lucha es la cuestión del poder. La
concienciación no surge porque la gente se ponga a pensar: ¿Cómo vamos a
concienciarnos? La concienciación surge de que la gente sienta
seguridad en sí misma y se encuentre en forma para pelear. Así es como
cambia.
La revolución de la conciencia
En Rusia, antes de 1917, los judíos sufrían una fuerte opresión. En
1881 hubo pogromos (matanzas y robos) contra los judíos en cientos de
pueblos y aldeas. A los judíos no se les permitía vivir ni en Moscú ni
en Petrogrado.
En 1917 todo cambió. El presidente del Soviet de Petrogrado, Trotski,
era judío. El presidente del Soviet de Moscú, Kámenev, también era
judío. El presidente de la República Soviética, Sverdlov, también lo
era. Y cuando Trotski se colocó al frente del Ejército Rojo, lo
reemplazó como presidente en Petrogrado, otro judío, Zinóviev.
Los millones de personas que los eligieron eran hijos de personas que
habían tomado parte en los pogromos. No cambiaron de parecer por haber
leído el Manifiesto Comunista, sino porque en el curso de la lucha se
enorgullecieron de sí mismos hasta tal punto que no tuvieron necesidad
de buscar chivos expiatorios en los demás. En esas circunstancias era
absolutamente lógico que eligieran a Trotski.
La cuestión del poder es la clave. Esa sensación de seguridad es
fundamental. Lord Acton dijo que "el poder corrompe y que el poder
absoluto corrompe absolutamente". El refrán debió de decir: "El poder
corrompe, y la falta de poder corrompe absolutamente".
No hay nada peor que la sumisión. No hay nada mejor que la lucha, que
la pelea. La lucha genera confianza. El hecho más terrible es que los
oprimidos, en tanto que son una colección de individuos, no experimentan
la sensación del poder. Por eso no crecen ni emocional, ni
intelectualmente.
La mayor hazaña de la Revolución Rusa no fue el realizar huelgas de
masas, ni tan siquiera la creación de los Soviets. Lo más grande y
maravilloso fue el crecimiento espiritual de los trabajadores rusos. La
falta de poder no da lugar a ese crecimiento.
Hay dos ejemplos que lo demuestran.
Sergéi Zubátov era jefe de la Okhrana (la policía secreta del Zar) en
Moscú y decidió organizar a los sindicatos para apoyar al Zar. Zubátov
era un hombre muy inteligente y escogió a los trabajadores judíos para
organizar estos sindicatos. Según él, los trabajadores judíos eran
diferentes de los rusos. Los trabajadores rusos eran antisemitas, lo
cual implicaba que los trabajadores judíos tendrían que organizarse por
separado.
Los trabajadores judíos hicieron lo que se les pedía porque no se
fiaban de los rusos. Pero no eran lo suficientemente fuertes como para
sobrevivir por su cuenta. Puesto que no pudieron luchar solos contra el
régimen zarista y contra los trabajadores rusos a la vez, terminaron por
colaborar con el régimen. El jefe de los colaboracionistas, del lado
ruso, fue un hombre llamado Plehve que era ministro del interior en
aquel tiempo. Tenía ese mismo puesto cuando en 1881 organizó los
pogromos contra los judíos.
El hecho de que los judíos sufrieran terriblemente en el pogromo no
los convirtió en antizaristas. Por el contrario, debido a su carencia de
poder, muchos colaboraron con el Zar.
El otro ejemplo es el de los Panteras Negras en EEUU, en la década de los ’60.
Los Panteras fueron luchadores tremendamente valientes, pero tenían
un problema. Los negros constituyen aproximadamente un 10% de la
población de EEUU y no se puede vencer al capitalismo norteamericano con
sólo el 10% de la población. Los Panteras Negras lucharon. Muchos
murieron asesinados por el Estado. Los que quedaron fueron incorporados
al sistema a causa de su falta de poder.
Las consecuencias están a la vista. Hay alcaldes negros en 200
ciudades aproximadamente. Hasta en programas televisivos como Starsky y
Hutch el jefe de la policía es interpretado por un negro. Los blancos
otorgaron ciertas concesiones a un sector de los negros. Pero para la
inmensa mayoría de los negros esto no significaba nada.
Uno de los ejemplos más patéticos hoy día es Eldridge Cleaver, que
fue el teórico de los Panteras y que solía definirse como marxista.
Cuando apareció en la televisión de Londres, al responder a una pregunta
dijo que había dejado de ser marxista porque cuando su mujer le dio un
hijo, supo que Dios existía. Como respuesta a la pregunta: "¿Cuándo dejó
Vd. de ser leninista?" dijo: "Un día miré hacia las nubes y vi la
imagen de Lenin; luego las nubes se dispersaron y comprendí que el
leninismo es efímero." La explicación real era, por supuesto, la
carencia de poder. La adaptación al status quo. Esto es lo que pasa con
todos los movimientos que no tienen poder.
De modo que para los socialistas el problema clave es muy sencillo.
Los oprimidos solamente tendrán poder cuando se unan con el poder
decisivo de la clase obrera. Cuando Marx dijo que la historia de la
sociedad es la historia de la lucha de clases, quiso decir que hay una
postura estratégica y que todo está determinado en relación a esa
postura.
Las luchas de las trabajadoras
Las mujeres de Gran Bretaña mostraron mayor confianza en sí mismas en
la época de auge de la lucha. El período comprendido entre 1968 y 1974
fue maravilloso. En el ’68 las trabajadoras de la Ford fueron a la
huelga y pararon toda la fábrica de Ford en Dagenham, Inglaterra. En
1969 tuvo lugar la primera huelga de profesores, la mayoría de los
cuales eran mujeres. Vimos la primera huelga de enfermeras, una gran
huelga nacional.
Las mujeres hicieron avances extraordinarios en aquellos momentos. Al
mismo tiempo, avanzaban los hombres. Fue el período de la huelga
portuaria del ’72 y de las huelgas mineras del ’72 y el ’74.
Mujeres y hombres marchaban juntos como un gran ejército. Cuando ese
ejército comenzó a retroceder, todos retrocedieron. Es más, las mujeres
retrocedieron más que los hombres. Tenían menos poder y en consecuencia,
no podían mantenerse solas.
La batalla no la puede librar solamente un sector. Tenemos que
comprender que dependemos los unos de los otros. Los socialistas tenemos
que rechazar la idea de que porque la gente sea diferente tiene que
estar separada.
El ser marxista implica reconocer que no es lo mismo ser un
hambriento en Etiopía que ser un jubilado en Europa. Y que ser un
jubilado en Europa es diferente de ser un parado en Europa. Si eres
reformista crees que hay una solución para el pueblo de Etiopía, otra
solución para los jubilados, y otra para los parados en Gran Bretaña.
Sin embargo, el capitalismo es la causa del desempleo, de la
hipotermia* y del hambre en Etiopía. Como todos estamos en el mismo
barco (aunque en diferentes lugares y condiciones) no existen soluciones
separadas.
Hay cientos de caminos que llevan a Roma, pero hay una sola Roma. Hay
cientos de razones para ser socialista, pero sólo hay un socialismo.
Por eso, la idea del separatismo es catastrófica.
El separatismo tiene una base muy sencilla. Se basa en un supuesto
conflicto de intereses entre todos nosotros. A primera vista parece
absolutamente cierto. Mi padre me decía en los años treinta: "Los
alemanes y los judíos tienen un conflicto de intereses. Por eso soy
sionista." En cierto modo tenía razón. Los alemanes mataron a los
judíos. Los judíos no mataron a los alemanes. Allí sí que hubo un
conflicto de intereses.
La mayoría de los alemanes creía que había un conflicto de intereses,
porque las ideas dominantes en la sociedad son las ideas de la clase
dominante.
La mayoría de los judíos creía sinceramente que había un conflicto de
intereses porque si los alemanes te están matando, esto quiere decir
que ellos son el verdadero enemigo. Parece completamente lógico. Por eso
el sionismo surge como un fenómeno natural.
La organización socialista separatista judía en Rusia, el Bund, solía
decir: "nosotros no odiamos a los rusos, pero los rusos no nos
entienden." La respuesta de Lenin fue que si los trabajadores rusos no
podían unirse a ellos, no había esperanza para el socialismo.
En 1903, cuando el Bund reivindicaba la idea de la autonomía de los
trabajadores judíos, Lenin —consciente del riesgo de que le llamaran
antisemita— hizo que diez de los más prominentes revolucionarios judíos
redactasen una declaración contra la autonomía de los judíos. En
realidad, los del Bund eran sionistas metidos en un barco pero sin
tierra adonde llegar. Aceptaban los principios de los sionistas en los
que los judíos y los gentiles tenían un conflicto de intereses, lo cual
parece cierto a simple vista.
Cuando una mujer se levanta a las dos de la mañana para alimentar al
bebé está claro que el hombre se beneficia de ello, ¿verdad? Parece todo
tan obvio. Igual que los judíos y los alemanes. Pero cuando uno examina
más detenidamente las suposiciones, se ven claramente los fallos que
tienen.
Los trabajadores protestantes de Irlanda del Norte piensan que
pegarles a los católicos les beneficia a ellos. De otro modo no lo
harían. Es probable que el protestante consiga trabajo antes que el
católico, y que tenga más dinero. Pero ese mismo trabajador gana menos
que uno de Birmingham o de Glasgow.
Un trabajador blanco que da patadas a uno negro en el Sur de Estados
Unidos, piensa que tiene ventaja porque gana más que los negros. Pero
los trabajadores blancos ganan mucho más en el Norte (de hecho, los
negros del Norte cobran más que los blancos del Sur). Cuanto más bajos
sean los sueldos de los trabajadores negros, más bajos serán los de los
trabajadores blancos. Los trabajadores negros y blancos se benefician,
tanto en términos proporcionales como en términos absolutos, si el otro
mejora su situación. Esto es igual de válido si se compara a los hombres
y a las mujeres de la clase trabajadora.
El problema es que, a primera vista, las cosas no parecen ser así.
Parece que haya un conflicto de intereses entre distintos grupos de
trabajadores.
Con razón, Marx siempre odió la idea del llamado ‘sentido común’,
porque en la realidad, el sentido común no es ni más ni menos que la
materialización de las ideas dominantes en nuestra sociedad. Algunos
trabajadores dicen: "El capitalista está obteniendo muchas ganancias, y
eso es mucho mejor que si tuviera escasas ganancias". Se supone que todo
el mundo sabe que de ese modo el puesto de trabajo está más seguro. Es
de sentido común. Siendo así, el trabajador debería unirse al
capitalista para crear más ganancias. Eso es lo lógico.
En la obra de Bernard Shaw, Santa Juana, uno de los protagonistas
dice que es obvio que el sol se mueve alrededor de la tierra. Basta con
mirar. ¿Quién ha visto alguna vez a la Tierra moverse alrededor del Sol?
Es de sentido común que el Sol se mueva alrededor de la Tierra. Lo cual
es una perfecta demostración de la estupidez del ‘sentido común’. De la
misma manera, parece obvio que los hombres se benefician de la opresión
de la mujer.
Si sólo vemos las interrelaciones entre los individuos, nada tiene
sentido. Ese es un concepto liberal de la sociedad; puesto que los
liberales aceptan las ideas capitalistas, ven a la sociedad solamente
como una colección de individuos.
Los marxistas dicen exactamente lo contrario: un individuo nace
dentro de una clase, dentro de una sociedad. El análisis liberal es
nefasto, porque las envidias surgen entre los individuos cuando están en
contacto unos con otros.
¿Cómo crees que la clase dominante vende la política del control
salarial? Ellos dicen que mientras tú ganas £120 a la semana, otro
trabajador gana £500. ¿No sería más justo que le quitáramos dinero a él
para aumentarte el salario a ti? Los revolucionarios dicen, el
capitalista se lleva el 60% del pastel, luego reparte las sobras y nos
incita a enfrentarnos los unos contra los otros.
Por lo tanto, la relación entre los hombres y las mujeres en el
movimiento obrero es la siguiente: ambos sufren a manos del capitalismo,
ambos viven en condiciones terribles. Las mujeres tienen peores
condiciones que los hombres. El capitalismo agobia aún más a la mujer
que al hombre. No es un proceso natural que la mujer sea la que atienda a
los niños. Se ve obligada a hacerlo bajo el capitalismo. Los niños
pueden ser criados de forma diferente, si hay guarderías, comedores, un
sistema de lavanderías provisto por la comunidad, etc.
Hoy todo eso no existe. No porque vaya en contra de la naturaleza
humana, sino por el gasto que supone al capitalista. Éste quiere sacar
los mayores beneficios de la forma más barata posible. ¿Qué mejor modo
que diciendo que el lugar de la mujer es la cocina y el del hombre la
fábrica?
Esto hace que el hombre individual parezca el carcelero de la mujer. Pero el carcelero no es el hombre, sino el capitalismo.
Es como si por ejemplo yo viajara en un tren sucio, pero como soy una
persona blanca, bajo el capitalismo, tendría un asiento al lado de la
ventanilla. Una mujer o una persona negra tendría un asiento lejos de la
ventanilla y en peores condiciones que las mías. Pero el problema más
importante sería el tren. Todos tendríamos que aguantar el mismo tren y
no tendríamos ningún control sobre el conductor que nos lleva hacia el
abismo.
¿Por qué la clase capitalista nos muestra constantemente estas
diferencias? Porque quiere desviar nuestra atención del problema
central: las relaciones de clase. Constantemente se nos dice que nos
fijemos en las relaciones personales, las disputas entre un sector y
otro. Por eso los socialistas deben rechazar conceptos tales como que el
enemigo del trabajador no cualificado, es el trabajador cualificado; el
del hombre, la mujer y viceversa.
No es sorprendente que el movimiento de los oprimidos esté en claro
declive. El movimiento de las mujeres y el de los negros en EEUU, en los
años 60, subió como un cohete pero cayó en picado. Sólo podremos
explicar este hecho si comprendemos la conexión entre estos movimientos y
el nivel de la lucha de clases.
En Gran Bretaña, a finales de los 60 y a principios de los 70, los
trabajadores industriales ganaron importantes victorias. También se
promulgó la ley del aborto en 1967, los anticonceptivos gratuitos en
1973 y los anticonceptivos para menores de 16 años en 1974.
Luego vino el comienzo de la reacción: en 1975 James White; en 1977
William Benyon; en 1979 John Corrie, todos procurando atacar el derecho
al aborto.
La comisión que vigilaba el salario mínimo fue abolida, lo cual
supuso principalmente un ataque a la mujer, ya que las mujeres componen
la amplia mayoría de los trabajadores con los salarios más bajos.
También hubo fuertes recortes en sanidad y seguridad social, lo cual,
una vez más, afectó sobre todo a la mujer.
Además, hubo intentos de mermar el suministro de anticonceptivos por
parte de Gillick y Powell. En 1975 hubo una manifestación de grupos
pro-aborto con 40.000 hombres y mujeres. En 1979 se movilizaron 80.000
personas. Pero en 1985 en una manifestación en contra de nuevas
propuestas impulsadas por la señora Gillick para recortar el derecho al
aborto, participaron sólo 3.000.
En el primer período, la lucha se desarrolló alrededor de
reivindicaciones generales tales como el aborto y la igualdad de
salario. En los últimos nueve años las luchas no se han dado alrededor
de demandas colectivas, sino de reivindicaciones diferenciadas. Se ha
prestado mucha mayor atención a las relaciones individuales, personales y
a la concienciación de la persona como individuo. Se preguntan, ¿la
gente es mala, sexista…?, como si ese fuera el problema.
Los movimientos que se han volcado en posturas individuales han terminado desintegrándose.
La enemistad entre distintos grupos de mujeres alcanzó niveles
terroríficos; lesbianas politizadas contra heterosexuales etc. Una
feminista norteamericana resumió la situación así: "La hermandad de la
mujer es poderosa. Mata a las hermanas."
La crítica que hizo Marx, de la competitividad y del individualismo
de los capitalistas, se puede aplicar también a lo que queda del
movimiento feminista. Él describió a los capitalistas como "una banda de
hermanos hostiles". Están unidos contra los demás pero se odian entre
sí. El feminismo hoy es una banda de hermanas hostiles.
Cuando hablamos de la acción colectiva, lo importante es resaltar la
idea de clase. Por eso, la clase trabajadora no puede permitirse el lujo
de decir que el enemigo está dentro de sus propias filas.
La gente a menudo se pregunta por qué en la corriente Socialismo
Internacional somos tan obsesivos con la siguiente pregunta: "¿Se
benefician los trabajadores de la opresión de la mujer?" Yo creo que si
el hombre se beneficia de la opresión de la mujer, jamás podrá haber
unidad entre los hombres y las mujeres. Si los blancos se benefician de
la explotación de los negros, jamás podrá haber unidad entre blancos y
negros, a menos que se crea en la idea social demócrata, de que lo que
necesitamos es la caridad. Los que tienen deben de cuidar de los
desposeídos, por razones emocionales y morales.
Cuando Marx dijo: "¡Trabajadores de todos los países, uníos!" quería
decir que es en el interés de los trabajadores ingleses, que triunfen
los trabajadores indios. Y que es en el interés de los trabajadores
indios, que los trabajadores ingleses venzan.
Si aceptamos el argumento de que "el hombre se beneficia" o de que
"el blanco se beneficia" quebramos completamente la unidad de clase. La
clase capitalista a la vez une y divide a los trabajadores. En realidad
es así como sobrevive. Cualquier concesión al divisionismo o
agnosticismo sobre esta cuestión, resulta catastrófica.
La persona a la que más detesto es la persona agnóstica. Yo entiendo
al ateo —yo soy ateo— y también al religioso. Quien se reivindica
agnóstico es un verdadero hipócrita. En cuanto a la cuestión de quién se
beneficia de la opresión, tampoco debe haber ninguna indecisión.
Prefiero a la gente que se equivoca que a la gente que dice que tal vez
sí, tal vez no.
Es muy importante que los revolucionarios se identifiquen con los
oprimidos. Pero ¿cómo hacerlo? Lenin lo expresó de una manera brillante
en un pequeño panfleto llamado, "A los pobres del campo".
Comienza diciendo, "Quizá hayas estado en una ciudad, o si no has
estado tú, ha estado tu padre, o tu tío, o tu hermano —Lenin era muy
paciente, y así llegó a toda la población— o un amigo tuyo ha estado en
una ciudad. Y allí ¿qué encontró? Que los trabajadores estaban en
huelga."
En resumen, Lenin pone énfasis en la actividad colectiva. Cuando
había pogromos en Rusia, ¿dónde concentraban sus esfuerzos los
bolcheviques? Se dirigían a las grandes fábricas para usar el poder
colectivo de los trabajadores y así aplastar a los pogromos.
Necesitamos el poder colectivo. Las conclusiones surgen de ahí. El
partido revolucionario es como la síntesis de la clase trabajadora,
porque creemos en la unidad de clase, y porque reconocemos que la clase
trabajadora es desigual y está dividida.
En consecuencia, en el partido revolucionario si uno es gay, por
supuesto defiende a los gays, y si no lo es, también defiende a los
gays.
Cuando en 1977 el grupo fascista británico National Front redactó un
folleto diciendo que el líder del SWP, Tony Cliff, era judío, no
redactamos un contrafolleto diciendo que sí, pero que la mayoría del
Comité Central no lo era. Dijimos: "Todos somos judíos." Asimismo, si
los negros son atacados, todos somos negros. Si lo son las mujeres,
todos somos mujeres, si los gays, todos somos gays. Por nuestra forma de
organización, nunca haremos concesiones al separatismo. Explicaré lo
que quiere decir.
El partido bolchevique tenía un diario para las mujeres. Espero que
algún día tengamos uno también nosotros. El consejo editorial del
periódico de las mujeres estaba integrado por: Armand (una mujer),
Krupskaya (una mujer) y Bujarin (un hombre). En la conferencia de
mujeres de Berna, en 1916, Lenin fue el principal líder bolchevique.
Trotski era el dirigente de los bolcheviques en el soviet de los
trabajadores. El soviet estaba integrado por delegados de fábricas.
Trotski jamás había sido mecánico en su vida, sin embargo fue delegado.
¿Por qué? Porque representaba a una misma clase.
Comparemos esto con el horrible soviet de Berlín de 1918. Rosa
Luxemburgo no fue admitida en el Soviet porque no era obrera. Karl
Liebknecht tampoco fue admitido. Eran personas que habían sacrificado
años de su vida en la cárcel. Habían luchado durante muchos años, y
luego la gente se volvió y les dijo: "No sois obreros, no podéis
entrar".
Creemos en la unidad de clase, y no importa de qué persona se trate.
Sin lugar a dudas, un día tendremos en Gran Bretaña un periódico en
punjabi, uno en urdu, otro en bengalí y otro de la mujer. Una vez que se
desarrolla un movimiento de masas, es absolutamente necesario tener
periódicos en diferentes idiomas para adaptarse a situaciones concretas.
Eso no quiere decir que haya separación, eso viene a través de la
división del trabajo. Hay una política, una dirección, una organización.
La suma de todo esto es el centralismo democrático.
La idea principal del centralismo democrático es sobreponerse al
separatismo, vencer la tendencia hacia la ruptura de la unidad. Y esa
tendencia a desmembrarse es un fenómeno constante.
La única forma de liberar a los oprimidos es bajo la dirección de la
clase trabajadora. Ni Marx, ni Lenin hablaron de la unidad de los
oprimidos. Dijeron, "¡trabajadores de todos los países, uníos, sois la
dirección de todos los oprimidos!"
Socialismo y liberación
Esta sección es parte de un artículo que fue publicado
en Socialismo Internacional/En lucha Nº 4, marzo/abril de 1995. La
autora es redactora de la revista Socialist Review.
Lindsey German
¿Desaparecerá con el socialismo la opresión de las mujeres? Después
de la revolución, ¿no habrá machistas, hombres que acosen sexualmente a
las mujeres e incluso violadores? ¿No seguirán siendo las mujeres las
responsables de cuidar y asistir a los demás, aun cuando se ocupen de
otros niños aparte de los propios? ¿No habrá mujeres que deseen vivir en
el seno de una familia convencional a la que consideren como el sitio
en el que se encuentran más seguras?
En el proceso revolucionario millones de mujeres comenzarán a poder
hacer uso de todas sus capacidades, algo que la estructura familiar,
imperante actualmente, nunca podrá permitirles. Millones de hombres
dejarán de ver a las mujeres como buenas cocineras, objetos sexuales o
madres amantísimas, y comenzarán a verlas como luchadoras obreras. La
opresión de las mujeres, no lo olvidemos, data de miles de años. Es una
forma de opresión más profunda que cualquier otra debido, por un lado,
al largo tiempo durante el cual ha existido, y por otro, a que atañe a
las relaciones más íntimas y a las relaciones sexuales (tanto amorosas
como opresoras) entre las personas. Por consiguiente, todos los
problemas derivados de la opresión no desaparecerán ni en los primeros
días, ni en los primeros meses de la revolución.
Los seres humanos deberán escoger y decidir acerca de cómo alcanzar
su liberación. No obstante, los cambios materiales que conllevará el
socialismo establecerán las condiciones necesarias para que desaparezca
la opresión de las mujeres y, finalmente, para que la humanidad alcance
su liberación.
En primer lugar, los recursos de la sociedad se destinarán a
erradicar la opresión. En la sociedad capitalista se invierte muy poco
para que la vida de las mujeres sea más llevadera y agradable. El gasto
en servicios de guardería, por ejemplo, es escaso y a menudo transitorio
y su cometido no es otro que el de responder a las necesidades del
capital (como las guarderías que se crearon durante la segunda guerra
mundial cuando el mercado de trabajo requería mano de obra femenina). En
una sociedad socialista el dinero no se gastará en desarrollar armas
nucleares, ni en financiar a los ricos, ni en otorgar subsidios a las
escuelas privadas. Por el contrario, el dinero se invertirá en mejorar
la calidad de vida de los trabajadores, en servicios sanitarios, en
educación y en servicios de atención a la infancia. Un elemento
fundamental para lograr todo esto es que existan servicios que cubran
todas las necesidades ahora encomendadas a la familia: comedores,
guarderías y lavanderías. Será toda la comunidad, y no los individuos
que integren la familia, la que se ocupará de los ancianos, de los
enfermos y la que se asegurará de que quienes requieran cuidados, fuera
de la familia, cuenten con los servicios adecuados. Las viviendas se
asignarán sobre la base de necesidades evaluadas de acuerdo a criterios
compartidos y no según la riqueza de los individuos.
También será completamente diferente el papel que desempeñarán las
leyes y la prensa. Mientras que actualmente ambas reflejan la opresión
de las mujeres a través de imágenes estereotipadas que de ellas se
proyectan, en una sociedad socialista ocurrirá todo lo contrario. Esto
no significará la desaparición automática del machismo, pero sí que las
ideas sexistas habrán dejado de gozar de la respetabilidad que ahora
tienen.
La liberación no se alcanzará desde el primer día de la revolución,
pero desde ese momento las mujeres contarán con una total igualdad
social, jurídica y financiera, lo que constituirá no únicamente un
enorme avance, sino que también creará las condiciones necesarias para
que las mujeres alcancen su propia liberación.